Acabo de cumplir once meses en mi trabajo actual, como editor de literatura en una casa prestigiada. Un colega, a quien corrieron a la mala no hace poco, dijo en algún momento: "Geney no se ha enterado que aquí el editor es un achichincle, el último eslabón de la cadena". Bueno, ya me enteré. Pero no lo acepto, claro.
Se supone que esta editorial no se guía por criterios elementalmente comerciales. Es decir, se asume que esta editorial tiene un cometido con la cultura iberoamericana y universal, gracias al subsidio estatal que recibe, el cual, sin embargo, es cinco veces inferior al destinado al Partido Verde Ecologista, institución que ni de lejos ha hecho por los pueblos de Iberoamérica lo que en siete décadas ha realizado esta editorial para la cual trabajo.
Acabo de cumplir 30 años de edad, y entiendo bien que sería una arbitrariedad hacerle demasiado caso, en la conformación del catálogo de una editorial con 70 y tantos años de historia y prestigio, a un muchacho inexperto y de criterio bisoño como, según es fama, sería mi caso. Sin embargo, he caído en la cuenta, a lo largo de estos frustrantes once meses, que quizá uno de los pocos (y en esto he de sonar por fuerza arrogante) que tiene en esta casa por lo menos una pizca de congruencia e intuición editorial y otro tanto de honestidad intelectual c'est moi. Hay una lista de autores fundamentales del canon iberoamericano que, según yo, deberían ser recuperados y publicados por esta editorial que me paga tan poco por hacer el trabajo de cinco o seis editorcitos. Quizá sueno amargado; siento una frustración enorme, lo acepto. Pero a cambio de esos autores no incluidos aún en el septuagenario catálogo de esta casa, se me da la instrucción bien seguido de pedir contratos para una serie de escritores mediocres y gángsteres que, claro, logran ser publicados gracias a sus artimañas notoriamente exentas de ética.
Esta frustración tiene que conducir a un cambio, por supuesto. A más tardar he de irme en diciembre o enero; escéptico, no creo que esta editorial maravillosa y tan vulnerable a las bajas presiones de la política cambie si cambian sus dirigentes.
El aprendizaje, enorme, serviría a cualquiera para fundar una nueva editorial, como ha sido el caso de algunos ilustres antecesores. Necesito (ya saqué cuentas) cinco millones de pesos para los primeros diez años. Publicaría en mi nueva editorial (ya tengo el nombre; no lo diré) diez novedades al año, una al mes entre enero y octubre. Autores muertos o clásicos: brasileños, italianos, rusos, griegos, algunos de nuestra lengua. Contemporáneos, pocos o ninguno. Luego de diez años, la editorial se defendería sola. Tendría, claro, el prestigio que le daría la selección siempre meditada de su catálogo.
Aunque... no, en realidad no funde acaso ninguna editorial. ¿Para qué? Con esos cinco millones de pesos que, ojalá, algún pariente narco tendrá a bien facilitarme sólo por la coincidencia en los apellidos, me dedicaría a leer, vivir y viajar en el extranjero, con Andrea y Pati. Y escribiría, por supuesto, mientras alguno de estos políticos cara de mierda que hoy compiten por la presidencia de la república se encargará de lanzar al abismo a este país jodido y con vocación de perpetuo desastre.