La revista Nexos, que inicia nueva época, con Héctor de Mauleón como subdirector, incluye en su número de enero mi texto crítico «Otra forma de epilepsia», sobre la novela Electricidad, del narrador británico Ray Robinson (Sexto Piso, 2008).
Aquí, un párrafo:
Una pregunta final: ¿qué quiere decir “epilepsia”? Electricidad no encubre alegorías, pero ese desorden parece referirse a la interiorización de los demonios familiares que se recolectan en la infancia. Ese propio rostro convulso, que Lily ve en las fotografías tomadas por el novio, le recuerda el de su madre. La epilepsia funcionaría —odio incurrir en conclusiones trascendentales pero no me resisto a perpetrar la siguiente— como una metáfora del pasado que vive en el presente. Esa electricidad que estremece los músculos viene de muy lejos, y es el peso de la herencia y la infancia, que hace trastabillar al individuo aunque sin condenarlo al fracaso ni a la inmovilidad. En efecto: ¿qué es narrar sino revivir, como ataques de musculosa energía, los hechos pretéritos? ¿Qué sería de la ficción sin el pasado? A diferencia de quienes, marinettianamente, buscan negar en literatura cualquier nexo con lo anterior, creo que toda narrativa es pasatista en un sentido ineludible: cualquier relato inmiscuido en el diálogo belicoso con el presente desarrolla una conciencia inquietada sobre la fuerza del pasado —el ayer que vuelve— en cada respiro actual, en cada simple paso. Narramos porque el pasado a fuerzas y de todas formas permanece, y en el relato está la posibilidad, no de darle oxígeno a un cadáver enemigo, sino de revelar aquello que, disfrazado en el ahora, continúa transmitiendo su violencia, una epilepsia no física: memoriosa, emocional. No es la letra, al revivirlo, cómplice inconsciente del pasado; es su testimonio, pruebas para el conocimiento en torno de la identidad humana.