Lo traslado acá:
Se trata del último libro que Esther Seligson (Ciudad de México, 1941-2010) vio publicado. Lo comenzó a escribir en el 2000, sin premura fue seleccionando relatos y ensayos que a ella le agradaba denominar simplemente “textos”. Prefería que su prosa no fuera etiquetada con epítetos y clichés vacuos.
Hay que recordar que su obra estaba dispersa y un tanto olvidada en Ediciones Sin Nombre (por lo difícil que resulta distribuir en México los libros de editoriales independientes) hasta que en 2005 el Fondo de Cultura Económica editó la antología de ensayos A campo traviesa, y al año siguiente, Toda la luz, donde recopila varios libros de cuentos y reflexiones. Mucho del camino andado en Toda la luz se halla en estas Cicatrices: la fuerza de una escritura que convoca rigor y erudición, que hurga con pericia en lo onírico y perturbador que puede tener la vida misma, que pone el dedo en la llaga, en los fracasos del ser humano.
El primer relato, “Cuerpos a la deriva”, es un claro homenaje a Marguerite Yourcenar, texto notable al igual que el autobiográfico “Ella, mi madre”. El recurso de la reflexión breve queda acentuado en la segunda parte del libro; aquí se palpa la tendencia de la autora hacia lo fragmenTario y se percibe como devota de Cioran. Porque la literatura de Seligson abarca precisamente vigilias, epitafios, espejismos, fisuras, conjunto de cicatrices que ella define como “concierto de voces insepultas en el insomnio de la memoria”.
Esther Seligson falleció hace una semana. Se sabe que con su agente literario y amigo, Geney Beltrán Félix, dejó una obra inédita (se desconoce si Páramo Ediciones o el FCE la publicarán). Mientras eso ocurre, el lector podrá tener un valioso compendio narrativo que procede de la mejor estirpe literaria.
Seligson probó sin advertirlo las aguas del Leteo que, según cuenta Homero, curan de la razón y del dolor a quien se atreve a beberlas.
Hay que recordar que su obra estaba dispersa y un tanto olvidada en Ediciones Sin Nombre (por lo difícil que resulta distribuir en México los libros de editoriales independientes) hasta que en 2005 el Fondo de Cultura Económica editó la antología de ensayos A campo traviesa, y al año siguiente, Toda la luz, donde recopila varios libros de cuentos y reflexiones. Mucho del camino andado en Toda la luz se halla en estas Cicatrices: la fuerza de una escritura que convoca rigor y erudición, que hurga con pericia en lo onírico y perturbador que puede tener la vida misma, que pone el dedo en la llaga, en los fracasos del ser humano.
El primer relato, “Cuerpos a la deriva”, es un claro homenaje a Marguerite Yourcenar, texto notable al igual que el autobiográfico “Ella, mi madre”. El recurso de la reflexión breve queda acentuado en la segunda parte del libro; aquí se palpa la tendencia de la autora hacia lo fragmenTario y se percibe como devota de Cioran. Porque la literatura de Seligson abarca precisamente vigilias, epitafios, espejismos, fisuras, conjunto de cicatrices que ella define como “concierto de voces insepultas en el insomnio de la memoria”.
Esther Seligson falleció hace una semana. Se sabe que con su agente literario y amigo, Geney Beltrán Félix, dejó una obra inédita (se desconoce si Páramo Ediciones o el FCE la publicarán). Mientras eso ocurre, el lector podrá tener un valioso compendio narrativo que procede de la mejor estirpe literaria.
Seligson probó sin advertirlo las aguas del Leteo que, según cuenta Homero, curan de la razón y del dolor a quien se atreve a beberlas.