Bitácora de Geney Beltrán [χe’nɛi bel’tɾan], escritor mexicano (Tamazula, Durango, 1976).
jueves, diciembre 30, 2010
En la radio
miércoles, diciembre 29, 2010
Febrero de 2011: Anuncio, 3
domingo, diciembre 26, 2010
LXV
sábado, diciembre 25, 2010
LXIV
jueves, diciembre 23, 2010
LXIII
miércoles, diciembre 22, 2010
Febrero de 2011: Anuncio, 2
viernes, diciembre 17, 2010
jueves, diciembre 16, 2010
LXI
miércoles, diciembre 15, 2010
Febrero de 2011: Anuncio, 1
Es decir, una falsa novela de la (imposible) Revolución.
martes, diciembre 14, 2010
lunes, diciembre 13, 2010
Cuentos anómalos
domingo, diciembre 12, 2010
Después de la indignación
viernes, diciembre 10, 2010
La destrucción del norte
miércoles, diciembre 08, 2010
martes, diciembre 07, 2010
Escorpiónica en entrevista con Alejandro Toledo
lunes, diciembre 06, 2010
Una obligada calma
No sé si por desidia, indiferencia o falta de tiempo, la mirada diaria tiende a conformarse con ese dato pequeño y una versión simplificada de las cosas. Desde luego hay también excepciones, miradas lúcidas que son atenta lectura del mundo y sus complejos universos. En ellas prevalece una obligada calma capaz de anular el tiempo y de comprender el espacio en otras dimensiones.
Los cuentos que conforman Habla de lo que sabes de Geney Beltrán Félix son, en muchos sentidos, una mirada profunda hacia los ámbitos más conflictivos del ser humano, hacia sus facetas más grises y sus resquebrajamientos. Como oportunamente afirma Alejandra Pizarnik, hablar de lo que uno sabe debe remitir al silencio cómplice y duro a que nos obliga aquello que vibra en la médula, al claroscuro que hace residencia en la mirada, al dolor, al vértigo, a la desolación.
Desde un narrador que en la mayoría de los cuentos tiende a erigirse como testigo cercano de ese proceso de meticulosa observación, asistimos a diversos episodios donde la soledad, el desencanto y la incomunicabilidad parecen ser las únicas huellas a seguir en un camino laberíntico y sin regreso. La peculiaridad de este narrador, sin embargo, reside en que, más que describir sucesos ajenos, pareciera una especie de alter ego que se mira a sí mismo desde una imprudente distancia: demasiado adentro de sí como para permanecer impasible, demasiado cerca del espectáculo del propio desasosiego. Quizás por eso las historias se encuentran focalizadas en la trayectoria de un protagonista que de pronto se encuentra solo en una cotidianidad que se vuelve extraordinaria y le conmina a explorar sus sentimientos, pensamientos y temores.
Las rupturas familiares, la distancia abismal entre padres e hijos, hombre y mujer como pareja; el estar constreñido por una situación económico social particular, la frustración del sueño o el amor no realizado, las múltiples interrogantes inherentes a la creación literaria, se ven atravesadas por decisiones o circunstancias que rayan en la situación límite, en la disolución de las fronteras entre lo real y lo imaginario. En cuentos como “Anoche soñé que volaba”, “La hija” o “Los perseguidos”, la introspección de los protagonistas los satura hasta culminar con el asesinato; mientras que en historias como “La celda en la Ciudad”, “Ese mundo de extraños” y “Hondonada”, la confusión se hace una con el interior de los personajes, posicionándolos en un espacio y un tiempo imprecisos que apelan más a la lógica caótica del sueño y que, por momentos, lindan con lo fantástico.
A modo de eco, la Ciudad (con mayúscula) que contiene a estos personajes, se levanta hostil y desmesurada. Desde el primer cuento, “La celda en la Ciudad” se dispone de un espacio que nada tiene de benévolo, más bien es eso, una prisión en sí misma y una metáfora de los límites que también imponen el matrimonio, la paternidad, el ser hombre, hermano, hijo o simplemente un ser humano con toda su humanidad a cuestas. Las vistas de esta Ciudad son pues escenario y reflejo del ser interior que se aproxima a un punto crítico. En “Perdonados por quién”, por ejemplo, el cuerpo y el pensamiento del protagonista experimentan un derrumbe paralelo al de los edificios en un terremoto, por eso afirma en medio de su malestar que “todo aquí es polvo”, mientras se repite taladrante la pregunta “¿qué es estar vivos?”. En “Anoche soñé que volaba” la Ciudad que se mira desde arriba en sueños es el punto de partida y el destino final de una vida que se modifica rabiosamente, en el pleno centro de la sordidez, la soledad y el desamparo. Cuando llega a estos extremos es contundente, cuando no, la Ciudad-espacio se instala con una extrañeza profunda que desconcierta: no sabemos si así son las cosas o si así se proyectan desde la perspectiva de cada personaje perdido en sí mismo y respecto a los otros. En “Ese mundo de extraños”, la nostalgia es la que atraviesa la ocupación del espacio, del departamento de un hombre (en primera persona), que sin explicación de por medio empieza a encontrar nuevos inquilinos en cada rincón. Como una especie de diálogo con “Casa tomada” de Cortázar, esta historia exhibe en su circunstancia improbable la dureza de la soledad, los recuerdos y el deseo cercenado. En “Hondonada”, la Ciudad es confusión, laberinto y cansancio, búsqueda y espera inútil, nombres absurdos de calles que tal vez cambien de lugar, reiteración de las limitantes que aquejan a Omar.
Nada hay de apacible en estas historias. Todo lo contrario. En Habla de lo que sabes no hay cabida para el contentamiento con el dato pequeño, con la imagen idealizada del núcleo familiar o el amor filial o erótico como certeza a la cual asirse. Cada cuento está dispuesto como una obligada calma para mirar las cosas frontalmente, en todos sus detalles, con toda su violencia.
viernes, diciembre 03, 2010
Imagen de un infante difunto
miércoles, diciembre 01, 2010
martes, noviembre 30, 2010
Se acaba la gira
lunes, noviembre 29, 2010
Los libros de aquel lado
domingo, noviembre 28, 2010
sábado, noviembre 27, 2010
viernes, noviembre 26, 2010
jueves, noviembre 25, 2010
LVI
miércoles, noviembre 24, 2010
martes, noviembre 23, 2010
lunes, noviembre 22, 2010
Todo aquí es polvo, en Bruguera
Todo aquí es polvo es el último libro escrito por Esther Seligson. Originalmente pensada como una novela, esta obra terminó viéndose invadida y dominada por la evocación autobiográfica. De los tiempos de infancia en la ciudad de México de los cuarenta y cincuenta, a los últimos años, vividos en un peregrinar de Lisboa a Jerusalem y de vuelta a su tierra nativa, la autora entrega en estas páginas inolvidables una emotiva narración en que aparecen los perfiles de los padres, judíos emigrados a México, la hermana, las parejas amorosas, los hijos y una azarosa galería de amistades y compañeros de viaje.
