Bitácora de Geney Beltrán [χe’nɛi bel’tɾan], escritor mexicano (Tamazula, Durango, 1976).
lunes, diciembre 14, 2015
Sessant’anni di Pedro Páramo
Mi ensayo "No se puede contra lo que no se puede", sobre la obra de Juan Rulfo, acaba de ser traducido al italiano para el sitio Sotto il vulcano, de Edizioni Sur. Aquí está el enlace.
domingo, diciembre 13, 2015
El caos de adentro
Este martes 15 se le entregará la Medalla de Oro de Bellas Artes a la cuentista Amparo Dávila (Zacatecas, 1928). Escribí un ensayo sobre las aristas del terror psicológico que se encuentra en sus páginas. Este ensayo apareció hoy en el suplemento cultural Confabulario, del periódico El Universal. El enlace está aquí.
jueves, diciembre 03, 2015
Los días se tocaban con las puntas de los dedos
Escribí un ensayo sobre La semana de colores, el deslumbrante libro de debut de Elena Garro en la ficción breve, para la revista Este País. Tan sesudas reflexiones se pueden leer en este enlace.
domingo, noviembre 22, 2015
Sada, carrilludo
Daniel Sada, el gran autor mexicano, falleció el 18 de noviembre de 2011, hace, pues, cuatro años. Escribí un breve apunte sobre los atributos de su peculiar voz narrativa, a partir de una relectura de su cuentística, con especial interés en su extraordinario libro Registro de causantes (1992). El ensayo lo publica hoy el suplemento Confabulario, del periódico El Universal.
sábado, noviembre 14, 2015
La cuentista que vino de Eldorado
Acaban de cumplirse 50 años de la publicación de La señal, el primer y mejor libro de cuentos de la extraordinaria Inés Arredondo (1928-1989). Escribí un ensayo sobre algunos rasgos de su escritura. Apareció hoy en el suplemento El Cultural del periódico La Razón. Aquí está el enlace.
jueves, octubre 29, 2015
En Odessa, Texas
Estuve en la University of Texas-PB el martes pasado para dar una conferencia sobre narrativa mexicana y sus vínculos con la cultura estadounidense en los últimos 60 años: «The Third Generation of Americans Born in Mexico». Esta conferencia, patrocinada por el Odessa Council for the Arts and Humanities y organizada por el Departamento de Spanish y el doctor Antonio Moreno, fue en el auditorio de la J. Conrad Dunagan Library, muy cerca por cierto de bullentes pozos petrolíferos. Aquí en la foto de abajo se ve al moderador, el doctor Todd Richardson.
El corazón y el cuerpo están muy cerca
El domingo pasado, el suplemento Confabulario del periódico El Universal publicó mi ensayo «El corazón y el cuerpo están muy cerca», sobre la obra cuentística del autor mexicano Héctor Manjarrez, quien ayer cumplió 70 años de edad. El enlace está aquí.
viernes, octubre 23, 2015
Cualquier cadáver, elegido el mejor libro de narrativa publicado en México en 2014
Mi novela Cualquier cadáver, que apareció en abril de 2014, ha recibido hoy el Premio Bellas Artes Colima a la mejor obra de narrativa publicada en México el año pasado. Más información, aquí.
Para leer un fragmento de la novela, ir a este enlace.
Para ver cómo le ha ido a Cualquier cadáver con algunas voces críticas, hay que ir a esta página.
Algunas entrevistas en que hablé de esta novela se encuentran aquí, aquí también, por acá, en esta revista, aquí en video, acá también...
Para leer un fragmento de la novela, ir a este enlace.
Para ver cómo le ha ido a Cualquier cadáver con algunas voces críticas, hay que ir a esta página.
Algunas entrevistas en que hablé de esta novela se encuentran aquí, aquí también, por acá, en esta revista, aquí en video, acá también...
jueves, octubre 22, 2015
De viva voz o de puño y letra
El número octubre-noviembre de la revista Buensalvaje, en su edición mexicana, publica en su página 6 mi breve comentario de la novela De puño y letra (Cal y Arena), del talentoso escritor mexicano Luis Arturo Ramos, increíblemente poco valorado a pesar de su muy brillante trayectoria en el campo de la ficción.
De viva voz
Geney
Beltrán Félix
De puño y letra
se titula la última obra, aún inédita, de Orlando Pascacio, el más grande escritor
mexicano contemporáneo. Instalado en la cumbre del poder cultural, Pascacio
muere de un infarto. A los pocos días, el detective Bayardo Arizpe es
contratado por la viuda: el único mecanoescrito de De puño y letra está desaparecido y él debe encontrarlo. Esta es la
premisa de la nueva obra de Luis Arturo Ramos, que inicia como una novela
policial y se convierte en una inteligente reflexión sobre los vínculos de la
cultura y el poder.
Merced a un narrador omnisciente de pulso firme y
seguro, y con una prosa al mismo tiempo precisa y flexible, Ramos se concentra
en las pesquisas de Bayardo, quien así conoce y entrevista a los cercanos del
poeta. Uno de los retos es hacer creíble cómo, con el desarrollo tecnológico del siglo xxi y considerando la estatura literaria del autor, sólo
exista una copia de la obra inédita. La novela resuelve con agudeza el
anacronismo en las costumbres escriturales de Pascacio. El título del libro, De puño y letra, involucra una falsedad:
el poeta no escribe. Dicta. Su dictado es transcrito por su secretaria, amante
y confidente. La trama se desmenuza a partir de la muerte de esta mujer y la
desaparición de los casets que tienen la voz viva del autor con el contenido inalterado
de su obra.
