Bitácora de Geney Beltrán [χe’nɛi bel’tɾan], escritor mexicano (Tamazula, Durango, 1976).
viernes, enero 30, 2009
Todo aquí es polvo
jueves, enero 29, 2009
Lección del gran narrador realista
martes, enero 27, 2009
El complejo Fitzgerald
lunes, enero 26, 2009
Violencia, en Guatemala
Nota publicada en el suplemento Hoja por Hoja (enero de 2009).
jueves, enero 22, 2009
Presentación y taller en Irapuato
El sábado, por mi parte, daré un taller de ensayo, también en la Casa de la Cultura, de 10 a 1 de la tarde.
Francisco González Crussí, el autor de Notas de un anatomista, Los cinco sentidos, Nacer y otras dificultades y varios excelentes libros más
lunes, enero 19, 2009
Con palabras de otro
«Intento leer novelas, completamente distintas, desde la de un autor francés muy renombrado, Michel Tournier, hasta autores de América Latina desconocidos, como mi viejo amigo R.R. Laborioso empeño por avanzar e interesarme por lo que dicen. ¿A qué se debe?, me pregunto. Quizás a que ambos son escritores meritorios, pero no grandes escritores. En Tournier hay algo que me irrita. Es un hombre lleno de ideas, demasiadas ideas. Filósofo convertido en novelista y ya sabemos lo que esto da generalmente. R.R. en cambio, aventurero metido a literato, nos arroja su escrito a la cara como un pedazo de bistec crudo. Ambos encarnan defectos que aquejan a los narradores contemporáneos. Defectos diferentes: el hombre llegado a la novela desde la universidad y al que llega a ella desde la vida. El primero me molesta por su excesivo afán de mostrarse inteligente, el segundo por disimularlo y aparecer como el hombre vital que se caga en la tapa del órgano. Pero la novela es otra cosa y ambos, sumando sus cualidades, hubieran dado seguramente un novelista ideal. Defecto común: creer que se puede llegar a la novela burlándose de la novela, el primero valiéndose de su savoir faire y su propósito metafísico, el segundo de su desdén por la literatura. Cuando en realidad sólo se puede ser gran novelista cuando no se quiere escribir otra cosa que una novela, con todos los riesgos que esto implica, cuando se la respeta y se admite por anticipado la posibilidad del fracaso, sin excusa ni defensa posible, pues de lo contrario la novela termina burlándose de nosotros.»
Julio Ramón Ribeyro, Prosas apátridas
viernes, enero 16, 2009
Sobre crítica literaria
jueves, enero 15, 2009
Todos los miedos
La mayoría de los libros escritos en la historia de la humanidad son inferiores a la novela El desierto de los tártaros (1940), de Dino Buzzati. El colombre (1966) no se rebela a esa circunstancia. Posterior a Sesenta relatos (1958), en donde abundan los textos geniales, El colombre, no siempre de estilo preciso, vuelve a un tratamiento de lo fantástico y lo simbólico, emparentado con una ilógica kafkiana —se ha dicho mucho—, en la que ciertos motivos, como el miedo —siempre el miedo—, la espera del perplejo o la destrucción, condicionan el accionar de los personajes, muy frecuentemente vistos desde la ironía y cierta compasión. Aunque no todos, varios textos aquí son excelentes, como “El colombre”, “La creación” y “Viaje a los infiernos del siglo”.
El colombre, Dino Buzzati. Traducción de Mercedes Corral, Barcelona, Acantilado, 2008, Narrativa del Acantilado 131, 380 p.
