La semana pasada muchas cosas me salieron mal (no todas, por supuesto). Entre las positivas (hay una que no comentaré, evidentemente), estuvo el encontrarme con dos grandes amigos: César Silva, narrador y doblemente poeta, y Luis Guillermo Robles, editor hermano con quien hacía rato no platicaba. Luis Guillermo, quien vive en la Del Valle, me prestó una novelita de Ivo Andric (la "c" lleva acento pero no lo hallo) que devoraré estos mismos días. A este autor lo leí gracias a mi carnal Paco Alcaraz, que me prestó
Un puente sobre el Drina y
Crónica de Travnik.
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Ahora que regresé de Culiacán (hace rato, de hecho, que regresé de Culiacán: unos 20 días), traje bastante machaca, chilorio y chorizo súper. Ah, y un queso ranchero de El Carrizalejo. Y me he dedicado a cocinar. Una receta que cada vez me queda mejor es el choriqueso con papas. Anoche lo preparé de nuevo y, sí, la diferencia la hace el queso, que cada vez está más bueno, ya no tan fresco.
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"Eres aglutinante", me dijo mi tarotista personal hace poco. No, digamos, me sentí como el alemán o el náhuatl. Pero se refería a que tiendo a reunir gente dispar. Y he ahí una definición del editor: aglutinar hospitalariamente las voces de los demás, a veces enfrentadas. Esto respondería a la crítica de
Letras Libres, en pluma de Noé Cárdenas, a la compilación
El hacha puesta en la raíz, que con Verónica Murguía publiqué en Tierra Adentro el año pasado. Por cierto, esta reseña de junio no la comenté en este noblogcito porque se publicó, muy adhocmente, cuando me estaba separando y mudando. Uf, tiempos difíciles. Hoy, más tranquilo. Vivo por un rumbo que me gusta mucho, estoy cocinando seguido, leo y escribo a raudales (no tanto, alas!, como quisiera) y... en fin, me irá mejor aún, espero.