domingo, octubre 19, 2014

Sobre Cualquier cadáver

Diego José publicó ayer sábado un texto crítico de mi novela Cualquier cadáver en el suplemento cultural Laberinto. Aquí el texto:


Cuando la literatura importa
Diego José

La difícil mixtura entre fatalidad, culpa y conciencia, aunados a un contexto histórico convulsionado y a una visión muy precisa de la complejidad humana, produjeron personajes literarios inolvidables como Kurtz, Stupen o Meursault. El crítico Geney Beltrán Félix —a quien vale la tarea de leer— ha expuesto en reiterados ensayos sus intereses como lector en la búsqueda de una literatura que enfrente la realidad sin atavismos estetizantes, desde las inmediaciones de una postura reflexiva del escritor: «el novelista tiene la obligación de identificar ‘posibles nuevos horizontes de la conciencia’ para entender por qué actuamos como actuamos y cuáles son nuestros límites y contradicciones».

            Su postura ataca, tanto a una literatura pensada desde la superficie como a una narrativa artificiosamente difícil que desemboca en lo intrascendente. No habla de temas elusivos o necesarios, no exige «la gran novela» de nuestra época que pueda descifrar los orígenes de la corrupción nacional ni la verdad última de los conflictos sociales, más bien, demanda una visión honesta que constituya el epicentro de la novela como aportación del escritor con su tiempo. Los temas coyunturales, gratuitos o falsamente comprometidos han ocupado el blanco de su mordacidad crítica: «Literatura que no es crítica de la vida en su sentido más amplio es literatura muerta».

            En el caso de Geney Beltrán, el crítico y el narrador son indivisibles, y esto se confirma en su reciente novela: Cualquier cadáver. Más allá del tremendismo retratado en la historia que relata, el personaje, enervante por el límite al que ha sido expuesto, desarrolla un cuestionamiento de hondura en distintos aspectos cruciales: la condición de las víctimas, la conciencia individual trastocada y las posibilidades de la escritura. Para Emarvi, la dificultad no estriba solo en la aceptación de los hechos (el secuestro y el asesinato de su hijo) sino en la responsabilidad del abandono, en su fracaso como padre e hijo, en su deserción a toda forma de compromiso con la realidad.

Primo Levi observa y analiza con una objetividad pasmosa el proceder de uno de sus compañeros en La tregua, y concluye: «Contemplar el comportamiento de quien actúa no de acuerdo con la razón sino según sus impulsos más profundos, es un espectáculo de interés extraordinario, semejante al que disfruta el naturalista que estudia las actividades de un animal de instintos complejos». ¿No es este el sentido último de imaginar al ser humano en sus propios límites, uno de los argumentos en favor de la literatura?

            Los temas centrales de Cualquier cadáver son la fatalidad, la culpa y la conciencia de la desgracia. Cada uno de los sucesos padecidos por el personaje Emarvi implican el trazado de un destino donde lo improbable se torna posible en la ficción; el personaje no emprende una lucha contra la injusticia ni contra el inmerecido dolor, sino que azuza contra sí toda la inclemencia de que ha sido sujeto. El desbordamiento de la realidad: lo intolerable, aquello que Simone Weil sentencia: «La desgracia obliga a reconocer como real aquello que no creemos posible».

¿Puede la novela, como arte, es decir, como una creación imaginaria, restaurar al individuo, frente a la violencia real del mundo?  Vuelvo al crítico: «La apuesta, el riesgo, la ambición consiste en cambiar el mundo, cambiando a través de la escritura la idea que el lector tiene del mundo».

Cualquier cadáver toma el riesgo de orientar su excesiva aspereza temática, verbal y sintáctica para confrontar al lector; también para desechar tanta narrativa autocomplaciente que usa la violencia mediatizada como moda. El acento, más allá de las circunstancias en que se inscribe la novela, está en las inquietantes preguntas que Emarvi descubre: ¿es posible comunicar el dolor?, ¿puede la escritura hablar sobre la desgracia?, ¿qué significa novelar? Las respuestas crean una cerradura: ética y estética. No ideológica ni estilística, sino vinculada con el carácter y el espíritu de una obra que asume de manera crítica, tanto la herencia lingüística, literaria e histórica, como su propia visión del mundo.

El planteamiento sugiere que una novela como Cualquier cadáver aspira a diferenciarse del periodismo amarillista (aún cuando su lenguaje alude a una sobreexposición de los horrores registrados por los medios), de la corrección social y de los clichés pesimistas que abogan por el sinsentido del mundo en un período fácilmente denominado de «post-ética». Otra vez, la respuesta y la restauración la propone Simone Weil: «Decir que el mundo no vale nada, que esta vida no vale nada, y poner como prueba el mal, es absurdo, porque si esto no vale nada, ¿de qué nos priva entonces el mal?».

Geney Beltrán Félix entrega con Cualquier cadáver una novela en contrasentido a la negación de esta posibilidad reivindicativa de la ética del escritor (no tanto como intelectual sino como creador de historias que desmenuzan la belleza y el horror humanos) como lo han venido haciendo sus maestros: Kertész, Oé, Coetzee, Jelinek, Müller. Le toca al lector asumir el riesgo de la lectura, aceptarla, procesarla y dictaminar si este trabajo cumple, primero con las exigencia e intenciones del escritor —un escritor distinto— y después, si al estremecerlo puede proporcionarle una mirada distinta del mundo, no necesariamente mejor sino auténticamente distinta.