El número octubre-noviembre de la revista Buensalvaje, en su edición mexicana, publica en su página 6 mi breve comentario de la novela De puño y letra (Cal y Arena), del talentoso escritor mexicano Luis Arturo Ramos, increíblemente poco valorado a pesar de su muy brillante trayectoria en el campo de la ficción.
De viva voz
Geney
Beltrán Félix
De puño y letra
se titula la última obra, aún inédita, de Orlando Pascacio, el más grande escritor
mexicano contemporáneo. Instalado en la cumbre del poder cultural, Pascacio
muere de un infarto. A los pocos días, el detective Bayardo Arizpe es
contratado por la viuda: el único mecanoescrito de De puño y letra está desaparecido y él debe encontrarlo. Esta es la
premisa de la nueva obra de Luis Arturo Ramos, que inicia como una novela
policial y se convierte en una inteligente reflexión sobre los vínculos de la
cultura y el poder.
Merced a un narrador omnisciente de pulso firme y
seguro, y con una prosa al mismo tiempo precisa y flexible, Ramos se concentra
en las pesquisas de Bayardo, quien así conoce y entrevista a los cercanos del
poeta. Uno de los retos es hacer creíble cómo, con el desarrollo tecnológico del siglo xxi y considerando la estatura literaria del autor, sólo
exista una copia de la obra inédita. La novela resuelve con agudeza el
anacronismo en las costumbres escriturales de Pascacio. El título del libro, De puño y letra, involucra una falsedad:
el poeta no escribe. Dicta. Su dictado es transcrito por su secretaria, amante
y confidente. La trama se desmenuza a partir de la muerte de esta mujer y la
desaparición de los casets que tienen la voz viva del autor con el contenido inalterado
de su obra.
El detective —quien es un poeta medio secreto y
traficante de libros antiguos— se mueve en la ciudad de México, entre la Zona
Rosa y la Colonia del Valle, entornos que la voz narrativa recupera vívidamente
sin apabullar con el dato cronístico. Por otro lado, la novela tiene la
sabiduría de no quedarse sólo en un ejercicio de sátira con el que ajustar
cuentas con la fauna literaria. Aunque algunos personajes son caricaturescos,
la novela nunca los pierde de vista como seres dominados por intereses,
rencores, frustraciones. Por esto la trama consigue aumentar el interés en el
devenir de los personajes.
Orlando Pascacio es una ausencia de permanente
relieve (cuando la novela empieza él ya ha muerto): no es una caricatura de
Octavio Paz sino un recurso para trazar con perspicacia un panorama sobre las
relaciones de la poesía con el poder. Una de las aristas más alarmantes de De puño y letra tiene que ver con las
presiones políticas que rigen la validación literaria: un gran escritor muerto
puede terminar elogiando, contra su voluntad, a poetas mediocres y ninguneando
a otros de valía. En un país como este el poder cultural es capaz de trastocar
el juicio crítico hasta de los mayores prohombres: ante tantas catástrofes
anunciadas en los periódicos, y ante un público desinteresado en la literatura,
alterar un manuscrito es un delito insignificante.
En una novela de corte clásico que siempre exhibe
vitalidad, Ramos desarrolla una estructura que se vuelve elocuente por lo que
apenas sugiere: las intrigas de los conspiradores. No se trata sólo de un ardid
de la ficción policial, sino de una forma narrativa que en sí comporta una
declaración política, desesperanzada: la actuación de estos “enemigos de la
literatura” siempre se quedan en las sombras, y sólo un detective imaginario
podría desenmascararlos.
Luis
Arturo Ramos, De puño y letra, Cal y
Arena, México, 2015.