La revista Tierra Adentro, en su número 170 (de junio-julio), trae en Fraguas, su sección de crítica, textos de:
* Karla Marrufo, sobre los libros de dramaturgia Santificarás las fiestas o el amor perfecto de dos paraguas disfuncionales de Conchi León, Cuerdas de Bárbara Colio (El Milagro), Revolución III o la última afrenta de Luis Ayhllón (Conaculta) y el volumen colectivo Teatro de la Gruta X (Tierra Adentro).
* Enrique Padilla, sobre La naturaleza ama esconderse de Giorgio Colli (Sexto Piso/Conaculta).
* Gabriela Conde, sobre Los restos del banquete de Gabriel Wolfson (Libros Magenta).
* Alejandro Gaspar, sobre Riña de gatos. Madrid 1936 de Eduardo Mendoza (Planeta).
* Ignacio Sánchez Prado, sobre El oro ensortijado. Poesía viva de México (Eón).
* Claudina Domingo, sobre Poesía reunida de Joaquín Vázquez Aguilar (Unicach/Juan Pablos).
También se publican notas críticas breves sobre:
* Los últimos espectadores del acorazado Potemkin de Ana Teresa Torres (FCE), por Eduardo Antonio Parra.
* Perturbaciones atmosféricas de Rivka Galchen (Almadía), por Joaquín Guillén Márquez.
* Tijuana: crimen y olvido de Luis Humberto Crosthwaite (Tusquets), por Brenda Valdivia.
* La esposa del rey de las curvas de Alfredo Bryce Echenique (Anagrama), por Carlos Esteban Cuendia.
* Los gansos salvajes de Paulina Vindermann (Posdata), por Balam Rodrigo.
Bitácora de Geney Beltrán [χe’nɛi bel’tɾan], escritor mexicano (Tamazula, Durango, 1976).
jueves, junio 30, 2011
martes, junio 28, 2011
«Una literatura compleja, palpitante...»
El escritor Vicente Alfonso comenta mi novela Cartas ajenas en el periódico El Siglo de Torreón. Éste es el enlace.
He aquí un párrafo:
Un hombre que se cartea con su amante muerta (y recibe respuestas), una repartidora de cartas capaz de predecir la muerte de sus seres queridos y una mujer que descarga su dolor escribiendo a desconocidos, son sólo algunos de los personajes entrañables de esta novela, y que confirman la pericia que Geney mostró en Habla de lo que sabes, su primer libro de narrativa. Aunque su prosa fluida hace que escribir parezca fácil, hay mucha carpintería literaria en esta novela: si la historia avanza muy rápidamente es gracias a que está contada en párrafos breves, precisos, en los que vemos reflejado el convulso y violento México que habitamos estos días.
He aquí un párrafo:
Un hombre que se cartea con su amante muerta (y recibe respuestas), una repartidora de cartas capaz de predecir la muerte de sus seres queridos y una mujer que descarga su dolor escribiendo a desconocidos, son sólo algunos de los personajes entrañables de esta novela, y que confirman la pericia que Geney mostró en Habla de lo que sabes, su primer libro de narrativa. Aunque su prosa fluida hace que escribir parezca fácil, hay mucha carpintería literaria en esta novela: si la historia avanza muy rápidamente es gracias a que está contada en párrafos breves, precisos, en los que vemos reflejado el convulso y violento México que habitamos estos días.
lunes, junio 27, 2011
Mouawad en Villalongín
Bosques es la tercera obra de la tetralogía La sangre de las promesas del dramaturgo libanés-canadiense Wadji Mouawad. Está en cartelera en el Teatro Benito Juárez de la ciudad de México (Villalongín 15, en la delegación Cuauhtémoc), con dirección de Hugo Arrevillaga, viernes y sábado a las 7 pm y los domingos a las 6, de aquí a finales de julio.
Cierto que Mouawad tiene debilidad por la construcción prolija, al grado de que enfatiza muy melodramáticamente, hasta con grandilocuencia, el sustrato doxal de sus piezas. Sin embargo, y por lo menos en este caso, la obra sobrevive y se impone con suficiencia. La primera parte de Bosques es de una profunda emotividad, con un trabajo actoral y de dirección de primer nivel. Se trata de un extraordinario montaje.
domingo, junio 26, 2011
CXXXIII
El Google, esa versión mejorada, todavía imperfecta, de Dios: a toda pregunta él sí tiene una respuesta, pero, ay, no siempre satisfactoria.
viernes, junio 24, 2011
jueves, junio 23, 2011
CXXXI
Ciertas leyes parecen haber sido hechas sólo para garantizarle una gran satisfacción a quienes de antemano saben que podrán pasar impunemente por encima de ellas.
miércoles, junio 22, 2011
CXXX
El sedentario es un ser de tierra, y el gitano, de fuego. La nostalgia es propia del agua. Y la desmemoria es del aire.
martes, junio 21, 2011
CXXIX
Se muestra siempre inexperto e ingenuo en tantas cosas de la vida. No hay otra explicación: en su existencia anterior, murió siendo niño.
domingo, junio 19, 2011
El último escondite
Poema de Audomaro Ernesto Hidalgo
A esta hora los vecinos toman cerveza y ríen,
escuchan música de vecindario.
