jueves, agosto 25, 2005

Personaje de Svevo

Chi può togliermi il diritto di parlare, gridare, protestare? Tanto piú che la protesta è la via più breve alla rassegnazione.

Italo Svevo, «Il vecchione»

martes, agosto 23, 2005

Macedonio Fernández o la escritura contra el miedo

En el mismo dossier macedoniano publicado el domingo pasado en La Jornada Semanal, apareció mi ensayo «Macedonio Fernández o la escritura contra el miedo». A continuación dejo aquí los primeros párrafos.

Uno de los aspectos más intrigantes en la figura del argentino Macedonio Fernández (1874-1952) consiste en lo que se podría llamar su condición de escritor renegado, antiescritor o escritor contra sí mismo. La suya es una situación paradójica: legó una obra valiosa, compleja y polifacética a pesar de su nulo interés, en vida, por construirse un nombre dentro del canon literario nacional o hispánico –y ya no digamos universal–. A diferencia de su discípulo Jorge Luis Borges o de Octavio Paz, que llegaron a hacer de su nombre casi casi una marca registrada, Macedonio Fernández fue muy descuidado, por decirlo con un eufemismo, en lo que concierne a la publicación y difusión de su obra.
La desidia editorial de Macedonio provoca el extrañamiento debido a que llega a parecer una irresponsabilidad de parte suya. Digamos: un escritor con la originalidad, tajante claridad e independencia de sus ideas filosóficas y estéticas, con su humor ilógico y sorprendente, su obsesión por el género de la novela y sus profusos 78 años de existencia, podría haber puesto un mayor empeño en domeñar su a ratos afásico estilo y, sobre todo, en promover y vigilar la publicación de sus textos. ¿Qué necesidad había de que el mundo esperase a 1967, 15 años después de su muerte, para conocer la primera edición de Museo de la novela de la Eterna, su obra mayor, la summa de sus inquietudes intelectuales, búsquedas estéticas y temas reiterados? ¿Qué habría pasado si su hijo, Adolfo de Obieta, se hubiese negado a hacerla de Max Brod porteño?
Sabemos que la indiferencia y el escaso reconocimiento amargaron los años de madurez de, por ejemplo, Felisberto Hernández y Luis Cernuda. El prólogo del Persiles revela a un Cervantes no del todo conforme con la imagen de escritor segundón que de sí tenía su época, él que sabía lo que había escrito. Herman Melville e Italo Svevo dejaron el oficio, el uno para siempre y el otro por muchos años, debido al rechazo de los lectores de su tiempo. En el personaje Karmazinov de Los demonios, Dostoievski hace una parodia despiadada de Ivan Turguénev, a quien envidiaba, entre otras muchas cosas, por su éxito de lectores. Incluso Thomas Mann, escritor de precoz fama, llegó a reflexionar en un momento sobre las diferencias que existían entre las obras de los autores que obtienen y en las de los que no obtienen el reconocimiento a lo largo de su vida. Se trata, pues, de un aspecto de no escasa importancia.
En el caso de nuestro raro escritor argentino, como señala Enrique Flores en la primera página de su libro Los tigres del miedo, «esa aparente indiferencia... pesó, sin duda, en el destino ulterior de su obra». Aunque también es cierto otra cosa: los ejemplos de Franz Kafka y Fernando Pessoa, contemporáneos de Macedonio Fernández, enseñan que las obras literarias fundamentales más temprano que tarde llegan a ocupar su sitio canónico en el panorama de la cultura universal, por encima del desinterés de su autor por entregar sus textos en la mejor condición a los lectores probables. Aun así, hemos de aceptar que en el devenir póstumo de los escritos de Macedonio ha imperado una justicia paradójica: su obra ha recibido los elogios y los estudios que, dada la complejidad diríase aristocrática –si no es que autista– de su obra, podrían esperarse. No es un Borges, pues, no es un autor –ni lo será nunca, me aventuro a decirlo sin gran riesgo– central en el canon. Pero su obra presenta elementos de interés y actualidad para la reflexión y la creación literaria. Se trata de un «escritor para escritores»... y gente de esa ralea. Entre ellos, ensayistas de la lucidez y rigor de Enrique Flores.

