domingo, septiembre 30, 2012

CC

Se ha de creer de nueva cuenta en el amor si y sólo si se ha pasado por una lobotomía del corazón, de la memoria, de la piel, de los ojos, de la lengua... y sobre todo del orgullo.

sábado, septiembre 29, 2012

CXCIX

El amor no muere, claro que no; sólo se queda ahí pudriéndose, sin más fuego, en la soledad de las vísceras.

jueves, septiembre 27, 2012

«El soplo sucio de la belleza» en Sólo cuento


Sólo cuento, la antología de narrativa breve que desde hace cuatro años viene publicando la UNAM a través de su Dirección de Literatura, incluye en su tomo IV, de este 2012, el relato «El soplo sucio de la belleza», de Nadia Villafuerte. En el índice aparecen también textos de Luis Rafael Sánchez, Alberto Barrera Tyszka, Mario González Suárez, José Agustín, Carlos María Domínguez, Leonardo Padura, Cristina Fernández Cubas, Evelio Rosero, Patricia Laurent Kullick, José Emilio Pacheco, Vicente Luis Mora, Elena Poniatowska, Agustín Monsreal, Héctor de Mauleón, Francisco Hinojosa y varios más. La selección fue realizada por Eduardo Antonio Parra y el prólogo es de David Toscana, dos verdaderos pesos pesados de la ficción literaria de hoy.

jueves, septiembre 20, 2012

En Aguascalientes

Dejo aquí una nota apresurada para consignar que este domingo 23, a las 5:00 pm, participaré, junto a Eduardo Huchín Sosa y Arturo Villalobos, en una mesa de discusión sobre la obra de Carlos Fuentes, un autor mexicano bastante poco leído, en la 44 Feria del Libro de Aguascalientes, organizada por el Instituto Cultural de Aguascalientes. La actividad se llevará a cabo en el Foro Anita Brenner de la Casa de la Cultura.

lunes, septiembre 17, 2012

Profética, tienda en línea

La tienda en línea de Profética es una excelente opción para comprar libros por internet... como, por ejemplo, mi libro de cuentos Habla de lo que sabes... antes de que se agote: sigue este enlace.

domingo, septiembre 16, 2012

La promesa del caos

La revista Timonel, en su número 6, de agosto de 2012, publica el texto crítico "La promesa del caos", de Francisco Meza Sánchez, sobre mi novela Cartas ajenas.


