El novelista es el único escritor que
hoy podría aspirar a vivir de sus regalías. Esto en México raramente
sucede. El mercado mexicano es reducido; las fórmulas reconocidas por los
compradores de libros tienden a la banalidad y el entretenimiento. Ante esa
perspectiva, muchos escritores desarrollan una extremada conciencia de lo
literario, que los lleva a escribir con el prejuicio de buscar sólo la
aprobación de sus pares (paso requerido para ser becario de las instituciones
del estado), una vez que el diálogo inteligente con el lector común les
parece imposible. El panorama puede ser entonces el de una literatura epigonal,
repetitiva en sus heterodoxias, más atenta al gesto y el propósito que al
resultado y la obra. De entre la multiplicidad de tendencias, la que en el
futuro será predominante (no hay riesgo en hacer el fácil pronóstico) es la
"novela de la violencia": una en la que los temas del periódico y la
calle sean tratados con enfoque crítico y exploración lingüística. No
descalifico de entrada la presencia de temas de la violenta actualidad mexicana
como un recurso amarillista o mercantil; creo que de la "novela de la
violencia" pueden salir un Pedro Páramo o una ¡Absalón,
Absalón! El reto consiste en eludir la fórmula fácil que los editores
comerciales esperan (lenguaje utilitario, suspenso machacón, estereotipos aquí
y allá), y al mismo tiempo no enclaustrarse en búsquedas librescas de espesor
teórico onanista. Hablo de quedar bien con dios y con el diablo: un mundo
interior poderoso y una propuesta estética arriesgada: narrativa que dialogue
no sólo con los demás escritores, sino que también se acerque,
enriquezca y confronte a los lectores de a pie.