No quisiera
llorar esta noche en casa
pero me ha conmovido tanto la noticia
que tengo ganas de permanecer
solo, meciéndome en la hamaca.
Pensaba hablarte por teléfono,
preguntarte por tus cosas,
tu próximo viaje,
sin embargo la línea ha preferido el silencio
que comunicarme contigo.
Quisiera que todo esto fuera mentira.
Quisiera creer profundamente en la felicidad.
Me gustaría ayudarte a cargar las bolsas de la despensa
y caminar juntos hasta la puerta de tu casa.
Trato de controlar estas ganas de quebrarme
por esta puñalada repentina en un costado,
porque lo tuyo se parece mucho a una herida honda.
Busco la manera de defenderme del mutismo que me rodea
a pesar de que se escuchan autos y bailan los vecinos,
pero el problema de uno es adentro,
en esa parte oscura que también somos,
y que es necesario mirar aunque nos duela.
He preferido no preguntar.
Quién podría conocer mejor que tú
el olor del té esa mañana,
el sol que dora las plantas,
lo que debías hacer ese día
y los siguientes.
Alguien podría darme detalles.
No quiero saberlos,
odio las especulaciones,
no tolero a quienes hablan por hablar.
Apenas si podía creerlo, leí varias veces tu nombre
para ver si se alteraba el orden de las letras.
No. Nada. Es cierto.
Caminaré por la colonia,
entraré a la cafetería en frente de tu edificio,
imaginaré verte salir de casa o llegar de tus clases.
Voy a contar hasta diez
y luego
jugaré a buscarte como a una niña que ha elegido
el último escondite.
(Este poema de Audomaro Ernesto Hidalgo, escrito a la muerte de Esther Seligson, fue publicado en el más reciente anuario del Programa Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. La fotografía de aquí arribita es de Esther y su hermana Silvia, de niñas.)
A esta hora los vecinos toman cerveza y ríen,
escuchan música de vecindario.
No quisiera
llorar esta noche en casa
pero me ha conmovido tanto la noticia
que tengo ganas de permanecer
solo, meciéndome en la hamaca.
Pensaba hablarte por teléfono,
preguntarte por tus cosas,
tu próximo viaje,
sin embargo la línea ha preferido el silencio
que comunicarme contigo.
Quisiera que todo esto fuera mentira.
Quisiera creer profundamente en la felicidad.
Me gustaría ayudarte a cargar las bolsas de la despensa
y caminar juntos hasta la puerta de tu casa.
Trato de controlar estas ganas de quebrarme
por esta puñalada repentina en un costado,
porque lo tuyo se parece mucho a una herida honda.
Busco la manera de defenderme del mutismo que me rodea
a pesar de que se escuchan autos y bailan los vecinos,
pero el problema de uno es adentro,
en esa parte oscura que también somos,
y que es necesario mirar aunque nos duela.
He preferido no preguntar.
Quién podría conocer mejor que tú
el olor del té esa mañana,
el sol que dora las plantas,
lo que debías hacer ese día
y los siguientes.
Alguien podría darme detalles.
No quiero saberlos,
odio las especulaciones,
no tolero a quienes hablan por hablar.
Apenas si podía creerlo, leí varias veces tu nombre
para ver si se alteraba el orden de las letras.
No. Nada. Es cierto.
Caminaré por la colonia,
entraré a la cafetería en frente de tu edificio,
imaginaré verte salir de casa o llegar de tus clases.
Voy a contar hasta diez
y luego
jugaré a buscarte como a una niña que ha elegido
el último escondite.
(Este poema de Audomaro Ernesto Hidalgo, escrito a la muerte de Esther Seligson, fue publicado en el más reciente anuario del Programa Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. La fotografía de aquí arribita es de Esther y su hermana Silvia, de niñas.)
sábado, junio 18, 2011
CXXVIII
La infancia suele parecernos más bella cuando, ya de adultos, la atestiguamos en ciertos momentos de nuestros hijos que cuando, sin entender nada, la vivíamos por cuenta propia. Pero acaso creemos ver belleza en una cosa que, en sí terrible, por ajena tácitamente asumimos como tolerable.
viernes, junio 17, 2011
Las Aureolas
Mañana sábado, a las 12 del día, participaré, presentando mi novela Cartas ajenas y charlando sobre literatura, en el Club de Lectura Las Aureolas, en el bar El Hijo del Cuervo, en el centro de Coyoacán, en la ciudad de México.
