miércoles, octubre 23, 2019

Bienvenida Tomasa

Verónica Murguía escribe una reseña de mi novela Adiós, Tomasa, en su columna Las Rayas de la Cebra, de La Jornada Semanal. El enlace se sigue aquí.


Bienvenida Tomasa

Para refutar la afirmación presidencial que ha dictaminado que a los artistas, en este caso los escritores, les “hace falta baño de pueblo”, sólo hay que hojear el catálogo de las editoriales mexicanas. Casi todos los narradores de este país, hombres y mujeres –aquí se podría intercalar una lista larga, pero sólo nombraré a Fernanda Melchor, a Yuri Herrera y Antonio Ortuño–, se han preocupado por denunciar, contar o explicar las razones y sinrazones de la violencia que nos desgarra; una violencia, hay que decirlo, que se ha ensañado con todos, pero especialmente con los pobres.
Naturalmente, los lectores están ávidos de entender, pero también fatigados por la ubicuidad del dolor y la muerte. Por eso se agradece una novela como Adiós, Tomasa, de Geney Beltrán Félix, una narración que hilvana las vidas de los habitantes del pequeño poblado de Chapotán, en Durango: un lugar remoto con nulas oportunidades para la educación, donde el narco no es glamour, sino la vía para sobrevivir sin dejar la salud en la milpa.
Beltrán Félix apostó en Adiós, Tomasa por un lenguaje abundante en regionalismos, que se mezclan de forma fluida con un castellano rico en giros coloquiales, y por contar la historia desde el punto de vista de un niño, Flavio. No se arredra ante las dificultades que esto implica: en un capítulo memorable cuenta, incluso, desde el punto de vista de Flavio cuando era bebé. Las descripciones de paisajes, comidas, personas; la cadencia, los cambios de perspectiva hacen de la novela un texto lleno de ideas e imágenes, pero el ritmo es tan natural que el lector sólo se da cuenta de la cantidad de recursos usados por el autor cuando se detiene a pensar o releer por puro placer.
El universo emocional de los protagonistas es, también, retratado con precisión, incluyendo sueños y sensaciones, ideas, intuiciones y culpas. Esto, con Chapotán como escenario, éste sí, pintado con trazos realistas y sin adornos.
Beltrán Félix ha encontrado un método propio para escribir esta ardua reconciliación con la infancia, tan norteña, que la magdalena proustiana es una gordita: “Puede que en mi vejez olvide muchas cosas; nunca olvidaré el sabor de las gorditas que hacía mi madre”, dice el narrador.
Flavio es el menor de la familia Carrasco, una de tantas en Chapotán que intenta evitar inmiscuirse en El negocio y que adopta a una muchacha hermosa y dócil llamada Tomasa.
La anécdota se puede resumir en la triste ecuación que cifra tantas angustias: muchacha hermosa más hombres machos armados y autoridad corrupta, igual a muerte y ausencia. Pero esta novela es mucho más que la suma que nos desvela: Beltrán Félix ha creado en Flavio y su familia, incluyendo al padre mujeriego y violento, a un puñado de seres humanos creíbles.
Chapotán, una prisión con algunas bellezas como el río o la huerta de los Carrasco, es un lugar donde el machismo reina, de tal manera, que es imposible que se juegue futbol americano porque los hombres “no se agachan con la cola al aire”; donde los varones no lloran, pase lo que pase; donde un grupo de muchachos que bebe cerveza puede convertirse en motivo de alarma, en presagio de muerte.
Las mujeres no son casi nada en Chapotán, pero son casi todo en la novela. Aquí es donde la originalidad de Beltrán Félix es más evidente: en lugar de regodearse en las humillaciones y dolores, decidió mostrar la resistencia, la terca capacidad de la madre, de la nana, la de Tomasa –la víctima–, para crear belleza en un mundo donde toda poesía es prescindible.
Se dice, con razón, que la historia la cuentan los vencedores. ¿Quién contará la historia de este México, donde casi todos somos los vencidos? ¿Cómo contar la historia ajena sin apropiarse de su voz y su desgracia?
Quizás la decisión de que la historia fuera contada por el niño más frágil, el menos apto para seguir los pasos rencorosos de los violentos, sea la más sabia posible.