Creo recordar que el escritor Heriberto Yépez ha defendido más de una vez la libertad que dan las redes sociales para ejercer la crítica literaria. Excepto, al parecer, cuando la crítica se ejerce sobre su escritura: entonces lo toma muy mal.
A partir de un comentario en Twitter que intercambié con el escritor Rogelio Guedea, el viernes pasado, Yépez y yo empezamos una discusión. Mis argumentos se referían a sus columnas semanales en el suplemento Laberinto del periódico Milenio. Él nunca dio una respuesta concreta, ni una explicación precisa a mis cuestionamientos. Hoy, luego de no internetear el fin de semana, he visto que Yépez borró todas sus intervenciones en esa discusión.
Lo comenté así hoy en un tuit. Y volvimos a discutir.
Como no pudo defender sus columnas de mis críticas, Yépez decidió hoy desacreditarme en mi persona, resucitando un viejo incidente.
Cuando yo era editor de literatura del FCE, hace ya casi una década, tomé la iniciativa, que gradualmente habían tomado editores anteriores, de invitar a escritores jóvenes a presentar manuscritos. Como no era dictaminador, ni integrante del Comité Editorial, yo no tenía manera de incidir en la decisión de publicar tal o cual libro. Las tareas estrictamente editoriales de ese puesto son muy numerosas, de índole técnico. Pero yo sí creía posible abrir la puerta para que más manuscritos de autores más jóvenes llegaran: tenía la impresión de que el medio literario de los nuevos veía al FCE como una editorial donde publicaban sólo autores muertos o con una muy larga trayectoria. (Eso mismo he hecho en otros espacios donde en algún momento he cumplido funciones editoriales, como el Fondo Tierra Adentro o Ediciones B.)
Había sabido de Heriberto Yépez por una reseña de Christopher Domínguez, y posteriormente me encontré textos suyos. Como hice con muchos otros escritores jóvenes, incluso con algunos de quienes no había leído nada, a él (a quien no conocía y no conozco aún en persona) también le invité a enviar un manuscrito. No había en ningún aspecto el menor compromiso de publicarlo: era, sólo, que el libro en cuestión se incorporara al proceso de selección.
Sucedió que por esos mismos días recibí un ejemplar de la revista Textos, de la Universidad Autónoma de Sinaloa, dirigida por Enrique Martínez y editada por Francisco Alcaraz. Venía ahí un ensayo de Yépez titulado "Muerte crítica de la poesía en México" o algo parecido (no tengo el número a la mano). Lo leí. Fue decepcionante.
Uno de los errores de Yépez, considero, es buscar la desacreditación moral de la persona del escritor para así desacreditar los valores estrictamente literarios de sus textos. Acaso esté equivocado yo en defender la postura de que lo que nos congrega en el espacio literario es que escribimos y publicamos libros, y que sólo por ellos hemos de ser juzgados; en todo caso, a diferencia de Yépez, no considero tener la verdad última de las cosas. Pero respeto los argumentos, aunque lleguen a conclusiones con las que discrepe. Ese texto de Yépez no tenía, a mi parecer, argumentos sólidos; por decir lo menos, era arbitrario. Por decir lo más: me pareció pésimo.
Sin embargo, no tenía la confianza con Yépez para decirle abiertamente que sus argumentos sobre Paz los veía sin sustento. Le propuse que en el libro que presentara se abstuviera de anexar ensayos sobre Paz, autor de la casa. No le dije que era en realidad porque sabía yo muy bien que un dictaminador serio y exigente entregaría una opinión negativa sobre un libro con textos como "Muerte crítica". Y, sin esa opinión positiva, el libro se habría de rechazar.
Aunque ahora, que no ha tenido forma de responder a mis cuestionamientos a las fallas de sus columnas en Laberinto, acusa ese incidente como un acto de "censura", Yépez se equivoca. Esa fue una recomendación. Él en cambio está acostumbrado a no aceptar recomendaciones ni a respetar el criterio de los editores, y a considerar cualquier señalamiento que un editor le haga sobre un texto, como censura. Así hizo hace pocos años con la editora de la revista Tierra Adentro. Está equivocado. Como también está equivocado, según pienso, al rebajar la crítica literaria a la descalificación moral. Y en esas trampas que su ceguera ante sus fallas le está poniendo a su inteligencia, acaso perderemos lo que a la literatura mexicana del futuro le podría haber dado su inteligencia.