Careo
Hoy es viernes, y para quien vive en la ciudad de México, una de las mejores opciones es ir al Centro Cultural Helénico, a presenciar, en el Foro La Gruta, el espectáculo «unipersonal anónimo» de Richard Viqueira titulado Careo. Es teatro y más que eso: circo y marona, psicoanálisis y stand-up comedy, todo a cargo de uno de los dramaturgos más brillantes de la actualidad en México.
miércoles, junio 15, 2011
martes, junio 14, 2011
CXXVII
Y cuando la sátira se aplica contra los de abajo, como hacen los comediantes de la televisión mexicana, no estamos hablando de entretenimiento, sino de fascismo.
lunes, junio 13, 2011
La casa junto al río
La casa junto al río, novela breve de la gran escritora mexicana Elena Garro, ha sido reeditada por Ediciones B en su sello Zeta Bolsillo, luego de que ya era inconseguible.
Dice el editor:
Luego de la muerte del dictador Francisco Franco, Consuelo regresa a España en busca del pueblo de sus raíces, del que recuerda muy poco. En tiempos de la Guerra Civil, cuando ella era una niña, su familia tuvo que emigrar a México. Ahora, sin embargo, al llegar al pueblo, Consuelo se encuentra con un muro de sospechas y mentiras, además de con los viejos rencores que aún despierta el recuento de las atrocidades que republicanos y falangistas cometieron durante la guerra. Consuelo irá descubriendo los hechos terribles que acabaron con su familia, se enterará de que hay una herencia no reclamada que le corresponde y entenderá por qué hay gente que la necesita ver muerta.
Esta estremecedora novela presenta el retrato de una mujer en una encrucijada de odios y venganzas, y demuestra por qué Elena Garro, la autora de Los recuerdos del porvenir (Premio Xavier Villaurrutia 1963), es la más grande escritora mexicana del siglo XX.
Dice el editor:
Luego de la muerte del dictador Francisco Franco, Consuelo regresa a España en busca del pueblo de sus raíces, del que recuerda muy poco. En tiempos de la Guerra Civil, cuando ella era una niña, su familia tuvo que emigrar a México. Ahora, sin embargo, al llegar al pueblo, Consuelo se encuentra con un muro de sospechas y mentiras, además de con los viejos rencores que aún despierta el recuento de las atrocidades que republicanos y falangistas cometieron durante la guerra. Consuelo irá descubriendo los hechos terribles que acabaron con su familia, se enterará de que hay una herencia no reclamada que le corresponde y entenderá por qué hay gente que la necesita ver muerta.
Esta estremecedora novela presenta el retrato de una mujer en una encrucijada de odios y venganzas, y demuestra por qué Elena Garro, la autora de Los recuerdos del porvenir (Premio Xavier Villaurrutia 1963), es la más grande escritora mexicana del siglo XX.
sábado, junio 11, 2011
La morada en el tiempo
La morada en el tiempo es la segunda novela de Esther Seligson. Se publicó originalmente en 1981. Ahora sale una nueva edición, en la quinta serie de Lecturas Mexicanas de Conaculta.
Cada que digo que La morada en el tiempo es uno de los secretos mejor guardados de la literatura hispanoamericana, me ha tocado ver caras de incredulidad. Esto viene de quienes no la han leído, y no sólo esta obra sino nada de lo escrito por Esther Seligson, o de quienes han intentado leerla y han dado marcha atrás. Porque, en efecto, se trata de una novela densa y exigente: es una prosa narrativa que se desentiende de la noción de trama y psicología para hacer una reescritura intimista del Antiguo Testamento y una revisión de la persecución del pueblo judío a lo largo de la historia y hasta el Holocausto. Y, más aún, se trata de una apuesta estilística de gran belleza y profundidad, en los linderos con la misma poesía, que busca instaurar en el texto la «selva espesa» de lo personal, con sus sueños, deseos, miedos. Un ejercicio que yo recomendaría para evitar «perderse», es leer La morada en el tiempo después de Todo aquí es polvo, último libro escrito por Esther, publicado en 2010.
Sobre esta nueva edición de La morada que anuncio ahora, tengo algunos reparos. Aunque la ilustración de la portada es excelente (la obra El evangelio según Francis Bacon, de Guillermo Arreola) no entiendo qué quiso decir (si es que quiso decir algo) el editor en el texto de la contraportada. Me da la impresión de que ni leyó el libro. También, me sorprende la decisión del diseñador gráfico (¿nadie andaba por ahí para llamarle la atención?) de dejar un lomo en el que el título es ilegible, y, sobre todo, esa variación tan uy, qué novedosa, de hacer leer la tipografía de arriba hacia abajo en las leyendas de la portada.