El detective —quien es un poeta medio secreto y
traficante de libros antiguos— se mueve en la ciudad de México, entre la Zona
Rosa y la Colonia del Valle, entornos que la voz narrativa recupera vívidamente
sin apabullar con el dato cronístico. Por otro lado, la novela tiene la
sabiduría de no quedarse sólo en un ejercicio de sátira con el que ajustar
cuentas con la fauna literaria. Aunque algunos personajes son caricaturescos,
la novela nunca los pierde de vista como seres dominados por intereses,
rencores, frustraciones. Por esto la trama consigue aumentar el interés en el
devenir de los personajes.
Orlando Pascacio es una ausencia de permanente
relieve (cuando la novela empieza él ya ha muerto): no es una caricatura de
Octavio Paz sino un recurso para trazar con perspicacia un panorama sobre las
relaciones de la poesía con el poder. Una de las aristas más alarmantes de De puño y letra tiene que ver con las
presiones políticas que rigen la validación literaria: un gran escritor muerto
puede terminar elogiando, contra su voluntad, a poetas mediocres y ninguneando
a otros de valía. En un país como este el poder cultural es capaz de trastocar
el juicio crítico hasta de los mayores prohombres: ante tantas catástrofes
anunciadas en los periódicos, y ante un público desinteresado en la literatura,
alterar un manuscrito es un delito insignificante.
En una novela de corte clásico que siempre exhibe
vitalidad, Ramos desarrolla una estructura que se vuelve elocuente por lo que
apenas sugiere: las intrigas de los conspiradores. No se trata sólo de un ardid
de la ficción policial, sino de una forma narrativa que en sí comporta una
declaración política, desesperanzada: la actuación de estos “enemigos de la
literatura” siempre se quedan en las sombras, y sólo un detective imaginario
podría desenmascararlos.
Luis
Arturo Ramos, De puño y letra, Cal y
Arena, México, 2015.
domingo, septiembre 13, 2015
¿Qué vínculo podía haber entre la derrota del padre y el rencor del hijo?
El suplemento cultural Confabulario, del periódico El Universal, publicó el domingo pasado, día 6, mi texto «Rencor del hijo, derrota del padre», en su sección Ficciones. Este texto, una mezcla de ensayo y cuento, una ficción autobiográfica y ensayística, pues, forma parte del libro Crítica y rencor que acaba de publicar la editorial Cuadrivio.
domingo, agosto 16, 2015
Crítica y rencor
La Editorial Cuadrivio acaba de publicar el libro colectivo Crítica y rencor, en que se incluye mi texto «Rencor del hijo, derrota del padre».
martes, agosto 11, 2015
Caminos que se bifurcan
Acaba de aparecer el libro Caminos que se bifurcan. Es una antología realizada por Ernestina Yépiz, en que se incluyen textos narrativos de autores del noroeste de México. Está aquí mi cuento "Sara antes del fuego", de Habla de lo que sabes. El editor es el Instituto Sinaloense de Cultura.
jueves, julio 23, 2015
Visión de víscera
Este mes se publica en la revista Letras Libres mi texto crítico "Visión de víscera", sobre el libro Fierros bajo el agua, de Guillermo Arreola. El enlace, aquí.
domingo, julio 12, 2015
Ensayistas
Ayer sábado se publicó, en el suplemento El Cultural, de La Razón, un artículo de revisión sobre el ensayo mexicano en los últimos 15 años. El enlace está aquí.
martes, julio 07, 2015
CCXXVIII
Pocas cosas unen mejor y más rápidamente a personas desconocidas entre sí que el odio a alguien fácil de odiar.
domingo, julio 05, 2015
El viaje hacia la otredad
El suplemento Confabulario, del periódico El Universal, publicó hoy mi texto crítico sobre el primer tomo de las Obras completas de Francisco Tario. Se puede leer en este enlace.
domingo, junio 28, 2015
No se puede contra lo que no se puede
Publiqué en la revista Horizontal hace pocos días mi ensayo "No se puede contra lo que no se puede", sobre la narrativa de Juan Rulfo, por los 60 años de la publicación de Pedro Páramo. El enlace está aquí.
martes, junio 09, 2015
CCXXVII
Acaso la raíz de nuestra incomprensión y perplejidad ante la política se halla en el hecho de que para los políticos gobernar a un pueblo exige tenerle un irrevocable desprecio.
miércoles, abril 29, 2015
Ver criaturas y no cosas
La revista Letras Libres de abril publica mi ensayo «Ver criaturas y no cosas», sobre la ficción breve de Fabio Morábito. El enlace está aquí.
lunes, abril 20, 2015
Los hijos no existen
Una reflexión sobre las relaciones familiares en Cien años de soledad, ayer en el suplemento Confabulario: ir a este enlace.
domingo, abril 05, 2015
Los rivales en el inframundo
Escribí un comentario sobre el libro de cuentos El apocalipsis (todo incluido), de Juan Villoro, en el suplemento cultural Confabulario del periódico El Universal. El enlace está aquí.
domingo, marzo 15, 2015
Jesús Ramón Ibarra escribe sobre Cualquier cadáver
El poeta Jesús Ramón Ibarra ha escrito un texto crítico de mi novela Cualquier cadáver para la nueva revista Aldea 21. El enlace está aquí.
