Aquí el texto:
Proyecciones forzadas
Marina Porcelli
El tema es atractivo de por sí. Jacobo Siruela —Jacobo
Fitz Stuart Martínez de Irujo, conde de Siruela— nació en Madrid en 1954, fundó
y dirigió hasta hace pocos años la editorial que lleva su nombre, y ahora
coordina el sello Atalanta, que ha publicado su último libro, un ensayo sobre
los sueños: El mundo bajo los párpados.
Con una prosa prolija, casi impecable, y una edición bellísima, Siruela se
propone construir la historicidad y fenomenología del aparato onírico, y digo se propone porque, pese al cuidado de la
narración, luego de los primeros dos capítulos, el libro se enquista justamente
en ese punto: el de la propuesta, el de la buena intención. Y creo que, quizá,
una de las premisas más confusas sobre las que se erige el planteo consiste en
embanderarse como reivindicador de
los sueños, con el supuesto de que este material —su ontología, sus mecanismos
de representación, su capacidad cognitiva— son despreciados actualmente por las
humanidades y el arte. Lo que significa negar, de alguna manera, no sólo los
tratados vigentes de psicoanálisis, sino también la teoría literaria, los
estudios religiosos y antropológicos, y hasta ciertas líneas históricas, amén
de casi toda la poesía. Pero esto último dicho al margen. Porque lo que
realmente quiero remarcar es que el relato de Jacobo Siruela adolece, por
momentos, de cierta confusión teórica, resulta débil en determinadas
conceptualizaciones, y recuerda, además, al ensayo de Alan Sokal, Imposturas intelectuales, donde se
detalla el abuso de la jerga de las ciencias exactas aplicada a los estudios
humanísticos. Concretamente ahora, me refiero a la vaguedad con la que el autor
español utiliza términos como fenomenología
o historicidad en el libro; al modo
arbitrario con el que fundamenta el análisis proyectando analogías; a la
imprecisión con la que define otredad;
a las falacias que subyacen las citas filosóficas —falacias de autoridad—; y
sobre todo, a una conclusión defensora del status
quo. Agrego que la ausencia de autores latinoamericanos no es un demérito.
O digo mejor: en realidad no lo sería, si no hubiera escritores en el
continente americano con propuestas valiosas sobre el campo onírico. Pero los
hay. Por lo que la falta total de referencias —sólo cita tres veces a Borges y casi
para acotar que no supo leer cabalmente
un tratado sobre el tiempo— da cuenta de una perspectiva sesgada, europeizante,
que limita el objeto de estudio, lo torna vago y artificial. Así las cosas,
resta preguntarse por qué, entonces, El
mundo bajo los párpados se ubica entre los primeros puestos de venta en
México y España.
Soñar participa de la historia. Esta cita de Benjamin encabeza
hermosamente la primera parte del libro, donde se establecen los propósitos
teóricos: concebir los sueños dentro y
desde de su dimensión histórica.
Tanto en el sentido que remite al concepto sueño,
o sea, advertir, como asentó Bajtin, que todo término se carga y se descarga de
significado de acuerdo a la época —y ahí está el extenso capítulo II para
sostener esa idea—; como en el sentido que se cifra en las palabras de George
Steiner: los sueños “se convierten en materia de la historia”. Vale decir, cada
siglo y cada cultura tiene su propio estilo para soñar. Sin embargo, a pesar de
que Siruela subraya “la insólita capacidad de trascender el carácter individual
que tiene el onirismo” para convertirse “en una simultánea experiencia
colectiva”, no ahonda más que en esta premisa, por lo que estos capítulos
resultan, al fin y al cabo, un valioso compendio de datos más que la creación
de herramientas y patrones nuevos.
Pero a partir del capítulo III, el
libro se desinfla y expone toda su fragilidad. Al indagar cómo funciona el
espacio y el tiempo en el sueño, Siruela presenta el ejemplo de Saint-Denys, e
introduce la categoría de sueño lúcido,
que implica una conciencia despierta capaz de observar el sueño mientras se
sueña. Capaz, incluso, de ir modificando lo soñado. Sin embargo, esta hipótesis
—conocidísima, verificable— no mostraría fisuras en su enunciación, si el autor
no hubiera rematado: “las investigaciones de la física cuántica hallarían en
las partículas microscópicas la misma ley, esta vez aplicada a la realidad
subatómica…” En este punto, el libro da un giro, se entrampa. Comienza a
recurrir a la analogía de las Ciencias Exactas para sostener sus hipótesis e, impunemente, va más allá: establece una oscilación
desconcertante en la que la realidad-onírica es proyectada con arbitrariedad sobre
la realidad-física, y viceversa. El resultado es una articulación verbal que no
alcanza a edificar claramente los problemas matemáticos ni a fundamentar
sólidamente las proposiciones oníricas. Por ejemplo: desde la idea de que el
tiempo en el sueño es una “dimensión totalmente indeterminada” se concluye que
los sueños son premonitorios del mundo real —sin reparar en que toda profecía
tiene también puntos de disidencia con la realidad—. O, con esta misma
sentencia, se defiende una especie de status
quo, la negación de cualquier cambio, ya que todo se encuentra presente en la psiquis. Así, cuando el
autor articula conceptos de Schopenhauer, Jung o Pauli parece no importarle más
la temática de los sueños: ahora se ha lanzado sobre la relación intrínseca entre
mente y materia. El colapso es inevitable. Juicios como “durante muchos años,
Jung pudo confirmar psicológicamente la existencia de un puente entre el mundo externo
y el interno, pero no se atrevía a
sacar una conclusión teórica de ello”; o “aunque suela considerarse que gracias
a Freud los sueños tienen un significado fue Jung el que descubrió realmente
cuál era su significado” demuestran la fragilidad teórica que referí al
comienzo.
Resta decir que otredad, en este libro, a veces refiere al mundo onírico; a veces,
a una realidad-desconocida; a veces, como incongruentemente reza la contratapa,
a la literatura fantástica; el caso es que si la intención del autor era
revalorizar, incorporar al
mundo-despierto el campo onírico, dada su inmensa capacidad perceptiva,
cognitiva, etcétera, quizá el término otredad
no resulte el más adecuado para bautizarlo. Como sea. El mundo bajo los párpados recopila material raro y valioso sobre
este tema, pero no articula —ni ensayística, ni filosóficamente— una mirada
sólida sobre nuestros sueños, o sobre aquello que hace que las pesadillas narradas
en La Ilíada, por ejemplo, también
sean hoy nuestras pesadillas.