Sin embargo, sí tengo que mencionar que esta edición fue cotejada con las tres anteriores, y se incorporaron las correcciones que dejó Esther de su puño y letra. Y una última cosa: Esther confiaba en que habría de deberle la posteridad literaria a A los pies de un Buda sonriente (reeditado el año pasado en el volumen Negro es su rostro. Simiente, en el catálogo del FCE) y a La morada en el tiempo. Aunque yo añadiría varios otros textos en esa lista, creo que no andaba muy descaminada.
viernes, junio 10, 2011
jueves, junio 09, 2011
Soltar el amor
David Olguín comenta el libro Todo aquí es polvo, de Esther Seligson, en su texto crítico «Soltar el amor», publicado en la Revista de la Universidad de México de este mes de junio.
Soltar el amor
David Olguín
Después de leer Todo aquí es polvo, el último libro de Esther Seligson, tuve la sensación de palpar, en esos pliegos de papel, en el objeto mismo, a la persona. Terminé la lectura y acaricié la cuarta de forros y me encontré diciendo en voz alta: “ay, Esther, maestra, amiga”. Y sí, estoy convencido: en este libro está plenamente esa mujer difícil, apasionada; toda ella, libre y honesta, entregada a la sabiduría de lo invisible y tan material y fugaz como el olor de la nata fresca que tanto evoca en sus páginas.
Esther Seligson nos invita, como en tantas otras incitaciones al movimiento presentes en su obra, a un viaje, pero acaso éste sea el más hondo de todos. En la portada nos recibe en una foto de Rogelio Cuéllar a la que ella le tenía particular aprecio. Larga, espiritual, bella, como si la hubieran sorprendido en el gesto de abrir una puerta atrancada, Esther nos mira a sabiendas de que su destino siempre sería abrir puertas y descifrar arcanos. “Éste que ves, engaño colorido/ que del arte ostentando los primores…” pareciera decirnos Esther, la bella, que en su nombre —nomen est omen— invoca parte de su destino. Inevitable entrar al libro, a una casa, a un jardín, a un alma o, mejor dicho, usando sus propias palabras, a ese conglomerado de “almitas” que seducen rápidamente al lector en el caleidoscopio de sus contradicciones. Esther nos lleva de la mano a conocer a su madre, su padre, su hermana, su infancia con olor a nata fresca, la familia que pudo construir, sus amores, las búsquedas, viajes, España, Lisboa, Jerusalem, personas entrañables, y en el ejercicio de la memoria rescata los instantes de vida que la hicieron, deshicieron y reconstruyeron. Quedamos, a fin de cuentas, ante la presencia de una escritura que maduró en el tiempo y del tiempo mismo que se fuga en el intento por capturar en palabras la trama de una existencia. A un título tan barroco, tan ajeno al sentido de la vida según Seligson, le sucede un contenido que contradice la expectativa que crea el título; la contradicción sólo terminará por disolverse en los párrafos finales de un libro que transpira vida en cada detalle, en cada retrato y en cada paisaje.
Esther pretendía que Todo aquí es polvo fuera una novela, pero la escritura toma caminos misteriosos y, de cara a su partida, creo que fue el arribo del tiempo de los adioses lo que la ubicó en un sendero más radical, en una especie de ajuste de cuentas. No podía ser de otra manera. Ese hurgar en sí misma fue el sino de Esther. Recuerdo largas conversaciones telefónicas donde me hablaba cómo aquello que, en principio, estaba destinado a enmascararse en la ficción, finalmente adquiría matices más verosímiles y, a la vez, extraordinarios a medida que se acercaba más a la verdad o, mejor dicho, a su verdad. Le entusiasmaba haber desatado el hilo de la memoria, escribía con voracidad, recuperaba materiales de cuadernos, y notas y apuntes y jirones de palabras que cobraban un nuevo sentido desde el presente de su evocación. Las palabras como llaves que abren cerraduras, descubren e inventan; y toda Esther, conocedora de la tradición cabalística y del Talmud a fin de cuentas, de las verdades del Zóhar que sabe que “las palabras no caen en el vacío”, confiaba en la fuerza de esos sonidos y grafías capaces de convocar y reunir a los muertos y a los vivos, en el poder de la fugacidad como método de vida y de escritura, pero también en todo lo que permanece en un lector tras el gesto de cerrar, finalmente, la cuarta de forros.
