Volvimos a nuestro alojamiento donde el pueblo nos había preparado la cena. El entusiasmo era inmenso. Nos abrazaban los campesinos, nos invitaban copas. Una marimba comenzó a tocar sones guatemaltecos. Cohetes, tiros al aire, gritos de júbilo, repiques de campanas de la iglesia. Ya no pude más: mi tierra, que la tenía en los huesos, salió a mis ojos, me puse a sollozar y a llorar. Qué alegría más desgarradora, qué ternura más acongojada y jubilosa. Las muchachas y muchachos, los viejos y los niños, las mujeres pidieron el himno nacional a la marimbita. Hacía muchos años, muchos años, que no lo había escuchado. Me tocó cantarlo con mi pueblo en aquella ocasión inolvidable. No creo ser patriotero ni sentimental: simplemente, se me reveló entonces, de nuevo, cuán definitivos son la niñez y el dominio de la tierra.
Luis Cardoza y Aragón, Guatemala, las líneas de su mano
Luis Cardoza y Aragón, Guatemala, las líneas de su mano