sábado, junio 11, 2011

La morada en el tiempo

La morada en el tiempo es la segunda novela de Esther Seligson. Se publicó originalmente en 1981. Ahora sale una nueva edición, en la quinta serie de Lecturas Mexicanas de Conaculta.


Cada que digo que La morada en el tiempo es uno de los secretos mejor guardados de la literatura hispanoamericana, me ha tocado ver caras de incredulidad. Esto viene de quienes no la han leído, y no sólo esta obra sino nada de lo escrito por Esther Seligson, o de quienes han intentado leerla y han dado marcha atrás. Porque, en efecto, se trata de una novela densa y exigente: es una prosa narrativa que se desentiende de la noción de trama y psicología para hacer una reescritura intimista del Antiguo Testamento y una revisión de la persecución del pueblo judío a lo largo de la historia y hasta el Holocausto. Y, más aún, se trata de una apuesta estilística de gran belleza y profundidad, en los linderos con la misma poesía, que busca instaurar en el texto la «selva espesa» de lo personal, con sus sueños, deseos, miedos. Un ejercicio que yo recomendaría para evitar «perderse», es leer La morada en el tiempo después de Todo aquí es polvo, último libro escrito por Esther, publicado en 2010.
Sobre esta nueva edición de La morada que anuncio ahora, tengo algunos reparos. Aunque la ilustración de la portada es excelente (la obra El evangelio según Francis Bacon, de Guillermo Arreola) no entiendo qué quiso decir (si es que quiso decir algo) el editor en el texto de la contraportada. Me da la impresión de que ni leyó el libro. También, me sorprende la decisión del diseñador gráfico (¿nadie andaba por ahí para llamarle la atención?) de dejar un lomo en el que el título es ilegible, y, sobre todo, esa variación tan uy, qué novedosa, de hacer leer la tipografía de arriba hacia abajo en las leyendas de la portada.
Sin embargo, sí tengo que mencionar que esta edición fue cotejada con las tres anteriores, y se incorporaron las correcciones que dejó Esther de su puño y letra. Y una última cosa: Esther confiaba en que habría de deberle la posteridad literaria a A los pies de un Buda sonriente (reeditado el año pasado en el volumen Negro es su rostro. Simiente, en el catálogo del FCE) y a La morada en el tiempo. Aunque yo añadiría varios otros textos en esa lista, creo que no andaba muy descaminada.