Esther escribió en 2009 con una herida en el corazón, y no hay metáfora al decirlo. Las palabras cicatrizan, pero al cabo murió un 8 de febrero de 2010 tras un ejercicio de conciencia, de placer, de voracidad creativa. El resultado es un libro apasionante, más aún si pensamos que la autobiografía sigue siendo un terreno poco presente en nuestra tradición literaria, pues el peso del pudor hispano ha dejado en las sombras, o en la transfiguración de lo ficticio, la exposición pública de la intimidad. Cuando se escriben, en español, diarios, memorias y textos autobiográficos, arrastran cierta dosis de transgresión que no cualquier escritor se atreve a afrontar con plenitud.
Vivimos tiempos donde el espectáculo, desde los secretos de alcoba hasta los de familia y de Estado, pareciera dinamitar la esfera de lo privado. Pero al igual que las redes sociales han hecho de la amistad un plano extenso y superficial, el escándalo, en nuestros días, banaliza la auténtica exploración interior que se vuelve materia pública.
Dicen que hay que cuidarse de los diaristas, pero también el escritor de intimidades llega a un punto donde se teme a sí mismo y a veces se mortifica por quitar las hojas de parra del cuerpo propio y del ajeno, los velos del alma que, a fin de cuentas, se atreve a revelar con sus secretos. La autocensura es su castigo; la trivialidad y el chisme, otra forma de enmascararse. Esther Seligson sortea ambas orillas. Poder decir “esto soy, esto he visto, así he vivido” requiere de valor y honestidad. Y si la lápida del pudor pesa sobre el mundo masculino en sociedades patriarcales, la mujer que pulsa su propia intimidad convierte, en mayor medida, a la escritura en un ejercicio invaluable de libertad.
En Todo aquí es polvo asistimos al íntimo teatro de cámara donde se exhibe una vida hacia adentro, en lo profundo, bajo la mirada objetiva y subjetiva de una mujer que, entre muchas otras virtudes heterodoxas en nuestros días y en nuestro país, ejerció una honestidad que podía llegar al punto de la intransigencia, el conflicto permanente y la incomprensión. En este sentido, me parece admirable que éste sea el último libro de Esther, acaso el más entrañable, transparente y hondo, el autorretrato de una mujer inquietante, atormentada, pero también capaz de mirarse con la distancia que brindan la inteligencia y la frecuentación de las batallas con el yomismo. Si la joven Esther se fuga, el tiempo cala hondo en su ser y acaba por darle un sentido a la obsesión que recorre toda su obra: la fugacidad, buscarse en el tiempo, vivir el presente y sólo el presente en un intento de exploración que se revela en los mismos títulos de la mayoría de sus libros: A campo traviesa, Toda la luz, Sed de mar, La morada en el tiempo, A los pies de un Buda sonriente, Luz de dos y Simiente, entre otros indicios donde el cabalista podría confirmar la antigua sabiduría de que el destino se cifra en el nombre.
A diferencia de aquellos títulos, Todo aquí es polvo pareciera invocar las presentes sucesiones de difunto propias del horror vacui, pero no es así. Tampoco la bella Esther desmiente los elogios al retrato de Rogelio Cuéllar donde la muestra, dice el poeta, “en el apogeo de (su) belleza, como la rama cuando se viste de hojas”. El tiempo pasa, Esther lo sabe, pero es ajena al barroco de Sor Juana que la hizo decir de su retrato: “es un vano artificio del cuidado/ es una flor al viento delicada,/ es un resguardo inútil para el hado; es una necia diligencia errada, es un afán caduco y, bien mirado,/ es cadáver, es polvo, es sombra, es nada”.
Tu visión, por fortuna, querida Esther, es otra. Tu mestizaje cultural nos revela otros rumbos del viaje que siempre tuvo sentido para ti, a pesar de los pesares que te mordieron brutalmente el corazón. A través de la escritura, Esther, buscaste cicatrizar la mayor herida que te pudo infligir el tiempo. Alguna vez me enseñaste que en Met y Emet, una letra solamente convierte a la muerte en vida. Así, podemos pensar que tu búsqueda fue de luz en el río de las metamorfosis interminables, aun cuando la diosa fortuna te cobrara cuentas imposibles de saldar.
Ahora recuerdo la tarde soleada en que le regalaste a Laura Almela Todo aquí es polvo con sus páginas mecanografiadas en tu eterna Lettera 21. Nunca pensamos que tu partida era tan inminente. Apenas un mes después de la última revisión en la que “aumentaste” tu texto, te fuiste, según nos contara Gina Ogarrio, tu “alma gemela” como tú la nombras en estas páginas, en paz, mirando fijamente la luz de sus ojos, tras haber hecho respiraciones que llevaron aire a todo tu cuerpo que ya era de aire, un soplo concentrado en el cuarzo que pusiste en tu pecho y que te permitió desprenderte, de acuerdo con tus convicciones más profundas, y atravesar el umbral para iniciar otro viaje.
