miércoles, abril 25, 2012

Semblanza sobre Sada

Publiqué una muy breve semblanza crítica de la obra narrativa de Daniel Sada en el número de diciembre pasado de la Revista de la Universidad de México. Aquí la recupero:



El fabulador que pobló el desierto
Geney Beltrán Félix 

Daniel Sada debutó en el terreno de la narrativa con una novela de título Lampa vida (Premià, 1980), de la cual él mismo renegaría posteriormente. No es difícil, viendo la deriva de sus libros siguientes, comprender la razón de su desistimiento: en Lampa vida se advierte, sí, la búsqueda de un estilo híbrido, alimentado de las jergas regionales del norte en no menor medida que de una lengua de signo culterano, pero lo que no fluye en sus páginas es la construcción dramática, que se advierte estancada en la aún muy densa exploración lingüística. Este aspecto cambia a los pocos años, cuando el joven autor muestra su faceta como cuentista: publica Un rato en 1984 (uam) y en 1985 Juguete de nadie (fce), que ya contiene dos relatos magistrales: el que da título al volumen y “Todo y la recompensa”. En ambos el estilo híbrido ha ganado flexibilidad: estamos ante una “prosa rítmica” creada a base de encabalgamientos de versos de distinta métrica (de siete, ocho y once sílabas, sobre todo), que mantiene su magnetismo por léxico de procedencias dispares —regionalismos, arcaísmos, barbarismos—, pero que nunca pierde de vista la peripecia vital y psicológica de sus personajes. Es decir, más allá de la originalidad de su andamiaje estilístico, que lo emparentaría con la audacia de João Guimarães Rosa y Carlo Emilio Gadda, hay otro elemento, que no siempre se destaca al disertar sobre la ficción de Sada, pero que ya en 1985 era discernible y que tiene un gran peso a la hora de explicarnos el sitio canónico que le aguarda a sus libros: Sada es, como lo ha mencionado Juan Villoro, un dotadísimo constructor de tramas y personajes, afiliado en este rubro a la gran novela europea del xix.
El autor regresa a la ficción de largo aliento con Albedrío (Leega, 1989). El protagonista, Chuyito, es un niño que vive en un pueblo del desierto. Decide huir de su familia para acompañar a un grupo de “húngaros”. El viaje se convierte en una curiosa “educación sentimental”, lo que da vuelos al narrador para desarrollar con delicado conocimiento la psicología del niño, que se convierte en un entrañable ente de ficción. Paralelamente, en Albedrío predomina el octosílabo; es éste acaso el más “cantable” de los libros del autor, tanto que Sada mismo pensaba que lo apropiado habría sido publicarlo en verso. Sin embargo, como Albedrío tiene una escasa distribución, no es sino hasta Registro de causantes (Joaquín Mortiz, 1993), su más lograda colección de relatos —y que también incluye algunos poemas—, que Sada adquiere un reconocimiento que se tornaría definitivo, a partir de que esta galería de personajes de pueblos del desierto norteño enfrentados, la mayoría de las veces, a situaciones de aparente intrascendencia y presentados por una voz narrativa burlona y carnavalesca, es distinguida con el Premio Xavier Villaurrutia.
En 1994 Daniel Sada publica Una de dos, graciosa nouvelle sobre dos gemelas que comparten el único novio que se les acerca. Una de dos le permite a Sada llegar al mercado español con el respaldo de Carlos Fuentes. En 1997, el escritor norteño publica El límite, un libro de varia invención en la editorial Vuelta, dirigida por Octavio Paz. Pero la estatura continental de Sada se manifiesta con una obra ambiciosísima, escrita en la categoría de la “novela total” y con un ímpetu dramático balzaciano: Porque parece mentira la verdad nunca se sabe (Tusquets, 1999). Esta “novela política sin ideología”, como la llama el crítico Christopher Domínguez Michael, parte de un incidente ocurrido en el pueblo Remadrín, del estado de Capila, en un país de nombre Mágico: el día de la elección, las urnas son robadas violentamente, y esto lleva a dos hermanos, Papías y Salomón, a dejar su casa, en contra del consejo de su padre, para unirse a una protesta que habría de ser reprimida. Sin embargo, el hecho político es pronto dejado en un segundo plano: la novela desarrolla con pulso maestro una variedad de subtramas y personajes secundarios que tocan temas de mayor calado, como la identidad, las relaciones familiares, la rebeldía, el desencanto y la desidia, etcétera.
