Edilberto Aldán publicó un texto crítico sobre Habla de lo que sabes en la revista virtual Crisol Plural: aquí el enlace. Y aquí el texto:
Shattertales
Edilberto Aldán
Shatterday. El episodio inicial de la primera temporada de la Dimensión desconocida, la de los ochentas, fue excepcional: Peter Jay Novins está sentado en un bar y decide llamar por teléfono, por descuido, un error fatal, marca su propio número, se da cuenta de inmediato y ríe del equívoco, pero antes de poder colgar, escucha que alguien le contesta, del otro lado de la línea está él mismo: Peter Jay Novins habla con Peter Jay Novins.
El capítulo se desarrolla en forma vertiginosa; a lo largo de seis días presenciamos el trastrocamiento de ese universo, de la certeza de quien cree que le juegan una broma a la dispersión de quien se queda sin nada. Una escena memorable: el protagonista mira la que fuera su ventana, llueve intensamente y, aun así, a través de la cortina de agua, se ve a sí mismo relacionándose con el mundo de una manera distinta, de la manera como quizá debió haber sido siempre. Cuando le reclama a su doppelgänger lo que le está haciendo, éste le contesta que desista y reconsidere, pues gracias a él todo ha cambiado: le llama a su madre, se ha reconciliado con su amante, es mejor persona. La tormenta arrecia y lo envuelve todo.
Pesadilla en la calle. La boca de un túnel vomita a un contador a la calle; éste surge de la estación del metro con la prisa de quien sabe que va a llegar tarde, de quien no necesita verificar la hora en el reloj para saber que haga lo que haga no estará a tiempo. Al contador “lo marea la extrañeza. Se acomoda la corbata, se toca el bigote y luego los lentes. Sus ojos busca en la esquina —tan sólo a diez pasos— el puesto de revistas. Ahí se encuentra ahora una carreta de hamburguesas”. El ahora con que se marca esa mínima diferencia en el paisaje será recordado por el lector a medida que avance en el texto y junto con el protagonista descubra que esa Ciudad en la que se desplaza no es la misma de todos los días; al contador lo desconocen en la oficina, en las calles, incluso la moneda de todos los días es distinta. Aunque la Ciudad a la que fue arrojado pareciera la misma, son los objetos, las circunstancias lo que lo rechazan, su entorno el que le otorga el carácter de ajeno, es él quien ha cambiado y, tal y como ocurre en un sueño, cree que es un sueño. Y a las pesadillas no hay otra forma de confrontarlas que mediante la espera, pero la vigilia no llega, mientras la Ciudad se cierne sobre él y se va “haciendo más pequeña, ve sus oscurecidos contornos acercándose a su cuerpo. Grita, no se escucha a sí mismo: sólo los autos abajo, una jauría de hienas hambrientas.”
Con esa historia inicia Habla de lo que sabes, de Geney Beltrán Félix, sin trampas, sin trucos, con juego abierto, desde la primera página se le avisa al lector lo que le espera si decide seguir con la lectura.
Un lugar extraño. Definiciones de cuento las hay al por mayor; la mayoría parte de mencionar que la palabra proviene del término latino que significa “cuenta”, y enseguida se indica que es una narración breve de ficción. Las innumerables posibilidades de agregar elementos a esas definiciones permiten que cada quien elabore su propia teoría del cuento, que el autor que así lo desee emplee una metáfora para tratar de aprehender eso que acaba de escribir y que todos, de alguna manera, tengan razón.
Es posible encontrar una coincidencia entre todas las definiciones: el cuento es movimiento. Tránsito que obliga a cruzar una frontera y deja en el lector una sensación de extrañeza al ser llevado del lugar donde leemos hacia otra parte, algunas veces como testigos, otras como actores. Ya después se define ese recorrido como realista, de ciencia ficción, policiaco, fantástico, de terror, etcétera. El cuento es un movimiento hacia un lugar extraño que invariablemente nos involucra, y si un cuento es bueno, será memorable, como los viajes.