Por más que haya estudiado contigo, maestra, siempre he sido un racionalista demasiado apegado a los sensualismos de la tierra. De manera que me abrazo a tu libro con la convicción de los náufragos que ahí pueden encontrar una bitácora de viaje para sobrevivir a la zozobra. Tu relato está lleno de vida y, por tanto, de alegrías y desgarramientos, de anécdotas fascinantes, de una Ciudad de México que recibió emigrantes judíos que fortalecieron su sabiduría y su tolerancia, de amor y desamor, de tu entrega al teatro —el más fugaz de los juegos—, de observaciones de viaje y de todo el mestizaje cultural que tú representas. Al cabo del viaje, encuentras la fugacidad, tu anhelo de siempre:
“Todo aquí es polvo”, escribes al final de tu libro donde descifras el misterio de tu fe. “Pero justamente por ello vuelvo y retorno, y es ésta tierra la que cubrirá mi cuerpo… Abandonar la prisión del amor, se dice que dicen los que sí saben, sólo es posible por el camino del Amor: no hay otra puerta, no existe otra salida. Soltar el amor para amar aún más: he ahí la paradoja de la reparación —el tikun— y de la pureza. A final de cuentas, el mundo es lo que hacemos de él, y sólo se escapa a la muerte eligiéndola. Me habría gustado que mis cenizas fueran dispersadas en el Tajo, desde Toledo, para enlazar mis amores y acompañar su trayecto río abajo, fleco líquido entre las grietas de los riscos, caballo desbocado espumeando por los belfos, cascada liquen, vellón asperjado de estrellas y soles, corimbo de olas… La muerte ha de ser entrar en un mar infinitamente poroso, azul zafiro brillante, traslúcido…”
Llegaste a buen puerto, amiga, mujer que hiciste de la pasión una razón y también un acto de fe. Libre de ataduras, sin artificios, sin las inclemencias de los dimes y diretes cotidianos, tu prosa crece a la luz de una lectura sin tu presencia, pero a sabiendas de la generosidad con la que entregaste tu persona. Te seguiremos leyendo, querida Esther, con el mismo asombro con el que tu escritura nos lleva a tu jardín de infancia.
Soltar el amor
David Olguín
Después de leer Todo aquí es polvo, el último libro de Esther Seligson, tuve la sensación de palpar, en esos pliegos de papel, en el objeto mismo, a la persona. Terminé la lectura y acaricié la cuarta de forros y me encontré diciendo en voz alta: “ay, Esther, maestra, amiga”. Y sí, estoy convencido: en este libro está plenamente esa mujer difícil, apasionada; toda ella, libre y honesta, entregada a la sabiduría de lo invisible y tan material y fugaz como el olor de la nata fresca que tanto evoca en sus páginas.
Esther Seligson nos invita, como en tantas otras incitaciones al movimiento presentes en su obra, a un viaje, pero acaso éste sea el más hondo de todos. En la portada nos recibe en una foto de Rogelio Cuéllar a la que ella le tenía particular aprecio. Larga, espiritual, bella, como si la hubieran sorprendido en el gesto de abrir una puerta atrancada, Esther nos mira a sabiendas de que su destino siempre sería abrir puertas y descifrar arcanos. “Éste que ves, engaño colorido/ que del arte ostentando los primores…” pareciera decirnos Esther, la bella, que en su nombre —nomen est omen— invoca parte de su destino. Inevitable entrar al libro, a una casa, a un jardín, a un alma o, mejor dicho, usando sus propias palabras, a ese conglomerado de “almitas” que seducen rápidamente al lector en el caleidoscopio de sus contradicciones. Esther nos lleva de la mano a conocer a su madre, su padre, su hermana, su infancia con olor a nata fresca, la familia que pudo construir, sus amores, las búsquedas, viajes, España, Lisboa, Jerusalem, personas entrañables, y en el ejercicio de la memoria rescata los instantes de vida que la hicieron, deshicieron y reconstruyeron. Quedamos, a fin de cuentas, ante la presencia de una escritura que maduró en el tiempo y del tiempo mismo que se fuga en el intento por capturar en palabras la trama de una existencia. A un título tan barroco, tan ajeno al sentido de la vida según Seligson, le sucede un contenido que contradice la expectativa que crea el título; la contradicción sólo terminará por disolverse en los párrafos finales de un libro que transpira vida en cada detalle, en cada retrato y en cada paisaje.
