lunes, octubre 25, 2010

Sobre Habla de lo que sabes

Irad Nieto publica un texto crítico sobre mi libro de cuentos Habla de lo que sabes en el periódico El Debate. El enlace está aquí.
Y aquí el texto completo:

Habla de lo que sabes
Irad Nieto

En un artículo periodístico de reciente publicación el filósofo español Javier Gomá Lanzón hizo una pregunta fundamental: ¿Qué es la vocación literaria? En principio, se respondió, consiste en "una anomalía vital", pues de las mil posibilidades sensatas que la vida ofrece a un joven cuya personalidad se supone compleja y plural, sólo una, una nada más, parece absorberlo en forma tirana. Pudiendo ser dentista, abogado, gerente de una empresa o varias cosas a la vez, es decir, trabajar decentemente, el escritor, de manera espontánea e ineludible, se descubre de pronto volcado hacia una intensa, azarosa y emocionante compulsión: fijar por escrito sus pensamientos, sueños y sentimientos.
La vocación literaria es un incendio íntimo y voraz, a la vez atractivo y aterrador. Para atemperar las llamas expandidas en su interior, el escritor escribe, crea, miente; para avivarlas, vuelve a escribir. Su extraña vocación le obliga a dar una forma perdurable, artística, a ese fuego interno. Habla de lo que sabes, el libro que reúne diez relatos del escritor Geney Beltrán Félix (Culiacán, Sinaloa, 1976), se escribió con esta intención: subsistir en la sensibilidad de los lectores, espolearnos y remover en nosotros lo visceral, lo intenso que se oculta debajo de la insípida vida práctica. Habla de lo que sabes nos exige leer detenidamente, releer y exponernos.
Y digo exponernos porque en los relatos de Geney Beltrán el sosiego no tiene lugar. No hay paz. Por el contrario, campean la intranquilidad y hasta la paranoia. La Ciudad, como un animal que acecha permanentemente, es aquí el personaje principal que atraviesa todo el libro. "Telaraña vial de pavimento sin fin", la Ciudad es un todo que nos amenaza y nos aprisiona en una atmósfera cada vez más inhabitable, transitada por peatones o automovilistas desesperados, "malignos, "irracionales". Por eso el título del primer cuento: "La celda en la Ciudad", porque el personaje, un contador sensible y trastornado, arrastra su propio encierro en la Ciudad; a través de sus miedos, lo prolonga y lo interioriza: "¿Es todo una trampa? Tal vez lo quieran secuestrar"; el cielo es "una capa de vómito gris"; "los automóviles son hormigas cansadas que ruedan"; un puente peatonal adquiere la forma temible de una jaula soldada en el aire.
En "Perdonados por quién", cuento en el que la Ciudad se desploma por un sismo, el autor describe, escenifica, la ridícula vulnerabilidad de los seres humanos, hacinados en la Ciudad como una plaga de roedores incorregibles y malolientes. El tono es un tanto apocalíptico, no por ello irreal: "Lo que sucede", dice el narrador, "lo que vendrá: son cuerpos aplastados bajo los escombros o asfixiados en el metro y rostros que agonizan en las camas de un hospital y ratas y perros mordiendo cadáveres y fosas comunes desbordadas por extremidades huesudas". Es la demolición de la Ciudad.
Solitarios, paranoicos, aparentemente vacíos, como si siempre representaran la parte accidentada de eso que se llama ser humano, así son los personajes que habitan este universo literario: personifican el fracaso de una pretendida integridad moral y sicológica. Un contador, un matrimonio, un profesor, un cajero frustrado, la hija o el padre, por mencionar a unos cuantos personajes, son una muestra de que a pesar de la buena voluntad se fracasa rotundamente, aquí y ahora. Esto los hace más vivos y más reales a los ojos y emociones del lector. Constituyen además una metáfora de la soledad urbana.
Como narrador, Geney es pesimista y visceral, es decir, un hombre sensato. Lo que más puede admirarse y disfrutarse en estos relatos es que el autor indaga sensiblemente la vida interior de sus personajes y la horada a través de una escritura penetrante, radicalmente introspectiva, onírica, a veces experimental. Mediante el discurso narrativo nuestro escritor explora desde el fondo las comarcas agrestes, milenarias, de la condición humana: los miedos, los deseos, el rencor, la paternidad, la vejez, la muerte, las pulsiones sexuales, la fantasía del incesto. Sus relatos nos instalan ante una escritura íntima pero incendiaria, una imaginación provechosamente maliciosa, a ratos maligna. Habla de lo que sabes es el resultado de esta anomalía vital.