La promesa del caos

Francisco Meza Sánchez

Geney Beltrán Félix es uno de los escritores jóvenes con mayor peso en la narrativa y la crítica literaria mexicana actual. Su mirada penetrante ante la literatura y la relación que ésta sostiene con la realidad lo han llevado convertirse en un crítico audaz y certero. El constante ejercicio de una inteligencia sensible y sin concesiones puede verificarse en su libro de ensayos El sueño no es un refugio sino una arma (2009), en el que se compendian años de lectura y de reflexión sobre la cultura impresa. A su vez, en su libro de relatos Habla de lo que sabes (2009), el autor muestra con una prosa ácida su talento como hacedor de historias. Ahora, con Cartas ajenas, entrega una novela que apuntala esa mirada cruda con la que acostumbra trabajar su obra y la realidad. Marioralio, el personaje principal,  es un individuo absolutamente gris, arrinconado en el mundo de la lentitud; se convierte en un secuestrador de epístolas, acto que será el inicio de una épica que lo hará transitar por la vida con una velocidad antes insospechada. Este personaje transformará no sólo su existencia, sino también la de quienes lo rodean. Las cartas, que en esta novela son los detonadores de la evolución compleja del personaje (Marioralio antes de ser un violador de correspondencias era un hombre enfermo de vacío, un ser que no podía sentir), son un elemento que Beltrán ya había trabajado con estremecedores resultados en “El cuerpo de Sicrano” texto con el que cierra su ya mencionado libro de cuentos.  En una entrevista donde se le cuestionó al autor el por qué tomar como eje narrativo un oficio que venía en desuso como la correspondencia postal y no el mundo de la red, del ciberespacio; respondió: “Ser deliberadamente pasatista provoca un extrañamiento en el lector: permite relatar el presente como si estuviera compuesto por hechos pretéritos y, al mismo tiempo, sugiere el desafío de que el pasado sigue vivo en eso que creemos lo más real”. Peculiarmente, Beata María que es el personaje femenino de mayor relevancia es una vidente, es decir, ciertos actos del futuro son trabajados dentro de la novela como hechos del pasado.  Marioralio obtendrá, a razón de vivir la existencia de los otros, la capacidad de conocer el futuro. En ese sentido, es verdaderamente interesante la manera en que Geney Beltrán va construyendo su arquetipo de héroe, un ser que es capaz de amputarse la mano derecha por sus ideales y que esa misma amputación, lo distinga de los demás hombres, digamos una suerte de Jacob después de su lucha contra el ángel. Es importante mencionar que al igual que el Caballero de la Mancha y Madame Bovary, Marioralio transforma y trastorna su mundo interior y exterior a partir de la lectura, en su caso, no es a través de novelas de caballería o amor, sino de cartas. En fin, la aventura del caudillo tiene su origen en las palabras que cuentan la historia de los otros.
  En esta obra es destacable la cantidad de relatos que se sobreponen al  momento en que Marioralio abandona su estado pasivo de voyerista y decide involucrarse en la vida de los verdaderos dueños de las cartas. Así, la gran aventura comienza por pequeñas cosas, en este caso concreto, abrir un sobre.  Por ejemplo, nuestro héroe, frase que se repite constantemente en la novela y que está construida con los ecos de la novelística del siglo XIX, inicia su aventura epistolar con una carta dirigida a Helena. Posteriormente llega hasta la dirección de esa mujer desconocida para descubrir que ha fallecido y que su amante sigue visitando su departamento. Entonces Marioralio decide tomar, en este caso no la vida sino la muerte de la mujer, y escribirle una carta a Omar (su amante) en nombre de ella. Finalmente, los resultados de tal profanación, cavar en el nombre de los muertos es como cavar en sus tumbas, tendrán consecuencias fatales en el amante.  Este relato que se encuentra dentro de otro relato, es decir, composición en abismo,  plantea subyacentemente que las criaturas de la imaginación son municiones que impactan lo real y lo pueden precipitar. Quizá, dicho planteamiento es la dirección de sentido con mayor peso en Cartas ajenas.
En uno de los últimos capítulos “El desencanto furioso”, Marioralio imagina: ”La Ciudad y su gente, toda ella atrapada en la guerra civil incruenta, inmersa en su existencia de capitulación y mezquindad, viejos y niños, hombres y mujeres que ya nada esperan, ya no vuelven la mirada hacia ningún lado que no sea el instante inmediato, ése que les exige ser esclavos obedientes de su hambre, su avaricia, su lujuria, que los lleva a esconderse a sí mismos la realidad de su penuria propia, su corrupción íntima, todos ellos sin futuro, sin dioses dentro de sí”. Este fragmento es una posición crítica ante la decadencia y agotamiento de las ideologías y las religiones en nuestra época; una radiografía frenética sobre una sociedad absolutamente depredadora e impúdica. En voz del personaje, el desencanto se nos presenta como la epidemia del siglo XXI, y donde la liturgia de la moral es el acto cotidiano de lavarnos las manos frente al mar de cadáveres y la veloz globalización de la injusticia. Así, Geney, con su personaje principal, pone el dedo en la llaga una época regida por el ponciopilatismo y el vasallaje.
Por otro lado, George Steiner señala  que la muerte de los dioses deja un inmenso vacío en los hombres, una nostalgia de absoluto.  En Cartas ajenas, la fabulación del porvenir es una necesidad, precisamente una forma de llenar los páramos después de los derrumbamientos de la fe. 
Estilísticamente, la prosa de Geney, como él mismo lo ha declarado, tiene muchas influencias que van desde Flaubert, Macedonio Fernández y Daniel Sada, por mencionar a algunos. Es destacable ver cómo nuestro autor trabaja la oralidad; incluso, quizá de esa palabra provenga el nombre de su personaje principal; su prosa se mueve entre los registros de un profundo monólogo interno, diálogos veloces y las reconstrucciones del habla cotidiana, es decir, Marioralio puede abandonar una reflexión  honda sobre la náusea de la existencia para mentarle la madre a Poza. Como lo advierten varios de sus críticos, la sintaxis de esta novela es compleja, incluso podríamos denominarle extraña, y le exige a su lector un grado de disciplina y concentración; sin embargo, el libro ofrecerá sus recompensas.  Se intuye que la búsqueda del extrañamiento en el discurso, como la adverbialización de adjetivos (por cierto uso común en el habla de la gente del campo y la sierra: siempremente) es reflejo de una búsqueda paralela en la historia. Es decir, que el lector por una turbación al lenguaje convencional se intrigue, se desconcierte y se detenga con mayor atención en lo que se está contando.
Geney arroja esta novela como un cartapacio; en él, lo lectores encontrarán un personaje cuyo conjunto de características y transformaciones durante su travesía lo destacan y lo hacen memorable. Un personaje catalizador de la violencia contenida de los avasallados. A la vez, la orfandad, las bajas pasiones, los crímenes de estirpe, y  otros tantos temas, estarán manteniendo la tensión dramática entre una revolución que no termina de explotar y la promesa, casi segura, del caos. 