Esther Seligson escribió novela, cuento, poesía y ensayo. En Todo aquí es polvo, la escritora mexicana conjuga magistralmente todos sus saberes literarios: la frase de gran riqueza sensorial, la reflexión personalísima de cariz ensayístico, el toque humorístico e irónico de los incidentes, la complejidad dramática y humana de cada personaje. Estamos, pues, ante el milagro literario de una escritura absoluta que, con ejemplar sabiduría, vuelve al lector un cómplice en lo que termina revelándose como una entrañable expedición a la memoria.
Esther Seligson nació en la ciudad de México en 1941. Residió en París, Madrid, Bruselas, el sur de la India, Lisboa y Jerusalén. Estudió letras hispánicas y literatura francesa en la UNAM. Fue becaria del Centro Mexicano de Escritores (1969-1970) y miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte (2006-2009). Reunió una selección de sus textos ensayísticos, sobre literatura, teatro y pensamiento, en A campo traviesa (2005), otra de su narrativa breve en Toda la luz (2006) y una más de su obra poética, con el título de Negro es su rostro. Simiente (2010), los tres publicados por el FCE. Es autora también de las novelas Otros son los sueños (1973, Premio Xavier Villaurrutia) y La morada en el tiempo (1981, reeditada en 1992 y 2004). Obtuvo el Premio Magda Donato por el libro de relatos Luz de dos (1978). Recopiló sus textos de crítica teatral en Para vivir el teatro (2008). Su último título editado en vida fue el volumen de relatos Cicatrices (2009). Entre muchos otros autores, tradujo a Emmanuel Levinas, E.M. Cioran y Edmond Jabès. Fue maestra en el Centro Universitario de Teatro de la UNAM desde su fundación. Falleció en la ciudad de México el 8 de febrero de 2010, pocas semanas después de poner punto final a su libro de memorias.
LIII
domingo, noviembre 21, 2010
LII
sábado, noviembre 20, 2010
LI
viernes, noviembre 19, 2010
jueves, noviembre 18, 2010
miércoles, noviembre 17, 2010
martes, noviembre 16, 2010
XLVII
lunes, noviembre 15, 2010
domingo, noviembre 14, 2010
Ya tengo obra traducida al inglés...
XLV
sábado, noviembre 13, 2010
viernes, noviembre 12, 2010
jueves, noviembre 11, 2010
XLII
miércoles, noviembre 10, 2010
martes, noviembre 09, 2010
La ciudad irascible
Aquí va el texto completo:
La ciudad irascible
Nadia Villafuerte
La ficción no tendría por qué ser el lugar donde uno consiga aliviarse de esa pesadilla llamada “realidad”. Tampoco, claro, el sitio donde dicha “realidad”, a menudo decepcionante, se duplique tal como la conocemos: el mundo puede ser otro, debe ser otro, y no necesariamente mejor. Sobre esta materia se construyen los cuentos que conforman el libro Habla de lo que sabes (Jus, 2009), de Geney Beltrán Félix (Sinaloa, 1976).
Si hay una certeza aquí es la del extrañamiento: con una tensión que puede atribuirse al carácter nervioso del lenguaje, pronto nos damos cuenta de que eso que creíamos situarse en terreno realista no es sino el espejismo de un escenario: la Ciudad (a secas, con mayúsculas) donde ocurren las historias, es un horizonte vacío en el que los personajes deambulan sin encontrar nada qué admirar o amar o desear o conservar siquiera. Lo que hay, en cambio, es la coherencia de un planteamiento: las apariencias son lo único que conocen estos seres furibundos que un día amanecen para descubrir que han dejado de ser ellos y ahora caminan de puntillas sobre su propia vida.
El relato “La celda en la Ciudad”, sirve de concisa viñeta para describir la naturaleza opresiva de una urbe que va desmantelando su fealdad ordinaria mientras se la recorre; así, un simple puente de peatones se convierte en una celda que oscurece sus contornos para abrazar al protagonista. La sensación de angustia no deja de repetirse: en otro momento, un adolescente se extravía por las calles de un barrio y ve surgir, en el parpadeo, a otro que ha usurpado su cuerpo y se aleja impune. Tales alteraciones identitarias podrían ser el rasgo desquiciado de quienes buscan huir y a veces no lo consiguen, o lo hacen a medias: en el cuento “La hija”, un profesor escapa de un bombazo en el aeropuerto y dicho acto se convierte en pretexto para abandonar su vida insatisfecha escapando a una peor (en la que al menos deja estallar su ira contenida) pero en la que de todas formas lo acosa eso que descubre de sí mismo y no tiene enmienda: ni profesor ni alcohólico, sólo es un hombre desprovisto de raíz, esto es, una violencia que nace con y desde el miembro sexual.
Que un esposo atisbe la presencia de una “muchacha de aire” tras la rutina del matrimonio; que un inquilino descubra, con un dejo de sensatez y horror, cómo una horda de desconocidos salen de su baño; no pretenden ser —así lo entiendo— tramas sino estados de ánimo de mentes dislocadas: el escapismo se convierte en una vía alterna frente a una existencia monótona cuyo muro sin lustre puede, no obstante, verse acechado por el desconcierto.
Extrañamiento, he dicho. Y agrego: conmoción frente a retratos breves de vidas comunes y sin embargo atroces. Una mujer sometida a la cruel domesticidad; los minutos reales (porque se siente el lento transcurrir del tiempo) en que ocurre la demolición en una biblioteca; la relación entre un par de amigos a quienes asedia el fantasma de la locura; el cartero Gabriel Sicrano que prende fuego a las bodegas para que nadie reciba una sola carta; el cajero de una tienda que desenfunda una pistola, todos ellos pasan y nos evocan lo que creíamos saber y re-descubrimos: su ironía, su desdén, sus formas de humillar y humillarse, nos dejan sentir lo áspero de un paisaje nada fotogénico. A los personajes de este libro les corresponde otear sobre esa materia ambigua que implica sobrevivir: el mundo se padece, es verdad, y también se rompe para convencernos de que no puede ser sólo eso que se nos impone y que uno asume como un arriendo, sin protesta. No hay concesiones ni dádivas en la escritura de Beltrán Félix: sus personajes son un tropel de “descastados” incapaces de ocultar su orfandad: agresivos algunos, sumisos otros, uno más arrobado ante la naturaleza hostil de su cuerpo que se empeña en renunciar a los signos de la hombría y que ha buscado “la posibilidad de vivir como si no hubiera un pene en la entrepierna”, todos tienen en común un destino: la desesperación. “¿Qué es ser varón?”, se pregunta en algún momento uno de los personajes, y la respuesta parece hallarse en el transcurrir de estas historias: ser varón es permanecer en franco combate con la naturaleza del género; estar ahí, “enjuto, ajado, pero vivo”.
