Poema de Audomaro Ernesto Hidalgo
A esta hora los vecinos toman cerveza y ríen,
escuchan música de vecindario.
No quisiera
llorar esta noche en casa
pero me ha conmovido tanto la noticia
que tengo ganas de permanecer
solo, meciéndome en la hamaca.
Pensaba hablarte por teléfono,
preguntarte por tus cosas,
tu próximo viaje,
sin embargo la línea ha preferido el silencio
que comunicarme contigo.
Quisiera que todo esto fuera mentira.
Quisiera creer profundamente en la felicidad.
Me gustaría ayudarte a cargar las bolsas de la despensa
y caminar juntos hasta la puerta de tu casa.
Trato de controlar estas ganas de quebrarme
por esta puñalada repentina en un costado,
porque lo tuyo se parece mucho a una herida honda.
Busco la manera de defenderme del mutismo que me rodea
a pesar de que se escuchan autos y bailan los vecinos,
pero el problema de uno es adentro,
en esa parte oscura que también somos,
y que es necesario mirar aunque nos duela.
He preferido no preguntar.
Quién podría conocer mejor que tú
el olor del té esa mañana,
el sol que dora las plantas,
lo que debías hacer ese día
y los siguientes.
Alguien podría darme detalles.
No quiero saberlos,
odio las especulaciones,
no tolero a quienes hablan por hablar.
Apenas si podía creerlo, leí varias veces tu nombre
para ver si se alteraba el orden de las letras.
No. Nada. Es cierto.
Caminaré por la colonia,
entraré a la cafetería en frente de tu edificio,
imaginaré verte salir de casa o llegar de tus clases.
Voy a contar hasta diez
y luego
jugaré a buscarte como a una niña que ha elegido
el último escondite.
(Este poema de Audomaro Ernesto Hidalgo, escrito a la muerte de Esther Seligson, fue publicado en el más reciente anuario del Programa Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. La fotografía de aquí arribita es de Esther y su hermana Silvia, de niñas.)