Esta divagación nada sofisticada acerca de la naturaleza del cuento tiene un propósito: evadir la tentación de encasillar las historias de Habla de lo que sabes en el corsé de “cuentos fantásticos”, que sería lo más sencillo. Abordar la escritura de Geney desde la definición de Todorov y asegurar que estos textos pertenecen a lo fantástico porque los caracteriza “la perplejidad frente a un hecho increíble, la indecisión entre una explicación racional y realista, y una aceptación de lo sobrenatural”. Extender la relación con el subgénero y emparentarlo con Hawthorne para subrayar la profundidad psicológica con que logra escenificar el drama de la conciencia personal de sus creaturas frente al deseo, al miedo o el fracaso, como lo hace en “Keppel Croft”, una visión adolescente, la belleza y la excitación, que irrumpe la vida de un matrimonio; la atmósfera esquizofrénica que empuja en una sola dirección al narrador de “Los perseguidos”, o el proceso deconstructivo en el que sumerge a los personajes de “Perdonados por quién”, donde el fragmento y la metáfora se establecen como única forma de supervivencia. O bien, para hacer crecer el árbol genealógico, buscar en “La hija” de Habla de lo que sabes los reflejos del Wakefield de Hawthorne.
Las historias de este libro invitan a pensar en los mejores programas de la ya mencionada Dimensión desconocida: un cuento como “Hondonada” lo permite, donde algo parecido a lo que le ocurre a Peter Jay Novins se traslada a un aspirante a escritor que espera ser recibido por la gran vaca sagrada. Sin embargo, quedarse en la identificación del subgénero, evitaría subrayar una de las características más importantes (y disfrutables) del libro de Geney: la importancia del lenguaje, el cuidado orfebre con que este autor presenta sus historias.
Densidad. Es un lugar común quejarse de las traducciones, sobre todo en los títulos: ejemplos sobran y son legión. Los casos a la inversa son mucho menos:que la traición del original ayude a comprender y/o establecer los propósitos de una obra no es algo que se lea todos los días. Uno de esos casos afortunados serían las conferencias de Italo Calvino: Lezioni americane. Sei proposte per il prossimo millennio, que en español quedaron sólo como Seis propuestas para el próximo milenio.
Gracias a la facilidad con que se simplifican los valores propuestos por Calvino, el público aprecia por encima de otras cosas que una obra cumpla con alguno de los seis principios (levedad, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad y consistencia). Se exalta, por ejemplo, la levedad y se le coloca como meta a alcanzar: nada como la obra que no pese, que fluya sin dificultad. Por supuesto, se comenta la cita que de Valéry hizo Calvino: “Hay que ser ligero como el pájaro, no como la pluma”.
Por oposición, se desestima cuando a una obra se le exalta por su peso, por implicar un reto al lector. Éste es ya el “próximo” milenio, y la densidad está fuera de moda. Eso es para otra época, cuando se tenía tiempo para encontrar placer en el desafío del estilo.
Sin embargo, los autores memorables, los que llevan de un sitio a otro, los que nos hacen cruzar la frontera de una manera inolvidable, se caracterizan por su densidad, por un estilo propio, donde este valor no está reñido con los otros valores propuestos por Calvino.
Habla de lo que sabes es una provocación: no apuesta a la ligereza ni a la rapidez, arriesga y rivaliza al lector mediante la densidad. En estos cuentos el lenguaje no es el vehículo para la historia, lo importante es el lenguaje, no la anécdota, porque la anécdota va adquiriendo peso, gravedad, en la forma en que los personajes son llevados al límite (físico, psicológico o filosófico) y confrontados con la respuesta a las preguntas que todos nos hacemos. La profundidad de los cuentos de Geney no reside, entonces, en las anécdotas, sino en el planteamiento de las preguntas: ¿quiénes son los otros?, ¿cuándo inició el fracaso?, ¿cómo descubrir la locura?, ¿en qué momento ciframos el momento del cambio irreversible?