Discierno una lectura última. Al elegir como telón de fondo una tierra baldía que rumia su hartazgo, el autor propone además una forma exasperada al descubrirla. En Habla de lo que sabes no hay un lenguaje aséptico sino desperfectos, fisuras; no el deseo de llanamente narrar y sí el avance que fluye indócil. La opulencia verbal que forcejea a ratos con los balbuceos en la sintaxis, convierte a los temas y a los personajes en un todo orgánico: no sólo el desasosiego como telón de fondo sino y sobre todo la crisis del sujeto, el delirio de los personajes trasplantado al desorden de una prosa que duda, se retrae, estalla o se detiene, lacónica, cuando uno menos lo imagina (excesos de signos de admiración y puntos suspensivos, palabras carcomidas, frases que se interrumpen, de súbito). Lejos de la corrección política, una prosa que emerge impura, desmedida, inmediata.
Con la escritura de Beltrán Félix el lector no puede permanecer indiferente ante lo que va apareciendo como una sucesión de imágenes demasiado cercanas a nuestros ojos y que nos manchan de intimidad e intemperie ajena. El autor cimbra su operación fabuladora más que con acciones, con intenciones: es decir, su búsqueda es estética pero también moral (el excelente relato “Anoche soñé que volaba” otorga, por ejemplo, la denuncia de una ciudad envilecida). Las historias de Habla de lo que sabes, no anécdotas gratas sino episodios turbios, se escriben porque deben ser escritas, como si al reiterar la materia catastrofista de lo real, la ficción pudiera darnos una tregua: cerrar el libro para sobrevivir de otro modo, pues con todo su pesimismo y acritud, existir aún admite conmovernos frente a una realidad nunca consoladora pero tampoco desesperanzada. Libros como hachazos en la cabeza, pedía Kafka. Aquí uno.
XL
lunes, noviembre 08, 2010
Tierra Adentro, 166
XXXIX
domingo, noviembre 07, 2010
XXXVIII
sábado, noviembre 06, 2010
XXXVII
viernes, noviembre 05, 2010
XXXVI
jueves, noviembre 04, 2010
XXXV
miércoles, noviembre 03, 2010
XXXIV
viernes, octubre 29, 2010
jueves, octubre 28, 2010
miércoles, octubre 27, 2010
martes, octubre 26, 2010
lunes, octubre 25, 2010
69 años de Esther Seligson
Ayer domingo, en el periódico Excélsior (sección Comunidad, página 10), Víctor Manuel Torres publicó una breve nota sobre Todo aquí es polvo, su libro de memorias recientemente publicado por la Editorial Bruguera.
Sobre Habla de lo que sabes
Y aquí el texto completo:
Habla de lo que sabes
Irad Nieto
En un artículo periodístico de reciente publicación el filósofo español Javier Gomá Lanzón hizo una pregunta fundamental: ¿Qué es la vocación literaria? En principio, se respondió, consiste en "una anomalía vital", pues de las mil posibilidades sensatas que la vida ofrece a un joven cuya personalidad se supone compleja y plural, sólo una, una nada más, parece absorberlo en forma tirana. Pudiendo ser dentista, abogado, gerente de una empresa o varias cosas a la vez, es decir, trabajar decentemente, el escritor, de manera espontánea e ineludible, se descubre de pronto volcado hacia una intensa, azarosa y emocionante compulsión: fijar por escrito sus pensamientos, sueños y sentimientos.
La vocación literaria es un incendio íntimo y voraz, a la vez atractivo y aterrador. Para atemperar las llamas expandidas en su interior, el escritor escribe, crea, miente; para avivarlas, vuelve a escribir. Su extraña vocación le obliga a dar una forma perdurable, artística, a ese fuego interno. Habla de lo que sabes, el libro que reúne diez relatos del escritor Geney Beltrán Félix (Culiacán, Sinaloa, 1976), se escribió con esta intención: subsistir en la sensibilidad de los lectores, espolearnos y remover en nosotros lo visceral, lo intenso que se oculta debajo de la insípida vida práctica. Habla de lo que sabes nos exige leer detenidamente, releer y exponernos.
Y digo exponernos porque en los relatos de Geney Beltrán el sosiego no tiene lugar. No hay paz. Por el contrario, campean la intranquilidad y hasta la paranoia. La Ciudad, como un animal que acecha permanentemente, es aquí el personaje principal que atraviesa todo el libro. "Telaraña vial de pavimento sin fin", la Ciudad es un todo que nos amenaza y nos aprisiona en una atmósfera cada vez más inhabitable, transitada por peatones o automovilistas desesperados, "malignos, "irracionales". Por eso el título del primer cuento: "La celda en la Ciudad", porque el personaje, un contador sensible y trastornado, arrastra su propio encierro en la Ciudad; a través de sus miedos, lo prolonga y lo interioriza: "¿Es todo una trampa? Tal vez lo quieran secuestrar"; el cielo es "una capa de vómito gris"; "los automóviles son hormigas cansadas que ruedan"; un puente peatonal adquiere la forma temible de una jaula soldada en el aire.
En "Perdonados por quién", cuento en el que la Ciudad se desploma por un sismo, el autor describe, escenifica, la ridícula vulnerabilidad de los seres humanos, hacinados en la Ciudad como una plaga de roedores incorregibles y malolientes. El tono es un tanto apocalíptico, no por ello irreal: "Lo que sucede", dice el narrador, "lo que vendrá: son cuerpos aplastados bajo los escombros o asfixiados en el metro y rostros que agonizan en las camas de un hospital y ratas y perros mordiendo cadáveres y fosas comunes desbordadas por extremidades huesudas". Es la demolición de la Ciudad.
Solitarios, paranoicos, aparentemente vacíos, como si siempre representaran la parte accidentada de eso que se llama ser humano, así son los personajes que habitan este universo literario: personifican el fracaso de una pretendida integridad moral y sicológica. Un contador, un matrimonio, un profesor, un cajero frustrado, la hija o el padre, por mencionar a unos cuantos personajes, son una muestra de que a pesar de la buena voluntad se fracasa rotundamente, aquí y ahora. Esto los hace más vivos y más reales a los ojos y emociones del lector. Constituyen además una metáfora de la soledad urbana.
