Se prepararán para el día de la venganza. Reunirán sus armas: cuchillos, pistolas, palos, taladros, martillos, sartenes, lo que tengan. Cuando llegue el día, a las seis de la mañana, saldrán de sus casas. Convocarán a sus parientes, a sus vecinos, sus amigos. Les dirán: «¡Vamos a chingarnos a los ricos! ¡Vamos a saquear las casas de los millonarios, de los ladrones, de los políticos corruptos! ¡Vamos a quemar los bancos, vamos a destruir los autos de lujo, vamos a matar a los hijos de su chingada madre!» El furor se extenderá por el esmog. De las colonias jodidas de la Ciudad y el país saldrán los gritos como un solo alarido denso y dilatado, la gente asaltará los microbuses y los camiones y el metro y se dirigirá a las colonias residenciales, a los rumbos podridos de cada ciudad. Entrarán por la fuerza en las casas, no habrá resistencia en los guardias, los guaruras, los miembros del ejército. Lincharán a los puercos jefes de empresa, a los industriales, a los corrompidos dueños del poder, los jefes de la policía y de los narcos y los secuestradores, los altos lacayos de las trasnacionales que explotan a la gente, la llenan de cáncer y destruyen la Tierra, los ladroncísimos cardenales y obispos, los parlamentarios y traficantes de influencias, los especuladores y rapaces banqueros con sus esposas, sus hijos y amantes y toda persona cercana que se haya visto contaminada y beneficiada por la iniquidad. Les sacarán los ojos, les romperán la ropa, les cortarán la verga, las tetas, destruirán las ventanas con vitrales, aventarán los cuerpos asesinados a las albercas, los llevarán por las calles como trofeos, emascularán y empalarán a los juniorcitos rubios que se llenan la nariz de coca y secuestran a las sirvientas y empleadas para quemarles con colillas de cigarros los pezones y el clítoris, violarlas y dejarlas casi muertas en algún canal de desagüe, perseguirán por las calles a los que intentan huir en sus autos extranjeros: todas las salidas estarán bloqueadas por la turba, y luego de saciarse con los primeros hechos asaltarán los refrigeradores y las cavas, dormirán en las recámaras envueltos en sábanas carísimas.
Al día siguiente seguirá la venganza: entrarán en las oficinas de los rascacielos donde despachan los abogados litigantes, los inversionistas, los gangsteriles dueños de los canales de televisión y los periódicos, los grandes negociantes, los cínicos funcionarios, los caciques de los partidos políticos y los sindicatos, arrancarán las computadoras de sus conexiones en las paredes, tirarán por las ventanas los archiveros y las peceras y los diplomas y falsos títulos. Y al tercer día asaltarán las tiendas departamentales y las vinaterías y los almacenes de comida importada, se llevarán la ropa fina y los alcoholes y las piernas de jamón y los bacalaos, y al llegar la noche del tercer día: todo habrá terminado.
La venganza habrá satisfecho las ansias de justicia. Matar y robar y descuartizar a los que mataban y robaban y violaban los habrá redimido. El mal y su violencia habrán sido exterminados, arrancados de la raíz de todos: de los verdugos con su muerte y de las supuestas víctimas con el asesinato purificador. Los nuevos hombres, las nuevas mujeres, los vengados por sí mismos, serán ahora gente libre del mal.