Cualquier cadáver
Jesús Ramón Ibarra
¿De qué manera salvaguardar el presente mexicano, ese territorio donde laten el cinismo del poder, la fiesta permanente del crimen, el pueblo ejerciendo su derecho histórico a la dejadez o a la ilusión colectiva encarnada en caudillos, políticos mendaces o mandatarios de catálogo? ¿No ha sido la literatura reciente mexicana el mejor bastión para que esa realidad se disuelva en las posibilidades de un lenguaje transgresivo, un lenguaje que busque sus asideros discursivos en los registros cotidianos, un lenguaje que dimensione la sonoridad de sus propias búsquedas? Imposible narrar el presente con elegancia, con una dimensión clásica de la escritura, con una lírica cuyo andamiaje sea la abstracción vacía. Se trata, como pide Imre Kertesz, de registrar los últimos estertores.
Hacia finales del sexenio pasado, bajo una gestión generosa del poeta Jorge Esquinca, salió a la luz el libro colectivo País de sangre y fuego, una colección de poemas cuyo tema central era la patria diezmada, la nación disgregada entre la versión oficial y los rastros de la sangre doméstica. Fue un meritorio ejercicio que impugnaba, a través de textos de diversa factura, la estrategia fallida de Felipe Calderón contra el crimen organizado. Sin embargo, la guerra de Calderón, extendida a lo largo y ancho del país, se concentraba en tres nociones distinguibles: el aparato gubernamental, con sus abusos de poder, sus usted disculpe y sus altos niveles de corrupción; los cárteles de la droga en México, sus disputas, la aniquilación del entorno a golpe de presunción y ejecuciones, sus múltiples caras: la extorsión, el comercio ilegal, el secuestro. La sociedad civil, agazapada, apocada, sierva de un hartazgo no manifiesto que le permite aspirar, cada tres o seis años, a esa entelequia llamada cambio. Se trata de un ciclo eterno. De una gigantesca rueda trituradora cuyos alcances no tienen fin.
¿Han cambiado las cosas desde entonces? No. Al contrario, se han recrudecido. El crimen organizado es más fuerte. Los homicidios culposos duplican las cifras del sexenio de Calderón; el secuestro, los feminicidios, la violación de los derechos humanos, la relación cruenta del crimen organizado con la política no ha hecho sino perfeccionar el régimen de desconfianza y miedo en el que vivimos nomás rebasamos la puerta de nuestra casa, o entramos en ella. Así pues, esta realidad se ha vuelto más sórdida pero también más frívola. Las redes sociales no han hecho sino reestructurar, a su manera caprichosa, la desinformación, el horror colectivo, la indignación social y la intolerancia. Todos hemos hecho la revolución desde la apacible comodidad del hogar, con un like o un selfie de hastío.
Así pues, sólo una narrativa elaborada desde la entraña puede asentar sus búsquedas en esos terriorios de la incordia, la desazón, la imposibilidad de sobrevivir a las sútiles formas de barbarie que impone el entorno. Eso hace Geney Beltrán en su valiente novela Cualquier cadáver.
En primera instancia, nos ofrece un México que sirve como escenario de ejecuciones, crímenes atroces, psicosis social y un sistema político que se ampara en el ominoso poder de los medios de comunicación. Por otro lado, se despliega ante el lector la vida de Emarvi, un escritor en ciernes que trabaja para una editorial pequeña, nativo de Durango, avecindado en Culiacán desde muy chico. La captal sinaloense encarna ese bastión inexpugnable donde los criminales y su entorno navegan sin trámite, de la mano de un corrido, a los niveles de la épica sustantiva. La historia transcurre entre esta ciudad y el DF, una ciudad convulsionada por las marchas y protestas que defienden a un político popular de izquierda, llevado de la mano por los dueños del poder en México, la televisión, a la picota social, acusado de todo tipo de vejaciones. El relato de Geney nos permite ubicarlo, en el tiempo, en una suerte de escenario expandible entre la guerra calderonista y el reposicionamiento de la violencia atroz en la vida doméstica del defeño.
Emarvi, a pesar de su potencial como intelectual y creador, está al borde de un colapso debido a su incapacidad para vivir rodeado de dudas, descalabros amorosos, culpa soterrada. Es a partir del secuestro de su hijo cuando el personaje se desmadeja, emocionalmente, hasta fundirse con esas dos realidades que le ofrece ela historia: la Ciudad de México, capaz de ofrecer sus perfiles más retorcidos y siniestros, y Culiacán, la ciudad que adoptaron sus padres y donde su madre quiere llevar a buen puerto una casa nueva, luego del suicidio del jefe de la familia y la muerte de una hija. Culiacán representa la ciudad ignorante, sumida en el fango de esa vida criminal opulenta y visible, capaz de sacralizar a sus próceres narcotraficantes, de salvaguardar sus formas de conducta e imitar sus gustos musicales y estéticos. Emarvi forma parte de esta violencia y la practica. Aunque dentro de él latan ideales que suenan absurdos, en el fondo no es más que una forma de ese paisaje convulsionado que diseñan tanto las malas noticias como la esperanza.
Cualquier cadaver es una novela que concentra, en un primer plano, una escritura vigorosa, sincopada, casi balbuciente que encuentra en el registro coloquial, en la oralidad del lenguaje, en los neologismos, en la proliferación del artículo como un elemento de proximidad lingüística, las mejores armas para desplegarse. En un segundo plano encontramos una escritura reflexiva, concentrada, crítica, puntual, que nos habla de la novela desde la novela y traza su universo narrativo casi en el plano de la consciencia del o los personajes.
