viernes, octubre 29, 2010

XXXIII

El crítico pasa a la historia por sus errores pero a la literatura por sus aciertos.

XXXII

En tiempos tan viscerales, el conciliador pasa por blando y el intolerante por congruente.

jueves, octubre 28, 2010

miércoles, octubre 27, 2010

XXX

La traición aniquila por el asombro y la parálisis antes que por la traición misma.

martes, octubre 26, 2010

XXIX

¡Cuántos lugares equivocados tiene el mundo! ¿O será uno solo y el mismo que me persigue?

lunes, octubre 25, 2010

69 años de Esther Seligson

Hoy cumpliría Esther Seligson 69 años de edad (nació bajo el signo de Escorpio).
Ayer domingo, en el periódico Excélsior (sección Comunidad, página 10), Víctor Manuel Torres publicó una breve nota sobre Todo aquí es polvo, su libro de memorias recientemente publicado por la Editorial Bruguera.

Sobre Habla de lo que sabes

Irad Nieto publica un texto crítico sobre mi libro de cuentos Habla de lo que sabes en el periódico El Debate. El enlace está aquí.
Y aquí el texto completo:

Habla de lo que sabes
Irad Nieto

En un artículo periodístico de reciente publicación el filósofo español Javier Gomá Lanzón hizo una pregunta fundamental: ¿Qué es la vocación literaria? En principio, se respondió, consiste en "una anomalía vital", pues de las mil posibilidades sensatas que la vida ofrece a un joven cuya personalidad se supone compleja y plural, sólo una, una nada más, parece absorberlo en forma tirana. Pudiendo ser dentista, abogado, gerente de una empresa o varias cosas a la vez, es decir, trabajar decentemente, el escritor, de manera espontánea e ineludible, se descubre de pronto volcado hacia una intensa, azarosa y emocionante compulsión: fijar por escrito sus pensamientos, sueños y sentimientos.
La vocación literaria es un incendio íntimo y voraz, a la vez atractivo y aterrador. Para atemperar las llamas expandidas en su interior, el escritor escribe, crea, miente; para avivarlas, vuelve a escribir. Su extraña vocación le obliga a dar una forma perdurable, artística, a ese fuego interno. Habla de lo que sabes, el libro que reúne diez relatos del escritor Geney Beltrán Félix (Culiacán, Sinaloa, 1976), se escribió con esta intención: subsistir en la sensibilidad de los lectores, espolearnos y remover en nosotros lo visceral, lo intenso que se oculta debajo de la insípida vida práctica. Habla de lo que sabes nos exige leer detenidamente, releer y exponernos.
Y digo exponernos porque en los relatos de Geney Beltrán el sosiego no tiene lugar. No hay paz. Por el contrario, campean la intranquilidad y hasta la paranoia. La Ciudad, como un animal que acecha permanentemente, es aquí el personaje principal que atraviesa todo el libro. "Telaraña vial de pavimento sin fin", la Ciudad es un todo que nos amenaza y nos aprisiona en una atmósfera cada vez más inhabitable, transitada por peatones o automovilistas desesperados, "malignos, "irracionales". Por eso el título del primer cuento: "La celda en la Ciudad", porque el personaje, un contador sensible y trastornado, arrastra su propio encierro en la Ciudad; a través de sus miedos, lo prolonga y lo interioriza: "¿Es todo una trampa? Tal vez lo quieran secuestrar"; el cielo es "una capa de vómito gris"; "los automóviles son hormigas cansadas que ruedan"; un puente peatonal adquiere la forma temible de una jaula soldada en el aire.
En "Perdonados por quién", cuento en el que la Ciudad se desploma por un sismo, el autor describe, escenifica, la ridícula vulnerabilidad de los seres humanos, hacinados en la Ciudad como una plaga de roedores incorregibles y malolientes. El tono es un tanto apocalíptico, no por ello irreal: "Lo que sucede", dice el narrador, "lo que vendrá: son cuerpos aplastados bajo los escombros o asfixiados en el metro y rostros que agonizan en las camas de un hospital y ratas y perros mordiendo cadáveres y fosas comunes desbordadas por extremidades huesudas". Es la demolición de la Ciudad.
Solitarios, paranoicos, aparentemente vacíos, como si siempre representaran la parte accidentada de eso que se llama ser humano, así son los personajes que habitan este universo literario: personifican el fracaso de una pretendida integridad moral y sicológica. Un contador, un matrimonio, un profesor, un cajero frustrado, la hija o el padre, por mencionar a unos cuantos personajes, son una muestra de que a pesar de la buena voluntad se fracasa rotundamente, aquí y ahora. Esto los hace más vivos y más reales a los ojos y emociones del lector. Constituyen además una metáfora de la soledad urbana.
Como narrador, Geney es pesimista y visceral, es decir, un hombre sensato. Lo que más puede admirarse y disfrutarse en estos relatos es que el autor indaga sensiblemente la vida interior de sus personajes y la horada a través de una escritura penetrante, radicalmente introspectiva, onírica, a veces experimental. Mediante el discurso narrativo nuestro escritor explora desde el fondo las comarcas agrestes, milenarias, de la condición humana: los miedos, los deseos, el rencor, la paternidad, la vejez, la muerte, las pulsiones sexuales, la fantasía del incesto. Sus relatos nos instalan ante una escritura íntima pero incendiaria, una imaginación provechosamente maliciosa, a ratos maligna. Habla de lo que sabes es el resultado de esta anomalía vital.

sábado, octubre 23, 2010

viernes, octubre 22, 2010

XXVII

Necesitamos escritores profesionales que se exijan ser artistas, y artistas que no tengan pudor en volverse escritores profesionales...

lunes, octubre 18, 2010

En San Miguel de Allende


Mañana martes, a las 7 pm, daré una charla sobre ensayo literario en el Centro Cultural El Nigromante, en San Miguel de Allende, Guanajuato.

domingo, octubre 17, 2010

XXVI

El ingenio es la profundidad de los simpáticos.

XV

¡Ah, literatura mexicana contemporánea! Demasiadas personas indignas de ser becadas y muy pocos libros dignos de ser leídos...

XXIV

El odio es miedo en su tierna infancia.

XXIII

La vejez se trae desde siempre bajo la piel, y va quemando capas hacia la superficie a como el eco de las frustraciones la convoca.

sábado, octubre 16, 2010

viernes, octubre 15, 2010

jueves, octubre 14, 2010

XX

Quien se asume en tanto víctima lo que revela no es una indefensión aceptada sino su necesidad de un verdugo para dar cumplimiento, por mano ajena, al odio que siente por sí mismo.

miércoles, octubre 13, 2010

XIX

El privilegio de contemplar la belleza está vedado no para la mente del criminal sino para la sensibilidad de aquel a quien, lo sepa o no, la culpa persigue.

lunes, octubre 11, 2010

URGENTE: Nuestra aparente rendición


Hay que unirse a esta iniciativa de Lolita Bosch: Nuestra aparente rendición.

Ante la inseguridad en México, los artistas, pensadores, lectores, escritores, profesores, estudiantes, críticos y demás ciudadanos interesados, mexicanos de nacimiento o de corazón, debemos comenzar a criticar, protestar, imaginar y proponer, de una manera activa y sistemática. Creemos que nos urge inventar recursos para ser quienes somos y no quienes nos están acorralando a ser. Tratando de superar, nosotros también, nuestra aparente rendición ante lo que nos sucede.

