Mi novela Adiós, Tomasa ha sido elegida como uno dos mejores libros publicados en 2019, por el periódico El Universal. Así lo escribe Ignacio M. Sánchez Prado:
Nuestra violenta realidad excede por mucho la fe que se pueda tener en el carácter privilegiado de la literatura para el discernimiento del mundo. Aún aceptando esta limitación, algunas obras literarias arriesgan la posibilidad de responder literariamente a este insuperable desafío moral. En estos términos, reconozco en Adiós Tomasa (Alfaguara) de Geney Beltrán un libro que cartografía con sofisticación territorios e historias de la violencia sin caer en los excesos de la espectacularización ni en el oportunismo trivializador y mediocre. Escrita con furia e intensidad, y estructurada con gran sentido de la arquitectura narrativa, Adiós Tomasa no alcanza a ser la novela definitiva sobre la violencia, que creo imposible escribir. Ante ese horizonte de imposibilidad, Beltrán construye con ética, inteligencia y talento una escritura comprometida y de gran fuerza que vislumbra un camino para representar y pensar nuestros atroces predicamentos.
Bitácora de Geney Beltrán [χe’nɛi bel’tɾan], escritor mexicano (Tamazula, Durango, 1976).
domingo, diciembre 22, 2019
lunes, diciembre 16, 2019
El Geney de la Tomasa
Escribe José Ramón Enríquez sobre Adiós, Tomasa, para La Jornada Maya del 11 de diciembre:
El Geney de la Tomasa
José Ramón Enríquez
El Geney de la Tomasa
José Ramón Enríquez
Nunca una novela es autobiográfica, aunque lo sea, porque la libre imaginación es componente esencial de toda narrativa. Así mismo, un texto cualquiera, por más alejado que esté de una historia personal lleva dentro la vida de su autor aunque éste no lo pretenda. Todo ello se comprueba en Adiós, Tomasa (Alfaguara, 2019).
No es la primera novela de Geney Beltrán Félix, nacido en Tamazula, Durango, muy cerca de Culiacán, en 1976. Ya obtuvo el Premio Bellas Artes de Narrativa en 2015. No es tampoco su primer retorno a Sinaloa, lo había hecho desde su trabajo con la obra de Inés Arredondo. Aunque nacido en Durango, forma parte de una sólida tradición sinaloense que tiene entre sus exponentes desde el Gilberto Owen que como narrador ha dejado Novela como nube, hasta una nueva generación de buenos narradores.
Más que la trágica historia de la Tomasa, adolescente en flor y destinada a marchitarse en un mundo de machos, la novela de Geney Beltrán trata de Chapotán, en Sinaloa, que con ese u otro nombre es el pueblo de la propia infancia. Y como la infancia es la única edad que se vivió de veras, el Geney la reconstruye o la inventa desde muy dentro de sí mismo y en la historia de otro niño, el Flavio, que no decía “harejías” ni era “jacalero”, en cambio, se quedaba con todo en la memoria y en las entrañas, aunque habrían de pasar años para descifrarlo.
El Flavio es el niño que se prendó de la Tomasa en cuanto la vio y a la cual va a deberle una novela. Una novela a ella y a Sinaloa y a sus giros lingüísticos y a esa brutalidad de sus usos y costumbres en mucho ingenua pero que poco a poco se ha ido pudriendo y ensangrentado como se nos ha venido pudriendo y ensangrentando todo en México, incluso a quienes fuimos niños de la Capital, los nacidos en “la región más transparente”.
Adiós, Tomasa significa el retorno en la imaginación de un narrador a su tierra, esa que estuviera completamente alejada del mundo y, hoy, ha llegado a las páginas de todos los informativos del mundo por las más tristes razones, eso que la novela llama “el Negocio” y no es otra cosa más que el flagelo del narcotráfico. Fueron narcos los secuestradores de la Tomasa y los asesinos del padre del Flavio. Los que un día lo arrancaron de la infancia para siempre y lo estrellaron, sin misericordia, contra la espantosa realidad.
