lunes, noviembre 28, 2011

Cartas desde una época sin heroísmo

También incluye, la revista Luvina de invierno 2011, un texto crítico de Enrique Padilla sobre mi novela Cartas ajenas
Aquí un breve fragmento:

La primera novela de Beltrán Félix exhibe la pena, el sinsabor de la anarquía institucionalizada; la sensación, tan en boga, de vivir al borde de cualquier anodino abismo. Ésta, una de las mayores apuestas de la novela, se ve ganada con creces, y en los capítulos finales del libro da pie a verdaderos alardes narrativos. 

La varia invención de Esther Seligson

La revista Luvina, en su número de invierno 2011, publica un texto crítico de Jezreel Salazar, sobre el libro Escritos a mano, de Esther Seligson. 
Aquí un breve fragmento:

Difícil disociar cada uno de los textos que componen el libro de un universo personal y elíptico: breves relatos que parecieran tener la cualidad del «esbozo», poemas que registran experiencias en fechas o lugares específicos, aforismos que remiten a búsquedas interiores, textos de análisis que no renuncian a la subjetividad, o incluso —y paradigmáticamente— entradas de un diario. Por la manera en que está estructurado el libro, pareciera que estamos ante el cuaderno personal de la autora, en el cual a un fragmento narrativo le sigue un texto lírico, y a éste una anotación ensayística. No obstante, en medio de esa heterogeneidad construida por fragmentos, se mantienen un estilo y una voz que se halla todo el tiempo en búsqueda de la revelación precisa, una revelación que pasa al mismo tiempo por las confesiones y los hallazgos de la escritura. Por decirlo de algún modo, el libro nos recibe con esta consigna: si escribir es exponer el mundo interior y fracturado a ojos espías, leer es buscar en la intimidad ajena el mapa que nos descifra, que pueda otorgarnos sentido, coordenadas.

martes, noviembre 22, 2011

El fabulador en octosílabos

Desde que leí Juguete de nadie, quedé deslumbrado. Me puse a buscar los demás libros de Daniel Sada, y así llegué a Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, una obra prodigiosa. En aquellos tiempos, yo creía querer hacer una maestría. Como originalísimo proyecto de tesis, propuse estudiar la prosa de Guimarães Rosa y Sada, pero aunque fui aprobado, no me quedé más de un semestre en la Universidad. Sin embargo, lo que sí hice fue escribir un ensayo sobre la prosa rítmica de Daniel Sada, a partir de un experimento: analizar estilísticamente la primera página de Albedrío. El texto lo escribí en 2002 y se publicó al año siguiente en la Revista de Literaturas Populares. La liga es ésta.

sábado, noviembre 19, 2011

Hasta siempre, querido maestro

Daniel Sada acaba de morir, luego de una larga enfermedad. Nació en 1953 en Mexicali. Publicó varios de los libros más importantes de la narrativa en lengua española de las últimas décadas, como Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, Casi nunca y Registro de causantes. Y además de un extraordinario escritor, Sada fue un maestro exigente, generoso y siempre divertido. Hasta siempre, querido Daniel.

El cuerpo y sus deformidades

En el más reciente número de la Revista de la Universidad de México, Nadia Villafuerte publica un texto crítico sobre la novela Moho de Paulette Jonguitud Acosta y el libro de cuentos Enfermario de Gabriela Torres Olivares.


miércoles, noviembre 16, 2011

Fraguas

La sección de crítica Fraguas, de la revista Tierra Adentro de octubre-noviembre, incluye textos críticos:
* de Jorge Solís Arenazas, sobre Los poemas de Maximus de Charles Olson (Mangos de Hacha);
* de Roberto Cruz Arzabal, sobre Lugar de residencia de Daniel Bencomo (Tierra Adentro), Crónicas del Minton's Playhouse de Jesús Ramón Ibarra (Conaculta) y Catábasis exvoto de Carla Faesler (Bonobos);
* de Claudina Domingo, sobre Verso y prosa de Luis Rius (FCE);
* de Joaquín Guillén Márquez, sobre Hombre de poca fe de Gilma Luque (Mondadori), Moho de Paulette Jonguitud Acosta (Tierra Adentro) y A ras de vuelo de María Antonieta Mendívil (Tusquets);
* de René López Villamar, sobre La versión de Barney de Mordecai Richler (Sexto Piso);
* de Daniela Tarazona sobre Flaubert, Joyce y Beckett. Los comediantes estoicos de Hugh Kenner (FCE); y
* de Guillermo Espinosa Estrada sobre Mudanza de Verónica Gerber Bicecci (Taller Ditoria).