XVII

El asco es el deseo al revés. Pero deseo al fin.

domingo, octubre 10, 2010

XVI

A pesar de los avances de la ciencia médica, la vida sigue pareciéndome muy corta para gastarla en hipocresías.

sábado, octubre 09, 2010

XV

Ningún encuentro es casual. Esa persona nueva que se cruza en tu camino viene a ti para que le cambies la vida. O para desafiarte a que cambies la tuya. O para destruirte.

viernes, octubre 08, 2010

XIV

Vaya que creo en una aristocracia del espíritu: no todo mundo viene astralmente habilitado para apreciar la belleza.

jueves, octubre 07, 2010

En su desnuda pobreza, fragmento

Sin ti, Madre,
el mar nos sobrepasa
el amor, el llanto mismo
no reposa una ola tras
otra
tupido a ras del agua las crestas se abisman
y el mundo se inclina
ante las mareas
Vivir es un dolor constante
sosegado
cuántas veces mudo
imperceptible su vaivén
a fuerza de goteo

Esther Seligson, Negro es su rostro. Simiente, pp. 32-33.

miércoles, octubre 06, 2010

XIII

¡Ah, nuestros tiempos! Su gran logro es dotar de micrófonos a los muchos nadies para que vituperen, impunemente, a los pocos álguienes.

martes, octubre 05, 2010

Laboratorio de escritura en Mérida

Aquí van fotografías, tomadas por Manuel Tapia, del laboratorio de narrativa y ensayo que empezó en Mérida hace dos semanas, en la Secretaría de Educación de Yucatán. La próxima sesión es el viernes 15, a las 7 pm.

lunes, octubre 04, 2010

Mandala


Mira: febrero empieza ya
azulean las jacarandas
con el añil de Tu rostro
incandescente paseas en las calles y jardines
Tu júbilo inunda
a esta ciudad desamparada

Agradecida llevo
la sed de tu infinito

Cae la noche, se sosiega
y nace el día para saciarla

Esther Seligson, Negro es su rostro. Simiente, p. 21.

sábado, octubre 02, 2010

XII

Ya no la contradicción, sino la incongruencia: privilegio y necesidad del artista en nuestro tiempo.

Verónica Bujeiro

Acaba de aparecer, y es un hecho que me da enorme gusto, el nuevo libro de piezas dramáticas de Verónica Bujeiro: Nada es para siempre, en el Fondo Editorial Tierra Adentro. No tarda en hallarse en librerías.

viernes, octubre 01, 2010

Gabriela Torres Olivares

Aún no tengo un ejemplar en mis manos, pero como lo leí cuando era un manuscrito, me permito recomendar muy entusiastamente el libro Enfermario, de Gabriela Torres Olivares, que acaba de salir en el Fondo Tierra Adentro. Es una prosa fuerte, con una mirada inusitada, hurgadora en las esquinas y los rostros que nadie ve. Guau.

XI

¿Cuál es la excepción a la regla de que "toda regla tiene su excepción"?

jueves, septiembre 30, 2010

X

Tengo un gran interés en lo invisible. Pero, por ahora, no en serlo.

martes, septiembre 28, 2010

lunes, septiembre 27, 2010

VIII

Porque a veces en la sola decisión de seguir respirando ya está implícito el aceptar corromperse.

miércoles, septiembre 22, 2010

VI

Creo en lo que no ves, porque lo que me alimenta es invisible para tu ceguera.

martes, septiembre 21, 2010

La celda en un círculo


El relato «La celda en la Ciudad», incluido en mi libro Habla de lo que sabes, acaba de ser antologado en la revista electrónica de literatura Círculo de Poesía.

lunes, septiembre 20, 2010

V

¿Se dará cuenta acaso de que al pedir lo que no da, nunca podrá recibirlo sin hipotecar el alma con una injusticia?

IV

Ya deja de ladrar, si tanto miedo tienes a soltar la dentellada.

domingo, septiembre 19, 2010

domingo, septiembre 05, 2010

La dignidad del desamparo

Verónica Murguía publica en el suplemento La Jornada Semanal de hoy un texto crítico sobre mi libro de cuentos Habla de lo que sabes. Aquí va:
La dignidad del desamparo

Verónica Murguía

"Conoció las mixtas emociones de la escritura: la incertidumbre, la impaciencia, el odio frustrante de sí mismo, el desaliento al luchar con las palabras y sentir que se negaban a hablar con la voz suya.” Con este tono lacónico y puntual describe Geney Beltrán Félix el precario trabajo del escritor en la narración “El cuerpo de Sicrano”, con el que cierra el libro Habla de lo que sabes (Editorial JUS, 2009), su primer volumen de cuentos.

No es casual que alguien que se enfrenta así al lenguaje, en este caso el cartero Sicrano, termine convertido en la materia viva en la que se registra la anécdota; no es coincidencia que en el universo que se despliega en Habla de lo que sabes, Sicrano encarne, literalmente, su historia. Y es que una de las preocupaciones de Beltrán Félix es una línea divisoria: esa frontera porosa que separa al escritor de sus materiales: el lenguaje y el mundo. Para retratar la realidad –por lo menos la de la ciudad y el México vislumbrados por Beltrán Félix– con la abundancia de matices que interesan a este autor, no bastan un registro o un punto de vista: por eso, la escritura en este libro no utiliza solamente el tono austero del párrafo citado: si algo distingue estas páginas es un estilo que se asienta en el ejercicio del contrapunto para crear un sistema de contrastes y reflejos.

A lo largo del libro, Beltrán Félix alterna la prosa elaborada y elegante con el diálogo brusco y natural, que consigna con buen oído los varios idiolectos que se escuchan por las calles de esta ciudad. También turna el ritmo fluido con una cadencia entrecortada en la que el narrador nos detiene, con el uso de paréntesis, para examinar con nosotros lo que considera digno de atención, la parte de la frase que a él le interesa más.

Sicrano escribe, a pesar de que está convencido de la futilidad de la escritura, de la debilidad de los puentes que ésta tiende entre el escritor y quien lo lee. Escribe porque no le queda más remedio. Como otros personajes de este libro, el destino –en su caso convertirse en escritor– se le revela cuando ya no creía en sí mismo y pensaba que la vida era sólo una sucesión de anécdotas banales o terribles.

Los personajes de Habla de lo que sabes viven sus ásperas epifanías en una ciudad tumultuosa, en medio de la pobreza y la indiferencia, resignados a “olvidarse de que el futuro ahí viene, múltiple siempre y presente, nunca”. Porque este es un libro en el que Beltrán Félix, sin temor a revelar preocupaciones de orden ético y social, describe minuciosamente el aire de Apocalipsis que reina en México y sus efectos en el alma. Esto es de agradecerse en estos tiempos, en los que los narradores suelen dibujar las miserias de este país con más temor a mostrar una preocupación ética que a escribir con faltas de ortografía.

Esta minuciosidad, casi naturalista, no está exenta de fantasía: Habla de lo que sabes no es sólo un retrato de nuestras fatigas, nuestras cóleras o nuestras desesperanzas, pues fiel a su talante ensayístico, Beltrán Félix elabora conjeturas, hipótesis que nos comunica, no a través de párrafos discursivos, sino mostrándonos los hechos y acciones de los protagonistas, los inesperados alcances de sus apetitos e indolencias. En algunos casos, estas situaciones llevadas al paroxismo se convierten en historias de fantasmas (“Keppel Croft”), agridulces anécdotas kafkianas (“Este mundo de extraños”) o inquietantes alegorías (“Los perseguidos.”)

El impulso que obliga al autor a ver aquello que los personajes prefieren ocultarse hace que el dibujo de los instantes que preceden a la brutalidad en “Anoche soñé que volaba”, o en “Sara antes del fuego”, sean de una tensión tal, que la violencia final se sienta como una catarsis. Estos cuentos terminan, el primero con suerte de contrariada elegía a la ciudad, “esta bella y agria Ciudad sin remedio”, y el segundo con una oración brevísima que encuentra, como una serpiente que se muerde la cola, su complemento en el título mismo de la historia.