Como narrador, Geney es pesimista y visceral, es decir, un hombre sensato. Lo que más puede admirarse y disfrutarse en estos relatos es que el autor indaga sensiblemente la vida interior de sus personajes y la horada a través de una escritura penetrante, radicalmente introspectiva, onírica, a veces experimental. Mediante el discurso narrativo nuestro escritor explora desde el fondo las comarcas agrestes, milenarias, de la condición humana: los miedos, los deseos, el rencor, la paternidad, la vejez, la muerte, las pulsiones sexuales, la fantasía del incesto. Sus relatos nos instalan ante una escritura íntima pero incendiaria, una imaginación provechosamente maliciosa, a ratos maligna. Habla de lo que sabes es el resultado de esta anomalía vital.
sábado, octubre 23, 2010
viernes, octubre 22, 2010
XXVII
lunes, octubre 18, 2010
En San Miguel de Allende
domingo, octubre 17, 2010
XV
XXIII
sábado, octubre 16, 2010
viernes, octubre 15, 2010
jueves, octubre 14, 2010
XX
miércoles, octubre 13, 2010
XIX
martes, octubre 12, 2010
XVIII
lunes, octubre 11, 2010
URGENTE: Nuestra aparente rendición
domingo, octubre 10, 2010
XVI
sábado, octubre 09, 2010
XV
viernes, octubre 08, 2010
XIV
jueves, octubre 07, 2010
En su desnuda pobreza, fragmento
el mar nos sobrepasa
el amor, el llanto mismo
no reposa una ola tras
otra
tupido a ras del agua las crestas se abisman
y el mundo se inclina
ante las mareas
Vivir es un dolor constante
sosegado
cuántas veces mudo
imperceptible su vaivén
a fuerza de goteo
miércoles, octubre 06, 2010
XIII
martes, octubre 05, 2010
Laboratorio de escritura en Mérida
lunes, octubre 04, 2010
Mandala
sábado, octubre 02, 2010
XII
Verónica Bujeiro
viernes, octubre 01, 2010
Gabriela Torres Olivares
jueves, septiembre 30, 2010
martes, septiembre 28, 2010
lunes, septiembre 27, 2010
VIII
jueves, septiembre 23, 2010
Sobre Los insensatos
miércoles, septiembre 22, 2010
martes, septiembre 21, 2010
La celda en un círculo
lunes, septiembre 20, 2010
domingo, septiembre 19, 2010
viernes, septiembre 10, 2010
domingo, septiembre 05, 2010
La dignidad del desamparo
"Conoció las mixtas emociones de la escritura: la incertidumbre, la impaciencia, el odio frustrante de sí mismo, el desaliento al luchar con las palabras y sentir que se negaban a hablar con la voz suya.” Con este tono lacónico y puntual describe Geney Beltrán Félix el precario trabajo del escritor en la narración “El cuerpo de Sicrano”, con el que cierra el libro Habla de lo que sabes (Editorial JUS, 2009), su primer volumen de cuentos.
No es casual que alguien que se enfrenta así al lenguaje, en este caso el cartero Sicrano, termine convertido en la materia viva en la que se registra la anécdota; no es coincidencia que en el universo que se despliega en Habla de lo que sabes, Sicrano encarne, literalmente, su historia. Y es que una de las preocupaciones de Beltrán Félix es una línea divisoria: esa frontera porosa que separa al escritor de sus materiales: el lenguaje y el mundo. Para retratar la realidad –por lo menos la de la ciudad y el México vislumbrados por Beltrán Félix– con la abundancia de matices que interesan a este autor, no bastan un registro o un punto de vista: por eso, la escritura en este libro no utiliza solamente el tono austero del párrafo citado: si algo distingue estas páginas es un estilo que se asienta en el ejercicio del contrapunto para crear un sistema de contrastes y reflejos.
A lo largo del libro, Beltrán Félix alterna la prosa elaborada y elegante con el diálogo brusco y natural, que consigna con buen oído los varios idiolectos que se escuchan por las calles de esta ciudad. También turna el ritmo fluido con una cadencia entrecortada en la que el narrador nos detiene, con el uso de paréntesis, para examinar con nosotros lo que considera digno de atención, la parte de la frase que a él le interesa más.
Sicrano escribe, a pesar de que está convencido de la futilidad de la escritura, de la debilidad de los puentes que ésta tiende entre el escritor y quien lo lee. Escribe porque no le queda más remedio. Como otros personajes de este libro, el destino –en su caso convertirse en escritor– se le revela cuando ya no creía en sí mismo y pensaba que la vida era sólo una sucesión de anécdotas banales o terribles.
Los personajes de Habla de lo que sabes viven sus ásperas epifanías en una ciudad tumultuosa, en medio de la pobreza y la indiferencia, resignados a “olvidarse de que el futuro ahí viene, múltiple siempre y presente, nunca”. Porque este es un libro en el que Beltrán Félix, sin temor a revelar preocupaciones de orden ético y social, describe minuciosamente el aire de Apocalipsis que reina en México y sus efectos en el alma. Esto es de agradecerse en estos tiempos, en los que los narradores suelen dibujar las miserias de este país con más temor a mostrar una preocupación ética que a escribir con faltas de ortografía.
Esta minuciosidad, casi naturalista, no está exenta de fantasía: Habla de lo que sabes no es sólo un retrato de nuestras fatigas, nuestras cóleras o nuestras desesperanzas, pues fiel a su talante ensayístico, Beltrán Félix elabora conjeturas, hipótesis que nos comunica, no a través de párrafos discursivos, sino mostrándonos los hechos y acciones de los protagonistas, los inesperados alcances de sus apetitos e indolencias. En algunos casos, estas situaciones llevadas al paroxismo se convierten en historias de fantasmas (“Keppel Croft”), agridulces anécdotas kafkianas (“Este mundo de extraños”) o inquietantes alegorías (“Los perseguidos.”)
El impulso que obliga al autor a ver aquello que los personajes prefieren ocultarse hace que el dibujo de los instantes que preceden a la brutalidad en “Anoche soñé que volaba”, o en “Sara antes del fuego”, sean de una tensión tal, que la violencia final se sienta como una catarsis. Estos cuentos terminan, el primero con suerte de contrariada elegía a la ciudad, “esta bella y agria Ciudad sin remedio”, y el segundo con una oración brevísima que encuentra, como una serpiente que se muerde la cola, su complemento en el título mismo de la historia.
La violencia individual o colectiva, descrita sin adornos. La tristeza y la soledad redimidas por el poder del lenguaje. La dignidad del desamparo, de la soledad, la vejez. La puerta entreabierta de la comunicación. Esta es la apuesta narrativa de Beltrán Félix, un lance en el que el futuro, el que él desea, nace como posibilidad gracias, como él mismo diría, a los poderes del sueño y la imaginación.