Donde los hombres esconden lágrimas y afectos para no ser maricas, que es lo peor, porque lo siguiente en la escala humana es ser mujer o ser cora, etnia originaria, Sinaloa es no sólo un lugar para la ficción, al que vuelven una y otra vez espléndidos narradores como Geney Beltrán, en la tradición literaria del agridulce retorno a la memoria que le llega desde Inés Arredondo, Élmer Mendoza o Emiliano Monge, es también la analogía dolorosa de México entero y, muy probablemente, de un mundo que ve el Apocalipsis a la vuelta de la esquina.
Cuando el lector comienza a enfadarse con el autor porque pierde a su personaje se da cuenta de que no es así. Ocurre que el Flavio le ha pasado el testigo al Geney y éste comienza a romper lo que en el teatro se llama cuarta pared para ocupar su propio espacio, incluso con su apellido real. Se quita la máscara, sale de su escondite y entra a escena para ser conocido como “el Seco de los Beltrán”. Puede el Geney respirar por fin a plenitud con sus pulmones para recordar a la Tomasa, o como fuera que ella, esa Jesús en el Gólgota y coronada de espinas, se llamara. Ya puede el Geney girar como una polilla en torno a la llama viva de la Tomasa y añorarla desde esa penumbra para acechar la vida que sólo se habita en la infancia.
miércoles, noviembre 06, 2019
La difícil nostalgia del verano
En julio de 2008 publiqué, en La Gaceta del FCE, una reseña del libro Contraverano, de Mijail Lamas. La recupero aquí ahora.
Mijail Lamas, Contraverano.
Fondo Editorial Tierra Adentro, México, 2008.
Los poemas
de Contraverano, de Mijail Lamas (Culiacán, 1979), parecen fincarse en
torno de una escena: el poeta, lejos de su ciudad natal, escribe sobre su
ligazón con el pasado —la infancia, la familia, esas calles en sepia— y la
descubre tocada por el rechazo. Al mismo tiempo, acepta que esas raíces, en las
que el calor y la violencia no dejan de emanar sus savias insistentes, lo han
condicionado hasta este «Ahora, en esta ciudad templada de distancia y nubes»,
en que no le queda su familia sino (y sin solamente, porque es mucho) su
compañera, «el cuerpo de una mujer que no puede dormir / y te espera en otro
cuarto». En su negación de la tierra propia, el poeta exhibe el rostro del
desarraigo que no termina de descastar sus raíces.
La naturaleza escindida de
esta voz se cifra entonces en una dicotomía: el calor del verano en su ciudad
pretérita contra la urbe templada que lo ha acogido. La «dictadura de la luz»
contra la noche del poeta que escribe. El viejo verano que busca persistir en
el contraverano de hoy. Este ir y venir del pasado al presente, de la juventud
a la primera madurez, se resuelve en la mixtura de las dicciones de ambos
tiempos: «algunas de aquellas palabras / me llegan mezcladas con las que aquí
me encuentro / mientras muy lentamente / revuelvo mi café».
En tanto ciclo de poemas
sobre la difícil nostalgia, Contraverano condensa en el motivo del calor
el examen lírico de un mundo interno. Me interesa valorar esa operación
introspectiva llevada a cabo por el poeta para lanzarse en la indagación del
pasado. No es un poeta dedicado al «arte de vestir pulgas», como llama
Domínguez Michael a cierta tendencia de la poesía mexicana contemporánea
dedicada a rehuir la exploración de las pasiones y las emociones y, en cambio,
a encontrar onanistas misterios en la descripción pudorosa de un par de
calcetines o un salero.
Al desarrollar de manera
unitaria el tema de la nostalgia cuestionada por el voluntarioso desarraigo, el
poeta pone al servicio de una dicción clásica y sencilla, no sin dar pie a
alguna página de experimentación —a como el tema desdobla y enriquece sus
matices—, lo que podría llamarse la íntima violencia del calor. Habría que
hacer notar, por supuesto, que en las ciudades de un clima hostil, como
aquellas entre las que figuraría Culiacán, el verano existe para el fuereño. El
nativo habría de aceptar y hasta disfrutar la ligereza que el calor propone.