La violencia individual o colectiva, descrita sin adornos. La tristeza y la soledad redimidas por el poder del lenguaje. La dignidad del desamparo, de la soledad, la vejez. La puerta entreabierta de la comunicación. Esta es la apuesta narrativa de Beltrán Félix, un lance en el que el futuro, el que él desea, nace como posibilidad gracias, como él mismo diría, a los poderes del sueño y la imaginación.

II

De la gente vienen las palabras. No son sólo registros de una lengua en uso. Vienen con vida pero latiendo duras y descorazonadas por violencias, dando así, carcomidas de agravios, testimonio de la gran lastimadura que sigue impune y peor aún: vigente. El escritor ha de juntarlas para armar con el arte de su eco dinamita. La escritura sólo es un pasatiempo para los tibios.

I

Pides silencio mientras escribes en la biblioteca, pero las paredes que rodean los anaqueles están siendo derribadas a bazukazos.

viernes, septiembre 03, 2010

Negro es su rostro y Simiente

Acaba de salir de la imprenta la primera publicación póstuma de mi querida y admirada maestra y amiga Esther Seligson, autora de una obra extraordinaria y exigente a la que le ha faltado recepción crítica. Este volumen consta de Negro es su rostro, la antología poética que Esther misma armó antes de su partida, y de Simiente, el estremecedor libro de prosa y poesía escrito por Esther a raíz de la muerte de su hijo Adrián y publicado originalmente en 2004.
La ilustración de la portada es obra del pintor Guillermo Arreola. El sello editor es el Fondo de Cultura Económica. Este volumen es el primero de los, si todo resulta bien, tres libros de Esther que se publicarían este año.

martes, agosto 31, 2010

Después de la indignación

Hoy martes, a las 7:30 pm, al lado de Ximena Escalante y Eduardo Milán, participaré en la mesa Identidad y diversidad, dentro del seminario La reinvención de México, en la Casa Refugio Citlaltépetl, ubicada en la calle Citlaltépetl 25 de la colonia Hipódromo Condesa, en la ciudad de México.

martes, agosto 17, 2010

Hablará en Tlaxcala

Este viernes 20, a las 6:00 pm, presentaré mis dos libros, Habla de lo que sabes y El sueño no es un refugio sino un arma, en el Museo Miguel N. Lira, en Tlaxcala, Tlaxcala. Los comentarios correrán a cargo de Tzuyuki Romero y Enrique Padilla. Modera Gabriela Conde.

viernes, agosto 13, 2010

En Radio Red

Este domingo, a las 11 del día, hablaré sobre mi libro de ensayos y mi libro de cuentos en el programa La república de las letras, conducido por Humberto Musacchio y Elvira García, de Radio Red, en el 1110 del AM. Se escucha también en www.radioredam.mx.

martes, agosto 10, 2010

Comentario

Ayer, en su columna «La república de los libros», del periódico Excélsior, Humberto Musacchio comenta sobre mi libro de ensayos El sueño no es un refugio sino un arma:

El sueño no es un refugio sino un arma (Ed. UNAM, 2009) se llama un pequeño libro de grandes ensayos de Geney Beltrán Félix, quien arremete sin contemplaciones contra la llamada literatura de entretenimiento –hueca, predecible, tramposa– lo mismo que contra esas obras que “no representan, no significan, no narran”, composiciones trabajadas en un lenguaje “abstraído en el embeleso de su propia contemplación”. Sinaloense nacido en 1976, Geney Beltrán es de aquellos que nacieron y crecieron “en un país en continua e irreversible debacle” y, por lo mismo, su libro es el grito de una generación desencantada que, pese a todo, se mantiene asida al sueño.

martes, agosto 03, 2010

Entre lo ético y lo impreso


El poeta y ensayista Francisco Meza publicó el domingo pasado un texto crítico sobre mi libro de ensayos El sueño no es un refugio sino un arma en el suplemento El Ángel, del periódico Reforma. Lo incluyo aquí:

Geney, el lector
Francisco Meza

En El sueño no es un refugio sino un arma (UNAM/ Serie Diagonal), libro de ensayos de Geney Beltrán Félix, se encuentra la expresión de una inteligencia visceral, un estilo claro y una posición moral ante su época. En "Historias para un país inexistente", ensayo que abre el libro, Geney habla de la "patria" como una ilusión donde el mundo de almas en pena de Juan Rulfo brinda un dibujo más fiel sobre este país que las fantasías del milagro mexicano. Cierto, las generaciones nacidas después de los 60 son hijas de la crisis: la noción de patria se presenta como un amasijo de mitos, leyes y cuadros épicos matizados y enunciados para mantener el circo a flote. Así, los herederos de la crisis hemos administrado el fracaso, la apatía y la incertidumbre. La gran literatura pone el dedo en la herida con mayor énfasis y acierto que cualquier informe de gobierno.
Para qué y cómo escribir, son dos preguntas que Geney no abandona en todo el libro. Son puntos de partida para ensayar, para tomar el riesgo y construir una postura, que, por más personal, no deja de ser un posición moral, ácida y analítica en los contextos de la cultura mexicana. Lo quijotesco lo podemos localizar en la necesidad del autor por combatir las nuevas formas de la barbarie: propaganda, publicidad, dogmas, impunidad, violencia y corrupción. De allí la necesidad de la literatura, faro o microscopio, para localizar el galope de los caballos de Atila. Un galope silencioso camuflado por la sobreabundancia de información y el entretenimiento como un somnífero colectivo. Geney recuerda en sus páginas la importancia de no permitir que la indiferencia aniquile a la indignación.
El catálogo de temas ensayados es tan extenso como las dudas que van forjando el temperamento de Geney Beltrán. En este sentido, hacer de la duda un arte implica rigor y audacia. Desde la blogósfera hasta las torres de marfil de la investigación académica, son temas que no escapan de una mirada pertinaz y sin contemplaciones. Para Geney, la academia se ha venido limitando a la creación de bibliografía de consulta dejando por un lado el oficio de ensayar. Del blog literario destaca su posibilidad como sitio de diálogo y comunicación entre escritores, como espacio plural para la polémica. Sin embargo, señala que no se presuman sus características como virtudes. Los mismos vicios y escasa literatura se manifiestan tanto en la cultura impresa como en la virtual.
El ensayo "No narrarás" es una crítica mordaz al tipo de escritor onanista, quien, regodeándose en la forma, es incapaz de ver su mundo. La posición ética y la fábula representan asuntos insustituibles. Una escritura cuyo fin es sólo experimentar el lenguaje en el vacío es una salida tan fácil como la literatura light para no conformar una postura moral ante la época. Es relevante subrayar que la literatura tiene una condición en sí misma como expresión, pero esto no la exime de ser un vehículo de potencias y emociones, un espejo donde el hombre ve su propia bestia. "De cuándo acá la narrativa tiene que dejar de ser, si lo ha venido siendo desde Cervantes, dicción de una individualidad en conflicto con su tiempo", apunta Geney.
Geney recuerda que la literatura es experimentación en sí misma. Experimentación en tanto laboratorio de las emociones y peripecias del hombre. Pero no por ello deja de ser sustancia potenciada, "tiempo erguido", como dijo Octavio Paz. En esta línea, entender la actitud y estética vanguardista como la elaboración de un sinsentido implica desconocer cómo estos movimientos fueron causa y respuesta de un tiempo entre guerras donde las concepciones establecidas se estremecían entre los infinitos del átomo y del cosmos, donde el hombre encontraba su infinito en sí mismo y, a la vez, la defensa de la utopía, más que un retorno al edén prometido, como un territorio a construir. De allí, una literatura que pudiera condensar las tensiones de un nueva sensibilidad y época vertiginosa.
La ensayística de Geney Beltrán Félix no sólo aborda los vicios, aventuras, códigos y disidencias del creador; también toca el tema de la crítica. El autor dice en "Para qué la crítica en tiempos de ultraje": "Por esa razón, la academia debe aspirar a la escritura de ensayos de crítica literaria, o sea, literatura: luz sobre el fenómeno de la letra en su nexo con el mundo". De allí, siguiendo la idea de Steiner del crítico visto como un maestro de lectura, Geney muestra en una serie de reseñas su pericia e intuición en el arte de leer. Muestra sus cartas de navegación, que van desde Nellie Campobello, Francisco Tario, Efrén Hernández, Salvador Elizondo, Óscar Liera, y hace honor a aquella célebre idea borgeana de la lectura como otra forma de creación. Geney confiesa: "La literatura viene de muy lejos: debemos apreciarla en sus términos para poder integrarla cabalmente a los nuestros".

lunes, agosto 02, 2010

Un libro desunitario


Roberto Bolaños Godoy escribe un texto crítico de mi libro de relatos Habla de lo que sabes. El texto se encuentra en el blog de Roberto, La escribanía, y en el segundo número de la revista Pirocromo. Lo incluyo aquí:

Un libro desunitario
Roberto Bolaños Godoy

I.