También hay notas críticas de los libros:
* Antología de la poesía italiana contemporánea, compilación de Emilio Coco (La Cabra/Conaculta/UANL), comentada por Xitlalilt Rodríguez;
* La peste, de Armando González Torres (El Tucán de Virginia/Conaculta), revisado por Daniel Orizaga Doguim;
* La sirvienta y el luchador, de Horacio Castellanos Moya (Tusquets), comentado por Alejandro Gaspar;
* Alas de gigante, de Agustín Cadena (Ediciones B), leído por Elisa Corona Aguilar; y
* Prendida de las lámparas, de Elena Guiochins (Juan Pablos/Conaculta), comentado por Lucía Leonor Enríquez.

viernes, noviembre 11, 2011

En San Cristóbal y Tuxtla

La semana próxima viajaré a Chiapas, uno de los estados más bellos de México, para participar en el Festival Internacional de Letras Jaime Sabines. El lunes 14, a las 17:15, participaré con Víctor Cabrera, Jorge Fernández Granados y Mónica Lavín en una mesa de discusión sobre literatura latinoamericana actual. Esto será en la Sala de Bellas Artes Alberto Domínguez, en San Cristóbal. En ese mismo foro, a las 19:00 horas, habrá una mesa de lectura de obra en la que estarán Nadia Villafuerte, Mónica Lavín, Juan Álvarez, Víctor Cabrera, Yolanda Gómez Fuentes y Mikeas Sánchez.El miércoles 16, a las 17:15, en el Auditorio del Centro Cultural de Chiapas Jaime Sabines, en Tuxtla-Guitérrez, estaré en una mesa de lectura de obra con Víctor Cabrera, Yolanda Gómez Fuentes y Angelina Sayul. A las 18.30 habrá otra mesa de lectura, con Nadia Villafuerte, Enriqueta Lunez, Claudia Posadas y Héctor Cortés Mandujano.
El programa completo: aquí.

miércoles, noviembre 09, 2011

martes, noviembre 08, 2011

Al norte del absurdo

La revista Letras Libres, en su número de noviembre, incluye mi texto crítico "Al norte del absurdo", sobre la novela A la vista, de Daniel Sada. Aquí dos párrafos:
Quizá no advierto que Sada evoluciona aplicando reglas nuevas, y que ahora sustituye la tensión dramática con el absurdo. En Ese modo que colma (2010), lo inverosímil lucía funcional porque se trataba de cuentos: la distancia corta no exige la resistencia de doscientas páginas. En A la vista, este absurdo se apoyaría en un rasgo temático de toda la obra de Sada: la frialdad de los lazos interpersonales. Tal vez la clave se halle en un episodio: luego de la muerte de su madre, Noemí, la sobrina de Sixto, se muestra insensible y no lleva prisa por notificar a nadie ni hacer ningún trámite: deja durante la noche el cadáver a la intemperie, solo cubierto por cobijas. Su conducta no es regañada, ni siquiera advertida por los demás personajes. Episodios así –no es el único– hablarían de una percepción de lo deshumanizado en los motivos y las acciones individuales, y explicarían la inversión de los tempi narrativos: por qué se da mayor prioridad a asuntos “nimios” y, a cambio, se deja de lado lo que un narrador psicológico o policiaco explotaría de forma principal. Así cobraría sentido ver al de los libros de Sada como el narrador sintomático de la segunda mitad del siglo XX mexicano, la Era de la Pax Priista (que para efectos literarios nomás no llega a su fin): su talante chocarrero es el síntoma de una postura de evasión ante la política, como lo sugiere la monumental Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, novela que empieza con un fraude electoral en un pueblo del norte y que a lo largo de ochocientas páginas va diluyendo la densidad moral de ese episodio –y de la represión posterior– en una disolución hacia lo ficticio, que ilustraría la nulidad del individuo y la sociedad ante la violencia del poder.
La lección: no es que en este país no haya tragedias, es que de nada sirve que se narren. El narrador introyecta la resignación mexicana ante la impunidad de la Historia. En el caso de A la vista, la lectura podría ser no menos perpleja: un homicidio casi gratuito viene seguido por una retahíla de sucesos en sí triviales pero que, en tanto delinean la crónica de lazos afectivos ya inexistentes y de una justicia que no llega –y cuando lo hace viene violenta y arbitraria–, no resultan sino signos explícitos de una época terminal.