Para el deshabituado a esos placeres solares, sin embargo, el calor es una mano
ardiente que se oprime contra los rostros, desaloja el sudor de la piel y nunca
cesa. En la forma de un vaho denso, cae sobre los techos de las casas, sobre
los automóviles y el asfalto; los vapores de la gasolina ascienden entre la luz
brillantísima. El valle de Culiacán es cada verano una caldera de sopor. La
gente rehuye el pavimento y se oculta en sus casas con el aire acondicionado,
hastiada por la densidad de los meses largos. Afuera el día se incendia con ese sol lento, esa
lumbre que adelgaza la sangre hasta evaporarla en un rencor furioso. Hacia
finales de agosto llegan los primeros, siempre escasos, chaparrones, y las
calles habrán de saturarse entonces con un agua lodosa que desaparece a las
pocas horas, dando paso de nuevo a la concentración asfixiante de la canícula.
En esta vena, las imágenes
del calor fungen como el motivo central en Contraverano, en tanto un
signo de la decadencia y la destrucción: «Afuera el verano dejaba correr libre
su corazón de rojo carnicero / y la luz marchitaba cuerpos que antes fueron
exquisitos, / que antes fueron necesarios». Del afuera al adentro, de ayer a
hoy, el paso adquiere un relieve intimista: «Pero esa oscuridad... / no basta
para extinguir la furia del verano que te habita». Reside aquí uno de los
valores principales de este libro: a partir de un paisaje totalitario de sol
violento, incorpora en la experiencia visceral de la voz poética un universo de
imágenes de gran y condensada fuerza expresiva: «La fiebre es el verano del
cuerpo, / deja quebrado el árbol que nos mantiene en pie / y hace nacer una
flor de sangre entre los labios».
En su libro anterior, Fundación
de la casa, publicado con Cuaderno de Tyler Durden en un tomo de
Ediciones Sin Nombre (2008), Mijail Lamas desarrolla un ciclo de poemas sobre
el amor en su esfera cotidiana e íntima. Ya ahí demostraba el dominio de sus
recursos técnicos. En busca de la limpidez, no desoía la justeza de una noción
del ritmo muy acorde con la tradición poética mexicana: endecasílabos,
octosílabos y heptasílabos engarzados con una libertad y discreción propias del
Bonifaz Nuño de, por ejemplo, Los demonios y los días. En Contraverano
Mijail Lamas enriquece esa sencillez expresiva con imágenes rotundas que
brotan solidarias al ritmo, logrando en sus versos una amplitud de registros de
las sensaciones y las emociones y una cadencia que contradice el estruendo de
ese «edén subvertido que se calla / en la mutilación de la metralla», como reza
el epígrafe expropiado, con la mayor pertinencia, a López Velarde, otro poeta
de la provincia y la difícil nostalgia.
Con esos elementos, Mijail
Lamas expresa con suma belleza una visión personalísima: el verano vuelto
metáfora de una frontera definitiva, la exploración de un conflicto con el
origen y de nostalgia ambivalente que condiciona y enriquece la voz del poeta,
quien con este libro da cuenta de una primera madurez.
miércoles, octubre 23, 2019
Bienvenida Tomasa
Verónica Murguía escribe una reseña de mi novela Adiós, Tomasa, en su columna Las Rayas de la Cebra, de La Jornada Semanal. El enlace se sigue aquí.
Bienvenida Tomasa
Para refutar la afirmación presidencial que ha dictaminado que a los artistas, en este caso los escritores, les “hace falta baño de pueblo”, sólo hay que hojear el catálogo de las editoriales mexicanas. Casi todos los narradores de este país, hombres y mujeres –aquí se podría intercalar una lista larga, pero sólo nombraré a Fernanda Melchor, a Yuri Herrera y Antonio Ortuño–, se han preocupado por denunciar, contar o explicar las razones y sinrazones de la violencia que nos desgarra; una violencia, hay que decirlo, que se ha ensañado con todos, pero especialmente con los pobres.
Naturalmente, los lectores están ávidos de entender, pero también fatigados por la ubicuidad del dolor y la muerte. Por eso se agradece una novela como Adiós, Tomasa, de Geney Beltrán Félix, una narración que hilvana las vidas de los habitantes del pequeño poblado de Chapotán, en Durango: un lugar remoto con nulas oportunidades para la educación, donde el narco no es glamour, sino la vía para sobrevivir sin dejar la salud en la milpa.