Hace ya más de un año leí en el número 129 de la revista Crítica, una reseña de Gabriel Wolfson sobre La noche caníbal de Luis Jorge Boone, en la que refería lo siguiente:

Casi todos en algún momento hemos caído en la simpleza de elogiar un libro por su unidad, apelando a ejemplos como El llano en llamas o Ficciones y contribuyendo así al gran mito de los libros de cuentos unitarios (lugar común, por cierto de los dictámenes de premios). Pero resulta que casi todas las publicaciones que nos rodean enseñan esa unidad, dada por el estilo, el tipo de narrador, la extensión de los textos o, con mucha mayor frecuencia, por el tema, ante lo cual se concluye: o la unidad del libro de cuentos se da fatalmente (basta que los escriba la misma persona y, por decir algo, en un lapso no mayor a cinco años) o conseguirla no representa mérito alguno (en todo caso, lo que en verdad nos hablaría al menos de destreza técnica sería un volumen cuyos cuentos fueran notablemente distintos entre sí).

Para tales argumentos bien podrían decirse muchas cosas en réplica, se me ocurre por ejemplo: que la evolución de la literatura ha superado desde hace mucho la idea de libro de narraciones como recopilación arbitraria de textos que encuadren en lo que por convención se atribuye a “cuento”, los cuales lo irán conformando según el ritmo y sucesión en su escritura, independientemente de su inconexión mutua. Que hoy en día un escritor no puede darse el lujo de conformar un libro de cuentos bajo las mismas pautas que, verbigracia, Villiers de L’Isle-Adam en su momento, puesto que ya no operaría con la misma efectividad frente al lector. Que es cierto lo que refiere Wolfson sobre la unidad implícita en la obra y subordinada al autor, su estilo, y el lapso de la composición de las piezas que la comprendan, pero que eso ya no resulta suficiente; la razón podría ser simple: las lecturas de Rulfo y Borges vuelven al lector caprichoso y exigente, esperará mucho más de aquello que lee.
Podría yo afirmar también que no apelo a los libros unitarios por cuestión de moda, sino porque creo que los textos deben, ya sea buscarse y dialogar entre sí, o girar en torno a un tema, motivo, ambiente o idea y que la agoten; como sea pero que como conjunto le reclamen al lector su desciframiento. Que Joyce, Cortázar, Elizondo, Zepeda, más recientemente la escritora Guadalupe Nettel son algunos pocos nombres, que se me podrían venir a la mente, de artífices que han apostado por este procedimiento con excelentes resultados.
Podría decir esto y más, pero primero, descreo de la prescripción de cánones, y segundo, confieso que me parece más interesante la provocadora idea al final del citado fragmento de Gabriel Wolfson: la disparidad deliberada en un volumen de relatos.
El libro que interesa en esta ocasión ha eludido la artimaña posmoderna de la unidad. No lo veo como una virtud, tampoco como una carencia, los juicios extremistas de la literatura se los reservo a las potestades de la crítica literaria nacional. Lo veo como un rumbo escogido durante la composición, como con cualquier otro procedimiento literario, que si bien medular puesto que determina la estructura de la obra, estamos de acuerdo que no importa la complejidad del entramado unitario, ésta no compensará nunca que los cuentos no se sostengan por sí mismos.

II.
Como lector siempre he tenido la costumbre (no sé si buena o mala, o simple manía) al tener un libro en las manos por primera vez, de empezar leyendo el último párrafo de la última página. Me da la sensación de que eso acrecienta el misterio de lo que leo, me induce a una búsqueda del sentido completo de esas líneas finales leídas prematuramente. La lectura de esta obra no fue la excepción, lo que me llevó a leer desde un inicio -y de seguro contra el efecto que el autor quiso conseguir-, el fragmento, mitad epígrafe, mitad epílogo, de Extracción de la piedra de locura de Alajandra Pizarnik; desoladoras, las mencionadas líneas dicen:

Pero no hables de los jardines, no hables de la luna, no hables de la rosa, no hables del mar. Habla de lo que sabes. Habla de lo que vibra en tu médula y hace luces y sombras en tu mirada, habla del dolor incesante de tus huesos, habla del vértigo, habla de tu respiración, de tu desolación, de tu traición. Es tan oscuro, tan en silencio, el proceso a que me obligo. Oh habla del silencio.
El fragmento remite sin mayor dificultad, valiéndose del notable modo imperativo, al tan extendido principio de la escritura de la “experiencia”, por llamarlo de algún modo, en pos no sólo de la verosimilitud textual, sino un compromiso del escritor para concretar la honestidad de su expresión en congruencia consigo mismo; aquello que realmente quiere decir y debe hacerlo con total precisión, o como diría científicamente García Márquez, escribir con las tripas. ¿Habla de lo que sabes de Geney Beltrán Felix es un volumen donde el tema central es esa honestidad ideal del escritor?, yo lo consideraría poco preciso. El título no es una orden, es el principio por el que ha sido conformado, o por lo menos es la idea que el autor ha intentado transmitir.