sábado, noviembre 05, 2011

CLXXIII

Nuestros bisabuelos tomaron las armas contra una represiva y asfixiante dictadura de ancianos. Nuestros padres marcharon y votaron contra una represiva y corrupta dictablanda de pícaros. Y nosotros apenas vamos entendiendo que nuestra lucha será contra una dizquelibre e ineficaz democracia secuestrada por ineptos.

viernes, noviembre 04, 2011

Tario furioso

Publiqué hace cinco años un texto sobre Aquí abajo, la primera novela de Francisco Tario que, se supone, acaba de ser reeditada por Conaculta, aunque no la he encontrado en librerías. El texto se incluyó en el libro colectivo Dos escritores secretos. Ensayos sobre Efrén Hernández y Francisco Tario (Tierra Adentro), compilado por Alejandro Toledo, y posteriormente en mi libro El sueño no es un refugio sino un arma. Lo recupero aquí, aunque sea un escrito aún bisoño y demasiado enfático.



TARIO FURIOSO

No es un panfleto. Se trata de un manifiesto íntimamente necesario, como es la escritura para los autores de su carácter: los irreductibles, los impetuosos y soliviantados. Son líneas de las más vivas y encolerizadas de la literatura de nuestra lengua. El acaso más perturbador de los escritores mexicanos dejó dicho:
«Y escribiré libros. Libros que paralizarán de terror a los hombres que tanto me odian; que les menguarán el apetito; que les espantarán el sueño; que trastornarán sus facultades y les emponzoñarán la sangre. Libros que expondrán con precisión inigualable lo grotesco de la muerte, lo execrable de la enfermedad, lo risible de la religión, lo mugroso de la familia y lo nauseabundo del amor, de la piedad, del patriotismo y de cualquier otra fe o mito. Libros, en fin, que estrangulen las conciencias, que aniquilen la salud, que sepulten los principios y trituren las verdades. Exaltaré la lujuria, el satanismo, la herejía, el vandalismo, la gula, el sacrilegio: todos los excesos y las obsesiones más sombrías, los vicios más abyectos, las aberraciones más tortuosas...»
Se trata del designio expresado por el personaje de un texto de ficción, pero —podríamos convenir en el punto siguiente sin escándalo de nadie— no se encuentra por mero e inofensivo azar en una página del primer libro de Francisco Tario. Como programa estético y vital, ese párrafo de «La noche de los cincuenta libros», del volumen de cuentos La noche (1943), vuelve a Tario —nacido en 1911 y muerto, si tal concepto es tolerable para el caso de un narrador de su aliento vigoroso, en 1977— un autor de nuestra época desencantada e iracunda.
La pregunta sin embargo no es sino una muy simple y a la vez injusta: ¿logró su fin Francisco Tario?
 