Se trata también de una novela conmovedora, rasgo que acaso corra por cuenta de los apuntes que va dejando Emarvi en un cuaderno, dirigidos a Adrián, su hijo, y que son la única forma de establecer un vínculo afectivo con él.
El final es trágico, porque Mexico es trágico y los protagonistas de su presente nos movemos como el coro de este gran montaje colectivo.
Cualquier cadáver
Jesús Ramón Ibarra
¿De qué manera salvaguardar el presente mexicano, ese territorio donde laten el cinismo del poder, la fiesta permanente del crimen, el pueblo ejerciendo su derecho histórico a la dejadez o a la ilusión colectiva encarnada en caudillos, políticos mendaces o mandatarios de catálogo? ¿No ha sido la literatura reciente mexicana el mejor bastión para que esa realidad se disuelva en las posibilidades de un lenguaje transgresivo, un lenguaje que busque sus asideros discursivos en los registros cotidianos, un lenguaje que dimensione la sonoridad de sus propias búsquedas? Imposible narrar el presente con elegancia, con una dimensión clásica de la escritura, con una lírica cuyo andamiaje sea la abstracción vacía. Se trata, como pide Imre Kertesz, de registrar los últimos estertores.
Hacia finales del sexenio pasado, bajo una gestión generosa del poeta Jorge Esquinca, salió a la luz el libro colectivo País de sangre y fuego, una colección de poemas cuyo tema central era la patria diezmada, la nación disgregada entre la versión oficial y los rastros de la sangre doméstica. Fue un meritorio ejercicio que impugnaba, a través de textos de diversa factura, la estrategia fallida de Felipe Calderón contra el crimen organizado. Sin embargo, la guerra de Calderón, extendida a lo largo y ancho del país, se concentraba en tres nociones distinguibles: el aparato gubernamental, con sus abusos de poder, sus usted disculpe y sus altos niveles de corrupción; los cárteles de la droga en México, sus disputas, la aniquilación del entorno a golpe de presunción y ejecuciones, sus múltiples caras: la extorsión, el comercio ilegal, el secuestro. La sociedad civil, agazapada, apocada, sierva de un hartazgo no manifiesto que le permite aspirar, cada tres o seis años, a esa entelequia llamada cambio. Se trata de un ciclo eterno. De una gigantesca rueda trituradora cuyos alcances no tienen fin.
¿Han cambiado las cosas desde entonces? No. Al contrario, se han recrudecido. El crimen organizado es más fuerte. Los homicidios culposos duplican las cifras del sexenio de Calderón; el secuestro, los feminicidios, la violación de los derechos humanos, la relación cruenta del crimen organizado con la política no ha hecho sino perfeccionar el régimen de desconfianza y miedo en el que vivimos nomás rebasamos la puerta de nuestra casa, o entramos en ella. Así pues, esta realidad se ha vuelto más sórdida pero también más frívola. Las redes sociales no han hecho sino reestructurar, a su manera caprichosa, la desinformación, el horror colectivo, la indignación social y la intolerancia. Todos hemos hecho la revolución desde la apacible comodidad del hogar, con un like o un selfie de hastío.
Así pues, sólo una narrativa elaborada desde la entraña puede asentar sus búsquedas en esos terriorios de la incordia, la desazón, la imposibilidad de sobrevivir a las sútiles formas de barbarie que impone el entorno. Eso hace Geney Beltrán en su valiente novela Cualquier cadáver.
En primera instancia, nos ofrece un México que sirve como escenario de ejecuciones, crímenes atroces, psicosis social y un sistema político que se ampara en el ominoso poder de los medios de comunicación. Por otro lado, se despliega ante el lector la vida de Emarvi, un escritor en ciernes que trabaja para una editorial pequeña, nativo de Durango, avecindado en Culiacán desde muy chico. La captal sinaloense encarna ese bastión inexpugnable donde los criminales y su entorno navegan sin trámite, de la mano de un corrido, a los niveles de la épica sustantiva. La historia transcurre entre esta ciudad y el DF, una ciudad convulsionada por las marchas y protestas que defienden a un político popular de izquierda, llevado de la mano por los dueños del poder en México, la televisión, a la picota social, acusado de todo tipo de vejaciones. El relato de Geney nos permite ubicarlo, en el tiempo, en una suerte de escenario expandible entre la guerra calderonista y el reposicionamiento de la violencia atroz en la vida doméstica del defeño.
Emarvi, a pesar de su potencial como intelectual y creador, está al borde de un colapso debido a su incapacidad para vivir rodeado de dudas, descalabros amorosos, culpa soterrada. Es a partir del secuestro de su hijo cuando el personaje se desmadeja, emocionalmente, hasta fundirse con esas dos realidades que le ofrece ela historia: la Ciudad de México, capaz de ofrecer sus perfiles más retorcidos y siniestros, y Culiacán, la ciudad que adoptaron sus padres y donde su madre quiere llevar a buen puerto una casa nueva, luego del suicidio del jefe de la familia y la muerte de una hija. Culiacán representa la ciudad ignorante, sumida en el fango de esa vida criminal opulenta y visible, capaz de sacralizar a sus próceres narcotraficantes, de salvaguardar sus formas de conducta e imitar sus gustos musicales y estéticos. Emarvi forma parte de esta violencia y la practica. Aunque dentro de él latan ideales que suenan absurdos, en el fondo no es más que una forma de ese paisaje convulsionado que diseñan tanto las malas noticias como la esperanza.