III.
En realidad, los cuentos no están tan aislados entre sí como pudiera parecer. Tres en particular se acercan mucho a la idea cortazariana de la intrusión de un acontecimiento fantástico (entiéndase inexplicable, supranormal, etc.) en la “realidad”. En el primer cuento “La celda en la ciudad” –alucinante como una noche en Silent Hill, opresivo como una pesadilla de Kafka- el personaje progresivamente se verá inmerso en un desconocimiento total por parte de las personas que conforman su cotidianeidad, donde lo indefinido y desazón devoran al protagonista y lo arrastran hacia un inquietante clímax narrativo. En “Ese mundo de extraños”, un suceso anormal irrumpe en la rutina ordinaria y monótona del personaje, que al verse sin salida termina aceptando resignado la invasión incesante de inquilinos provenientes del baño del departamento que alquila. En “Hondonada” se conjuga la literatura: un Omar un escritor en potencia que trabaja como mensajero, un Montivont agazapado en su retraída vida de escritor circunspecto, y una caminata sin rumbo que al final llevará a poner en duda, una vez más, las condiciones del mundo, esta vez más cercano a esos sueños extraños de los que agradecemos despertar muchas veces.
Caso diferente es “Keppel Croft”, donde acontece un adulterio cínico; lo completa el recuerdo del cuerpo de la prima Érica a través de las celosías, la joven de facciones finas cortadas en diamante que tanto se la recuerda y una asombrosa escena de sexo que no cae (afortunadamente) en la ridiculez. Aquí las identidades no están del todo claras, los motivos tampoco, su final abierto proporciona un acertado efecto nuevamente por lo indefinido, como si el lector se perdiera solitario en un lago neblinoso sobre una lancha desvencijada.
Los cuentos crueles de este volumen, son los que predominan por cuestión numérica, también por violentos, por intensos, a veces también, por extensos. En “Los perseguidos” la paranoia de un personaje poco a poco proporcionará indicios de la relación entre los tres individuos centrales de la trama (Moreno Flores, Humberto y Porfirio), al final (por piedad, por desesperación, por lástima quizá) uno de los personajes confiesa el crimen que ha cometido sobre otro.
“Anoche soñé que volaba” una de las narraciones de mayor extensión, entrecruza y alterna caminos de la misma historia (la de Joaquín empleado de supermercado, Joaquín obsesionado por la muchacha rubia, Joaquín que vende a su hermana por un arma de fuego, Joaquín y su hermana que inexplicablemente se desviste y queda absorta contemplando el agua del excusado, Joaquín a punto de cometer incesto, Joaquín al final asesino impredecible), juega con los acontecimientos y las perspectivas, presentando una historia intensa, compleja, sobrecogedora.
En “Perdonados por quién” el autor no sucumbe a la barata imitación bumlatinoamericanesca del juego de redacción sin ningún respeto por las sangrías, las mayúsculas y la consecución sintáctica de una línea con otra, sino que despliega un verdadero caligrama narrativo, en el que el juego formal empata la ruptura discursiva con la recreación del momento de un terremoto en plena Ciudad de México, de ese modo, los edificios, los personajes y la estructura del discurso se tambalean simultáneamente, no así la efectividad del relato.
“La hija” es otro entramado progresivo, donde dos historias paralelas se entretejen, se complementan: la del escritor viudo (que explica el guiño rulfiano en el nombre de la hija), alcohólico, sobreviviente por casualidad de la explosión del avión que decide no abordar de último minuto, y al final asesino y fugitivo; también, precisamente la de la hija Luvina, adulta y niña, en busca de su padre cuando se entera de la explosión, que lo busca de nuevo donde se esconde por amor y preocupación, que soporta todo y se vuelve víctima.
De “Sara antes del fuego”, a pesar de tan bello título, en realidad se ve opacada por la mayoría de las historias ya mencionadas, aunque no deje de ser notable la recreación de la situación del padre y el hijo borrachos, machos los dos, y la recreación también de la madre sumisa, los personajes no son planos y eso lo salva de la más vergonzosa falta que cualquier escritor puede cometer: pecar de ignorancia.
Finalmente “El cuerpo de Sicrano” es otra interesante narración en que los acontecimientos se superponen, se interpelan las dos líneas narrativas paralelas y mutuamente complementarias. La de la degeneración inevitable de María, la joven hechizada por la imagen enigmática del cartero anciano. La de Gabriel Sicrano, trabajador del servicio postal, escritor anónimo que solitario emprende la inquietud primigenia del artista, la de dejar huella, la de encontrar en la escritura la justificación de su paso por el mundo, y se topa de frente con la tragedia de escribir: sufre, siente la insatisfacción, la desesperación, la poca confianza en su propia obra que lenta avanza y tiene una sola lectora elegida por él. A los personajes los une entonces un vínculo silencioso: él le escribe, ella lo lee, y ambos llenan sus vacíos. Al final, la distancia gana terreno, la muerte también, peor aún la decisión de no ser leído nunca más por propia (e incendiaria) mano.

IV.
Como las historias son demasiado distintas entre sí, no sería justo generalizar. Puedo en cambio hablar brevemente de las constantes del estilo. Yo creo que la destreza de un autor empieza a medirse por su aplicación de adjetivos a sus sustantivos, y termina con los recursos para sostener la trama hasta el final, por la aportación en la forma, y la capacidad de doblegar el lenguaje para transmitir, para lograr el efecto deseado, para conmover, para sobrecoger. Geney Beltrán Félix logra abarcar ese abanico con una adjetivación efectiva (aquí un par de ejemplos al azar y las cursivas son mías: “Lo conducía hacia la cama, él se le hundía, pavoroso, cárnico, negruzco…”, o: “era como si la cama fuese una llanura inhóspita con agudos hilos metálicos esperando la dócil espalda y ante su rostro bufara un viento astillado por el frío”). Además, sus narraciones cortas no parecen precozmente concluidas dejándole esa sensación de estar incompletas o de la posible premura de concluir por parte del autor (tal como le pasa a muchos cuentistas), y sus historias más extensas no caen en el tedio o el alargamiento innecesario.
Con Habla de lo que sabes Geney Beltrán Felix ha conformado un libro de historias sólidas, que no requiere de la unidad para atraer lectores, y que bien vale el regreso a sus páginas para reparar en los detalles dejados al aire de esa primera lectura que casi nunca abarca la totalidad. Esa lectura imperfecta también mía a partir de la que he hablado en esta ocasión, si bien no de todo, pero que por lo menos, y obedeciendo a Pizarnik, espero haberlo hecho de lo que sé.

viernes, julio 23, 2010

Irad

El ensayista y crítico Irad Nieto regresa a la blogósfera. La nueva dirección de su blog Akantilado es ésta.

sábado, julio 17, 2010

Fotografías de Áurea




Áurea Salinas tomó estas fotografías de la presentación de Habla de lo que sabes el pasado viernes 2 de julio. Me acompañan mis queridos y admirados Verónica Murguía, narradora y escorpio, y David Olguín, dramaturgo y capricornio.

viernes, julio 16, 2010

En Celaya

He aquí fotografías de la sesión de trabajo literario con los muchachos del grupo Tormenta en el Tintero, de Celaya, Guanajuato, el pasado miércoles. El infalible Neftalí Báez accionó el disparador de la cámara.





jueves, julio 15, 2010

Shattertales

Edilberto Aldán publicó un texto crítico sobre Habla de lo que sabes en la revista virtual Crisol Plural: aquí el enlace. Y aquí el texto:
Shattertales
Edilberto Aldán
Shatterday. El episodio inicial de la primera temporada de la Dimensión desconocida, la de los ochentas, fue excepcional: Peter Jay Novins está sentado en un bar y decide llamar por teléfono, por descuido, un error fatal, marca su propio número, se da cuenta de inmediato y ríe del equívoco, pero antes de poder colgar, escucha que alguien le contesta, del otro lado de la línea está él mismo: Peter Jay Novins habla con Peter Jay Novins.
El capítulo se desarrolla en forma vertiginosa; a lo largo de seis días presenciamos el trastrocamiento de ese universo, de la certeza de quien cree que le juegan una broma a la dispersión de quien se queda sin nada. Una escena memorable: el protagonista mira la que fuera su ventana, llueve intensamente y, aun así, a través de la cortina de agua, se ve a sí mismo relacionándose con el mundo de una manera distinta, de la manera como quizá debió haber sido siempre. Cuando le reclama a su doppelgänger lo que le está haciendo, éste le contesta que desista y reconsidere, pues gracias a él todo ha cambiado: le llama a su madre, se ha reconciliado con su amante, es mejor persona. La tormenta arrecia y lo envuelve todo.