Tario en su futuro
 
Durante décadas su obra fue conocida por un puñado de lectores y no es sino hasta los últimos tiempos que críticos fieles lo han rescatado, invitando a las nuevas generaciones a acercarse a sus páginas. Pero hay más: apuesto a que el 2 de diciembre de 2011, al cumplirse el centenario del nacimiento de Francisco Peláez Vega, alias Francisco Tario, la maquinaria cultural de Los Rescatadores y Esculpidores Oficiales de Las Ovejas Negras de la Nación Mexicana se encargará de realizar un marmóreo Homenaje al antimarmóreo autor de Equinoccio (1947). Se harán mesas redondas y ciclos de conferencias en el Palacio de Bellas Artes y se publicarán compilaciones de ensayos críticos en torno de sus textos, además de que el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes del gobierno federal mexicano sacará a la luz la convocatoria de la Beca Centenario de Francisco Tario, que se otorgará durante un año al ensayista menor de 35 años que presente «el más interesante proyecto de un libro crítico sobre Tario». Incluso, la Universidad Nacional Autónoma de México en contubernio académico con El Colegio de México perpetrará un simposio donde se leerán —y, ¿puede creerse?, aplaudirán— ponencias con títulos como «Tario y Rulfo, ¿pre-posmodernos negadores/trastocadores de la mexicanidad?», «La cuentística de Tario a la luz de la teoría carnavalesca de Mijaíl Bajtín», «Ecos góticos de Horacio Walpole y Édgar Alán Po en Jardín secreto, de Francisco Tario», además de que el Fondo de Cultura Económica, la editorial veloz del Estado mexicano, pondrá a la venta la voluminosa edición en pasta dura de sus obras completas.
Excesivamente dudaría en afirmar que al escribir sus relatos, novelas, piezas teatrales y aforismos Francisco Tario lo hiciera teniendo en mente o ansiando ese despliegue de incienso póstumo. El hecho de que sus textos se sientan hoy y estén más vivos que los de muchos escritores contemporáneos, suyos y nuestros, que cultivaron y cultivan la vanidad, los premios, las medallas, las publicaciones y los aplausos, podría ser la señal que proclame una realidad digna de difusión más diáfana: que la escritura verdaderamente viva y necesaria a veces tarde y casi nunca temprano conoce su destino fértil en el ánimo de sus lectores, habitantes todos de esa patria ajena, ingrata: el futuro.
Pero entonces la pregunta pervive: ¿ha logrado Tario por fin el propósito enunciado en esa página furiosa de La noche?