II
De la gente vienen las palabras. No son sólo registros de una lengua en uso. Vienen con vida pero latiendo duras y descorazonadas por violencias, dando así, carcomidas de agravios, testimonio de la gran lastimadura que sigue impune y peor aún: vigente. El escritor ha de juntarlas para armar con el arte de su eco dinamita. La escritura sólo es un pasatiempo para los tibios.
I
Pides silencio mientras escribes en la biblioteca, pero las paredes que rodean los anaqueles están siendo derribadas a bazukazos.
viernes, septiembre 03, 2010
Negro es su rostro y Simiente
La ilustración de la portada es obra del pintor Guillermo Arreola. El sello editor es el Fondo de Cultura Económica. Este volumen es el primero de los, si todo resulta bien, tres libros de Esther que se publicarían este año.
jueves, septiembre 02, 2010
martes, agosto 31, 2010
Después de la indignación
martes, agosto 17, 2010
Hablará en Tlaxcala
viernes, agosto 13, 2010
En Radio Red
martes, agosto 10, 2010
Comentario
El sueño no es un refugio sino un arma (Ed. UNAM, 2009) se llama un pequeño libro de grandes ensayos de Geney Beltrán Félix, quien arremete sin contemplaciones contra la llamada literatura de entretenimiento –hueca, predecible, tramposa– lo mismo que contra esas obras que “no representan, no significan, no narran”, composiciones trabajadas en un lenguaje “abstraído en el embeleso de su propia contemplación”. Sinaloense nacido en 1976, Geney Beltrán es de aquellos que nacieron y crecieron “en un país en continua e irreversible debacle” y, por lo mismo, su libro es el grito de una generación desencantada que, pese a todo, se mantiene asida al sueño.
lunes, agosto 09, 2010
jueves, agosto 05, 2010
martes, agosto 03, 2010
Entre lo ético y lo impreso
Para qué y cómo escribir, son dos preguntas que Geney no abandona en todo el libro. Son puntos de partida para ensayar, para tomar el riesgo y construir una postura, que, por más personal, no deja de ser un posición moral, ácida y analítica en los contextos de la cultura mexicana. Lo quijotesco lo podemos localizar en la necesidad del autor por combatir las nuevas formas de la barbarie: propaganda, publicidad, dogmas, impunidad, violencia y corrupción. De allí la necesidad de la literatura, faro o microscopio, para localizar el galope de los caballos de Atila. Un galope silencioso camuflado por la sobreabundancia de información y el entretenimiento como un somnífero colectivo. Geney recuerda en sus páginas la importancia de no permitir que la indiferencia aniquile a la indignación.
El catálogo de temas ensayados es tan extenso como las dudas que van forjando el temperamento de Geney Beltrán. En este sentido, hacer de la duda un arte implica rigor y audacia. Desde la blogósfera hasta las torres de marfil de la investigación académica, son temas que no escapan de una mirada pertinaz y sin contemplaciones. Para Geney, la academia se ha venido limitando a la creación de bibliografía de consulta dejando por un lado el oficio de ensayar. Del blog literario destaca su posibilidad como sitio de diálogo y comunicación entre escritores, como espacio plural para la polémica. Sin embargo, señala que no se presuman sus características como virtudes. Los mismos vicios y escasa literatura se manifiestan tanto en la cultura impresa como en la virtual.
El ensayo "No narrarás" es una crítica mordaz al tipo de escritor onanista, quien, regodeándose en la forma, es incapaz de ver su mundo. La posición ética y la fábula representan asuntos insustituibles. Una escritura cuyo fin es sólo experimentar el lenguaje en el vacío es una salida tan fácil como la literatura light para no conformar una postura moral ante la época. Es relevante subrayar que la literatura tiene una condición en sí misma como expresión, pero esto no la exime de ser un vehículo de potencias y emociones, un espejo donde el hombre ve su propia bestia. "De cuándo acá la narrativa tiene que dejar de ser, si lo ha venido siendo desde Cervantes, dicción de una individualidad en conflicto con su tiempo", apunta Geney.
Geney recuerda que la literatura es experimentación en sí misma. Experimentación en tanto laboratorio de las emociones y peripecias del hombre. Pero no por ello deja de ser sustancia potenciada, "tiempo erguido", como dijo Octavio Paz. En esta línea, entender la actitud y estética vanguardista como la elaboración de un sinsentido implica desconocer cómo estos movimientos fueron causa y respuesta de un tiempo entre guerras donde las concepciones establecidas se estremecían entre los infinitos del átomo y del cosmos, donde el hombre encontraba su infinito en sí mismo y, a la vez, la defensa de la utopía, más que un retorno al edén prometido, como un territorio a construir. De allí, una literatura que pudiera condensar las tensiones de un nueva sensibilidad y época vertiginosa.
La ensayística de Geney Beltrán Félix no sólo aborda los vicios, aventuras, códigos y disidencias del creador; también toca el tema de la crítica. El autor dice en "Para qué la crítica en tiempos de ultraje": "Por esa razón, la academia debe aspirar a la escritura de ensayos de crítica literaria, o sea, literatura: luz sobre el fenómeno de la letra en su nexo con el mundo". De allí, siguiendo la idea de Steiner del crítico visto como un maestro de lectura, Geney muestra en una serie de reseñas su pericia e intuición en el arte de leer. Muestra sus cartas de navegación, que van desde Nellie Campobello, Francisco Tario, Efrén Hernández, Salvador Elizondo, Óscar Liera, y hace honor a aquella célebre idea borgeana de la lectura como otra forma de creación. Geney confiesa: "La literatura viene de muy lejos: debemos apreciarla en sus términos para poder integrarla cabalmente a los nuestros".
lunes, agosto 02, 2010
Un libro desunitario
Roberto Bolaños Godoy
Para tales argumentos bien podrían decirse muchas cosas en réplica, se me ocurre por ejemplo: que la evolución de la literatura ha superado desde hace mucho la idea de libro de narraciones como recopilación arbitraria de textos que encuadren en lo que por convención se atribuye a “cuento”, los cuales lo irán conformando según el ritmo y sucesión en su escritura, independientemente de su inconexión mutua. Que hoy en día un escritor no puede darse el lujo de conformar un libro de cuentos bajo las mismas pautas que, verbigracia, Villiers de L’Isle-Adam en su momento, puesto que ya no operaría con la misma efectividad frente al lector. Que es cierto lo que refiere Wolfson sobre la unidad implícita en la obra y subordinada al autor, su estilo, y el lapso de la composición de las piezas que la comprendan, pero que eso ya no resulta suficiente; la razón podría ser simple: las lecturas de Rulfo y Borges vuelven al lector caprichoso y exigente, esperará mucho más de aquello que lee.