Como si no bastara el peso de los cuestionamientos y lo fantástico de las anécdotas, hay un autor obsesionado con el detalle y la descripción. La mirada se detiene en lo superficial para exprimirlo y sumarlo a la esencia de los personajes. Así, por ejemplo, la ciudad es un pretexto, el desastre también; hablar de un terremoto es hablar de la desgracia personal, del fracaso, y la descripción de los objetos o el paisaje son parte del estado de ánimo de los personajes, no un adorno sino una compañía imprescindible.
Densidad es la palabra que mejor define el estilo de Geney Beltrán Félix, un estilo que procura todos los detalles de la puesta en escena y que, además, sabe de los tiempos del cuento. Líneas arriba me referí a que sus textos colocan a los personajes al límite —dos en especial: “Anoche soñé que volaba” y “Sara antes del fuego”.
“Sara antes del fuego” es no sólo un ejemplo de la puesta en escena de la abismación (perdón la palabreja) de sus personajes, sino que además funciona como una muestra del control que tiene Geney sobre su herramienta: sabe qué quiere y cómo escribirlo, en este caso en específico, una pequeña lección de escritura que emplea el arte de titular una historia.
“Anoche soñé que volaba” principia así:
Soñó que iba perdiendo peso y se elevaba: veía los techos grises, negros, rojos de las casas, las láminas de cartón, algunas brillantes de aluminio, los lotes baldíos con sus medias paredes despintadas, los tinacos y tendederos de ropa, y también veía las ventanas y las figuras pequeñas de la gente, los autos y camiones y microbuses, el pavimento y las banquetas irregulares, y veía muy a lo lejos los muchos edificios, sus contornos rotos por la neblina del alba, y creía ver también las residencias con sus jardines y albercas y autos de lujo y, mientras las cosas se iban alejando y perdían toda certeza o realidad diluyéndose en el esmog y la bruma, empezó a llegarle una luz amarillenta.
Reitero: hay aquí la descripción del paisaje urbano más como un estado de ánimo, como una serie de elementos que permiten elaborar el perfil psicológico de los personajes: qué piensa alguien que lo ha perdido todo porque no encuentra cómo lograr la conexión con el objeto de su deseo, de quien no encuentra otro camino para su destino que rendirse a la violencia, violencia que está ya anunciada en esa visión panorámica del primer párrafo. Si fuera necesario recomendar exaltadamente el libro de Geney Beltrán Félix, destacaría “Anoche soñé que volaba” como muestra del control que tiene en la construcción dramática de sus personajes, la capacidad de observación, el cuidado con que el autor va hilando la trama de una anécdota que con facilidad podría despeñarse en el relato hiperviolento, en el relato ramplón de una nota roja.
Ese mismo dominio se refleja en “Ese mundo de extraños”, donde el hacinamiento, la multiplicación absurda de habitantes de un departamento son el pretexto para eludir la saudade, o bien en el texto final “El cuerpo de Sicrano”, relato de abandonos, malentendidos y desencuentros que evita el desenlace melodramático con una sutil vuelta de tuerca que lleva al lector a preguntarse si no es de nosotros de quien está hablando Geney, cuál es esa historia que nadie ha querido leer y si nosotros la comprenderíamos.
Shattertales. El capítulo de Dimensión desconocida al que hice referencia se titula Shatterday, fue dirigido por Wes Craven y está basado en un cuento con el mismo título de Harlan Ellison. Al final de ese episodio, la voz del narrador afirma: “Peter Jay Novins, ambos vencedor y víctima, de la lucha por la custodia del alma de un hombre. Un hombre que se perdió y encontró a sí mismo es un desolado campo de batalla, en algún lugar en la Dimensión Desconocida”.