lunes, agosto 22, 2005

Sobre El biógrafo de su lector

Ayer domingo se publicó en La Jornada Semanal un dossier titulado «Macedonio Fernández contra sí mismo». Uno de los textos es el siguiente, de Miguel Ángel Quemain sobre mi libro El biógrafo de su lector. Lo incluyo aquí, apelando a tu indulgencia, porque he aprendido pronto que todo blog que se respete debe cumplir su papel de egoteca personal. ¡Qué decadencia, pardiez!

Miguel Ángel Quemain

Como en toda buena novela, sea la primera o la última, la ficción crítica de Geney Beltrán Félix (El biógrafo de su lector. Guía para leer y entender a Macedonio Fernández, México, Fondo Editorial Tierra Adentro, 2003) arranca con una advertencia que en pocas palabras condensa y promete el desarrollo de una obra cargada con múltiples registros literarios: estamos frente a un escritor anómalo, secreto, un escritor para escritores, cuyas curiosidades, inclinaciones, perseverancias y variaciones lo colocan como un caso "interesante y contradictorio de la literatura hispanoamericana del siglo XX".
Geney afirma que Macedonio Fernández es un escritor para escritores, es decir, un autor que, queriéndolo o no, es un centinela de la tradición, un transgresor de la tradición, un continuador de la tradición, y es precisamente en ese punto que se torna fascinante la aproximación de Geney, porque la Guía... no sólo orienta al interesado lector, al posible lector, al imposible lector único, sino que también es un mapa en el que se encuentra muy sutilmente trazada la ruta del pensamiento crítico que da origen al libro.
Hay una preocupación constante en el libro: la actualidad y vigencia del pensamiento literario, las indagaciones y la literatura de Macedonio Fernández. Geney afirma:

En cuanto a la actualidad de sus ideas, se puede aseverar que el aspecto más importante de su obra, el cuestionamiento permanente del texto que se vuelve sobre su propia escritura, se halla presente en la novelística posterior a Macedonio de manera innegable: la obstinada conflictividad de los narradores argentinos de la segunda mitad del siglo XX con el género de la novela constituye por sí sola una prueba convincente y provocativa.

Geney lee con claridad que la reflexión macedoniana es una forma de abolir el realismo imperante en su tiempo, y también en el nuestro, ya que "toda copia realista es inexacta o fallida, debido a que la vida posee ya por sí sola una variada riqueza de asuntos que el arte –cualquier arte– jamás lograría igualar".
Cito al autor del ensayo, en líneas que hablan de la novela realista: "su pretendida verosimilitud le hace creer [al lector] que está presenciando la Vida y no una ficción. A este tipo de novela el autor [Macedonio] la llama ‘novela mala’, pues ante ella el lector no necesita hacer ningún esfuerzo intelectual importante y, por lo mismo, no se involucra en la hechura del texto, el cual sólo propicia una identificación sentimental con la historia que relata". Me parece fundamental esta caracterización de la novela realista pues le permitirá al autor cumplir con uno de los propósitos del ensayo, que consiste en mostrarnos la biografía del lector que la lectura de Museo de la novela de la Eterna construye cada vez que es leída y mostrar los procedimientos a través de los cuales la Tradición es asimilada y modificada por un autor de la envergadura de Macedonio Fernández.
Geney no escatima el recuento de los recursos provenientes de la tradición para examinar esta novela y mostrar cómo se afirma una literatura a partir de la negación del realismo novelístico: "la técnica del personaje prestado, la técnica de personajes leyentes, el efecto conciencial en el ‘lector’, el comienzo impedido, el final abierto, la anulación de la verosimilitud ‘alucinatoria’, etcétera". Pero todos estos recursos, como bien acota el ensayista, "ya pueden encontrarse en Cervantes, Sterne, Diderot, Machado de Assis, incluso Unamuno... ¿dónde se halla, entonces la innovación radical de Museo...?" Y Geney responde: "fuera del texto", en el lector, "sin la participación activa, despierta, cooperativa del lector, Museo... no adquiere el menor sentido. El papel central del lector-personaje para seducir la complicidad del lector convierte a Museo... en una ‘biografía del lector’, en la obra en que el lector será por fin leído", y cita a Fernández que escribe:

reconóceme que esta novela por la multitud de sus inconclusiones es la que ha creído más en tu fantasía, en tu capacidad y necesidad de completar y sustituir finales. Exceptuando yo, ningún novelista existió que creyera en tu fantasía. La novela completa, que es la más fácil, la única usada en el pasado, aquella toda del autor, nos tuvo a todos como infantes de darles de comer en la boca. De esta omisión irritante y de pésimo gusto, tomáos libre resarcimiento en la mía.

Es preciso señalar este aporte porque en este cumplimiento se sostiene un aspecto fundamental del libro que consiste en la distinción entre tradición y novedad, continuidad y originalidad.
Por otra parte, hay por momentos un mimetismo de la prosa de Geney Beltrán con la de Macedonio Fernández, una voluntad de apegarse a su sintaxis, a un orden donde las preposiciones, los conectivos, los artículos han sido alterados sin que el significado de las oraciones cambie, pero sí su sentido hacia un viraje poético, altamente sintético. Leo este ejercicio y esta mimesis como una devoción profunda de Geney a su "objeto" de estudio, si es que podemos llamar "objeto" a la literatura de Macedonio Fernández que de tan viva late todavía, como un corazón fresco en las manos del lector del siglo XXI. También lo leo como un enamoramiento de esa prosa que ha sido descifrada y que se convierte en cuerpo, en el cuerpo que anima la mano de Geney que parece escuchar una especie de dictado que procede de "un ponerse en el lugar del otro", como si por momentos fuera el amanuense de un Macedonio que acepta seducido el desafío de reordenar la génesis de su pensamiento literario.
Si refiero estos detalles que me llaman tanto la atención es porque en muchos momentos me da la impresión de que la lectura de Geney sobre Macedonio es un lúdico pretexto para llamar la atención sobre las sombras y peligros que acechan el quehacer literario de hoy tan contaminado por la grandilocuencia, los falsos valores y autores hiperinflados por el comercio y la mercadotecnia editorial.

jueves, agosto 11, 2005

De Perorata del apestado

Angelo diceva que la morte è un paramento di fumo fra i vivi e gli altri. Basta affondarci la mano per passare dall’altra e trovare le solidali dita di chi ci ama. Purché si lascino péste, uste, minuzie che conservano il nostro odore. Fu forse questo pensiero che lo spinse ad affidare a una suora una filza di lettere con date fittizie, da spedire una alla volta due volte l’anno. In esse narrava il romanzo futuro di sé, vantava paternità, impieghi, successi; annunziava indisposizioni da nulla che nella puntata dopo erano già guarite e remote. Sua madre —ci spiegava– sarebbe vissuta più a lungo, aspettando a ogni scadenza il posticcio messaggio in cui si prolungava indefinitamente l’eco della cara voce scomparsa. Sarebbe stato per lei come avere un figlio oltremare, a San Paolo, a Little Italy. Lei morì subito dopo di lui, tuttavia, e suor Tarcisia, se non l’ha saputo, continua certo ancora oggi a impostare queste inferie di un morto a una morta, che nessun postino potrà mai restituire al mittente (ma fra noi vivi che ci scriviamo, le parole servono forse di più? Ed è poi sicuro che sia suono la vita e silenzio la morte, e non invece il contrario?).

Gesualdo Bufalino, Diceria dell’untore

viernes, agosto 05, 2005

Y este siglo también

Ce siècle est un tel ciel tragique où les naufrages
Semblent écrits d’avance...

Verlaine, Sagesse, XIII