Podría yo afirmar también que no apelo a los libros unitarios por cuestión de moda, sino porque creo que los textos deben, ya sea buscarse y dialogar entre sí, o girar en torno a un tema, motivo, ambiente o idea y que la agoten; como sea pero que como conjunto le reclamen al lector su desciframiento. Que Joyce, Cortázar, Elizondo, Zepeda, más recientemente la escritora Guadalupe Nettel son algunos pocos nombres, que se me podrían venir a la mente, de artífices que han apostado por este procedimiento con excelentes resultados.
Podría decir esto y más, pero primero, descreo de la prescripción de cánones, y segundo, confieso que me parece más interesante la provocadora idea al final del citado fragmento de Gabriel Wolfson: la disparidad deliberada en un volumen de relatos.
El libro que interesa en esta ocasión ha eludido la artimaña posmoderna de la unidad. No lo veo como una virtud, tampoco como una carencia, los juicios extremistas de la literatura se los reservo a las potestades de la crítica literaria nacional. Lo veo como un rumbo escogido durante la composición, como con cualquier otro procedimiento literario, que si bien medular puesto que determina la estructura de la obra, estamos de acuerdo que no importa la complejidad del entramado unitario, ésta no compensará nunca que los cuentos no se sostengan por sí mismos.
Como lector siempre he tenido la costumbre (no sé si buena o mala, o simple manía) al tener un libro en las manos por primera vez, de empezar leyendo el último párrafo de la última página. Me da la sensación de que eso acrecienta el misterio de lo que leo, me induce a una búsqueda del sentido completo de esas líneas finales leídas prematuramente. La lectura de esta obra no fue la excepción, lo que me llevó a leer desde un inicio -y de seguro contra el efecto que el autor quiso conseguir-, el fragmento, mitad epígrafe, mitad epílogo, de Extracción de la piedra de locura de Alajandra Pizarnik; desoladoras, las mencionadas líneas dicen:
En realidad, los cuentos no están tan aislados entre sí como pudiera parecer. Tres en particular se acercan mucho a la idea cortazariana de la intrusión de un acontecimiento fantástico (entiéndase inexplicable, supranormal, etc.) en la “realidad”. En el primer cuento “La celda en la ciudad” –alucinante como una noche en Silent Hill, opresivo como una pesadilla de Kafka- el personaje progresivamente se verá inmerso en un desconocimiento total por parte de las personas que conforman su cotidianeidad, donde lo indefinido y desazón devoran al protagonista y lo arrastran hacia un inquietante clímax narrativo. En “Ese mundo de extraños”, un suceso anormal irrumpe en la rutina ordinaria y monótona del personaje, que al verse sin salida termina aceptando resignado la invasión incesante de inquilinos provenientes del baño del departamento que alquila. En “Hondonada” se conjuga la literatura: un Omar un escritor en potencia que trabaja como mensajero, un Montivont agazapado en su retraída vida de escritor circunspecto, y una caminata sin rumbo que al final llevará a poner en duda, una vez más, las condiciones del mundo, esta vez más cercano a esos sueños extraños de los que agradecemos despertar muchas veces.
Caso diferente es “Keppel Croft”, donde acontece un adulterio cínico; lo completa el recuerdo del cuerpo de la prima Érica a través de las celosías, la joven de facciones finas cortadas en diamante que tanto se la recuerda y una asombrosa escena de sexo que no cae (afortunadamente) en la ridiculez. Aquí las identidades no están del todo claras, los motivos tampoco, su final abierto proporciona un acertado efecto nuevamente por lo indefinido, como si el lector se perdiera solitario en un lago neblinoso sobre una lancha desvencijada.
Los cuentos crueles de este volumen, son los que predominan por cuestión numérica, también por violentos, por intensos, a veces también, por extensos. En “Los perseguidos” la paranoia de un personaje poco a poco proporcionará indicios de la relación entre los tres individuos centrales de la trama (Moreno Flores, Humberto y Porfirio), al final (por piedad, por desesperación, por lástima quizá) uno de los personajes confiesa el crimen que ha cometido sobre otro.
“Anoche soñé que volaba” una de las narraciones de mayor extensión, entrecruza y alterna caminos de la misma historia (la de Joaquín empleado de supermercado, Joaquín obsesionado por la muchacha rubia, Joaquín que vende a su hermana por un arma de fuego, Joaquín y su hermana que inexplicablemente se desviste y queda absorta contemplando el agua del excusado, Joaquín a punto de cometer incesto, Joaquín al final asesino impredecible), juega con los acontecimientos y las perspectivas, presentando una historia intensa, compleja, sobrecogedora.
En “Perdonados por quién” el autor no sucumbe a la barata imitación bumlatinoamericanesca del juego de redacción sin ningún respeto por las sangrías, las mayúsculas y la consecución sintáctica de una línea con otra, sino que despliega un verdadero caligrama narrativo, en el que el juego formal empata la ruptura discursiva con la recreación del momento de un terremoto en plena Ciudad de México, de ese modo, los edificios, los personajes y la estructura del discurso se tambalean simultáneamente, no así la efectividad del relato.
“La hija” es otro entramado progresivo, donde dos historias paralelas se entretejen, se complementan: la del escritor viudo (que explica el guiño rulfiano en el nombre de la hija), alcohólico, sobreviviente por casualidad de la explosión del avión que decide no abordar de último minuto, y al final asesino y fugitivo; también, precisamente la de la hija Luvina, adulta y niña, en busca de su padre cuando se entera de la explosión, que lo busca de nuevo donde se esconde por amor y preocupación, que soporta todo y se vuelve víctima.
De “Sara antes del fuego”, a pesar de tan bello título, en realidad se ve opacada por la mayoría de las historias ya mencionadas, aunque no deje de ser notable la recreación de la situación del padre y el hijo borrachos, machos los dos, y la recreación también de la madre sumisa, los personajes no son planos y eso lo salva de la más vergonzosa falta que cualquier escritor puede cometer: pecar de ignorancia.
Finalmente “El cuerpo de Sicrano” es otra interesante narración en que los acontecimientos se superponen, se interpelan las dos líneas narrativas paralelas y mutuamente complementarias. La de la degeneración inevitable de María, la joven hechizada por la imagen enigmática del cartero anciano. La de Gabriel Sicrano, trabajador del servicio postal, escritor anónimo que solitario emprende la inquietud primigenia del artista, la de dejar huella, la de encontrar en la escritura la justificación de su paso por el mundo, y se topa de frente con la tragedia de escribir: sufre, siente la insatisfacción, la desesperación, la poca confianza en su propia obra que lenta avanza y tiene una sola lectora elegida por él. A los personajes los une entonces un vínculo silencioso: él le escribe, ella lo lee, y ambos llenan sus vacíos. Al final, la distancia gana terreno, la muerte también, peor aún la decisión de no ser leído nunca más por propia (e incendiaria) mano.