Pesadilla en la calle. La boca de un túnel vomita a un contador a la calle; éste surge de la estación del metro con la prisa de quien sabe que va a llegar tarde, de quien no necesita verificar la hora en el reloj para saber que haga lo que haga no estará a tiempo. Al contador “lo marea la extrañeza. Se acomoda la corbata, se toca el bigote y luego los lentes. Sus ojos busca en la esquina —tan sólo a diez pasos— el puesto de revistas. Ahí se encuentra ahora una carreta de hamburguesas”. El ahora con que se marca esa mínima diferencia en el paisaje será recordado por el lector a medida que avance en el texto y junto con el protagonista descubra que esa Ciudad en la que se desplaza no es la misma de todos los días; al contador lo desconocen en la oficina, en las calles, incluso la moneda de todos los días es distinta. Aunque la Ciudad a la que fue arrojado pareciera la misma, son los objetos, las circunstancias lo que lo rechazan, su entorno el que le otorga el carácter de ajeno, es él quien ha cambiado y, tal y como ocurre en un sueño, cree que es un sueño. Y a las pesadillas no hay otra forma de confrontarlas que mediante la espera, pero la vigilia no llega, mientras la Ciudad se cierne sobre él y se va “haciendo más pequeña, ve sus oscurecidos contornos acercándose a su cuerpo. Grita, no se escucha a sí mismo: sólo los autos abajo, una jauría de hienas hambrientas.”
Con esa historia inicia Habla de lo que sabes, de Geney Beltrán Félix, sin trampas, sin trucos, con juego abierto, desde la primera página se le avisa al lector lo que le espera si decide seguir con la lectura.

Un lugar extraño. Definiciones de cuento las hay al por mayor; la mayoría parte de mencionar que la palabra proviene del término latino que significa “cuenta”, y enseguida se indica que es una narración breve de ficción. Las innumerables posibilidades de agregar elementos a esas definiciones permiten que cada quien elabore su propia teoría del cuento, que el autor que así lo desee emplee una metáfora para tratar de aprehender eso que acaba de escribir y que todos, de alguna manera, tengan razón.
Es posible encontrar una coincidencia entre todas las definiciones: el cuento es movimiento. Tránsito que obliga a cruzar una frontera y deja en el lector una sensación de extrañeza al ser llevado del lugar donde leemos hacia otra parte, algunas veces como testigos, otras como actores. Ya después se define ese recorrido como realista, de ciencia ficción, policiaco, fantástico, de terror, etcétera. El cuento es un movimiento hacia un lugar extraño que invariablemente nos involucra, y si un cuento es bueno, será memorable, como los viajes.
Esta divagación nada sofisticada acerca de la naturaleza del cuento tiene un propósito: evadir la tentación de encasillar las historias de Habla de lo que sabes en el corsé de “cuentos fantásticos”, que sería lo más sencillo. Abordar la escritura de Geney desde la definición de Todorov y asegurar que estos textos pertenecen a lo fantástico porque los caracteriza “la perplejidad frente a un hecho increíble, la indecisión entre una explicación racional y realista, y una aceptación de lo sobrenatural”. Extender la relación con el subgénero y emparentarlo con Hawthorne para subrayar la profundidad psicológica con que logra escenificar el drama de la conciencia personal de sus creaturas frente al deseo, al miedo o el fracaso, como lo hace en “Keppel Croft”, una visión adolescente, la belleza y la excitación, que irrumpe la vida de un matrimonio; la atmósfera esquizofrénica que empuja en una sola dirección al narrador de “Los perseguidos”, o el proceso deconstructivo en el que sumerge a los personajes de “Perdonados por quién”, donde el fragmento y la metáfora se establecen como única forma de supervivencia. O bien, para hacer crecer el árbol genealógico, buscar en “La hija” de Habla de lo que sabes los reflejos del Wakefield de Hawthorne.
Las historias de este libro invitan a pensar en los mejores programas de la ya mencionada Dimensión desconocida: un cuento como “Hondonada” lo permite, donde algo parecido a lo que le ocurre a Peter Jay Novins se traslada a un aspirante a escritor que espera ser recibido por la gran vaca sagrada. Sin embargo, quedarse en la identificación del subgénero, evitaría subrayar una de las características más importantes (y disfrutables) del libro de Geney: la importancia del lenguaje, el cuidado orfebre con que este autor presenta sus historias.

Densidad. Es un lugar común quejarse de las traducciones, sobre todo en los títulos: ejemplos sobran y son legión. Los casos a la inversa son mucho menos:que la traición del original ayude a comprender y/o establecer los propósitos de una obra no es algo que se lea todos los días. Uno de esos casos afortunados serían las conferencias de Italo Calvino: Lezioni americane. Sei proposte per il prossimo millennio, que en español quedaron sólo como Seis propuestas para el próximo milenio.
Gracias a la facilidad con que se simplifican los valores propuestos por Calvino, el público aprecia por encima de otras cosas que una obra cumpla con alguno de los seis principios (levedad, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad y consistencia). Se exalta, por ejemplo, la levedad y se le coloca como meta a alcanzar: nada como la obra que no pese, que fluya sin dificultad. Por supuesto, se comenta la cita que de Valéry hizo Calvino: “Hay que ser ligero como el pájaro, no como la pluma”.
Por oposición, se desestima cuando a una obra se le exalta por su peso, por implicar un reto al lector. Éste es ya el “próximo” milenio, y la densidad está fuera de moda. Eso es para otra época, cuando se tenía tiempo para encontrar placer en el desafío del estilo.
Sin embargo, los autores memorables, los que llevan de un sitio a otro, los que nos hacen cruzar la frontera de una manera inolvidable, se caracterizan por su densidad, por un estilo propio, donde este valor no está reñido con los otros valores propuestos por Calvino.
Habla de lo que sabes es una provocación: no apuesta a la ligereza ni a la rapidez, arriesga y rivaliza al lector mediante la densidad. En estos cuentos el lenguaje no es el vehículo para la historia, lo importante es el lenguaje, no la anécdota, porque la anécdota va adquiriendo peso, gravedad, en la forma en que los personajes son llevados al límite (físico, psicológico o filosófico) y confrontados con la respuesta a las preguntas que todos nos hacemos. La profundidad de los cuentos de Geney no reside, entonces, en las anécdotas, sino en el planteamiento de las preguntas: ¿quiénes son los otros?, ¿cuándo inició el fracaso?, ¿cómo descubrir la locura?, ¿en qué momento ciframos el momento del cambio irreversible?
Como si no bastara el peso de los cuestionamientos y lo fantástico de las anécdotas, hay un autor obsesionado con el detalle y la descripción. La mirada se detiene en lo superficial para exprimirlo y sumarlo a la esencia de los personajes. Así, por ejemplo, la ciudad es un pretexto, el desastre también; hablar de un terremoto es hablar de la desgracia personal, del fracaso, y la descripción de los objetos o el paisaje son parte del estado de ánimo de los personajes, no un adorno sino una compañía imprescindible.
Densidad es la palabra que mejor define el estilo de Geney Beltrán Félix, un estilo que procura todos los detalles de la puesta en escena y que, además, sabe de los tiempos del cuento. Líneas arriba me referí a que sus textos colocan a los personajes al límite —dos en especial: “Anoche soñé que volaba” y “Sara antes del fuego”.
“Sara antes del fuego” es no sólo un ejemplo de la puesta en escena de la abismación (perdón la palabreja) de sus personajes, sino que además funciona como una muestra del control que tiene Geney sobre su herramienta: sabe qué quiere y cómo escribirlo, en este caso en específico, una pequeña lección de escritura que emplea el arte de titular una historia.
“Anoche soñé que volaba” principia así:

Soñó que iba perdiendo peso y se elevaba: veía los techos grises, negros, rojos de las casas, las láminas de cartón, algunas brillantes de aluminio, los lotes baldíos con sus medias paredes despintadas, los tinacos y tendederos de ropa, y también veía las ventanas y las figuras pequeñas de la gente, los autos y camiones y microbuses, el pavimento y las banquetas irregulares, y veía muy a lo lejos los muchos edificios, sus contornos rotos por la neblina del alba, y creía ver también las residencias con sus jardines y albercas y autos de lujo y, mientras las cosas se iban alejando y perdían toda certeza o realidad diluyéndose en el esmog y la bruma, empezó a llegarle una luz amarillenta.

