domingo, febrero 05, 2012

Todas estamos enfermas

En la revista Posdata se publicó, el año pasado, este mi comentario sobre dos libros de dramarturgia de Luis Santillán: El origen del kiwi enlatado y Autopsia a un copo de nieve.


Todas estamos enfermas

Dos aspectos son centrales a la hora de acercarnos a la dramaturgia de Luis Santillán (ciudad de México, 1976): la concentración del espacio dramático y la exploración de la psicología femenina. Aspectos que, por supuesto, van de la mano.
En La historia ridícula del oso polar que se quedó encerrado en el baño del restaurante —incluido en el volumen El origen del kiwi enlatado—, tres dúos de mujeres comparten el mismo espacio escénico, una cocina con un pollo a medio destazar, que sin embargo no corresponde al mismo sitio “real”. Las indicaciones del dramaturgo plantean un reto al montaje: que para interpretar los seis personajes sólo se recurra a cuatro actrices, de tal modo que los roles de dos de ellas —Sheba e Inuka— sean actuados de manera alternativa por las cuatro; así, la noción de identidad se construye y destruye con base en un cuestionamiento de lo teatral mismo que se encuentra en hechos cotidianos que rozan lo absurdo.



Por ejemplo, la joven Aranza llega a su casa, donde encuentra a su madre preparando pollo en pipián, y le manifiesta su preocupación: tienen que huir de inmediato porque, luego de participar en un concurso de dramaturgia y no ganarlo, sabe que la asesinarán. Una de las cláusulas de la convocatoria estipulaba que los autores no premiados “serán destruidos”. La literalidad fársica con la que Aranza toma esa cláusula, y la nonchalance con la que su madre se tarda en seguirla en su apresuramiento, se empareja con los diálogos igualmente vivaces y humorísticos de Sheba e Inuka —la primera alega estar embarazada aún siendo virgen, por lo que ahora debe cambiar de oficio y dedicarse a matar a sueldo—, y los de Eréndira y Elizabeta: la primera busca convencer a la segunda de guardar en secreto la muerte de su maestra y protectora, para seguir cobrando una beca.
Las situaciones, entonces, de sí tan ridículas, no habrían de ser analizadas bajo una lógica racional; estarían en función de una propuesta lúdica que, con una precariedad de recursos escénicos, exige una apelación a lo imaginativo en el lector, el espectador o el director mismo, para sugerir de qué forma la teatralidad rige la construcción de las identidades que damos por hechas o definidas. “Por si no lo sabes, chiquita, los osos polares no van a restaurantes”, le dije Amapola a su hija, quien responde: “Eso es lo importante de mi obra. Es una obra sin sentido, sin símbolos, sin…” “Sin pudor”, completa la madre, antes de pasar a darle una lección definitiva, violentísima y no exenta de “sinsentido”, a su hija, la “fallida” dramaturga.
Echo de menos en En griego regreso se dice ‘nostos’ y en El origen del kiwi enlatado, los otros dos textos incluidos en el tomo que lleva el título de esta última, la funcionalidad dramática de La historia ridícula… Quizá estemos, frente a ellos, ante dos ejercicios más literarios que teatrales aunque, eso sí, de muy diferente signo en su apropiación del espacio asfixiante y la psicología femenina cuestionada. En griego regreso se dice ‘nostos’ busca una dicción de tinte lírico para narrar la historia circular de nostalgia y separación de dos hermanas; El origen del kiwi enlatado juega, creo que con menor ímpetu resolutivo, con papeles femeninos que parten del desconocimiento de una situación de anormalidad (“Quizá sea algo muy enfermo, pero a estas alturas es difícil determinar lo sano de lo insano”).
En Autopsia a un copo de nieve, en cambio, tenemos de nueva cuenta los dos elementos básicos de la dramaturgia de Santillán explorados hasta el extremo. Las escenas todas ocurren en el baño de una familia compuesta por una mujer y sus dos hijas. Ellas ahí no sólo se peinan y desmaquillan y se bañan, sino que hablan, pelean y se destruyen. Aquí tendríamos el estudio de carácter de una madre insensible y su hija pequeña que, por una desoladora falta de afecto, es llevada al suicidio. La obra, muy escueta en sus elementos escénicos, concentra el énfasis del conflicto dramático en la manifestación de la violencia emocional a través de la palabra. Esa violencia tiene una devastadora repercusión psicológica, y pareciera más contundente por el hecho de no incluir abuso físico.



En una de las primeras escenas, Nicoleta, la hija mejor, le dice a un perro que ha adoptado a espaldas de su madre: “Para que veas que te quiero, yo voy a enojarme contigo”. La tensión del vínculo madre-hija es reproducida por Nicoleta en su mundo imaginario, asfixiantemente reducido a la bañera y expresado en la figura del patito de hule que ha perdido y nadie le ayuda a buscar.
Natalikova, la hermana mayor, acaso por su condición de puente entre la madre y la chica muestra unos rasgos más contrastantes, y si bien no deja ver mucho de su propia condición emocional en el presente, la vemos ir, con una maleabilidad encantadora, de la desidia y la vanidad al pesimismo. Incluso podría pensarse que es ella, más que la madre con su renuencia a decirle a Nicoleta que la quiere, quien detona el trágico final de la obra. “Todas estamos enfermas”, le dice a su hermana en uno de los momentos culminantes de la obra. “A cada una de nosotras nos duele un rincón. ¿Cómo se llama tu rincón?” Posteriormente, añade: “No hay futuro”. A esto, la hermana pregunta:

Nicoleta: ¿Entonces para qué voy a la escuela? 
Natalikova: Para que tardes más en volverte loca, Nicoleta. Si nos quedáramos aquí, de pie, con los ojos cerrados, con las palmas abiertas y no nos moviéramos por cien años, al abrir los ojos ni siquiera habría polvo en nuestras manos. He aprendido dos cosas: una, el futuro no existe; dos, no hay salidas.


La nulidad emocional de Catalina, la madre, tiene muchos rasgos del egoísmo: no puede mostrar amor a Nicoleta —es más, no le tiene la menor paciencia—, siempre está estresada y con mil ocupaciones, pero no delatan, estos rasgos tan monocordes, mayor raíz en situaciones concretas del pasado o el día a día, y lo que pesa más que nada es su arrepentimiento por haber dado a luz a Nicoleta, arrepentimiento que deja salir de manera sincopada y que parece tener como causa su choque temperamental con la pequeña, antes que en las consecuencias que en el resto de su vida (¿profesional?, ¿amorosa?) haya tenido el nacimiento de una segunda hija. Así, el personaje de Catalina se queda en lo muy plano: muestra tan pocas aristas que acaso ésta sea la única flaqueza de una obra, por lo demás, precisa y contundente en su capacidad de abordar un tema terrible. 

Luis Santillán, Autopsia a un copo de nieve. México, El Milagro, 2008. 38 pp. Teatro Emergente.
Luis Santillán, El origen del kiwi enlatado. México, Conaculta, 2008. 115 pp. Fondo Editorial Tierra Adentro, 367.