Habla de lo que sabes cierra con una cita de Alejandra Pizarnik: “Pero no hables de los jardines, no hables de la luna, no hables de la rosa. Habla de lo que sabes. Habla de lo que vibra en tu médula y hace luces y sombras en tu mirada, habla del dolor incesante de tus huesos, habla del vértigo, habla de tu respiración, de tu desolación, de tu traición. Es tan oscuro, tan en silencio el proceso a que me obligo. Oh habla del silencio.” En Habla de lo que sabes, con esta decena de cuentos, Geney Beltrán Félix lo consigue.
El capítulo se desarrolla en forma vertiginosa; a lo largo de seis días presenciamos el trastrocamiento de ese universo, de la certeza de quien cree que le juegan una broma a la dispersión de quien se queda sin nada. Una escena memorable: el protagonista mira la que fuera su ventana, llueve intensamente y, aun así, a través de la cortina de agua, se ve a sí mismo relacionándose con el mundo de una manera distinta, de la manera como quizá debió haber sido siempre. Cuando le reclama a su doppelgänger lo que le está haciendo, éste le contesta que desista y reconsidere, pues gracias a él todo ha cambiado: le llama a su madre, se ha reconciliado con su amante, es mejor persona. La tormenta arrecia y lo envuelve todo.
Pesadilla en la calle. La boca de un túnel vomita a un contador a la calle; éste surge de la estación del metro con la prisa de quien sabe que va a llegar tarde, de quien no necesita verificar la hora en el reloj para saber que haga lo que haga no estará a tiempo. Al contador “lo marea la extrañeza. Se acomoda la corbata, se toca el bigote y luego los lentes. Sus ojos busca en la esquina —tan sólo a diez pasos— el puesto de revistas. Ahí se encuentra ahora una carreta de hamburguesas”. El ahora con que se marca esa mínima diferencia en el paisaje será recordado por el lector a medida que avance en el texto y junto con el protagonista descubra que esa Ciudad en la que se desplaza no es la misma de todos los días; al contador lo desconocen en la oficina, en las calles, incluso la moneda de todos los días es distinta. Aunque la Ciudad a la que fue arrojado pareciera la misma, son los objetos, las circunstancias lo que lo rechazan, su entorno el que le otorga el carácter de ajeno, es él quien ha cambiado y, tal y como ocurre en un sueño, cree que es un sueño. Y a las pesadillas no hay otra forma de confrontarlas que mediante la espera, pero la vigilia no llega, mientras la Ciudad se cierne sobre él y se va “haciendo más pequeña, ve sus oscurecidos contornos acercándose a su cuerpo. Grita, no se escucha a sí mismo: sólo los autos abajo, una jauría de hienas hambrientas.”
Con esa historia inicia Habla de lo que sabes, de Geney Beltrán Félix, sin trampas, sin trucos, con juego abierto, desde la primera página se le avisa al lector lo que le espera si decide seguir con la lectura.
Un lugar extraño. Definiciones de cuento las hay al por mayor; la mayoría parte de mencionar que la palabra proviene del término latino que significa “cuenta”, y enseguida se indica que es una narración breve de ficción. Las innumerables posibilidades de agregar elementos a esas definiciones permiten que cada quien elabore su propia teoría del cuento, que el autor que así lo desee emplee una metáfora para tratar de aprehender eso que acaba de escribir y que todos, de alguna manera, tengan razón.
Es posible encontrar una coincidencia entre todas las definiciones: el cuento es movimiento. Tránsito que obliga a cruzar una frontera y deja en el lector una sensación de extrañeza al ser llevado del lugar donde leemos hacia otra parte, algunas veces como testigos, otras como actores. Ya después se define ese recorrido como realista, de ciencia ficción, policiaco, fantástico, de terror, etcétera. El cuento es un movimiento hacia un lugar extraño que invariablemente nos involucra, y si un cuento es bueno, será memorable, como los viajes.
