"Conoció las mixtas emociones de la escritura: la incertidumbre, la impaciencia, el odio frustrante de sí mismo, el desaliento al luchar con las palabras y sentir que se negaban a hablar con la voz suya.” Con este tono lacónico y puntual describe Geney Beltrán Félix el precario trabajo del escritor en la narración “El cuerpo de Sicrano”, con el que cierra el libro Habla de lo que sabes (Editorial JUS, 2009), su primer volumen de cuentos.
No es casual que alguien que se enfrenta así al lenguaje, en este caso el cartero Sicrano, termine convertido en la materia viva en la que se registra la anécdota; no es coincidencia que en el universo que se despliega en Habla de lo que sabes, Sicrano encarne, literalmente, su historia. Y es que una de las preocupaciones de Beltrán Félix es una línea divisoria: esa frontera porosa que separa al escritor de sus materiales: el lenguaje y el mundo. Para retratar la realidad –por lo menos la de la ciudad y el México vislumbrados por Beltrán Félix– con la abundancia de matices que interesan a este autor, no bastan un registro o un punto de vista: por eso, la escritura en este libro no utiliza solamente el tono austero del párrafo citado: si algo distingue estas páginas es un estilo que se asienta en el ejercicio del contrapunto para crear un sistema de contrastes y reflejos.
A lo largo del libro, Beltrán Félix alterna la prosa elaborada y elegante con el diálogo brusco y natural, que consigna con buen oído los varios idiolectos que se escuchan por las calles de esta ciudad. También turna el ritmo fluido con una cadencia entrecortada en la que el narrador nos detiene, con el uso de paréntesis, para examinar con nosotros lo que considera digno de atención, la parte de la frase que a él le interesa más.
Sicrano escribe, a pesar de que está convencido de la futilidad de la escritura, de la debilidad de los puentes que ésta tiende entre el escritor y quien lo lee. Escribe porque no le queda más remedio. Como otros personajes de este libro, el destino –en su caso convertirse en escritor– se le revela cuando ya no creía en sí mismo y pensaba que la vida era sólo una sucesión de anécdotas banales o terribles.
Los personajes de Habla de lo que sabes viven sus ásperas epifanías en una ciudad tumultuosa, en medio de la pobreza y la indiferencia, resignados a “olvidarse de que el futuro ahí viene, múltiple siempre y presente, nunca”. Porque este es un libro en el que Beltrán Félix, sin temor a revelar preocupaciones de orden ético y social, describe minuciosamente el aire de Apocalipsis que reina en México y sus efectos en el alma. Esto es de agradecerse en estos tiempos, en los que los narradores suelen dibujar las miserias de este país con más temor a mostrar una preocupación ética que a escribir con faltas de ortografía.
Esta minuciosidad, casi naturalista, no está exenta de fantasía: Habla de lo que sabes no es sólo un retrato de nuestras fatigas, nuestras cóleras o nuestras desesperanzas, pues fiel a su talante ensayístico, Beltrán Félix elabora conjeturas, hipótesis que nos comunica, no a través de párrafos discursivos, sino mostrándonos los hechos y acciones de los protagonistas, los inesperados alcances de sus apetitos e indolencias. En algunos casos, estas situaciones llevadas al paroxismo se convierten en historias de fantasmas (“Keppel Croft”), agridulces anécdotas kafkianas (“Este mundo de extraños”) o inquietantes alegorías (“Los perseguidos.”)
El impulso que obliga al autor a ver aquello que los personajes prefieren ocultarse hace que el dibujo de los instantes que preceden a la brutalidad en “Anoche soñé que volaba”, o en “Sara antes del fuego”, sean de una tensión tal, que la violencia final se sienta como una catarsis. Estos cuentos terminan, el primero con suerte de contrariada elegía a la ciudad, “esta bella y agria Ciudad sin remedio”, y el segundo con una oración brevísima que encuentra, como una serpiente que se muerde la cola, su complemento en el título mismo de la historia.
La violencia individual o colectiva, descrita sin adornos. La tristeza y la soledad redimidas por el poder del lenguaje. La dignidad del desamparo, de la soledad, la vejez. La puerta entreabierta de la comunicación. Esta es la apuesta narrativa de Beltrán Félix, un lance en el que el futuro, el que él desea, nace como posibilidad gracias, como él mismo diría, a los poderes del sueño y la imaginación.