miércoles, abril 01, 2009

Reparo a la imaginación sin conocimiento

La revista Letras Libres publica este mes (número 124, abril de 2009) un ensayo mío sobre la obra narrativa del escritor portugués José Saramago.


A continuación, un párrafo:


En libros lamentables como La balsa de piedra (1986), Ensayo sobre la lucidez (2004) y Las intermitencias de la muerte (2005), el novelista baja de la escena y la cede al panfletario que se orina sobre el cadáver de Swift y la tradición satírica de occidente, explotando una forma chata de la imaginación: un buen día, la península ibérica se desprende de los Pirineos y, vuelta isla en movimiento, se lanza al Atlántico; un buen día, la gente vota en blanco y pone en jaque a la corrupta democracia; un buen día, la Muerte deja de hacer su trabajo y la iglesia, el estado, las mafias caen en crisis. Así de fácil. Porque sí. A ver qué resulta: no para que, a diferencia de lo que sucede al leer a Imre Kertész, el lector se adentre en embarazosos temas morales (la geografía y la cultura como un doble fatal destino, el peso político y social del individuo, las relaciones entre mortalidad y poder), sino para que alcance el consuelo, merced a la burla común del resentido que se asume carente de cualquier fisura moral que pueda explicar también la inmoralidad ajena. Eso que los convenencieros llaman “la compasión con la que José Saramago observa las flaquezas humanas” (el delito es de un redactor de solapas), no es sino tibieza y aun demagogia, pues el individuo —cualquier lector— es aquí intocable: una víctima posible observada con complacencia, adulada por un narrador que dispensa Juicios Profundos y quien, a diferencia de lo que sucede en la obra de Kenzaburo Oé, nunca se aproxima al laberinto del personaje para hurgar en sus zonas turbias y exponer contradicciones que sugieran un vislumbre arduo de los conflictos.