Esta divagación nada sofisticada acerca de la naturaleza del cuento tiene un propósito: evadir la tentación de encasillar las historias de Habla de lo que sabes en el corsé de “cuentos fantásticos”, que sería lo más sencillo. Abordar la escritura de Geney desde la definición de Todorov y asegurar que estos textos pertenecen a lo fantástico porque los caracteriza “la perplejidad frente a un hecho increíble, la indecisión entre una explicación racional y realista, y una aceptación de lo sobrenatural”. Extender la relación con el subgénero y emparentarlo con Hawthorne para subrayar la profundidad psicológica con que logra escenificar el drama de la conciencia personal de sus creaturas frente al deseo, al miedo o el fracaso, como lo hace en “Keppel Croft”, una visión adolescente, la belleza y la excitación, que irrumpe la vida de un matrimonio; la atmósfera esquizofrénica que empuja en una sola dirección al narrador de “Los perseguidos”, o el proceso deconstructivo en el que sumerge a los personajes de “Perdonados por quién”, donde el fragmento y la metáfora se establecen como única forma de supervivencia. O bien, para hacer crecer el árbol genealógico, buscar en “La hija” de Habla de lo que sabes los reflejos del Wakefield de Hawthorne.
Las historias de este libro invitan a pensar en los mejores programas de la ya mencionada Dimensión desconocida: un cuento como “Hondonada” lo permite, donde algo parecido a lo que le ocurre a Peter Jay Novins se traslada a un aspirante a escritor que espera ser recibido por la gran vaca sagrada. Sin embargo, quedarse en la identificación del subgénero, evitaría subrayar una de las características más importantes (y disfrutables) del libro de Geney: la importancia del lenguaje, el cuidado orfebre con que este autor presenta sus historias.
Densidad. Es un lugar común quejarse de las traducciones, sobre todo en los títulos: ejemplos sobran y son legión. Los casos a la inversa son mucho menos:que la traición del original ayude a comprender y/o establecer los propósitos de una obra no es algo que se lea todos los días. Uno de esos casos afortunados serían las conferencias de Italo Calvino: Lezioni americane. Sei proposte per il prossimo millennio, que en español quedaron sólo como Seis propuestas para el próximo milenio.
Gracias a la facilidad con que se simplifican los valores propuestos por Calvino, el público aprecia por encima de otras cosas que una obra cumpla con alguno de los seis principios (levedad, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad y consistencia). Se exalta, por ejemplo, la levedad y se le coloca como meta a alcanzar: nada como la obra que no pese, que fluya sin dificultad. Por supuesto, se comenta la cita que de Valéry hizo Calvino: “Hay que ser ligero como el pájaro, no como la pluma”.
Por oposición, se desestima cuando a una obra se le exalta por su peso, por implicar un reto al lector. Éste es ya el “próximo” milenio, y la densidad está fuera de moda. Eso es para otra época, cuando se tenía tiempo para encontrar placer en el desafío del estilo.
Sin embargo, los autores memorables, los que llevan de un sitio a otro, los que nos hacen cruzar la frontera de una manera inolvidable, se caracterizan por su densidad, por un estilo propio, donde este valor no está reñido con los otros valores propuestos por Calvino.
Habla de lo que sabes es una provocación: no apuesta a la ligereza ni a la rapidez, arriesga y rivaliza al lector mediante la densidad. En estos cuentos el lenguaje no es el vehículo para la historia, lo importante es el lenguaje, no la anécdota, porque la anécdota va adquiriendo peso, gravedad, en la forma en que los personajes son llevados al límite (físico, psicológico o filosófico) y confrontados con la respuesta a las preguntas que todos nos hacemos. La profundidad de los cuentos de Geney no reside, entonces, en las anécdotas, sino en el planteamiento de las preguntas: ¿quiénes son los otros?, ¿cuándo inició el fracaso?, ¿cómo descubrir la locura?, ¿en qué momento ciframos el momento del cambio irreversible?
Como si no bastara el peso de los cuestionamientos y lo fantástico de las anécdotas, hay un autor obsesionado con el detalle y la descripción. La mirada se detiene en lo superficial para exprimirlo y sumarlo a la esencia de los personajes. Así, por ejemplo, la ciudad es un pretexto, el desastre también; hablar de un terremoto es hablar de la desgracia personal, del fracaso, y la descripción de los objetos o el paisaje son parte del estado de ánimo de los personajes, no un adorno sino una compañía imprescindible.
