La revista Letras Libres de este mes publica un mi texto crítico sobre la novela Los puentes de Königsberg de David Toscana. Aquí dos párrafos del texto:
En su ir y venir entre distintos planos narrativos, Los puentes de Königsberg dejaría ver que el desquiciamiento (ese escapismo que finge una realización ritual) esconde una verdad novelística. Ésta consistiría en lo siguiente: la realidad decepciona; la ficción entusiasma porque, aunque inútil para reparar los desaguisados de aquella, al hacer patente la naturaleza reiterable de todo hecho, termina por hacer factible la identidad de tiempos y lugares. No es sólo un juego lingüístico: Königsberg (temporal, insuficientemente) es Monterrey.
Un tema de Toscana es la violencia sexual: en la extraordinaria Duelo por Miguel Pruneda (2002) y en El último lector (2005), sus personajes se inmiscuyen en una elucubración, entre morbosa y compasiva, sobre el destino de niñas desaparecidas y muertas. En esta nueva obra, Floro y Blasco fabulan sobre el secuestro de seis chicas adolescentes, forzadas para el quizá deleite de políticos pedófilos, mientras un alumno y su maestra ven las calles y puentes de la ciudad alemana usurpar el trazado urbano de la capital norteña. En otra manifestación de la sensibilidad catastrofista de nuestro tiempo, esta Königsberg americana sufre la destrucción europea de 1945, y lo que sigue: “La guerra ha terminado... Nadie diga que escuchó un grito de mujer. Dejen que ellas paguen la derrota de sus hombres”. Este desborde igualitario de la violencia en Prusia y Nuevo León admite entonces una lectura de índole moral. Es ésta: los lugares y hechos pueden repetirse; las personas no.