Cualquier cadaver es una novela que concentra, en un primer plano, una escritura vigorosa, sincopada, casi balbuciente que encuentra en el registro coloquial, en la oralidad del lenguaje, en los neologismos, en la proliferación del artículo como un elemento de proximidad lingüística, las mejores armas para desplegarse. En un segundo plano encontramos una escritura reflexiva, concentrada, crítica, puntual, que nos habla de la novela desde la novela y traza su universo narrativo casi en el plano de la consciencia del o los personajes.
Se trata también de una novela conmovedora, rasgo que acaso corra por cuenta de los apuntes que va dejando Emarvi en un cuaderno, dirigidos a Adrián, su hijo, y que son la única forma de establecer un vínculo afectivo con él.
El final es trágico, porque Mexico es trágico y los protagonistas de su presente nos movemos como el coro de este gran montaje colectivo.
miércoles, marzo 11, 2015
La violencia interior
CCXXVI
La lógica del poder exige hacer creer al ciudadano que el único modo de transformar el poder es insertándose en sus estructuras, aceptando sus condiciones. Es decir: renunciando a transformarlo.
martes, marzo 10, 2015
CCXXV
El poder se afirma mediante los rituales. Y ahora su aspiración es lograr que también nuestra inconformidad tenga la naturaleza simuladora —e intrascendente— de un ritual.
domingo, marzo 08, 2015
Días de bilis negra
Publica hoy el suplemento cultural Confabulario, del periódico El Universal, un texto crítico del admirado Eduardo Antonio Parra sobre mi novela Cualquier cadáver, "una novela madura, ambiciosa, que se define a sí misma y cumple con su intención de llenar de angustia e inquietud a sus lectores. Una apuesta de Geney Beltrán Félix por el realismo brutal como estrategia para reflejar el caos de nuestro tiempo. Un paseo por el infierno muy difícil de olvidar", concluye Parra. También se publica una entrevista que me hizo Gerardo Antonio Martínez sobre algunos aspectos del libro.
viernes, marzo 06, 2015
El coraje de un fantasma
En 2007 publiqué en la revista Cuaderno Salmón un ensayo sobre la escritora mexicana Nellie Campobello, la autora de Cartucho. Ese texto está incluido en mi libro El sueño no es un refugio sino un arma. Lo rescato ahora por el mero gusto de releer a Nellie.
EL CORAJE DE UN
FANTASMA
Nellie Campobello
es un fantasma. Literalmente.
Me cuenta
su sobrino Carlos: veinte años después de su muerte, una Nellie invisible
vuelve del Más Allá y hace perdidizos expedientes, reúne a personas distantes
merced a un azar sospechoso, se obstina en que el número 7 presida siempre las
cosas que la atañen —números de oficios, de contratos, de teléfono— y trabaja,
paso a paso, contra el olvido que sufre y la brutalidad que la llevó a la
muerte.
Nacida en la norteña Villa Ocampo, en Durango, en al parecer 1900,
Nellie murió en circunstancias espantosas hacia agosto de 1986. Conocidos suyos
se aprovecharon de su confianza y la secuestraron. Para entonces, muchos de sus
amigos y parientes habían muerto. Era una figura destacada de la danza; además,
poseía una muy rica colección de arte mexicano. Las versiones señalan que sus
captores la mantuvieron alcoholizada y drogada, que la hicieron sufrir de
hambre y violencias para que firmara documentos con los cuales entregaba sus
bienes. Su muerte no vino a ser conocida y confirmada sino hasta 1999. Aún no
se ha castigado a sus secuestradores y asesinos: tampoco han logrado
recuperarse sus propiedades.
Pero veinte años después de su muerte, Nellie regresa, también, a la
literatura. En 2007 el Fondo de Cultura Económica publica su Obra reunida: Cartucho, su libro mayor (1931), Las manos de Mamá (1937), los Apuntes
sobre la vida smilitar de Francisco Villa (1940), sus poemas y el ensayo
autobiográfico que sirvió de prólogo a la edición de Mis libros, de 1960.
Nellie regresa a las letras mexicanas, pero habría que decir, en
honor a la exactitud, que escasamente ha estado antes. Nellie es un fantasma en
nuestra literatura. Se le ha leído poco debido a que sus apariciones han sido
infrecuentes: apenas se le ha publicado. Cartucho,
por ejemplo, ha conocido sólo seis ediciones en 75 años. Tan es así que la
recopilación canónica de la cultura nacional del siglo XX, Lecturas Mexicanas,
no lo incluye —y da pena decirlo— en ninguna de sus cuatro series. Tampoco
figura en la nómina de clásicos hispanoamericanos de la colección Archivos.
Ella misma, acaso, contribuyó a su presencia mínima: cedió el
terreno muy pronto. Y lo digo porque, si bien hay testimonios de una continuada
escritura, ante la recepción pobre de sus dos tomos de narrativa Nellie —luego
de la reunión de su obra en Mis libros— ya nunca publicó otro título. No
insistió más: y el prólogo a ese volumen de 1960 constituiría no sólo una
recapitulación de su escritura sino también, asumo, la última llamada a la
crítica y los lectores. Una llamada, no obstante, que se quedó sin respuesta.