Reitero: hay aquí la descripción del paisaje urbano más como un estado de ánimo, como una serie de elementos que permiten elaborar el perfil psicológico de los personajes: qué piensa alguien que lo ha perdido todo porque no encuentra cómo lograr la conexión con el objeto de su deseo, de quien no encuentra otro camino para su destino que rendirse a la violencia, violencia que está ya anunciada en esa visión panorámica del primer párrafo. Si fuera necesario recomendar exaltadamente el libro de Geney Beltrán Félix, destacaría “Anoche soñé que volaba” como muestra del control que tiene en la construcción dramática de sus personajes, la capacidad de observación, el cuidado con que el autor va hilando la trama de una anécdota que con facilidad podría despeñarse en el relato hiperviolento, en el relato ramplón de una nota roja.
Ese mismo dominio se refleja en “Ese mundo de extraños”, donde el hacinamiento, la multiplicación absurda de habitantes de un departamento son el pretexto para eludir la saudade, o bien en el texto final “El cuerpo de Sicrano”, relato de abandonos, malentendidos y desencuentros que evita el desenlace melodramático con una sutil vuelta de tuerca que lleva al lector a preguntarse si no es de nosotros de quien está hablando Geney, cuál es esa historia que nadie ha querido leer y si nosotros la comprenderíamos.

Shattertales. El capítulo de Dimensión desconocida al que hice referencia se titula Shatterday, fue dirigido por Wes Craven y está basado en un cuento con el mismo título de Harlan Ellison. Al final de ese episodio, la voz del narrador afirma: “Peter Jay Novins, ambos vencedor y víctima, de la lucha por la custodia del alma de un hombre. Un hombre que se perdió y encontró a sí mismo es un desolado campo de batalla, en algún lugar en la Dimensión Desconocida”.
Habla de lo que sabes cierra con una cita de Alejandra Pizarnik: “Pero no hables de los jardines, no hables de la luna, no hables de la rosa. Habla de lo que sabes. Habla de lo que vibra en tu médula y hace luces y sombras en tu mirada, habla del dolor incesante de tus huesos, habla del vértigo, habla de tu respiración, de tu desolación, de tu traición. Es tan oscuro, tan en silencio el proceso a que me obligo. Oh habla del silencio.” En Habla de lo que sabes, con esta decena de cuentos, Geney Beltrán Félix lo consigue.

miércoles, julio 14, 2010

Habla Angélica

Angélica López Gándara publicó un texto crítico de mi libro de cuentos Habla de lo que sabes en la revista Siglo Nuevo. En su forma íntegra, esta reseña se encuentra en su blog Líneas de Expresión. Ir aquí. O leer acá:
Habla de lo que sabes
Angélica López Gándara
El libro Habla de lo que sabes, de Geney Beltrán Félix, es una imagen contemporánea plasmada en alta definición. Es la manifestación del artista que demuestra que la bajeza humana fragmenta las emociones y obnubila la conciencia, pero que puede ser útil como alimento para el arte.
Beltrán Félix nos presenta una obra de diez cuentos forrados con un retrato que avisa, para que sepamos, de lo que va a hablar. La primera visión del lector será un recordatorio a la intimidación: un cráneo descarnado, incompleto (pues le falta la mandíbula) trepanado por un clavo. Todo habrá de entrar al cerebro, aunque sea por la fuerza -grita la portada-. Así, desde el contacto externo inicia la invención de una atmósfera agresiva y en ocasiones sofocante. Igualmente, para dejar claro cuál será el manejo de su prosa, encontramos que la dedicatoria puede ser una advertencia: “Para Andrea y Osvaldo, que viven antes del futuro”, y desde allí suponemos que se trata de un escritor provocador que mueve al lector a la duda: ¿Cuándo o dónde viven? ¿Qué es lo que se encuentra antes del futuro? Tal vez el presente, pero expresarlo así sería una ocurrencia simple. En cambio el escritor prefiere la ruta de las ideas indirectas, del trayecto elaborado. Reta al espectador de sus historias creando imágenes delirantes que, sin embargo, las reconocemos como familiares, como cotidianas. Por ello se antoja contagiosa la angustia o la locura de los protagonistas.
Allí, en la ciudad o celda, deambula un contador al que le han sustituido todo y tenemos la sensación de haber visto un muerto que se quedó después de morir, porque el secuestro se ha de perpetuar más allá del último aliento. Un muerto que no puede huir porque le angustia el futuro insalvable de su hijo: “¿Es todo una trampa? Tal vez lo quieran secuestrar. Cree ver la imagen de su hijo en un crucero, lavando parabrisas a raíz de la muerte del padre asesinado al no haber tenido Ingrid dinero para el rescate. Traga saliva”. Pero la sobrevivencia a su propia muerte dura un día: “Al amanecer es ya sólo un cadáver, contraído el rostro en una mueca de fijos gestos asustados”.
“Keppel Croft” es un lugar en Canadá y es una mujer; es una “muchacha de aire detrás de la cortina”, es la imaginación necesaria para poder soportar el hastío de la rutina desgastada y exasperante de la ciudad, de su mujer y de “las aventuras anodinas de ambos”. Le sirve para soportar las calles con las fotografías de los políticos en los postes de “una ciudad que se niega a envejecer”. De manera que le es mejor –en vísperas de navidad– quedarse en casa y hacer el amor hasta que su sueño quede sepultado en la nieve, pese a que mirando a través de su ventana se imponga la frialdad de un escenario sin nieve.En su primer libro de cuentos, Beltrán Félix nos lleva a visitar los lugares más sórdidos que existen y que se sitúan dentro de la mente humana. En su cuento “Anoche soñé que volaba”, escuchamos los pensamientos de Joaquín, él, que quiso no ser el naco que es y no haber dejado la prepa por güevón y burro y desmadroso. Joaquín maldiciendo a su hermana Celia y tocándola incestuosamente y vendiéndola por una pistola. Celia en la fascinación por el retrete. Muchacha drogada que en la inconsciencia acepta el ultraje. Ultraje que desde niña recibió. Joaquín, el cajerillo del Superama, viendo a la joven rica, superflua y hermosa que despierta en él el retorno a la caverna, al primitivismo. Porque mientras repite una vez más: “Encontró todo lo que buscaba” o “gracias, vuelva pronto”, se va transformando en asesino. Y convertido en homicida experimenta, por fin, el poder de la libertad. El crimen lo libera, por lo tanto lo engrandece. Sueña que vuela porque desde arriba todo se ve pequeño.
“En un mundo de extraños” o “departamento tomado” como diríamos con el irremediablemente recuerdo de Julio Cortázar. Nada es propio, nada es privado, todo es rentado y público. Lo único propio y privado será el dolor y la salida débil de gritar groserías y maldiciones. Habla de lo que sabes narra también la historia un esquizofrénico: Porfirio, el maestro que lee una novela de Navobokov y poemas de Browning, mientras ríe cuando “alguien lo espiaba y lo hostigaba a todas horas”. Y por eso quizá, sólo quizá, su amigo lo asesina casi con ternura.
Beltrán Félix presenta cuadros de mujeres humilladas y despreciadas por el abuelo, por el padre, por el hermano, por el júnior amante ocasional, o por el marido borracho. En “Hondonada” o la fragmentación del individuo, observamos cómo la percepción del otro cambia la percepción propia. El último cuento titulado “El cuerpo de Sicrano”, es la historia de un cartero novelista que hace entregas de sus textos a la joven que espera cartas y el regalo de un corazón para que se lo trasplanten. Es precisamente en esta historia donde el manejo regresivo de la cronología, el perfil sicológico de los personajes y las voces narrativas, nos hacen pensar que estamos ante la semilla a punto de germinar de un novelista.
En este libro de cuentos Geney Beltrán Félix, como decía en un inicio, se hace presente una especial capacidad para crear atmósferas. Toda la arquitectura del libro está hecha para que lo retratado haga sentir al lector que está involucrado; que es culpable.

martes, julio 13, 2010

Muestra Nacional de la Joven Dramaturgia 2010

Participaré en la mesa de discusión Narrativa y teatro, al lado de David Olguín e Ignacio Padilla, dentro de las actividades de la Muestra Nacional de la Joven Dramaturgia 2010, en el Museo de la Ciudad, en Querétaro, Querétaro, este jueves 15 a las 14:00 horas.

