Llevo rato deseando, de veras deseando dejar este blog. Es una adicción. Mucho podrá decirse sobre la escritura bloguística, pero una de las más certeras ha de ser lo siguiente: escribir para un blog cambia ya para siempre la perspectiva propia frente al solo, común, prebloguero, «serio» escribir.
Lo fragmentario, lo anécdotico, la fugacidad, la interacción con los internautas, la manía de ir por la calle pensando en términos de «Voy a postear algo sobre tal cosa», la autoedición, el acecho intrigante del lector universal que fortuitamente llegará y puede adentrarse en nuestro blog sin la necesidad de pagar cien o doscientos como sucede en el caso de un libro — todos estos elementos (y otros) del bloguear propician un cambio fundamental en nuestro ejercicio y nuestro acercamiento frente a cualquier otra manifestación de la escritura: los textos narrativos de largo aliento, el diario privado, el ensayo, etcétera.
¿Qué cambio es ése? La Obra no existe. Es siempre un proceso, está en mutación constante y cualquier certidumbre respecto de su totalidad es falsa, se halla sustentada en una noción antigua —válida, fundacional, sí, pero en el fondo inexacta— de la escritura. Cuando mucho, podemos hablar de una sola Obra, un Libro para el Resto de la Vida, el Museo de la Novela de la Eterna de Macedonio, el diario de Pavese que terminaría el día mismo de su muerte, El Libro de posibilidades mallarmeanas, el registro cotidiano e interminable de la reflexión y la peripecia, la incestuosa fertilidad del fragmento, la libertad y lo fugaz.
No, no hay Obra posible. Hay esbozos, hay aproximaciones, hay, sí, libros en minúscula, importantes, claro, unidades posibles en sí mismas, mundos válidos y siempre latentes, muestras vivas de la intersección entre lugar y tiempo en una mente humana, pero siempre incompletos, jamás realizaciones cabales y absolutas de este desasosegante ejercicio que es la escritura, siempre un hacerse a sí misma y nunca un contemplarse ya hecha frente al espejo de la finitud.
Bitácora de Geney Beltrán [χe’nɛi bel’tɾan], escritor mexicano (Tamazula, Durango, 1976).
jueves, septiembre 29, 2005
miércoles, septiembre 14, 2005
Primero de julio de 1947
In sostanza, perché si desidera esse grandi, esser genî creatori? Per la posterità? No. Per girare tra la folla, segnati a dito? No. Per sostenere la fatica quotidiana sulla certezza che quanto si fa vale la pena, è qualcosa di unico. Per l'oggi, non per l'eterno.
Cesare Pavese, Il mestiere di vivere
Cesare Pavese, Il mestiere di vivere
27 de junio de 1946
Aver scritto qualcosa che ti lascia como un fucile sparato, ancora scosso e riarso, vuotato di tutto te stesso, dove non solo hai scaricato tutto quello che sai di te stesso, ma quello che sospetti e supponi, e i sussulti, i fantasmi, l'inconscio — averlo fatto con lunga fatica e tensione, con cautela di giorni e tremori e repentine scoperte e fallimenti e irrigidirse di tutta la vita su quel punto — accorgersi che tutto questo è come nulla se un segno umano, una parola, una presenza non lo accoglie, lo scalda — e morir di freddo — parlare al deserto — essere solo notte e girono come un morto.
Cesare Pavese, Il mestiere di vivere
Cesare Pavese, Il mestiere di vivere
martes, septiembre 13, 2005
La discusión del sábado
Sí, tienes razón. Lo mejor es no escribir. Nada salva, nunca salva nada, y menos la escritura.
Conocí a Juan Almela, he ido a su casa dos veces a tratar con él asuntos de mi trabajo. Un escritor que exige de sus lectores una definición estética absoluta, un hombre de 70, 71 años enfermo y cansado, una persona afable y generosa con su conocimiento, condescendiente con la ignorancia de quienes se acercan a él porque no les queda otra, alguien que ha dejado una de las obras literarias más radicales y exasperantes de Hispanoamérica: pues bien, nada lo salva. Ni de la enfermedad, ni de la probable-cercana muerte, ni de la ironía aplicada a sí mismo con una modestia que a ratos, de parecer tan falsa, no puede sino llamarse, sencillamente, resignación.
Porque sí, amigo: de nada sirve escribir, la escritura en nada salva del espectáculo íntimo de nuestra mínima, corrupta, escasa dignidad, en nada salva de la dolida chingadera que significa respirar en esos lúcidos instantes en que no están adormecidos los nervios vitales.
Y sin embargo escribo, escribes.
Sin importar, claro, que a todos nos va a llevar la mierda cualquier día.
Conocí a Juan Almela, he ido a su casa dos veces a tratar con él asuntos de mi trabajo. Un escritor que exige de sus lectores una definición estética absoluta, un hombre de 70, 71 años enfermo y cansado, una persona afable y generosa con su conocimiento, condescendiente con la ignorancia de quienes se acercan a él porque no les queda otra, alguien que ha dejado una de las obras literarias más radicales y exasperantes de Hispanoamérica: pues bien, nada lo salva. Ni de la enfermedad, ni de la probable-cercana muerte, ni de la ironía aplicada a sí mismo con una modestia que a ratos, de parecer tan falsa, no puede sino llamarse, sencillamente, resignación.
Porque sí, amigo: de nada sirve escribir, la escritura en nada salva del espectáculo íntimo de nuestra mínima, corrupta, escasa dignidad, en nada salva de la dolida chingadera que significa respirar en esos lúcidos instantes en que no están adormecidos los nervios vitales.
Y sin embargo escribo, escribes.
Sin importar, claro, que a todos nos va a llevar la mierda cualquier día.
martes, septiembre 06, 2005
Literatura y destrucción
Este arte extrae su última inspiración del hundimiento increíblemente vertiginoso de los hombres; pero el imparable hundimiento pronto barrerá toda inspiración... salvo la de la destrucción. ¿Quién habla ahora de literatura? Registrar los últimos estertores, eso es todo.
Imre Kertész, Yo, otro
Imre Kertész, Yo, otro
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