Densidad es la palabra que mejor define el estilo de Geney Beltrán Félix, un estilo que procura todos los detalles de la puesta en escena y que, además, sabe de los tiempos del cuento. Líneas arriba me referí a que sus textos colocan a los personajes al límite —dos en especial: “Anoche soñé que volaba” y “Sara antes del fuego”.
“Sara antes del fuego” es no sólo un ejemplo de la puesta en escena de la abismación (perdón la palabreja) de sus personajes, sino que además funciona como una muestra del control que tiene Geney sobre su herramienta: sabe qué quiere y cómo escribirlo, en este caso en específico, una pequeña lección de escritura que emplea el arte de titular una historia.
“Anoche soñé que volaba” principia así:
Soñó que iba perdiendo peso y se elevaba: veía los techos grises, negros, rojos de las casas, las láminas de cartón, algunas brillantes de aluminio, los lotes baldíos con sus medias paredes despintadas, los tinacos y tendederos de ropa, y también veía las ventanas y las figuras pequeñas de la gente, los autos y camiones y microbuses, el pavimento y las banquetas irregulares, y veía muy a lo lejos los muchos edificios, sus contornos rotos por la neblina del alba, y creía ver también las residencias con sus jardines y albercas y autos de lujo y, mientras las cosas se iban alejando y perdían toda certeza o realidad diluyéndose en el esmog y la bruma, empezó a llegarle una luz amarillenta.
Reitero: hay aquí la descripción del paisaje urbano más como un estado de ánimo, como una serie de elementos que permiten elaborar el perfil psicológico de los personajes: qué piensa alguien que lo ha perdido todo porque no encuentra cómo lograr la conexión con el objeto de su deseo, de quien no encuentra otro camino para su destino que rendirse a la violencia, violencia que está ya anunciada en esa visión panorámica del primer párrafo. Si fuera necesario recomendar exaltadamente el libro de Geney Beltrán Félix, destacaría “Anoche soñé que volaba” como muestra del control que tiene en la construcción dramática de sus personajes, la capacidad de observación, el cuidado con que el autor va hilando la trama de una anécdota que con facilidad podría despeñarse en el relato hiperviolento, en el relato ramplón de una nota roja.
Ese mismo dominio se refleja en “Ese mundo de extraños”, donde el hacinamiento, la multiplicación absurda de habitantes de un departamento son el pretexto para eludir la saudade, o bien en el texto final “El cuerpo de Sicrano”, relato de abandonos, malentendidos y desencuentros que evita el desenlace melodramático con una sutil vuelta de tuerca que lleva al lector a preguntarse si no es de nosotros de quien está hablando Geney, cuál es esa historia que nadie ha querido leer y si nosotros la comprenderíamos.
Shattertales. El capítulo de Dimensión desconocida al que hice referencia se titula Shatterday, fue dirigido por Wes Craven y está basado en un cuento con el mismo título de Harlan Ellison. Al final de ese episodio, la voz del narrador afirma: “Peter Jay Novins, ambos vencedor y víctima, de la lucha por la custodia del alma de un hombre. Un hombre que se perdió y encontró a sí mismo es un desolado campo de batalla, en algún lugar en la Dimensión Desconocida”.
Habla de lo que sabes cierra con una cita de Alejandra Pizarnik: “Pero no hables de los jardines, no hables de la luna, no hables de la rosa. Habla de lo que sabes. Habla de lo que vibra en tu médula y hace luces y sombras en tu mirada, habla del dolor incesante de tus huesos, habla del vértigo, habla de tu respiración, de tu desolación, de tu traición. Es tan oscuro, tan en silencio el proceso a que me obligo. Oh habla del silencio.” En Habla de lo que sabes, con esta decena de cuentos, Geney Beltrán Félix lo consigue.