viernes, noviembre 24, 2006

Noticias




En el número 9 de la revista Replicante aparece mi ensayo «La narrativa enferma», una elegía furiosa a 20 años de la muerte de Rulfo y a pocos meses de la de Salvador Elizondo, una reflexión alevosa pero cierta sobre el estado de nuestra narrativa.
Y en el número 2 de Cuaderno Salmón, que también acaba de salir, se publica un breve texto mío titulado «El placer de ignorar», escrito a raíz de la experiencia de funcionario que debe saberlo todo y, sin embargo, nada o muy poco realmente conoce.

(Pero, ¿para qué sigo con este blog? A estas alturas se ha vuelto un escaparate para la autopropaganda, pero ese ánimo se me presta poco. Más bien, es una suerte de apatía la que me ocurre al plantearme la vociferación egolátrica de las noticias.)

Porque, por ejemplo, en el suplemento Hoja por Hoja de octubre apareció una breve nota de Kenya Bello sobre El hacha puesta en la raíz, la compilación de ensayistas mexicanos nacidos a partir de 1970 que preparamos Verónica Murguía y yo y que acaba de ser publicada por Fondo Editorial Tierra Adentro. Y se me pasó citarla. La pongo aquí ahora, con retraso:

«Desde las primeras páginas de este volumen se antoja ignorar, aunque sea por un instante, el irremediable transcurso del tiempo o dejar a un lado los deberes para emprender un largo recorrido por un mundo que tiene identidad propia más allá de la narrativa y la poesía: el del ensayo. El antojo nace de un prólogo que no sólo convence de lo irrelevante que puede resultar ser representativo en materia de creación y del derecho que tiene todo antologador para proponer una selección de aquellos escritos que considera novedosos y dignos de difusión, sino que esboza una imagen sugerente de las delicias literarias que un ensayo puede deparar, así como de los retos intelectuales que supone explorar las posibilidades de la intuición o moverse en el terreno de la conjetura que son característicos de este género. En ese sentido, aquí se encuentran cuarenta y siete estilos de exploración que difícilmente pueden encasillarse en uno solo, porque lo único claro es que son estilos muy diversos entre sí, pues aunque sus autores crecieron en el mismo país y época no hay ideas unívocas ni uniformes: están los que discuten, los que se preguntan, los que responden o los que retratan a un personaje, un lugar o situación y que lo mismo se acercan a la moda, la identidad, el trabajo, el conocimiento o la escritura. No sólo hay diversidad, lo mejor es que muchas veces logran arrancar sonrisas y sembrar algunas ideas que resonarán en la cabeza.» (KB)

domingo, noviembre 12, 2006

Sobre El hacha

Me permito transcribir aquí la reseña de Christopher Domínguez Michael a El hacha puesta en la raíz, publicada hoy en El Ángel, de Reforma.

Diario de Fatigas / El hacha y la raíz
Christopher Domínguez Michael

El hacha puesta en la raíz, la antología de "ensayistas mexicanos para el siglo XXI" (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2006) que Verónica Murguía y Geney Beltrán Félix han preparado y dispuesto, es el primer libro de su género aparecido desde que José Luis Martínez publicó la última edición corregida y aumentada de El ensayo mexicano moderno (FCE, 1958, 1971, 2001) y desde el Ensayo literario mexicano (UNAM), que coordinado por Federico Patán apareció en 2001. La antología de Martínez empieza con Jaime Torres Bodet (1902-1974) y durante años se detenía en Carlos Monsiváis (1938), mientras que la de Patán da principio en Antonio Alatorre (1922) y culmina con Jorge Volpi (1968). Murguía y Beltrán Félix han seleccionado a más de 40 autores nacidos entre 1970 y 1983.
Entre los ensayistas escogidos cabe distinguir a algunas de las familias intelectuales que, de no mediar algún trastorno mayúsculo, dominarán la escena literaria en los próximos años. Saltan a la vista, en primer término, aquellos escritores que ya han destacado en el mundo de la edición y en el periodismo literario, como Luis Vicente de Aguinaga (1971), un buen poeta que además cuenta con sólidas credenciales académicas y ha seguido trabajando en Juan Goytisolo y en sus hermanos.
También aparece, en El hacha puesta en la raíz, un ensayo de Rafael Lemus (1977), dueño del temperamento crítico más enérgico de su generación y quien en esta ocasión habla de Mario Bellatin, un narrador con cuyo fraseo y en su solipsismo, se identifica. No olvido a Vivian Abenshushan (1972), ensayista que practica un sentido del humor que no puede ser sino del orden moral. Y a Antonio Ortuño (1976), que habla de Beckett (pero no sólo de él) y le preocupa un tema ya clásico en la literatura del siglo pasado: la ética, la política, la responsabilidad intelectual. También aparecen en esta antología ensayos de Humberto Beck (1980), ya conocido por su librito sobre Gabriel Zaid y zaidiano él mismo por su claridad y su sentido común; de Gabriel Bernal Granados (1973), editor y escritor muy sofisticado, hombre de biblioteca, para hablar únicamente de los autores de los que saqué más provecho en una primera lectura.
Entre los ensayistas escogidas por Murguía y Beltrán Félix destacaría yo a Elisa Corona Aguilar, que en "La llegada del Expreso Hogwarts y la sordera de Willy Wonka" exhibe una virtud escasa entre los críticos de la cultura: el optimismo. Ve Corona Aguilar que en la nueva literatura infantil y en el nuevo cine para adolescentes, en Harry Potter y en Charlie y la fábrica de chocolates, de Tim Burton, se registra una importante mutación de los arquetipos narrativos que al fin parecen liberarse de las amarras decimonónicas que el siglo veinte de alguna manera preservó. Y Mayra Ibarra (1972), a su vez, cultiva el ensayo mítico-histórico en "El Adán español y la Eva india", que retoma el formato clásico de Jorge Cuesta y Octavio Paz.
Luis Alberto Arellano (1976), en su turno, presenta unas páginas que honran a la primitiva mayéutica del género, combinando a la vida y a los libros en una sola esencia, que le permite hablar de San Agustín de Hipona y de la enfermedad de su propio padre en un logradísimo ensayo. Y mientras Gabriel Wolfson (1976) se reconoce entre la heredad de Salvador Novo y de Xavier Villaurrutia, en "Para una literatura comprometida", Ignacio Sánchez Prado (1979) habla de J.M. Coetzee, un escritor al que me parece que no hemos leído como ese coetáneo nuestro que es, habitante de la periferia bárbara, premoderna y posmodernismo que es México tanto como Sudáfrica.
Me sorprendió, finalmente, encontrar que tanto Logsang Castañeda (1980) como Rafael Toriz (1983) se refieren, cada uno por su parte, a Hugo con Hofmannsthal, cuya Carta a Lord Chandos tradujo Jaime García Terrés. Ni Castañeda ni Toriz citan esa traducción. Es probable que la desconozcan (se publicó en 1990 y creo que no se ha reeditado). Pero lo que importa es que se aparezca el fantasma. Hace poco leí Genios, de Harold Bloom, libro en el cual el gran profesor de Yale se sentía obligado a explicar a sus alumnos que Hofmannsthal, el poeta simbolista austriaco, era algo más que un libretista de Richard Strauss. Veo que la Carta de Lord Chandos forma parte de la pequeña historia de la lectura en México (que a veces es la gran historia literaria). Esa clase de apuntes pueden tomarse, como aperitivo, de la lectura de El hacha puesta en la raíz, de Verónica Murguía y Geney Beltrán Félix, antología llamada a quedarse en la biblioteca de la nueva literatura mexicana.