Como las historias son demasiado distintas entre sí, no sería justo generalizar. Puedo en cambio hablar brevemente de las constantes del estilo. Yo creo que la destreza de un autor empieza a medirse por su aplicación de adjetivos a sus sustantivos, y termina con los recursos para sostener la trama hasta el final, por la aportación en la forma, y la capacidad de doblegar el lenguaje para transmitir, para lograr el efecto deseado, para conmover, para sobrecoger. Geney Beltrán Félix logra abarcar ese abanico con una adjetivación efectiva (aquí un par de ejemplos al azar y las cursivas son mías: “Lo conducía hacia la cama, él se le hundía, pavoroso, cárnico, negruzco…”, o: “era como si la cama fuese una llanura inhóspita con agudos hilos metálicos esperando la dócil espalda y ante su rostro bufara un viento astillado por el frío”). Además, sus narraciones cortas no parecen precozmente concluidas dejándole esa sensación de estar incompletas o de la posible premura de concluir por parte del autor (tal como le pasa a muchos cuentistas), y sus historias más extensas no caen en el tedio o el alargamiento innecesario.
Con Habla de lo que sabes Geney Beltrán Felix ha conformado un libro de historias sólidas, que no requiere de la unidad para atraer lectores, y que bien vale el regreso a sus páginas para reparar en los detalles dejados al aire de esa primera lectura que casi nunca abarca la totalidad. Esa lectura imperfecta también mía a partir de la que he hablado en esta ocasión, si bien no de todo, pero que por lo menos, y obedeciendo a Pizarnik, espero haberlo hecho de lo que sé.
viernes, julio 23, 2010
sábado, julio 17, 2010
Fotografías de Áurea
Áurea Salinas tomó estas fotografías de la presentación de Habla de lo que sabes el pasado viernes 2 de julio. Me acompañan mis queridos y admirados Verónica Murguía, narradora y escorpio, y David Olguín, dramaturgo y capricornio.
viernes, julio 16, 2010
jueves, julio 15, 2010
Shattertales
El capítulo se desarrolla en forma vertiginosa; a lo largo de seis días presenciamos el trastrocamiento de ese universo, de la certeza de quien cree que le juegan una broma a la dispersión de quien se queda sin nada. Una escena memorable: el protagonista mira la que fuera su ventana, llueve intensamente y, aun así, a través de la cortina de agua, se ve a sí mismo relacionándose con el mundo de una manera distinta, de la manera como quizá debió haber sido siempre. Cuando le reclama a su doppelgänger lo que le está haciendo, éste le contesta que desista y reconsidere, pues gracias a él todo ha cambiado: le llama a su madre, se ha reconciliado con su amante, es mejor persona. La tormenta arrecia y lo envuelve todo.
Pesadilla en la calle. La boca de un túnel vomita a un contador a la calle; éste surge de la estación del metro con la prisa de quien sabe que va a llegar tarde, de quien no necesita verificar la hora en el reloj para saber que haga lo que haga no estará a tiempo. Al contador “lo marea la extrañeza. Se acomoda la corbata, se toca el bigote y luego los lentes. Sus ojos busca en la esquina —tan sólo a diez pasos— el puesto de revistas. Ahí se encuentra ahora una carreta de hamburguesas”. El ahora con que se marca esa mínima diferencia en el paisaje será recordado por el lector a medida que avance en el texto y junto con el protagonista descubra que esa Ciudad en la que se desplaza no es la misma de todos los días; al contador lo desconocen en la oficina, en las calles, incluso la moneda de todos los días es distinta. Aunque la Ciudad a la que fue arrojado pareciera la misma, son los objetos, las circunstancias lo que lo rechazan, su entorno el que le otorga el carácter de ajeno, es él quien ha cambiado y, tal y como ocurre en un sueño, cree que es un sueño. Y a las pesadillas no hay otra forma de confrontarlas que mediante la espera, pero la vigilia no llega, mientras la Ciudad se cierne sobre él y se va “haciendo más pequeña, ve sus oscurecidos contornos acercándose a su cuerpo. Grita, no se escucha a sí mismo: sólo los autos abajo, una jauría de hienas hambrientas.”
Con esa historia inicia Habla de lo que sabes, de Geney Beltrán Félix, sin trampas, sin trucos, con juego abierto, desde la primera página se le avisa al lector lo que le espera si decide seguir con la lectura.
Un lugar extraño. Definiciones de cuento las hay al por mayor; la mayoría parte de mencionar que la palabra proviene del término latino que significa “cuenta”, y enseguida se indica que es una narración breve de ficción. Las innumerables posibilidades de agregar elementos a esas definiciones permiten que cada quien elabore su propia teoría del cuento, que el autor que así lo desee emplee una metáfora para tratar de aprehender eso que acaba de escribir y que todos, de alguna manera, tengan razón.
Es posible encontrar una coincidencia entre todas las definiciones: el cuento es movimiento. Tránsito que obliga a cruzar una frontera y deja en el lector una sensación de extrañeza al ser llevado del lugar donde leemos hacia otra parte, algunas veces como testigos, otras como actores. Ya después se define ese recorrido como realista, de ciencia ficción, policiaco, fantástico, de terror, etcétera. El cuento es un movimiento hacia un lugar extraño que invariablemente nos involucra, y si un cuento es bueno, será memorable, como los viajes.
Esta divagación nada sofisticada acerca de la naturaleza del cuento tiene un propósito: evadir la tentación de encasillar las historias de Habla de lo que sabes en el corsé de “cuentos fantásticos”, que sería lo más sencillo. Abordar la escritura de Geney desde la definición de Todorov y asegurar que estos textos pertenecen a lo fantástico porque los caracteriza “la perplejidad frente a un hecho increíble, la indecisión entre una explicación racional y realista, y una aceptación de lo sobrenatural”. Extender la relación con el subgénero y emparentarlo con Hawthorne para subrayar la profundidad psicológica con que logra escenificar el drama de la conciencia personal de sus creaturas frente al deseo, al miedo o el fracaso, como lo hace en “Keppel Croft”, una visión adolescente, la belleza y la excitación, que irrumpe la vida de un matrimonio; la atmósfera esquizofrénica que empuja en una sola dirección al narrador de “Los perseguidos”, o el proceso deconstructivo en el que sumerge a los personajes de “Perdonados por quién”, donde el fragmento y la metáfora se establecen como única forma de supervivencia. O bien, para hacer crecer el árbol genealógico, buscar en “La hija” de Habla de lo que sabes los reflejos del Wakefield de Hawthorne.
