La primera novela de Miguel Ángel Hernández Acosta (Pachuca, 1978) es un compacto, tenso relato psicológico sobre la búsqueda de las raíces paternas. Con una prosa áspera y seca, que no evitar incurrir, más de una vez, en agresiones al oído, Hijo de hombre se afilia a la deriva de Pedro Páramo pero sobre todo a la vieja raigambre bíblica tomada por Roa Bastos para titular su novela sobre la Guerra del Chaco. Es decir, el autor pisa peligrosamente terrenos habitados. Su aventura literaria contempla dos armas: la introspección en la conciencia del protagonista y la punzante, visualísima percepción de lo sensorial. Y en estos dos aspectos, Hernández Acosta exhibe precisión y potencia: Rodrigo Castelares —que viaja de la ciudad de México al pueblo de Real del Monte, en el estado de Hidalgo, para reclamar la herencia del padre que lo abandonó de pequeño— es exhibido en su densidad y sus contradicciones por un narrador en tercera persona que no lo suelta un segundo: más bien, lo exprime, lo acosa, hasta entregarnos un personaje mezquino, herido y dubitativo que enfrenta y sobrevive a una crisis identitaria. Si esto logra Hernández Acosta en 130 páginas, intriga saber qué no podrá conseguir en sus próximos libros.
Nota publicada en la revista Tierra Adentro.