Porque parece mentira, obra cumbre, significó un punto de no retorno en la trayectoria de Sada. ¿Qué hacer después de un logro literario de esa magnitud? Así, con la siguiente novela, este narrador se mudó a la gran ciudad. Luces artificiales (Joaquín Mortiz, 2002) narra la historia de Ramiro Cinco, un joven de rasgos faciales feísimos que, gracias a un herencia, viaja a la capital para hacerse una cirugía estética. El choque con el nuevo escenario se refleja también en la prosa, que mantiene su hibridez y talante rítmico, pero que también incorpora un ánimo procaz, que en Ritmo delta (Joaquín Mortiz, 2005) se vuelve agresivo: en esta nueva novela percibo un narrador que ha perdido la identificación emocional con sus personajes —fauna citadina en que predomina la vanidad, el interés y la estulticia—, vistos con todo menos compasión. Además, la tendencia de Sada por la narración especulativa adquiere en Ritmo delta una densidad no siempre fácil ni amable, incluso ni para el lector que ya se ha familiarizado con su escritura. La duración de los empeños simples (Joaquín Mortiz, 2006) cerraría lo que llamaríamos el Ciclo de la Urbe: se trata de una novela breve, que en ocasiones ve naufragar en la intrascendencia su manejo de los tempi narrativos, sobre las obsesiones de tres personajes, un matrimonio y su único hijo.
El gran regreso de Daniel Sada al norte se dio con Casi nunca (Anagrama, 2008), extraordinaria novela que le supuso, con el Premio Herralde, el reconocimiento internacional, y que recupera la ligereza y humor de las narraciones del desierto, como Una de dos, a través de una trama de apariencia simple, pero que le permite llevar a cabo atinadísimos y muy sutiles estudios psicológicos de sus tres personajes: un agrónomo, su amante prostituta y su recatada novia. La prosa fluye con un mayor adelgazamiento estilístico, y alcanza un final de antología cuando se concreta la unión sexual de los recién casados.
Daniel Sada regresó al cuento con el tomo Ese modo que colma (Anagrama, 2010), colección que manifiesta una evolución del género no del todo advertida por la crítica: Sada se permite estirar las ligas de la verosimilitud hasta llegar al absurdo, en una operación que lo llevaría a romper la atadura con lo geográfico-regional y, a cambio, sugerir una aproximación al tema de la frialdad de las relaciones interpersonales: entre padres e hijos, entre los miembros de una pareja. Esta deriva se deja ver en su última novela publicada en vida: A la vista (Anagrama, 2011), que inicia con el asesinato del dueño de una empresa de mudanzas, a manos de dos de sus choferes, y que —aunque podría haber dado pie a una exploración de la violencia gratuita desde una atalaya afín a lo trágico— se va diluyendo en una narración anticlimática de mínimos sucesos y un abuso de lo especulativo.
Si bien en sus inicios Daniel Sada fue ubicado en la corriente de la “narrativa del desierto”, con la continuidad de su trayectoria es posible ensanchar los alcances de su obra. Por un lado, sus libros son una lección de originalísima ambición lingüística; su escritura recupera voces de regiones y épocas distintas y las amalgama con un oído musical de lector de poesía de los siglos de oro y el modernismo. No considero desacertado hablar de una prosapia latinoamericanista en esta lengua híbrida y localizada. Por otro lado, Sada creó un narrador extradiegético de rasgos idiosincráticos: es omnisciente pero no imparcial. Inspecciona la psicología de sus personajes, se adentra en sus especulaciones y motivos, y también se burla y los califica moral y hasta físicamente. Es un contador de historias en la esquina de dos calles en un pueblo del desierto —así lo sugiere Mario González Suárez—. Por último, tenemos al sabio constructor de tramas que, como leemos en su portentosa Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, maneja numerosos hilos y destinos con la aspiración balzaciana de darle a cada uno de sus personajes su espacio y libertad, de tal modo que se vuelvan memorables.