Las historias de este libro invitan a pensar en los mejores programas de la ya mencionada Dimensión desconocida: un cuento como “Hondonada” lo permite, donde algo parecido a lo que le ocurre a Peter Jay Novins se traslada a un aspirante a escritor que espera ser recibido por la gran vaca sagrada. Sin embargo, quedarse en la identificación del subgénero, evitaría subrayar una de las características más importantes (y disfrutables) del libro de Geney: la importancia del lenguaje, el cuidado orfebre con que este autor presenta sus historias.
Densidad. Es un lugar común quejarse de las traducciones, sobre todo en los títulos: ejemplos sobran y son legión. Los casos a la inversa son mucho menos:que la traición del original ayude a comprender y/o establecer los propósitos de una obra no es algo que se lea todos los días. Uno de esos casos afortunados serían las conferencias de Italo Calvino: Lezioni americane. Sei proposte per il prossimo millennio, que en español quedaron sólo como Seis propuestas para el próximo milenio.
Gracias a la facilidad con que se simplifican los valores propuestos por Calvino, el público aprecia por encima de otras cosas que una obra cumpla con alguno de los seis principios (levedad, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad y consistencia). Se exalta, por ejemplo, la levedad y se le coloca como meta a alcanzar: nada como la obra que no pese, que fluya sin dificultad. Por supuesto, se comenta la cita que de Valéry hizo Calvino: “Hay que ser ligero como el pájaro, no como la pluma”.
Por oposición, se desestima cuando a una obra se le exalta por su peso, por implicar un reto al lector. Éste es ya el “próximo” milenio, y la densidad está fuera de moda. Eso es para otra época, cuando se tenía tiempo para encontrar placer en el desafío del estilo.
Sin embargo, los autores memorables, los que llevan de un sitio a otro, los que nos hacen cruzar la frontera de una manera inolvidable, se caracterizan por su densidad, por un estilo propio, donde este valor no está reñido con los otros valores propuestos por Calvino.
Habla de lo que sabes es una provocación: no apuesta a la ligereza ni a la rapidez, arriesga y rivaliza al lector mediante la densidad. En estos cuentos el lenguaje no es el vehículo para la historia, lo importante es el lenguaje, no la anécdota, porque la anécdota va adquiriendo peso, gravedad, en la forma en que los personajes son llevados al límite (físico, psicológico o filosófico) y confrontados con la respuesta a las preguntas que todos nos hacemos. La profundidad de los cuentos de Geney no reside, entonces, en las anécdotas, sino en el planteamiento de las preguntas: ¿quiénes son los otros?, ¿cuándo inició el fracaso?, ¿cómo descubrir la locura?, ¿en qué momento ciframos el momento del cambio irreversible?
Como si no bastara el peso de los cuestionamientos y lo fantástico de las anécdotas, hay un autor obsesionado con el detalle y la descripción. La mirada se detiene en lo superficial para exprimirlo y sumarlo a la esencia de los personajes. Así, por ejemplo, la ciudad es un pretexto, el desastre también; hablar de un terremoto es hablar de la desgracia personal, del fracaso, y la descripción de los objetos o el paisaje son parte del estado de ánimo de los personajes, no un adorno sino una compañía imprescindible.
Densidad es la palabra que mejor define el estilo de Geney Beltrán Félix, un estilo que procura todos los detalles de la puesta en escena y que, además, sabe de los tiempos del cuento. Líneas arriba me referí a que sus textos colocan a los personajes al límite —dos en especial: “Anoche soñé que volaba” y “Sara antes del fuego”.
“Sara antes del fuego” es no sólo un ejemplo de la puesta en escena de la abismación (perdón la palabreja) de sus personajes, sino que además funciona como una muestra del control que tiene Geney sobre su herramienta: sabe qué quiere y cómo escribirlo, en este caso en específico, una pequeña lección de escritura que emplea el arte de titular una historia.
“Anoche soñé que volaba” principia así:
Soñó que iba perdiendo peso y se elevaba: veía los techos grises, negros, rojos de las casas, las láminas de cartón, algunas brillantes de aluminio, los lotes baldíos con sus medias paredes despintadas, los tinacos y tendederos de ropa, y también veía las ventanas y las figuras pequeñas de la gente, los autos y camiones y microbuses, el pavimento y las banquetas irregulares, y veía muy a lo lejos los muchos edificios, sus contornos rotos por la neblina del alba, y creía ver también las residencias con sus jardines y albercas y autos de lujo y, mientras las cosas se iban alejando y perdían toda certeza o realidad diluyéndose en el esmog y la bruma, empezó a llegarle una luz amarillenta.
Reitero: hay aquí la descripción del paisaje urbano más como un estado de ánimo, como una serie de elementos que permiten elaborar el perfil psicológico de los personajes: qué piensa alguien que lo ha perdido todo porque no encuentra cómo lograr la conexión con el objeto de su deseo, de quien no encuentra otro camino para su destino que rendirse a la violencia, violencia que está ya anunciada en esa visión panorámica del primer párrafo. Si fuera necesario recomendar exaltadamente el libro de Geney Beltrán Félix, destacaría “Anoche soñé que volaba” como muestra del control que tiene en la construcción dramática de sus personajes, la capacidad de observación, el cuidado con que el autor va hilando la trama de una anécdota que con facilidad podría despeñarse en el relato hiperviolento, en el relato ramplón de una nota roja.
Ese mismo dominio se refleja en “Ese mundo de extraños”, donde el hacinamiento, la multiplicación absurda de habitantes de un departamento son el pretexto para eludir la saudade, o bien en el texto final “El cuerpo de Sicrano”, relato de abandonos, malentendidos y desencuentros que evita el desenlace melodramático con una sutil vuelta de tuerca que lleva al lector a preguntarse si no es de nosotros de quien está hablando Geney, cuál es esa historia que nadie ha querido leer y si nosotros la comprenderíamos.
Shattertales. El capítulo de Dimensión desconocida al que hice referencia se titula Shatterday, fue dirigido por Wes Craven y está basado en un cuento con el mismo título de Harlan Ellison. Al final de ese episodio, la voz del narrador afirma: “Peter Jay Novins, ambos vencedor y víctima, de la lucha por la custodia del alma de un hombre. Un hombre que se perdió y encontró a sí mismo es un desolado campo de batalla, en algún lugar en la Dimensión Desconocida”.
Habla de lo que sabes cierra con una cita de Alejandra Pizarnik: “Pero no hables de los jardines, no hables de la luna, no hables de la rosa. Habla de lo que sabes. Habla de lo que vibra en tu médula y hace luces y sombras en tu mirada, habla del dolor incesante de tus huesos, habla del vértigo, habla de tu respiración, de tu desolación, de tu traición. Es tan oscuro, tan en silencio el proceso a que me obligo. Oh habla del silencio.” En Habla de lo que sabes, con esta decena de cuentos, Geney Beltrán Félix lo consigue.