Verónica Murguía
Disculpa, lector, mi tardanza para escribir esta ratificación, dirigida al embajador de Israel en México, David Dannon. La periodicidad de esta columna así lo determina, y más vale tarde que nunca. Además, desgraciadamente, el asunto a tratar no perderá vigencia en mucho tiempo. Recordará el lector la vergonzosa rabieta pública protagonizada por el señor Dannon, misma que tuvo lugar el 26 de julio de este año, cuando exigió que el grupo de intelectuales y escritores que habían firmado un desplegado donde se exigía al Estado de Israel que desistiera de los bombardeos sobre Líbano, se retractaran. Dannon llamó a los firmantes, entre los que me encuentro, inmorales. Nos acusó de apoyar el terrorismo y de no lamentar la sangre israelí derramada. No repetiré aquí todos sus "argumentos". La mayoría son bien conocidos, ya que repitió la consigna de Bush, "o con nuestros bombarderos, o con el terrorismo".
Semejantes simplezas son indignas de alguien que ejerce un cargo diplomático, más aún cuando hay tantas vidas, israelíes y libanesas, en peligro. Yo, señor Dannon, ni con el gobierno que usted representa, ni con Hezbollah. El ejército de Israel bombardeó la aldea de Qana, matando a treinta niños, algunos minusválidos. Si es verdad que allí se encontraban militantes de Hezbollah, ¿por qué sólo fueron rescatados los cadáveres de civiles? ¿Cómo no convertirse en un escudo humano si los caminos y puentes han sido destruidos? Según cnn, Qana fue bombardeada más de ochenta veces.
Acusar a los firmantes de antisemitismo es un abuso. Todas mis autoridades son israelíes, y a la información que envían me atengo. En una carta del 24 de julio firmada por Peretz Kidron de Yesh Gvul, una organización pacifista compuesta por militares, se informa que miles de palestinos –eso también empeora–, incluyendo a docenas de miembros del Parlamento Palestino, están detenidos "administrativamente". Muchos palestinos han sido asesinados en Gaza en estos días, mientras el resto del mundo mira hacia Líbano. Ya hay un primer refusnik (soldado que se niega a matar) en esta guerra, Iztik Shabbat, quien firmó la carta "Valor para negarse" el 19 de julio.
Yonatan Shapira, fundador de Combatientes por la Paz, otro grupo de militares que se niegan a participar, difundió esta semana la siguiente petición: "Para poder defender a Israel, pido al mundo su apoyo para obligar a mi gobierno a detenerse." Yo no puedo hacer casi nada, excepto transcribir aquí su petición.
¿Qué lógica perversa condena a quienes secuestraron a los dos soldados israelíes y justifica a quienes destruyen un país entero en respuesta? ¿Qué no les importa el creciente aumento de odio, que se resuelve en mayor popularidad del terrorismo que amenaza a civiles israelíes inocentes? ¿Cree el señor Dannon que las matanzas de Sabra y Chatila ya se nos olvidaron? Por si él no se acuerda, mucha gente en Israel expresó su repugnancia por este acto, del que Ariel Sharon fue responsable. Por eso fue destituido de su puesto en el Ministerio de Defensa. Esa matanza tuvo como marco la primera invasión del Líbano, "una guerra de expansión, no de defensa", según Avi Shlaim, profesor de relaciones internacionales en Oxford.
Ygal Shochat, Cirujano en Jefe de la aviación israelí, también es miembro de Médicos sin Fronteras. Perdió una pierna combatiendo en Egipto en 1970. En 1996, dice, "no creí en la legitimidad de la Operación Viñas de Ira, pues el objetivo era obligar a civiles libaneses a huir, y así presionar al gobierno de Líbano para actuar contra Hezbollah." Como ahora.
Neve Gordon, maestro de la Universidad Ben Gurion en Beer Sheva, dice que es el ejército de Israel quien crea los escudos humanos. Los "escudos" son quienes andan por ahí cuando el ejército israelí asoma en busca de un terrorista. No es una elección hecha por los civiles, es la denominación que el ejército (y usted, señor embajador) usan para llamar a los muertos.
Por último citaré el final del profético "Yo acuso", de Baruch Kimmerling: "Acuso a todos –a los intelectuales judíos en Israel y Estados Unidos– quienes saben esto y no hacen nada por impedir la catástrofe. Las masacres de Sabra y Shatila serán poco comparadas con lo que sucede y sucederá, a todos, judíos y árabes, después de esta guerra étnica. Y me acuso a mí mismo por saber esto, por llorar muy poco y quedarme callado demasiadas veces."
Y yo, simplemente, no me retracto.
"Una ratificación" fue publicado en La Jornada Semanal, hoy 13 de agosto de 2006, por Verónica Murguía en su columna Las Rayas de la Cebra.
Bitácora de Geney Beltrán [χe’nɛi bel’tɾan], escritor mexicano (Tamazula, Durango, 1976).
domingo, agosto 13, 2006
martes, agosto 01, 2006
Cina, el líder de los conjurados, en la víspera del atentado contra Augusto finge esta crítica de la democracia, por lo demás no inexacta
Augusto, ignorante de la conjura de Cina y Máximo, les pide su consejo: ¿debe abdicar, como Sila, ante el temor de ser asesinado, como Julio César? Cina, nieto de Pompeyo, lo convence de mantenerse al mando del imperio; su objetivo es impedirle la impunidad posible de quien pasa de maître de l'univers a ciudadano y asesinarlo, como un castigo ejemplar para los ambiciosos con el cual se libere en definitiva a Roma de cualquier tentación de tiranía. Pero la crítica hipócrita hacia la democracia que sale de labios del conspirador no carece de fundamento y peor aún de pertinencia para estos días nuestros, asediados por la manipulación y el cinismo de políticos arribistas.
Mais quand le peuple est maître, on n’agit qu’en tumulte:
La voix de la raison jamais ne se consulte;
Les honneurs sont vendus aux plus ambitieux,
L’authorité livrée aux plus séditieux.
Ces petits souverains qu’il fait pour une année,
Voyant d’un temps si court leur puissance bornée,
Des plus heureux desseins font avorter le fruit,
De peur de le laisser à celui qui les suit.
Comme ils ont peu de part aux biens dont ils ordonnent,
Dans le champ du public largement ils moissonnent,
Assurés que chacun leur pardonne aisément,
Espérant à son tour un pareil traitement:
Le pire des États, c’est l’État populaire.
Corneille, Cinna, II, 1
Mais quand le peuple est maître, on n’agit qu’en tumulte:
La voix de la raison jamais ne se consulte;
Les honneurs sont vendus aux plus ambitieux,
L’authorité livrée aux plus séditieux.
Ces petits souverains qu’il fait pour une année,
Voyant d’un temps si court leur puissance bornée,
Des plus heureux desseins font avorter le fruit,
De peur de le laisser à celui qui les suit.
Comme ils ont peu de part aux biens dont ils ordonnent,
Dans le champ du public largement ils moissonnent,
Assurés que chacun leur pardonne aisément,
Espérant à son tour un pareil traitement:
Le pire des États, c’est l’État populaire.
Corneille, Cinna, II, 1
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