sábado, septiembre 15, 2012

CXCVIII

En ese país acostumbraban lanzar su grito de libertad a medianoche; la luz del día la usaban para vender su democracia a cambio de una despensa.

miércoles, septiembre 12, 2012

La cultura, ¿para quién?


La revista Variopinto, en su número de septiembre, incluye un texto mío sobre la política cultural en México: formación de públicos, mecenazgos, educación artística.

CXCVII

Nada como ejercer la autobiografía bajo el disfraz del flamígero juicio a los defectos ajenos.

martes, septiembre 11, 2012

CXCVI

De repente, el escritor se ha vuelto un crítico de la vida cultural. Pérdida de tiempo. Para reformar, puritanamente, el medio literario, hay que reformar, purificando (es decir, deshumanizando), los temperamentos diversos de los seres humanos. Lo que importa son las obras, escritas para un futuro en que toda rencilla, todo rencor, toda discrepancia serán asunto de interés para fatigosos historiadores literarios. Lo demás tiene, cada vez más, el tufo del pontífice oportunista, demagógico e hipócrita.

lunes, septiembre 10, 2012

Museo de palentología


La revista Letras Libres de septiembre publica mi texto crítico "Museo de paleontología", sobre la novela Las afueras de Luis Jorge Boone (Ediciones Era/UNAM). 

CXCV

A como ganamos edad, la intolerancia de los jóvenes resulta menos encantadora y, en algunos casos, hasta repulsiva. Todo se reduce (pensamos, ahora que nos empeñamos en interpretar la derrota como experiencia), no a un encomiable afán de rebeldía sino a mera ignorancia.

sábado, septiembre 08, 2012

CXCIV

Como crítico, no recomiendes (mentirosamente) a tu lector un tipo de literatura mediocre que, como lector, no te agradaría que otro crítico (mentirosamente) te recomiende.

viernes, septiembre 07, 2012

CXCIII


Refuta cada frase que parezca, de tan sin fisuras, de tan correcta, un muro y no un camino. Desconfía de lo que por limpio y propio se vuelve una lápida sobre el cuerpo de la lengua. Rehuyendo de la frialdad y la muerte, llegará un día de manera natural la expresión "incorrecta", extraña hoy por híbrida: el puente entre el pasado de la lengua y su vocación de abridora de mañanas. Ahí apenas va empezando otra vez todo. Porque escribir-hoy significa intuir cómo la lengua quiere ser mañana.

CXCII


¿Escribir bien? No. Eso sería escribir como han escrito otros antes: una cosa masticada, algo reconocible o familiar pero ya sin jugo. “Escribir bien” es la ambición del epígono. Se trata de otra cosa: de escribir en contra de lo conocido, como si la lengua renegara de su historia y se exigiera volver a nombrar las cosas. Escribir antibién, escribir contra lo bien hechecito significa escribir-para-mañana: eso que ahora se revuelve contra las etiquetas pero que en el futuro será considerado, clásicamente, y vuelta a empezar, "escribir bien".

martes, septiembre 04, 2012

CXCI

Pobres racionalistas, comprendámoslos: su razón no les alcanza para entender que la sola razón no alcanza para entender.

lunes, septiembre 03, 2012

El realismo extrañado

La revista Tierra Adentro, en su número de agosto-septiembre, publica en las páginas 84 a 86 un texto crítico de Marina Porcelli sobre mi novela Cartas ajenas.