Aunque, con todo, demos lugar a un matiz: hubo ciertas voces
—digamos: Martín Luis Guzmán, Ermilo Abreu Gómez, Antonio Castro Leal, Emmanuel
Carballo— que aplaudieron la dignidad de sus textos, pero esos dictámenes no
lograron contravenir finalmente el ayuno editorial.
Ahora, se supone que los buenos libros se defienden solos. ¿Qué
sucedió en este caso? ¿Por qué no ingresó la obra de Nellie Campobello al canon
reconocido de nuestra literatura? Fernando Tola de Habich habla de ninguneo.
Especulo, preciso: a la misoginia —lugar común en la conducta de los
escritores— se habría aliado el desinterés del crítico a siquiera hojear la
obra de una bailarina célebre que hacía sus pininos, previsiblemente fallidos,
en el terreno de las letras, pues el sólo-escritor tiende a desconfiar de la
múltiple ambición de un artista del Renacimiento. Quizá, también, el hecho de
haber publicado tan poco y luego nada: al abdicar a la constancia en los
estantes de las librerías con nuevos títulos, la misma Nellie pudo haber
colaborado a que el crítico o el estudioso, sin leerlos, catalogase Cartucho y Las manos de Mamá como pecados de juventud a los que se habrá de
compadecer con el olvido.
Pero el tiempo pasa: nuevas generaciones, otras circunstancias
exigen periódicamente una redefinición del canon. Y hoy, de mayor pertinencia
que discernir por qué la obra de Nellie no interesó en su momento (situación,
entiendo, ya no corregible), es volver a sus páginas y examinar la validez de
su lectura en los inicios negros de este milenio. ¿Cuál es el lugar de Nellie
y, sobre todo, de Cartucho, su obra
principal, en la literatura mexicana?
Advocación furiosa del fantasma
La pasión de
Nellie fue la danza, cierto; pero hablo de una Nellie de la furia en las letras
mexicanas por sus motivaciones vueltas realidad en sus textos: «Mis libros los
he escrito para contestar ofensas o para pagar deudas», le dijo, brusca, a
Emmanuel Carballo en la entrevista recogida en Protagonistas de la literatura mexicana. Parecería, entonces, como si ella no hubiese escrito por una
suerte de vocación integral, no como respuesta a un llamado expresivo íntimo y
genético, equivalente al del grafómano para quien la escritura es una adicción
compulsiva, o a la del dostoievskiano caído en el dominio expiatorio de la
introspección a través de la palabra —no, nada de eso; hablaríamos antes bien
de una Nellie obediente a su visceralidad panfletaria contra ciertos hechos de
la realidad.
Su aparición en la narrativa, con Cartucho, habla de coraje. Coraje entendido como ira y también como
valor: hablemos de Historia. El asesinato de Francisco Villa en 1922 no puso
fin a la campaña denostadora de su lucha; al contrario, el triunfo del ejército
constitucionalista y el establecimiento del régimen de los presidentes Álvaro
Obregón y Plutarco Elías Calles en esa década dieron la pauta para que los
villistas siguieran siendo exhibidos en periódicos y libros como bandidos
salvajes.
Pero frente a la Historia de los vencedores, Nellie tenía su verdad.
Cartucho relata historias de soldados villistas —fusilamientos, huidas,
balaceras: muertes, siempre trágicas— y los presenta como seres humanos, con
luces y sombras: valientes, idealistas, tímidos o angustiados, pero también,
algunos, sanguinarios y mezquinos. Todos ellos tienen nombre y apellido, al
menos un apodo: los hay generales, como el mismo Villa, Tomás Urbina, Rodolfo
Fierro, Felipe Ángeles, y otros son muy jóvenes: Pablo López, El Kirilí,
Cartucho, José Rodríguez, cuyo papel en la lucha sólo se halla consignado en
las páginas de este libro. De ellos se sabe poco: la «biografía» en cada caso
llena página y media, a veces dos. El episodio medular es, casi siempre, su
muerte.
Colérica, Nellie explicita hacia el final del relato «Nacha
Ceniceros» el sustrato panfletario de su prosa: «La red de mentiras que contra
el general Villa difundieron los simuladores, los grupos de la calumnia
organizada, los creadores de la leyenda negra, irá cayendo como tendrán que
caer las estatuas de bronce que se han levantado con los dineros avanzados».
Valiente, Nellie no ignoraba que su escritura enfurecida habría de ser vista
con repulsa por los enemigos póstumos de Villa. La respuesta fue, entendemos,
de indiferencia.
Recapitulo.
Nellie habría escuchado de sus amigos villistas y de su madre las
palabras aún no escritas de Edmond Jabès en Le
Livre des questions: «Que ta mémoire soit ma maison». Que tu memoria sea mi
casa, que mi casa esté en tu memoria. Nellie habría obedecido: obedeció, y
escribió primero Cartucho, después Las manos de Mamá, como recintos
perennes —el segundo, acaso, un tanto cursi— para sus Dorados y su madre.
...Aunque, claro,
la motivación confesada —ese propósito de vengar las injurias— sería por entero
fútil y olvidable de no haberse visto trasmutada en una expresión vigorosa.
Y no. No es olvidable ni fútil: en las páginas de Nellie el panfleto
se volvió literatura.
Una escritura en el destiempo
Nellie Campobello escribe minificción
sobre villistas desde la mirada de una niña, en el momento en que impera la
novela naturalista, de connotaciones épicas y óptica masculina, sobre el
movimiento revolucionario expoliado por los mismos enemigos de Villa.