El primer Tario y su novela imperfecta


De los libros publicados por nuestro autor durante la década del 40 han sido La noche y Equinoccio los depositarios hasta hoy de un miramiento crítico más atento y entusiasta. No lo desmerecen, por supuesto, pero en estas notas dispersas quiero detenerme en el Tario poco apreciado, el de su primera novela: Aquí abajo, salida a la luz el mismo año que La noche. Este acercamiento —original, según entiendo— habrá de permitir una respuesta posible, un porqué tentativo a la pregunta de las líneas previas.
Habría que hacer, antes que nada, una precisión importante: el Tario de los años cuarenta no es siempre, no es de forma cabal un autor fantástico. Al lado de «La noche de La Valse» o «La noche de Margaret Rose», que pueden recibir sin hesitaciones el rótulo clásico de fantásticos, conviven en La noche otros cuentos, tal vez más escalofriantes y logrados, que, salvo por el narrador, son de vena casi realista. «La noche del féretro», «La noche del loco», «La noche del traje», «La noche de la gallina» narran historias enmarcadas en un entorno social reconocible como «realista», pero lo trastocan y representan bajo tonos casi amenazantes debido a que el narrador o no es humano (es un féretro, un traje, una gallina) o no es racional (es un loco). Esta perspectiva distorsionada, casi esperpéntica —y que, ya metidos en la tarea feliz de lanzar etiquetas, podríamos llamar irrealista—, tiene un nexo axiomático con una intención de condena moral de la sociedad, a la manera de las sátiras swiftianas, del Cervantes de El licenciado Vidriera o de El doble dostoievskiano.
En La noche puede repararse en una suerte de, digamos, «antecedente» de Aquí abajo: el relato «La noche del indio», que propone una sediciosa inversión de la narrativa indigenista de esos años posrevolucionarios en México: el indio de este relato es Todos Los Indios, es decir, Ninguno, es decir: El Único; no es un Juan Pérez Jolote —no tiene siquiera nombre ni apellido—, y la profecía del final: «¡La fuerza está en ti, indio!... Es preciso hacer la revolución, amigo...», se cierne sobre el lector como una posibilidad siniestra de violencia.
Aquí abajo podría definirse como el más «realista» de los libros de Tario (y se trata en efecto de un camino que el autor abandonará en definitiva). Si se pidieran equivalencias vagas pero útiles, yo habría de afirmar que Aquí abajo pudo haber sido escrita por un Roberto Arlt con resentimientos sociales menos agudos y un mayor sentido de la irrealidad, un Georges Duhamel más agresivo contra los convencionalismos, un Fernando Vallejo menos egocéntrico en la exhibición de su arrebato o un Kenzaburo Oé menos maduro y sobrio en el dominio de la estructura novelística.
En Aquí abajo, desde el título nace la angustia. Se trata de la historia de la existencia «aquí abajo», sobre la tierra, de Antonino, un pobre diablo casado con una mujer hermosa y sensual, padre de dos hijos pequeños, trabajador responsable pero sin iniciativa. El drama inicial es la indisposición angustiada ante su papel en la sociedad —empleado y padre de familia—, que detona al conocer la infidelidad de su mujer con un primo de ella, un joven militar manco y prepotente. La historia en sí, plagio trasnochado de una Madame Bovary de Peralvillo, es sin embargo menos importante que el tenor de angustia metafísica del personaje. Es una incomodidad radical ya no con su papel en la sociedad, sino con la pasividad que debe caracterizar la aceptación de la existencia, aceptación sentida por el lector incluso más vejatoria por la condición misma de la voz narrativa en tercera persona que, a la manera usual en George Eliot, no tiene empacho en tirar sus netas metafísicas, en última instancia racionalizaciones superiores del estado mental de su personaje. Antonino no encuentra un lugar en el mundo, y el final de la novela no puede ser menos disolvente: su hijo muere, él asesina a un sacerdote y se desentiende (eso asumimos) de su mujer e hija. Al matar a una figura de autoridad y tomar con indiferencia el abandono de su esposa, el «irresponsable» Antonino parece hallar el sosiego finalmente.
Jardín secreto, la segunda y póstuma novela de Tario, es más lograda, con una estructura dramática más tensa y juiciosa y una atmósfera de locura y encierro a la altura de los relatos de Poe. Aquí abajo, por su parte, es un libro desigual, ripioso. Pero en ese carácter un tanto inhábil del narrador encuentro yo la vivacidad de Aquí abajo, un latido más belicoso que el de Jardín secreto y que delata un mundo interior agrio y convulso que, acaso, exigía una expresión artística impaciente, irascible, inevitablemente sucia e imperfecta. Incluso, el retrato de la sociedad mexicana de su tiempo es tan oblicuo e irrealista que se vuelve evidente sólo por la mención de lugares y calles (Iztapalapa, San Ángel, la Alameda, Peralvillo), debido a que el primordial propósito del narrador de esta novela es traducir la distorsionada y agónica percepción de Antonino.
Es éste, pues, un sendero creativo —hablo de la narrativa realista de corte psicológico— nunca retomado por Francisco Tario. Su originalidad y su perfil de ermitaño de las letras le exigieron evitar cualquier cercanía con la tendencia narrativa de esas décadas: el realismo ubicuo de la literatura mexicana que llevó incluso a no caer en la cuenta de que el autor supremo del siglo xx, Juan Rulfo, andaba en 1955 publicando una novela de estricto corte fantástico.
Más allá de eso, podría enunciarse una pregunta concreta: ¿qué sucedió en la vida de Tario que pueda explicar el hecho de que la rabia radical de La noche, Aquí abajo y Equinoccio se haya difuminado y no aparezca en Tapioca Inn ni en Una violeta de más? Esos tres primeros libros nacieron en una coyuntura social de guerra mayúscula en el mundo y de radicalización política en el país a fines de los años treinta y principios de los cuarenta, aunada a posibles circunstancias personales depresivas o exasperadas propias de la juventud. ¿Fueron acaso entonces la llegada de la madurez y el inicio de una vida conyugal y familiar —al parecer feliz en Acapulco— los motivos de que este proto-Céline mexicano se haya vuelto un narrador ya no furibundo, más bien contenido de relatos fantásticos?