Incluyo aquí el texto de Porcelli:

Cartas ajenas es el cuarto libro de Geney Beltrán Félix (Culiacán, Sinaloa, 1976) y su primera novela. Antes, Beltrán Félix publicó los ensayos El biógrafo de su lector (2003), El sueño no es un refugio sino un arma (2009) y un libro de relatos. Señalo la bibliografía porque creo que, justamente, Cartas ajenas reelabora elementos de estos dos géneros. Los incorpora, los re-ubica. Dividida en dos partes y un epílogo, con una prosa concisa, violenta, casi impecable, articulada en capítulos breves como cuentos, la novela se sitúa en una populosa —y a veces, sórdida— ciudad latinoamericana, para narrar el recorrido de una serie de personajes que, deslindados en apariencia, se vinculan a partir de una ruptura en la cotidianidad. Me explico mejor: un hombre (Marioralio) regresa a su trabajo en la oficina de correos, ha perdido una mano, se ha ido de viaje. Ya se nos ha anticipado sobre su necesidad existencial de abrir cartas ajenas. Y esta especie de parquedad del personaje —desencantado, contenido, sobre todo eso, contenido— lo hará enredarse con las historias que lee. Buscará a las personas de los remitentes, se involucrará en las situaciones, e irá formando, de esta manera, su propia identidad. Este es el disparador de la trama. Que en un primer momento, entiendo, puede resultar un disparate. Sin embargo, precisamente a fuerza de estas coordenadas un tanto inverosímiles, la prosa va forjando un mundo donde lo real nunca es estable, donde lo real siempre se moviliza: se torna huidizo, se quiebra. Para decirlo de una vez: estos corrimientos que crean las palabras construyen a lo largo del relato una suerte de realismo extrañado. Que habilita el hecho de que los personajes puedan estar mintiendo, o estén locos, o que en la superficie tersa de su cotidianidad irrumpa, fatalmente, lo fantástico. De esta manera, todos los niveles operan en simultáneo dentro de la narración, la ahondan, la complejizan. En tanto la escritura (las cartas) van conformando el primer vínculo por el cual Marioralio se acerca a la vida de los otros: a un hombre que se suicida luego de la muerte de su amante; a unas gemelas desesperadas; a un viejo brutal que busca impiadosamente a su hijo. Cada personaje es también la propia historia del empleado de correos, él se cifra y se organiza de acuerdo a lo que sucede con los demás. Pero, en contrapunto, casi toda la novela es sostenida por la oralidad. Se apoya en diálogos y monólogos internos, habilita la duda, la ironía, el sarcasmo, mostrando así una dinámica verbal intensa y, por momentos, conmovedora. Por eso, haciendo pie en este entrecruzamiento de claves, creo que la conocidísima frase de Paul Eluard calza en Cartas ajenas: “Hay otros mundos pero están en este.” Lo fantástico, en este caso, se vuelve posible, realidad palpable, es uno de los modos de la interpretación. Este es el caso de las gemelas, cuya historia inquietante parece desarrollarse fuera de los límites de nuestro universo euclidiano. O el de la empleada de correos, quien dice imponer la muerte próxima a cualquiera que se enfrente a ella, con sólo mirar a los ojos. 
La segunda parte se articula como el envés de la parte anterior: es más discursiva, más ensayística, tiene una interioridad marcada, que resitúa al personaje principal en un protagonismo más nítido y enfático. Ahora, por fin, Marioralio habla. Claro que lo había hecho antes, pero, precisamente en este sector del libro, es la palabra de él la que va a desatarse con ferocidad: leemos, entonces, la historia de la pérdida de su mano y de su viaje; el enredo con los demás trabajadores en la oficina de correos, su desencanto furioso con la sociedad. Una perspectiva apocalíptica que exige cambio y renovación. Un monólogo esculpido dentro de una atmósfera brumosa, irreal, necesaria para hablar, justamente, de la realidad. Y aunque quizá la transición que va de la primera a la segunda parte exigía una gradualidad más marcada, un desarrollo más extenso, lo cierto es que en esta novela de Beltrán Félix la palabra siempre cuenta. Y me refiero a las acepciones posibles del término contar: la que remite a la narración clásica de un relato; y sobre todo, la que implica darle peso a las palabras, apreciarlas, proponer una mirada que busque movilizar la realidad del lector. Y esto último no es un rasgo menor. Para nada menor. Es una de las piedras madres por la cual se torna valioso este libro.