A destiempo, Nellie escribe relatos breves que no podrían ser leídos
por los escritores nacionalistas de esos años como la expresión de los impulsos
de la raza en la Revolución. Sencillos, con un hálito de narración oral, no
sólo aparentarían una escasa ambición literaria (¡los contaba la voz de una
niña!): también, el panfleto habría saltado bruscamente ante la percepción de
sus contemporáneos.
Y peor todavía: al tratarse de retratos fugaces y no de una novela
total, la visión de la lucha armada es en Cartucho fragmentaria,
casuística, azarosa. Nellie no postula una interpretación ulterior, una mística
trascendental del movimiento como un todo, como una fuerza de la Historia. Hay
sólo un por qué, no El Para Qué: los villistas en Parral, Chihuahua —donde
vivió Nellie su infancia y su adolescencia— peleaban porque estaban hartos de
las injusticias del gobierno de los ricos. Punto.
Rehusándose a filosofar sobre La Revolución, Nellie narró de las
mujeres y los hombres en la pelea, entre las balas. Al hacerlo, obedecía al
dictado de la ficción y no de la metafísica, la historia ni la sociología. «La
literatura difunde lo individual, lo particular, las cosas, los colores, los
sentidos y lo sensible contra el falso universal que uniformiza y nivela los
hombres y contra las abstracciones que los esterilizan», postula Claudio Magris
en Utopia e disincanto, con esa dúctil
magia suya para darle seductora expresión a un, ciertamente, lugar común de la
cultura literaria.
Pero no es sólo la sencillez de una mirada directa y fresca de niña
que narra historias particulares. A Nellie, como a todo gran narrador oral, le
concierne un dogma: la eficacia. «Y esta visión objetiva, natural, impávida, ha
pasado a un estilo breve, ceñido, pintoresco, en cuyas frases cortas y a veces
lapidarias hay sentido reconcentrado, concisión popular y emoción
cristalizada», afirma Antonio Castro Leal de Cartucho. ¿Cómo le hizo Nellie? ¿De dónde le vino esta sabiduría
narrativa?
En su estudio Nellie
Campobello: Eros y violencia, Blanca Rodríguez señala una lista de lecturas
probables de la adolescente y joven Nellie: la Biblia protestante, Los tres mosqueteros, Las mil y una noches, Heriberto Frías.
Es decir: netos, estrictos fabuladores. Observa Rodríguez además en la de Cartucho «una prosa vigorosa y ceñida en
su escritura original, gestada en el
lenguaje de la conversación». Éste es el punto: si bien se murmura un
pulimento estilístico de Martín Luis Guzmán, su editor y amigo, la efectividad
literaria del libro se cimienta en su estrategia de narrativa oral. En busca de
naturalidad, Nellie recurrió a las dotes discernibles en una contadora de historias,
la narradora comunitaria que salvaguarda los secretos necesarios de su tribu.
Los relatos, según acusa su estructura, se sustentan en testimonios:
algún personaje presenció una balacera, una emboscada, un fusilamiento, y en
los entretiempos apaciguados de la guerra, al pasar a la casa de la madre de
Nellie, cuenta las incidencias. En otros casos, Nellie misma fue testigo de un
encuentro entre villistas y carrancistas, o se fascina con el espectáculo de un
cadáver que ha quedado frente a su ventana después del concierto de las balas.
Esta perspectiva directa, que por cierto impide glorificar a los
villistas —pues el de ellos es un retrato múltiple, donde, como he dicho, la
valentía no clausura las posibilidades de la mezquindad y la traición—, se fortalece
con el aliento lírico de muchas de sus rápidas, sugestivas imágenes: «va blanco
por el ansia de la muerte», «Le cayó muy bien la cobija de balas que lo durmió
para siempre», «Eran como cristalitos rojos que ya no se volverían hilos
calientes de sangre», frases precisas que le dan un ágil robustez a los
relatos.
Tenemos entonces: minificción, fragmentismo, mirada infantil,
narrativa oral, imaginería concisa. Y, además, villismo. En 1931.
Nellie escribió una obra sustentada en rasgos ausentes de la narrativa
naturalista de sus contemporáneos. A destiempo, es decir: hacia el futuro.
Jorge Aguilar Mora, en su prólogo a Cartucho
en la edición de Era, del año 2000, postula, y no yerra al hacerlo, una
descendencia secreta de este libro:
la novela publicada en 1955 por Juan Rulfo, en la que fulgurarían con
genialidad ciertas virtudes narrativas ya esbozadas en el volumen brutal y
luminoso publicado en 1931 por la joven bailarina.
Nellie sería acaso
también, entonces, un fantasma rulfiano, no imposible en las páginas de Pedro Páramo. La definirían como personaje literario las incidencias de su vejez y
su infancia: su vivencia niña del vendaval violento en la Calle Segunda
del Rayo, de Parral, y su cautiverio y muerte inhumanos siete décadas después
en la capital de la república. Ambos hechos le habrían exigido el retorno después de morir, su condición de
inquieto fantasma que —como me informa su sobrino Carlos, a quien conocí hace
un año gracias a las exactas artimañas de Nellie rediviva— distrae expedientes,
fomenta encuentros entre desconocidos y, con terquedad, actúa en 2007 contra el
olvido.
Nellie entre nosotros
«Una época se
juzga no sólo por aquello que produce, sino también, quizá aún más, por aquello
que valora y sobre todo que revalora del pasado», señala Mario Praz en Il patto col serpente. De aquí surge la pregunta: más allá
de su interés para la historia literaria y las novelas de fantasmas, ¿por qué
revalorar a Nellie Campobello?
