Sí, tienes razón. Lo mejor es no escribir. Nada salva, nunca salva nada, y menos la escritura.
Conocí a Juan Almela, he ido a su casa dos veces a tratar con él asuntos de mi trabajo. Un escritor que exige de sus lectores una definición estética absoluta, un hombre de 70, 71 años enfermo y cansado, una persona afable y generosa con su conocimiento, condescendiente con la ignorancia de quienes se acercan a él porque no les queda otra, alguien que ha dejado una de las obras literarias más radicales y exasperantes de Hispanoamérica: pues bien, nada lo salva. Ni de la enfermedad, ni de la probable-cercana muerte, ni de la ironía aplicada a sí mismo con una modestia que a ratos, de parecer tan falsa, no puede sino llamarse, sencillamente, resignación.
Porque sí, amigo: de nada sirve escribir, la escritura en nada salva del espectáculo íntimo de nuestra mínima, corrupta, escasa dignidad, en nada salva de la dolida chingadera que significa respirar en esos lúcidos instantes en que no están adormecidos los nervios vitales.
Y sin embargo escribo, escribes.
Sin importar, claro, que a todos nos va a llevar la mierda cualquier día.