Beltrán Félix apostó en Adiós, Tomasa por un lenguaje abundante en regionalismos, que se mezclan de forma fluida con un castellano rico en giros coloquiales, y por contar la historia desde el punto de vista de un niño, Flavio. No se arredra ante las dificultades que esto implica: en un capítulo memorable cuenta, incluso, desde el punto de vista de Flavio cuando era bebé. Las descripciones de paisajes, comidas, personas; la cadencia, los cambios de perspectiva hacen de la novela un texto lleno de ideas e imágenes, pero el ritmo es tan natural que el lector sólo se da cuenta de la cantidad de recursos usados por el autor cuando se detiene a pensar o releer por puro placer.
El universo emocional de los protagonistas es, también, retratado con precisión, incluyendo sueños y sensaciones, ideas, intuiciones y culpas. Esto, con Chapotán como escenario, éste sí, pintado con trazos realistas y sin adornos.
Beltrán Félix ha encontrado un método propio para escribir esta ardua reconciliación con la infancia, tan norteña, que la magdalena proustiana es una gordita: “Puede que en mi vejez olvide muchas cosas; nunca olvidaré el sabor de las gorditas que hacía mi madre”, dice el narrador.
Flavio es el menor de la familia Carrasco, una de tantas en Chapotán que intenta evitar inmiscuirse en El negocio y que adopta a una muchacha hermosa y dócil llamada Tomasa.
La anécdota se puede resumir en la triste ecuación que cifra tantas angustias: muchacha hermosa más hombres machos armados y autoridad corrupta, igual a muerte y ausencia. Pero esta novela es mucho más que la suma que nos desvela: Beltrán Félix ha creado en Flavio y su familia, incluyendo al padre mujeriego y violento, a un puñado de seres humanos creíbles.
Chapotán, una prisión con algunas bellezas como el río o la huerta de los Carrasco, es un lugar donde el machismo reina, de tal manera, que es imposible que se juegue futbol americano porque los hombres “no se agachan con la cola al aire”; donde los varones no lloran, pase lo que pase; donde un grupo de muchachos que bebe cerveza puede convertirse en motivo de alarma, en presagio de muerte.
Las mujeres no son casi nada en Chapotán, pero son casi todo en la novela. Aquí es donde la originalidad de Beltrán Félix es más evidente: en lugar de regodearse en las humillaciones y dolores, decidió mostrar la resistencia, la terca capacidad de la madre, de la nana, la de Tomasa –la víctima–, para crear belleza en un mundo donde toda poesía es prescindible.
Se dice, con razón, que la historia la cuentan los vencedores. ¿Quién contará la historia de este México, donde casi todos somos los vencidos? ¿Cómo contar la historia ajena sin apropiarse de su voz y su desgracia?
Quizás la decisión de que la historia fuera contada por el niño más frágil, el menos apto para seguir los pasos rencorosos de los violentos, sea la más sabia posible.
domingo, agosto 11, 2019
Sobre Adiós, Tomasa
Este fin de semana se publicaron dos textos críticos sobre mi novela Adiós, Tomasa.
En Laberinto, de Milenio, escribió Roberto Pliego. Y en Confabulario, de El Universal, el ensayo fue escrito por Vicente Alfonso.
En Laberinto, de Milenio, escribió Roberto Pliego. Y en Confabulario, de El Universal, el ensayo fue escrito por Vicente Alfonso.
domingo, agosto 04, 2019
El corazón sin su avidez
Hoy se publicó, en el suplemento cultural Confabulario, de El Universal, mi texto crítico "El corazón sin su avidez", sobre el libro de cuentos La memoria donde ardía, de Socorro Venegas.
domingo, julio 14, 2019
Adiós, Tomasa
Esta es la novela que desde siempre quise escribir: un viaje a la infancia en un pueblo serrano de Durango de los años ochenta.
domingo, junio 23, 2019
El idioma de la violencia del padre
El suplemento Confabulario, del periódico El Universal, publica hoy mi ensayo "El idioma de la violencia del padre", un visión personal del idioma español, la violencia y la ficción...
jueves, junio 20, 2019
Todos los otros
La revista Este País de este mes publica mi relato "Todos los otros".
Aquí el enlace.
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