Es inusual que hablemos hoy de «nuestros escritores». Taine,
decimonónico, argüía que la mejor manera de conocer el «genio» vital de un
pueblo es adentrándose en su literatura. Sin embargo, de vuelta de un siglo
desgarrado por utopías sangrientas, las identidades nacionales no son ya vistas
sino como ficciones peligrosas, como máscaras sedientas de sacrificios. Hoy,
¿qué comunidad, la voz profunda de cuál México se encuentra expresado en
su producción literaria? ¿Cómo hablar de «nuestros escritores» en 2007, cuando
la noción misma de comunidad no casa con la de este país descoyuntado en su
médula por la corrupción, la violencia y el visceral desencuentro y en el que,
peor aún, la letra no vale nada, no tiene el menor eco en la vida general de
cien millones de personas?
No hablemos ya, entonces, de comunidad ninguna. Hablemos de un
lector posible. O, incluso, de una secta dedicada a la resistencia intelectual
a través de la lectura y reflexión de obras literarias. El solitario lector,
integrante de esa cofradía obstinada, se lee a sí mismo, lee su propia época en
las obras escogidas de su tradición. Y así, leerá en Cartucho la lección
doble de Nellie: belleza y compromiso. Nellie no habló en nombre de ninguna
comunidad ni de ninguna abstracción, pero tampoco vaciló en escribir sobre un
puñado de villistas conocidos en la casa de su madre —e hizo, insisto, no
panfleto sino literatura.
Dotada con la frescura intuitiva de una contadora de historias,
relató en Cartucho lo esencial, lo
que tiene que ser recordado de sus héroes vulnerables, casi todos ellos muertos
en la tormenta revolucionaria. «Escribí en este libro lo que me consta del
villismo, no lo que me han contado», explicó Nellie a Carballo. Tradúzcase: no
escribía de villistas porque fuese lucrativo, sino que, sin miedo, se
identificaba a sí misma contra la corriente, a diferencia de hoy, cuando los
Zapatas y Villas son parte del folclor cuasi hollywoodense de nuestras letras.
No se engarzaba en profusas empresas novelísticas, en trilogías históricas
dirigidas a un dócil público «de darle de comer en la boca», como diría el radical
Macedonio Fernández. Más bien, supo volver ficción robusta el testimonio
disperso de la lucha revolucionaria en la Chihuahua villista de su
adolescencia. Corajuda, no fue sorda a su gente y escribió una obra perdurable.
Porque Cartucho no es sólo
«narrativa de la Revolución Mexicana». Con las historias particulares de una
treintena de soldados villistas, surge un libro de alcance universal que trata
sobre la infancia, la muerte, la crueldad y la sed de justicia. «La historia
tiene la realidad atroz de una pesadilla; la grandeza del hombre consiste en
hacer obras hermosas y durables con la substancia real de esa pesadilla»,
escribe Octavio Paz. Nellie Campobello va más allá de su tiempo y logra volver
actuales y válidas para el ánimo de esa secta de lectores de nuestra época las
desventuras de sus Dorados y su madre. Al lograrlo, al revertir la injuria de
los vencedores, Cartucho significa no
sólo un logro estético: es también una lección de bravura moral y compromiso.
Que sigue vigente. La lección de Nellie: escribir con eficacia, con
aspiraciones recias de literatura, sobre lo que nos consta y nos exige ser
contado. Narrar los «cuentos verdaderos», con rabia y a destiempo: contra el
presente, hacia el futuro. El futuro: porque la única comunidad viable de un
escritor es la que él formará en torno de sus textos.
Mucho más que un fantasma, Nellie es nuestra contemporánea por la
vitalidad de su prosa, alianza entre belleza y compromiso. No carece de lógica
esperar, entonces, que Nellie Campobello tome finalmente su lugar como uno
de... sí, ¿cómo negarlo?: como uno de «nuestros escritores», y permanezca en
definitiva en el canon literario de México.
domingo, febrero 22, 2015
De y sobre Esther Seligson
Hoy se publica un texto inédito de Esther Seligson, en el suplemento cultural Confabulario. Se trata de una extensa reflexión de la autora, sobre su novela La morada en el tiempo, a partir de un cuestionario que le envió el estudioso Jacobo Sefami.
Además, el suplemento incluye mi ensayo "Esther Seligson: Una rítmica evasión hacia otros mundos".
Además, el suplemento incluye mi ensayo "Esther Seligson: Una rítmica evasión hacia otros mundos".
jueves, febrero 12, 2015
La Cellule dans la ville
La antología Lectures du Mexique. Nouvelles et microrécits. Auteurs mexicains du XXIe siécle, un proyecto dirigido por Caroline Lepage, incluye la traducción al francés, realizada por Sonia Ferreira, de mi relato «La celda en la Ciudad», que forma parte de mi libro Habla de lo que sabes. El texto se encuentra en este sitio web a partir de la página 393.
Sobre este relato contesté una entrevista de Sonia Ferreira, que se puede leer aquí, en español.
Sobre este relato contesté una entrevista de Sonia Ferreira, que se puede leer aquí, en español.
miércoles, enero 28, 2015
Un Monterrey borrado
Este mes de enero se publicó en la revista Letras Libres mi texto crítico "Un Monterrey borrado", sobre el libro Indio borrado, de Luis Felipe Lomelí (Tusquets). El texto se puede leer en este enlace.
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