Nota publicada en Hoja por Hoja de enero.
miércoles, enero 14, 2009
Releyendo a Martí
martes, enero 13, 2009
De mujeres desesperadas
Ahora, un breve comentario (publicado en la edición de enero del suplemento Hoja por Hoja) a la reedición de Inés, novela de las últimas publicadas por la gran Elena Garro:
La última Elena Garro tiende a ser vista como una autora reiterada en sus obsesiones. La inmovilidad y el miedo se enfocan en un personaje que a cada novela cambia de nombre y escenario mas no de un destino adverso: se trata de una mujer perseguida por la conspiración de los hombres. En ese ciclo —que arrancaría con Andamos huyendo Lola (1980)— predominan el temor y el desaliento: la rebelde Julia de Los recuerdos del porvenir, que merced a un milagro logra escapar del varón, deja su lugar a mujeres que no terminan de adivinar si el enemigo que tanto temen no reside más bien en sí mismas, y quienes, eso sí, lucen variaciones de una obra a otra que vuelven falsa la acusación de una Garro repetitiva. Aunque no es precursora de ningún narcorrealismo (la contraportada miente con impudicia), Inés, obra menor publicada originalmente en 1995, presenta un personaje cuya inocencia es vulnerada por varones malévolos en quienes, aquí sí, se echan de menos los matices.
Inés, Elena Garro, México, Joaquín Mortiz, 2008, 172 pp.
lunes, enero 12, 2009
La ciudad sin Racine
La Revista de la Universidad de México publica este mes (número 59, enero de 2009) mi ensayo «La ciudad sin Racine», a partir de una idea de Steiner en torno a la lectura de los libros clásicos: de ahí, discrepando, reviso la literatura contemporánea como un canon mutable y autófago y la relación de la literatura clásica con la sociedad en un entorno de violencia, de más está decir, desde mi experiencia de lector y escritor.
Dos párrafos del texto, aquí:
Ahora sonrío. ¡Buscar un tomo francés de Racine! Y no, no lo encontré en ningún lado. Lo mismo habría de pasar con otros autores y títulos, traducidos y ya no digamos en su lengua original: de Conrad a De Quincey a Coleridge a Paul Celan... A lo que iba: no hubo manera de que un lector adolescente encontrara un libro de Racine en su ciudad de origen.
Comparado con tragedias mayores, ésa es una minucia. Pero habla de una época desprovista de esa exigencia de educación humanista, de ese syllabus ilustrado. Habla además de una ciudad sin razón, que no respeta ni valora la inteligencia y la vida del espíritu, encerrada en sus orgullosos referentes regionales de cultura popular y en valores excluyente y fascistamente empresariales, con escasos y despoblados lugares para la reflexión literaria y el disfrute de las artes, desdeñosa de lo universal y nulamente concernida por la formación humanista de sus nuevas generaciones. De eso habla una ciudad sin Racine. La bastardía intelectual vendría como consecuencia.
jueves, enero 08, 2009
La revolución en la prosa
Sobre libro de Boris Pilniak recientemente reeditado, he aquí una nota brevísima publicada en el suplemento Hoja por Hoja de enero de 2009:
De cara a los tiempos convulsos de la revolución rusa, Boris Pilniak (1884-¿1937?) escribió un puñado de textos de ficción de una temática virada hacia el presente y, más aún, de una técnica novedosa en la que incorpora, en la estructura misma, los destinos dislocados e inciertos de sus contemporáneos. Sus relatos tienden a estar exentos de un eje dramático nuclear; antes bien, como sucede en “Caoba”, una pieza reconocidamente maestra, el hilo narrativo, en que no faltan digresiones ensayísticas, compacta y distiende los tiempos de la acción y salta de un personaje a otro, enriqueciendo con cada distinta percepción un cuadro ficcional complejo en que varias líneas se alternan: la ebanistería, el comunismo, la sexualidad, la moral, la revolución misma. Y, como se concluye por esta traducción de Sergio Pitol, el arte prosístico de Pilniak no es de desdeñarse: hay en estos relatos un rico tejido verbal que da pie a la confluencia de numerosos tonos y matices expresivos.