Esther pretendía que Todo aquí es polvo fuera una novela, pero la escritura toma caminos misteriosos y, de cara a su partida, creo que fue el arribo del tiempo de los adioses lo que la ubicó en un sendero más radical, en una especie de ajuste de cuentas. No podía ser de otra manera. Ese hurgar en sí misma fue el sino de Esther. Recuerdo largas conversaciones telefónicas donde me hablaba cómo aquello que, en principio, estaba destinado a enmascararse en la ficción, finalmente adquiría matices más verosímiles y, a la vez, extraordinarios a medida que se acercaba más a la verdad o, mejor dicho, a su verdad. Le entusiasmaba haber desatado el hilo de la memoria, escribía con voracidad, recuperaba materiales de cuadernos, y notas y apuntes y jirones de palabras que cobraban un nuevo sentido desde el presente de su evocación. Las palabras como llaves que abren cerraduras, descubren e inventan; y toda Esther, conocedora de la tradición cabalística y del Talmud a fin de cuentas, de las verdades del Zóhar que sabe que “las palabras no caen en el vacío”, confiaba en la fuerza de esos sonidos y grafías capaces de convocar y reunir a los muertos y a los vivos, en el poder de la fugacidad como método de vida y de escritura, pero también en todo lo que permanece en un lector tras el gesto de cerrar, finalmente, la cuarta de forros.
Esther escribió en 2009 con una herida en el corazón, y no hay metáfora al decirlo. Las palabras cicatrizan, pero al cabo murió un 8 de febrero de 2010 tras un ejercicio de conciencia, de placer, de voracidad creativa. El resultado es un libro apasionante, más aún si pensamos que la autobiografía sigue siendo un terreno poco presente en nuestra tradición literaria, pues el peso del pudor hispano ha dejado en las sombras, o en la transfiguración de lo ficticio, la exposición pública de la intimidad. Cuando se escriben, en español, diarios, memorias y textos autobiográficos, arrastran cierta dosis de transgresión que no cualquier escritor se atreve a afrontar con plenitud.
Vivimos tiempos donde el espectáculo, desde los secretos de alcoba hasta los de familia y de Estado, pareciera dinamitar la esfera de lo privado. Pero al igual que las redes sociales han hecho de la amistad un plano extenso y superficial, el escándalo, en nuestros días, banaliza la auténtica exploración interior que se vuelve materia pública.
Dicen que hay que cuidarse de los diaristas, pero también el escritor de intimidades llega a un punto donde se teme a sí mismo y a veces se mortifica por quitar las hojas de parra del cuerpo propio y del ajeno, los velos del alma que, a fin de cuentas, se atreve a revelar con sus secretos. La autocensura es su castigo; la trivialidad y el chisme, otra forma de enmascararse. Esther Seligson sortea ambas orillas. Poder decir “esto soy, esto he visto, así he vivido” requiere de valor y honestidad. Y si la lápida del pudor pesa sobre el mundo masculino en sociedades patriarcales, la mujer que pulsa su propia intimidad convierte, en mayor medida, a la escritura en un ejercicio invaluable de libertad.
En Todo aquí es polvo asistimos al íntimo teatro de cámara donde se exhibe una vida hacia adentro, en lo profundo, bajo la mirada objetiva y subjetiva de una mujer que, entre muchas otras virtudes heterodoxas en nuestros días y en nuestro país, ejerció una honestidad que podía llegar al punto de la intransigencia, el conflicto permanente y la incomprensión. En este sentido, me parece admirable que éste sea el último libro de Esther, acaso el más entrañable, transparente y hondo, el autorretrato de una mujer inquietante, atormentada, pero también capaz de mirarse con la distancia que brindan la inteligencia y la frecuentación de las batallas con el yomismo. Si la joven Esther se fuga, el tiempo cala hondo en su ser y acaba por darle un sentido a la obsesión que recorre toda su obra: la fugacidad, buscarse en el tiempo, vivir el presente y sólo el presente en un intento de exploración que se revela en los mismos títulos de la mayoría de sus libros: A campo traviesa, Toda la luz, Sed de mar, La morada en el tiempo, A los pies de un Buda sonriente, Luz de dos y Simiente, entre otros indicios donde el cabalista podría confirmar la antigua sabiduría de que el destino se cifra en el nombre.
A diferencia de aquellos títulos, Todo aquí es polvo pareciera invocar las presentes sucesiones de difunto propias del horror vacui, pero no es así. Tampoco la bella Esther desmiente los elogios al retrato de Rogelio Cuéllar donde la muestra, dice el poeta, “en el apogeo de (su) belleza, como la rama cuando se viste de hojas”. El tiempo pasa, Esther lo sabe, pero es ajena al barroco de Sor Juana que la hizo decir de su retrato: “es un vano artificio del cuidado/ es una flor al viento delicada,/ es un resguardo inútil para el hado; es una necia diligencia errada, es un afán caduco y, bien mirado,/ es cadáver, es polvo, es sombra, es nada”.
