Bitácora de Geney Beltrán [χe’nɛi bel’tɾan], escritor mexicano (Tamazula, Durango, 1976).
lunes, abril 06, 2009
En Tierra Adentro
miércoles, abril 01, 2009
Reparo a la imaginación sin conocimiento
A continuación, un párrafo:
En libros lamentables como La balsa de piedra (1986), Ensayo sobre la lucidez (2004) y Las intermitencias de la muerte (2005), el novelista baja de la escena y la cede al panfletario que se orina sobre el cadáver de Swift y la tradición satírica de occidente, explotando una forma chata de la imaginación: un buen día, la península ibérica se desprende de los Pirineos y, vuelta isla en movimiento, se lanza al Atlántico; un buen día, la gente vota en blanco y pone en jaque a la corrupta democracia; un buen día, la Muerte deja de hacer su trabajo y la iglesia, el estado, las mafias caen en crisis. Así de fácil. Porque sí. A ver qué resulta: no para que, a diferencia de lo que sucede al leer a Imre Kertész, el lector se adentre en embarazosos temas morales (la geografía y la cultura como un doble fatal destino, el peso político y social del individuo, las relaciones entre mortalidad y poder), sino para que alcance el consuelo, merced a la burla común del resentido que se asume carente de cualquier fisura moral que pueda explicar también la inmoralidad ajena. Eso que los convenencieros llaman “la compasión con la que José Saramago observa las flaquezas humanas” (el delito es de un redactor de solapas), no es sino tibieza y aun demagogia, pues el individuo —cualquier lector— es aquí intocable: una víctima posible observada con complacencia, adulada por un narrador que dispensa Juicios Profundos y quien, a diferencia de lo que sucede en la obra de Kenzaburo Oé, nunca se aproxima al laberinto del personaje para hurgar en sus zonas turbias y exponer contradicciones que sugieran un vislumbre arduo de los conflictos.
Demostración física
A continuación, un párrafo:
“En el momento del amor, la palabra amor no significa nada (cualquiera puede mentir al pronunciarla), por lo tanto es necesaria una demostración física de esa palabra”. Esto en 1951 pide Jorge Eduardo Eielson (1924-2006), un hombre renacentista que escribió lírica, ensayo, narrativa y quien, como artista visual, se apropió de una variedad de vías expresivas, del performance y la instalación a la fotografía y la pintura. También trenzó nudos, exhibidos en las galerías importantes de Europa. En la conjunción del arte-objeto (hilo, color, tensión, contorno), retomando una herencia antiquísima americana, Eielson habría de simbolizar el tenor de su creación literaria y visual: el arte como un nudo, una ligadura “cuyo punto de inflexión cósmica es el Vacío”, dice Gabriel Bernal Granados, “entendido como la plenitud del ser en el olvido atemporal del yo”. Un nudo es El cuerpo de Giulia-no, y no una novela. O sí, es una novela que toma del nudo su estructura, que mezcla, tensa, recircula sus elementos y así confunde y rompe la convención novelística. Se publicó en 1971, y no sería ajena al hálito de vanguardia que distinguió a las dos décadas anteriores en la ficción europea. Más aún, El cuerpo de Giulia-no sería la continuación de la poesía de Eielson por otros medios.