jueves, marzo 26, 2009

La prosa, como la vida


La prosa, como la vida. Ésa sería la divisa de La grande o, en general, de la narrativa de Juan José Saer (1937-2005). Hay un narrador en —¿cómo es posible?, lo creíamos pasado de moda— tercera persona. Meticuloso y preciso, deja ver una atención privilegiada por lo sensorial: describe cómo una mujer cose un botón en una blusa, cómo un colibrí vuela y todos lo observan. Los sentidos son el eje de la construcción prosística: aquello que una vista obsesiva acumula, glosa, sin filtrar, sin exigirle una pertinencia narrativa. Porque en Saer lo importante no es lo que se narra, sino lo que se crea con la prosa: cualquier escena de cualquier personaje, a lo largo de cualquier día: y la vida, según este narrador, sólo sucede, a menudo sin sobresaltos. Hay un enigma (¿por qué ha regresado Gutiérrez a Santa Fe luego de 30 años?), pero cuya resolución no importa aclarar. Sin profundidad dramática clásica, La grande concentra, así, una sabiduría de lo sensorial y, también, de lo intelectual. Sus personajes tienen pasado pero no drama, no fisuras. Casi no sufren, no se angustian. Existen, caminan, recuerdan, hablan. Tienden a ser personas cultivadas, reflexivas; tratan de descifrar lo real: el devenir. Tanta fijación por los términos de la realidad atañe a quien busca una visión con más pliegues, con mayor consistencia, travesía que toma los tintes de una aventura dramática en sí misma, por derecho propio. Y la vuelve el centro de un arte mayor.

Juan José Saer, La grande, Barcelona, RBA, 2008, Narrativas, 446 p.

La nota anterior se publicó en el más reciente número del suplemento Hoja por Hoja (febrero de 2009), que sigue, tristemente, en hibernación.