Y mientras, ¿qué habrá allá fuera? —levanta la vista, sólo hay la pared. Con él, sin él, la Ciudad será la misma: la Ciudad y su gente, toda ella atrapada en la guerra civil incruenta, inmersa en su existencia de capitulación y mezquindad, viejos y niños, hombres y mujeres que ya nada esperan, ya no vuelven la mirada hacia ningún lado que no sea el instante inmediato, ése que les exige ser esclavos obedientes de su hambre, su avaricia, su lujuria, que los lleva a esconderse a sí mismos la realidad de su penuria propia, su corrupción íntima, todos ellos sin futuro, sin dioses dentro de sí; la Ciudad con sus calles sucias y grises, los edificios descuidados y envejecidos, los muchos autos persiguiéndose a velocidad muy baja, atrapados por avenidas cada vez más estrechas, la Ciudad tapizada en sus cielos por coágulos de magma gris detenido, la Ciudad cayéndose dentro de sí misma, hundiéndose en sus banquetas resquebrajadas, los grandes árboles que ya no caben entre las avenidas y los cables y los anuncios espectaculares y luminosos, el desaliento en forma de agria virulencia, la agresiva cara de los días en el metro, el microbús, las calles: la Ciudad invicta en su frialdad, incivil cripta.
Fragmento de Cartas ajenas