Ayer domingo se publicó en La Jornada Semanal un dossier titulado «Macedonio Fernández contra sí mismo». Uno de los textos es el siguiente, de Miguel Ángel Quemain sobre mi libro El biógrafo de su lector. Lo incluyo aquí, apelando a tu indulgencia, porque he aprendido pronto que todo blog que se respete debe cumplir su papel de egoteca personal. ¡Qué decadencia, pardiez!
Miguel Ángel Quemain
Como en toda buena novela, sea la primera o la última, la ficción crítica de Geney Beltrán Félix (El biógrafo de su lector. Guía para leer y entender a Macedonio Fernández, México, Fondo Editorial Tierra Adentro, 2003) arranca con una advertencia que en pocas palabras condensa y promete el desarrollo de una obra cargada con múltiples registros literarios: estamos frente a un escritor anómalo, secreto, un escritor para escritores, cuyas curiosidades, inclinaciones, perseverancias y variaciones lo colocan como un caso "interesante y contradictorio de la literatura hispanoamericana del siglo XX".
Geney afirma que Macedonio Fernández es un escritor para escritores, es decir, un autor que, queriéndolo o no, es un centinela de la tradición, un transgresor de la tradición, un continuador de la tradición, y es precisamente en ese punto que se torna fascinante la aproximación de Geney, porque la Guía... no sólo orienta al interesado lector, al posible lector, al imposible lector único, sino que también es un mapa en el que se encuentra muy sutilmente trazada la ruta del pensamiento crítico que da origen al libro.
Hay una preocupación constante en el libro: la actualidad y vigencia del pensamiento literario, las indagaciones y la literatura de Macedonio Fernández. Geney afirma:
En cuanto a la actualidad de sus ideas, se puede aseverar que el aspecto más importante de su obra, el cuestionamiento permanente del texto que se vuelve sobre su propia escritura, se halla presente en la novelística posterior a Macedonio de manera innegable: la obstinada conflictividad de los narradores argentinos de la segunda mitad del siglo XX con el género de la novela constituye por sí sola una prueba convincente y provocativa.
Geney lee con claridad que la reflexión macedoniana es una forma de abolir el realismo imperante en su tiempo, y también en el nuestro, ya que "toda copia realista es inexacta o fallida, debido a que la vida posee ya por sí sola una variada riqueza de asuntos que el arte –cualquier arte– jamás lograría igualar".
Cito al autor del ensayo, en líneas que hablan de la novela realista: "su pretendida verosimilitud le hace creer [al lector] que está presenciando la Vida y no una ficción. A este tipo de novela el autor [Macedonio] la llama ‘novela mala’, pues ante ella el lector no necesita hacer ningún esfuerzo intelectual importante y, por lo mismo, no se involucra en la hechura del texto, el cual sólo propicia una identificación sentimental con la historia que relata". Me parece fundamental esta caracterización de la novela realista pues le permitirá al autor cumplir con uno de los propósitos del ensayo, que consiste en mostrarnos la biografía del lector que la lectura de Museo de la novela de la Eterna construye cada vez que es leída y mostrar los procedimientos a través de los cuales la Tradición es asimilada y modificada por un autor de la envergadura de Macedonio Fernández.
Geney no escatima el recuento de los recursos provenientes de la tradición para examinar esta novela y mostrar cómo se afirma una literatura a partir de la negación del realismo novelístico: "la técnica del personaje prestado, la técnica de personajes leyentes, el efecto conciencial en el ‘lector’, el comienzo impedido, el final abierto, la anulación de la verosimilitud ‘alucinatoria’, etcétera". Pero todos estos recursos, como bien acota el ensayista, "ya pueden encontrarse en Cervantes, Sterne, Diderot, Machado de Assis, incluso Unamuno... ¿dónde se halla, entonces la innovación radical de Museo...?" Y Geney responde: "fuera del texto", en el lector, "sin la participación activa, despierta, cooperativa del lector, Museo... no adquiere el menor sentido. El papel central del lector-personaje para seducir la complicidad del lector convierte a Museo... en una ‘biografía del lector’, en la obra en que el lector será por fin leído", y cita a Fernández que escribe:
reconóceme que esta novela por la multitud de sus inconclusiones es la que ha creído más en tu fantasía, en tu capacidad y necesidad de completar y sustituir finales. Exceptuando yo, ningún novelista existió que creyera en tu fantasía. La novela completa, que es la más fácil, la única usada en el pasado, aquella toda del autor, nos tuvo a todos como infantes de darles de comer en la boca. De esta omisión irritante y de pésimo gusto, tomáos libre resarcimiento en la mía.
Es preciso señalar este aporte porque en este cumplimiento se sostiene un aspecto fundamental del libro que consiste en la distinción entre tradición y novedad, continuidad y originalidad.
Por otra parte, hay por momentos un mimetismo de la prosa de Geney Beltrán con la de Macedonio Fernández, una voluntad de apegarse a su sintaxis, a un orden donde las preposiciones, los conectivos, los artículos han sido alterados sin que el significado de las oraciones cambie, pero sí su sentido hacia un viraje poético, altamente sintético. Leo este ejercicio y esta mimesis como una devoción profunda de Geney a su "objeto" de estudio, si es que podemos llamar "objeto" a la literatura de Macedonio Fernández que de tan viva late todavía, como un corazón fresco en las manos del lector del siglo XXI. También lo leo como un enamoramiento de esa prosa que ha sido descifrada y que se convierte en cuerpo, en el cuerpo que anima la mano de Geney que parece escuchar una especie de dictado que procede de "un ponerse en el lugar del otro", como si por momentos fuera el amanuense de un Macedonio que acepta seducido el desafío de reordenar la génesis de su pensamiento literario.
Si refiero estos detalles que me llaman tanto la atención es porque en muchos momentos me da la impresión de que la lectura de Geney sobre Macedonio es un lúdico pretexto para llamar la atención sobre las sombras y peligros que acechan el quehacer literario de hoy tan contaminado por la grandilocuencia, los falsos valores y autores hiperinflados por el comercio y la mercadotecnia editorial.