La rabia como categoría estética

Aquí abajo no ha sido reeditada desde su publicación, hace ya casi 63 años (el colofón habla de noviembre de 1943). La recuperación de esta novela permitiría, vaya si no, tener otra perspectiva de la primera etapa literaria de nuestro autor. Más todavía: pienso que una revaloración de este volumen duro y agitado habría de autorizar un acercamiento diferente al párrafo de «La noche de los cincuenta libros» con que inicié este ensayo. En efecto, Aquí abajo fue una de las creaciones con las que el escritor Tario buscó avanzar en su estrategia de guerra contra las convenciones del mundo —familia, religión, patriotismo, piedad—; fracasó, por supuesto, pues el libro sigue a la espera de sus lectores y, por su parte, el mundo... bueno, del mundo qué podemos decir.
Podría decirse, sin embargo, que Tario tuvo también la virtud de no perpetuarse en la púber exhibición de la rabia. «Tario fue consecuente consigo mismo y supo callar en su momento, además de que no aceptó tomarse en serio sus libros», escribe Esther Seligson. Quizá el endulzamiento de su prosa fantástica, perceptible en Tapioca Inn y Una violeta de más, haya tenido como razón la necesidad de no insistir en un combate perdido de antemano, es decir, en una disputa que ya no tendría que ser luchada por él sino por sus lectores jóvenes, cuando quiera que éstos llegasen, quizá incluso 30 años después de su muerte. Seligson conjetura: «Quizá Tario sabía que no es menester traicionarse a sí mismo pues el libro es un ente vivo cuya trascendencia... depende... de la fidelidad y pasión de sus lectores».
La hora del Tario radical y rabioso ha llegado. Una causa por la que Tario se ha vuelto un escritor emblemático para la nueva generación de lectores se debe en mucho a su exploración fecunda de lo fantástico en una tierra literaria, se supone, poco acostumbrada a divorciarse enfáticamente del realismo coyuntural y político. Me atrevo a sugerir ahora otro motivo, uno que se volvería evidente en caso de una revaloración del primer Tario y de Aquí abajo: la identificación de los lectores jóvenes con la expresión literaria de la angustia, la rabia y el desencanto perceptibles en aquellos primeros libros del autor treintañero.
«Facit indignatio versum», escribió Juvenal en su sátira primera. Contrariamente, en Sobre el estilo, Demetrio el desparpajado señalaba con particular naïveté: «la indignación no necesita del arte, sino es preciso que en tales invectivas las palabras sean en cierto modo espontáneas y simples». En cualquier sentido, podemos decir que no es, por supuesto, la furia —como la legible en Aquí abajo un valor estético necesariamente superior o siquiera indispensable para conferirle mérito a una obra. Pero si me interesa resaltarlo se debe a que cada lector se encuentra a sí mismo en los libros que lo apasionan e intrigan. El caso de quien esto escribe ha sido el de una relectura embrujada de los textos del primer Tario. Esto se debe (acaso) en mucho a que la circunstancia mía y casi genérica de los lectores jóvenes de principios del siglo xxi en este país tan lleno de ubicua mierda podría definirse como la de un visceral desaliento y desasosiego, frutos del rechazo ante la falsedad insostenible de toda convención, fe, discurso, dogma o mito, sean éstos de índole social, política, religiosa, intelectual e incluso estrictamente personal. ¿...Qué tenemos realmente?
Un caos. Y la desesperanza.
Pues la desaparición del Estado nacional, el entorno de pobreza, violencia e injusticia, el desmoronamiento de las nociones de comunidad y familia y la exhibición ecuménica del descaro, la corrupción y el abuso en el orbe público vuelven la prosa inicial de Tario un lugar reconocible, un espejo exacto y obligatorio para los lectores impacientes de 2006.
El primer Tario está vivo porque transcribió en sus textos la realidad de su futuro, este hoy nuestro ennegrecido por la barbarie, la irrealidad y la zozobra. Pienso que Tario habrá de cumplir una y otra vez, nunca de forma definitiva y sin embargo siempre fértilmente, su propósito de guerra moral contra el mundo, sus imposturas y sus dogmas, cuando los lectores de estas generaciones desengañadas del oscuro nuevo milenio se acerquen por fin a su primera y aún viva y muy poderosa —si bien imperfecta— novela Aquí abajo.

jueves, noviembre 03, 2011

Francisco Tario cumple cien años


El raro de raros, el marginal de marginales, el olvidado de olvidados. Francisco Tario, el extraordinario autor de La noche, Equinoccio y Una violeta de más, cumple cien años. Participaré este domingo, a las 12 del día, en una mesa de discusión en torno de su obra, con Alejandro Toledo y Alberto Chimal, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, en la ciudad de México.

miércoles, noviembre 02, 2011

CLXXII

Los muertos regresan, sí, pero no visitan sino a quien ya trae dentro de sí un cementerio. Es decir, a casi todos.