Tu visión, por fortuna, querida Esther, es otra. Tu mestizaje cultural nos revela otros rumbos del viaje que siempre tuvo sentido para ti, a pesar de los pesares que te mordieron brutalmente el corazón. A través de la escritura, Esther, buscaste cicatrizar la mayor herida que te pudo infligir el tiempo. Alguna vez me enseñaste que en Met y Emet, una letra solamente convierte a la muerte en vida. Así, podemos pensar que tu búsqueda fue de luz en el río de las metamorfosis interminables, aun cuando la diosa fortuna te cobrara cuentas imposibles de saldar.
Ahora recuerdo la tarde soleada en que le regalaste a Laura Almela Todo aquí es polvo con sus páginas mecanografiadas en tu eterna Lettera 21. Nunca pensamos que tu partida era tan inminente. Apenas un mes después de la última revisión en la que “aumentaste” tu texto, te fuiste, según nos contara Gina Ogarrio, tu “alma gemela” como tú la nombras en estas páginas, en paz, mirando fijamente la luz de sus ojos, tras haber hecho respiraciones que llevaron aire a todo tu cuerpo que ya era de aire, un soplo concentrado en el cuarzo que pusiste en tu pecho y que te permitió desprenderte, de acuerdo con tus convicciones más profundas, y atravesar el umbral para iniciar otro viaje.
Por más que haya estudiado contigo, maestra, siempre he sido un racionalista demasiado apegado a los sensualismos de la tierra. De manera que me abrazo a tu libro con la convicción de los náufragos que ahí pueden encontrar una bitácora de viaje para sobrevivir a la zozobra. Tu relato está lleno de vida y, por tanto, de alegrías y desgarramientos, de anécdotas fascinantes, de una Ciudad de México que recibió emigrantes judíos que fortalecieron su sabiduría y su tolerancia, de amor y desamor, de tu entrega al teatro —el más fugaz de los juegos—, de observaciones de viaje y de todo el mestizaje cultural que tú representas. Al cabo del viaje, encuentras la fugacidad, tu anhelo de siempre:
“Todo aquí es polvo”, escribes al final de tu libro donde descifras el misterio de tu fe. “Pero justamente por ello vuelvo y retorno, y es ésta tierra la que cubrirá mi cuerpo… Abandonar la prisión del amor, se dice que dicen los que sí saben, sólo es posible por el camino del Amor: no hay otra puerta, no existe otra salida. Soltar el amor para amar aún más: he ahí la paradoja de la reparación —el tikun— y de la pureza. A final de cuentas, el mundo es lo que hacemos de él, y sólo se escapa a la muerte eligiéndola. Me habría gustado que mis cenizas fueran dispersadas en el Tajo, desde Toledo, para enlazar mis amores y acompañar su trayecto río abajo, fleco líquido entre las grietas de los riscos, caballo desbocado espumeando por los belfos, cascada liquen, vellón asperjado de estrellas y soles, corimbo de olas… La muerte ha de ser entrar en un mar infinitamente poroso, azul zafiro brillante, traslúcido…”
Llegaste a buen puerto, amiga, mujer que hiciste de la pasión una razón y también un acto de fe. Libre de ataduras, sin artificios, sin las inclemencias de los dimes y diretes cotidianos, tu prosa crece a la luz de una lectura sin tu presencia, pero a sabiendas de la generosidad con la que entregaste tu persona. Te seguiremos leyendo, querida Esther, con el mismo asombro con el que tu escritura nos lleva a tu jardín de infancia.
miércoles, junio 08, 2011
martes, junio 07, 2011
lunes, junio 06, 2011
CXXIII
Caso curioso el del autor que defiende su derecho a una escritura díscola y rebelde —pero que tiene que ser aplaudida, dócil y reverentemente, por el lector y el crítico.
sábado, junio 04, 2011
El ensayo es un arma caliente
Daniel Orizaga Doguim escribe en elhorizontal.com sobre mi libro de ensayos El sueño no es un refugio sino un arma: aquí.
viernes, junio 03, 2011
CXXII
Tanto busca a su enemigo que cuando por fin lo encuentre y sea por él destruido alcanzará su secreta realización: extirparse el miedo a sí mismo.
jueves, junio 02, 2011
Bobo con piel de Cordero
Exijo que Ernesto Cordero presente su acta de nacimiento; no vaya a ser que en vez de en México haya nacido en Foxilandia.
miércoles, junio 01, 2011
CXX
Hay adultos que
más gustosamente conviven con ancianos y con niños. Suelen ser muy responsables
y racionales. De la infancia y la vejez envidian, con una inexorable tristeza,
esa liberación que da la cercanía con el olvido.
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