El país asfixiante
Lo que ya habían intuido
literariamente Tario y Rulfo resultó la experiencia real para las generaciones
nacidas a partir de finales de la década de 1960, que heredaron la nada de un
país pesadillesco y terrible, con los problemas asediantes del fin del siglo: la
explosión demográfica, la falta de democracia, la corrupción, la
discriminación, la pobreza y la desigualdad, la violación a los derechos
humanos, el crimen y la impunidad. Se trataba de un país multitudinario y
asfixiante, corrompido hasta en sus actos más nimios por una casta —política,
empresarial, delincuencial— y por una colectividad trepadora, injusta y cínica,
una tierra y un futuro propiedad de unos pocos, un mundo sin más oportunidades
para la mayoría que irse de mojados al patio vecino o ser empleados de Elektra,
Wal-Mart o McDonald’s, ciudades donde tantas mujeres son violadas y asesinadas,
los niños secuestrados por las redes de pornografía, prostitución y tráfico de
órganos y los viejos abandonados a la indiferencia, el maltrato y la miseria a través
de jubilaciones vergonzosas.
Ahora sí, por fin y sin
folclorismos: un país donde la vida no vale nada.
Sólo queda esperar, si no el
desmembramiento geográfico, sí la degradación social incesante.
Geney Beltrán Félix, «Historias para un país inexistente» (2004), en El sueño no es un refugio sino un arma, 2009.