jueves, julio 13, 2006

Toda la luz


«¿Por qué parecía el amor abrirle más sus heridas? ¿Qué surcos transitaba donde queriendo dejar semillas dejó llagas? ¿Qué daño le removía el horizonte?... La madre no comprende: la hija le fue siempre un misterio. Toca los labios exangües. ¿Qué plegaria dirán Señor que a Ti te apiade pues que Tus siervos le niegan la absolución? El ritual seguirá su norma, y aunque no les rasguen la ropa en señal de duelo —“No te abstengas de orar al cielo en busca de Misericordia”—, ahí estará el dolor como una aguja atravesando el pecho hasta la cintura. El cortejo emprende su lenta marcha rumbo al espacio del cementerio donde la tierra no está consagrada —¿acaso no retorna igual al polvo el polvo del suicida?—, Exaltado y Santificado sea el Gran Nombre en el mundo que Él ha creado a Su Voluntad, un rincón de santidad baldía que vomita a los inicuos: el cadáver entrará boca abajo en el ataúd para que no ofenda a la Presencia el rostro que olvidó, en su loca inmolación, su divina semejanza...»

Esther Seligson, “El entierro”, en Toda la luz

El Fondo de Cultura Económica acaba de publicar Toda la luz, un volumen con lo mejor de la narrativa breve de la escritora mexicana Esther Seligson. Se trata de una autora de culto dueña de un aliento lírico lleno de emoción y una capacidad de fabulación siempre múltiple y sorprendente. Es Seligson además el ejemplo de un vigoroso apego a una vocación escritural que condensa o revela —y ya ves cómo esta circunstancia termina siendo siempre fundamental para mí— una búsqueda permanente de autenticidad artística; en su prosa no hay marcas ni deudas con las modas literarias, sino la concentración expresiva de un hálito de introspección en tramas y temas, momentos y personajes tanto más seductores y subyugantes cuanto se trata —y este dato resulta manifiesto a cada página para quien la lea con ánimo ecuánime— de un mundo personal dominado por un puñado fértil de obsesiones. «No creo que ninguna obra de arte esté absolutamente separada de la vida interior de su autor», ha escrito, «no sólo de sus sentimientos, sino también de sus ideas, de su concepción del mundo, de sus prejuicios y aspiraciones, sus fobias y sus sueños». Es Seligson (y concluyo apresuradamente) un nombre inclasificable y necesario en la prosa hispánica contemporánea.