sábado, octubre 20, 2007

Blogs y literatura


Antes el camino era más lento y azaroso. Borges volvió su nombre una marca registrada luego de mucho tiempo; el desarrollo de una mitología personal, en la que convivían los barrios de Buenos Aires, su germanofilia, el gusto por la narrativa policial, las sagas islandesas, el desconcierto ante la fama, los espejos, los cuchillos y los tigres, y muchos otros motivos, se fue dando luego de años y libros y desembocó magistralmente en el texto «Borges y yo».
Hoy en día un blog literario, bien administrado, puede conferir una identidad literaria en poco tiempo. Entre la egolatría y la propaganda, la confesión autobiográfica y la exposición de filias y fobias, un blog puede darle una personalidad identificable a su autor, lo que con el tiempo, cuando lleguen los libros publicados, se convertirá acaso en una extensión de la oficina de mercadotecnia. Esto no necesariamente está mal. Lejos de mí la tentación de pontificar puristamente. Incluso me causan una cierta ternura aquellos que descalifican los blogs como promiscuos receptáculos de todo lo malo, lo frívolo y lo perecedero. Una vez escuché a alguien decir que él no leía blogs porque confiaba en los mecanismos de la tradición para saber qué valdría la pena leer y qué no. Los blogs, bajo su óptica, no se contaban entre ellos. Sin embargo, me temo que él confiaba más en los mecanismos de la barcelonesa editorial Anagrama que en los de la uy, tan cacareada tradición.
Porque se olvida que leemos los blogs literarios no como leemos a La Rochefoucauld, a Marco Aurelio o a Ribeyro: los leemos como estrictos coetáneos, a muchos de los autores blogueros los conocemos incluso aunque sea sólo por el mail. La cómplice indulgencia no se finca en una flexibilidad poco provechosa del criterio exigente de lector curtido por la tradición, sino en la ventaja de contar con numerosos corresponsales de la misma época. Es decir: los blogs de hoy, y la comunicación epistolar que se produce a través de los comments o los mails, tienen la misma función que tuvieron los epistolarios de los escritores de antes, quienes necesitaban y buscaban ese diálogo fructífero con sus pares literarios. Así, aclaremos: el blog no es La Obra: es un lugar de diálogo. Y no hay un blog: son en su conjunto una comunidad de intercambios intelectuales (y de otro tipo, claro).
Por esta razón creo que los blogs literarios, aunque deben tener calidad de escritura —y la tienen aquellos que leemos con asiduidad—, nos interesan menos como expresión literaria que como registros y apuntes de las experiencias, gustos, ideas y deseos de los demás escritores con quienes compartimos la época. En los blogs, así, podemos aprender no de asuntos literarios sino de maneras de sobrevivir a nuestra pasión por la literatura. En este sentido, los blogs no son tampoco borradores en sentido estricto: son textos paralelos a la creación de libros. Son literatura, sí, pero leída con el morbo —esa mezcla de envidia y sano interés— con que siempre se lee a los contemporáneos, tan necesarios y difíciles.
(Y no, el de la foto no es Borges, claro; es Ribeyro, el protoblogger de Prosas apátridas.)