Boris Pilniak, Pedro, Su Majestad, Emperador. Prólogo y traducción de Sergio Pitol, Xalapa, Universidad Veracruzana, 2008, Sergio Pitol Traductor, 196 pp.
miércoles, enero 07, 2009
Páramo en los medios
lunes, enero 05, 2009
El conocimiento de las hienas
Aquí, un párrafo:
El saldo es desigual: al apoyarse demasiado en el fragmento desnarrativizado y aforístico, Volpi logra frases memorables pero páginas insuficientes para crear un artefacto verbal que estalle en la conciencia del lector, al negarse a hundir la pala más tercamente en la carne de su personaje, que al final revela pocos matices y cierta propensión a la grandilocuencia. Hay, sí, el intento de dejar unas páginas “viles” en que, a veces, el narrador logra saltar de la vergüenza y hace corresponder su memoria con la memoria entrecortada de la especie, a partir de temas como el amor, el sexo, la solidaridad, la imaginación, la guerra. No me parece inapropiada la búsqueda, aunque sí, en esta novela, veo escaso el resultado: frente a las posibilidades del entretenimiento y el solipsismo del lenguaje, la novela de conocimiento, ésa en que el personaje es lanzado a una deriva que revele sin recato un país interior de hienas y fantasmas, es por entero necesaria.
domingo, enero 04, 2009
Una novela así
Una novela que vomite. Que vocifere su furia, que respire con enojo, hastiada de seguirle creyendo a la escritura sus ímpetus pudibundos. Que convoque en su prosa distintos niveles de la existencia, que vaya de lo elevado a lo sórdido, del lirismo a la crudeza, del estrépito al laconismo. Una novela que no use guantes de seda, que no tome el té de las cinco. En cambio, un libro áspero, que lacere y perturbe, que tense las palabras no con el estruendo fácil del amarillismo sino a partir del asedio de una violencia interior, solapada: una sintaxis que se vulnere sin gratuidad, sólo tácitamente y desde adentro, y que ése, inmaduro pero necesario, sea su estilo, a raíz del silencio que asfixia, y que en la página estalla.
Una novela así, por una intuición solitaria.
sábado, enero 03, 2009
Otra forma de epilepsia
Aquí, un párrafo:
Una pregunta final: ¿qué quiere decir “epilepsia”? Electricidad no encubre alegorías, pero ese desorden parece referirse a la interiorización de los demonios familiares que se recolectan en la infancia. Ese propio rostro convulso, que Lily ve en las fotografías tomadas por el novio, le recuerda el de su madre. La epilepsia funcionaría —odio incurrir en conclusiones trascendentales pero no me resisto a perpetrar la siguiente— como una metáfora del pasado que vive en el presente. Esa electricidad que estremece los músculos viene de muy lejos, y es el peso de la herencia y la infancia, que hace trastabillar al individuo aunque sin condenarlo al fracaso ni a la inmovilidad. En efecto: ¿qué es narrar sino revivir, como ataques de musculosa energía, los hechos pretéritos? ¿Qué sería de la ficción sin el pasado? A diferencia de quienes, marinettianamente, buscan negar en literatura cualquier nexo con lo anterior, creo que toda narrativa es pasatista en un sentido ineludible: cualquier relato inmiscuido en el diálogo belicoso con el presente desarrolla una conciencia inquietada sobre la fuerza del pasado —el ayer que vuelve— en cada respiro actual, en cada simple paso. Narramos porque el pasado a fuerzas y de todas formas permanece, y en el relato está la posibilidad, no de darle oxígeno a un cadáver enemigo, sino de revelar aquello que, disfrazado en el ahora, continúa transmitiendo su violencia, una epilepsia no física: memoriosa, emocional. No es la letra, al revivirlo, cómplice inconsciente del pasado; es su testimonio, pruebas para el conocimiento en torno de la identidad humana.
viernes, enero 02, 2009
De ninguna parte
Venir de ninguna parte, venir de la raíz no conocida. Abandonarla y echar una raíz propia sin la voluntad de hacerlo. Añorar el desarraigo de la extranjería.
La fábula del hombre de repente liberado en tierra extraña. Una ciudad muy grande, donde la gente habla otro idioma, usa un alfabeto jeroglífico, es indiferente. Nadie entiende nada, ninguna lengua conocida. Los demás son también cuerpos humanos, pero no hay el menor vínculo con nuestro héroe. El fin de la noción de identidad.
El fin del ser uno.
El fin.