Contra la novedad como dogma

El número 3 de la revista La Nave, editada por Sergio Pitol y Rodolfo Mendoza Rosendo, incluye un texto crítico de Vicente Alfonso sobre mi libro de ensayos El sueño no es un refugio sino un arma. Aquí el texto:
Contra la novedad como dogma
Vicente Alfonso
Las letras de hoy nacen en una peligrosa encrucijada. El intenso ritmo con que se suceden los títulos en las mesas de novedades y la continua reducción de espacios en donde se diseccionan los volúmenes, propicia cada vez más la circulación de comentarios breves y superficiales acerca de las obras literarias. Pareciera que para hablar de un libro ya no es necesario leerlo. Para desahogar el compromiso de evaluar una obra literaria basta conocer dos o tres anécdotas del autor y desgranar un par de cuartillas con lugares comunes, como señalar el “notable estilo”, la “experimentación con el lenguaje” y la “visión iconoclasta” del autor reseñado. Si a esto se agrega un juego de palabras armado a partir del título del libro, se tiene una reseña fresca, impecable, que puede ser citada en el café, en conversaciones de aeropuerto, en comentarios de elevador, siempre con el vértigo que impone la cotidianidad. En un alarde de concreción, muchas veces el analista se concreta a emitir, en un juicio sumario, una resolución veloz: “el libro es bueno” o “el libro es malo”.
La otra idea que participa en esta encrucijada es casi tan vieja como la literatura misma. Se trata del debate acerca del papel que juega el escritor en la sociedad. ¿Qué es la literatura? ¿Sirve para algo? ¿Debe el escritor comprometerse con la sociedad de la que forma parte? ¿Qué significa ser un escritor comprometido? “¿Escritores comprometidos? —respingará alguien desde el otro lado de esta página— dejémosle eso a Sartre, a Camus. Los problemas hoy son otros.” Y sí, hay quienes en las últimas décadas han intentado matizar esta discusión calificándola como un discurso en desuso, digno de un sitio definido en las galerías de la historia junto a los adoquines del muro de Berlín y al cadáver de Lenin. Sin embargo, un mínimo chapuzón en el tema nos revela que, lejos de ser un contrapunto superado, el problema del papel del escritor con respecto a la sociedad vive hoy uno de sus momentos decisivos.
Decir que un libro es un gran libro es en realidad no decir mucho. ¿Cuál es la diferencia entre un buen libro y uno malo? ¿Con qué criterios puede definirse esto? ¿Por la cantidad y el acomodo de adjetivos, por el suspense que se le imprime a las historias, por las dosis de besos y balas que consigna, por el número de ejemplares que vende? Por supuesto que el uso eficaz de las herramientas literarias se traduce en obras de mejor factura, del mismo modo que una adecuada combinación de colores y formas es necesaria para ser muralista. Pero tal como el arte de la pintura no se limita a tonalidades y figuras, las letras no se encasillan al uso de la sintaxis o a construcciones verbales ingeniosas. El dominio de las técnicas es apenas una condición necesaria, pero no suficiente para lograr la mejor literatura.
Rescato unas líneas de Mario Vargas Llosa para avanzar en el problema: “La gran literatura es grande no sólo por razones estrictamente literarias, sino porque en ella el talento, el dominio del lenguaje, la sabiduría en el uso de las formas sirven para que en nosotros se produzcan cambios, no solo como individuos amantes de la belleza literaria, sino como ciudadanos, como miembros de un conglomerado social”. Si la gran literatura es aquella que sirve para que en nosotros se produzcan cambios importantes, entonces un libro será más grande en la medida que detone en los lectores la necesidad de replantear su vida y la vida de su comunidad. Visto así, entre más preguntas siembra, entre más cimientos cimbra, un libro es más grande, es más necesario, está más vivo.
Entiendo que también esto sonará caduco e idealista para quienes estén impregnados del desencanto y el escepticismo que caracteriza el temple de ánimo de las corrientes que se llaman a sí mismas “posmodernas”. Ya vimos que la razón no era el camino, dicen. Las nociones de progreso y revolución ya no operan. Convencidos de la inutilidad de una literatura que cuestiona la sociedad en la que nace, hoy proliferan quienes teclean páginas y páginas que se quedan al margen de los problemas comunes a autor y lector. Resultan de allí libros incapaces de producir la comezón necesaria para observar y cuestionar el entorno. Pero entonces las preguntas insisten, revolotean, moyotes necios en torno a nuestra oreja: por qué leemos, por qué escribimos.
Como dije antes, estas interrogantes son viejas, pero eso no quiere decir que estén resueltas. Tampoco hemos logrado respuestas definitivas a qué es la vida o cómo se formó el universo. Un libro reciente que trata sobre física cuántica contiene esta aclaración: “No te preocupes si te provoca un dolor de cabeza. Nadie entiende a la física cuántica. Lo que importa es que las ecuaciones asociadas a estas ideas tienen muchas aplicaciones prácticas, que funcionan las entiendas o no” (Gribbin John, Física Cuántica, p. 34). La ciencia también tiene sus dogmas.
Asumimos que el hecho de vivir en una época nos confiere conocimientos. Ensoberbecidos, vemos por encima del hombro a las generaciones que jamás abordaron un avión, que no sabían curar la sífilis, que no conocieron el verso libre, que escribían maniatados por la censura de la Iglesia. Pero esa sensación de que vivimos en el límite del conocimiento se desvanece cuando queremos ejercerla en el nivel individual. Dicho de otra forma, nos jactamos de la estación espacial pero tenemos dificultades para arreglar el flotador del excusado. Admitámoslo: somos herederos, disfrutamos los avances residuales que, como benéficas migajas, saltaron de la lucha de otras generaciones contra las preguntas que no podemos responder. No somos mejores que el pasado, somos en parte producto de él.
Reconozcamos que nos frustra o nos aterra sentirnos en la búsqueda de las mismas respuestas que desvelaron a esos antepasados, quizá porque intuimos que tampoco nuestra generación logrará respuestas definitivas: queremos asumirnos en otra etapa, en otro escalón, y para eso lo más simple es negar que nos interesan los enigmas. Disfrazamos el miedo de apatía. Trasladando esta postura a lo literario, José Emilio Pacheco dice que “ya no hay grandes maestros porque nadie quiere ser aprendiz”. Es cierto: ser aprendiz implica heredar, junto con las técnicas y los secretos del oficio, las dudas de los maestros y el compromiso de hacer lo necesario para resolverlas.
A una literatura impregnada de la visión posmodernista correspondería una crítica hecha bajo los mismos códigos: instalados en la abulia y el conformismo, qué caso tiene explicar qué es la literatura, qué es la vida. Pero ante tal desgano hay quienes se atreven a seguir barrenando. La prueba más reciente es El sueño no es un refugio sino un arma, libro de ensayos de Geney Beltrán Félix publicado dentro de la colección Diagonal de la Universidad Nacional Autónoma de México. Compuesto por 24 textos distribuidos en dos grandes apartados, este libro se niega a conformarse con el dogma de la novedad y se mete de lleno con las grandes preguntas: por qué leemos, por qué escribimos, por qué es necesaria la crítica aún donde no hay lectores. Sin pretender conclusiones definitivas, Geney busca qué hay detrás de las respuestas inmediatas que pueden ir desde el mero entretenimiento –leemos para saber quién apretó el gatillo en una novela policiaca– hasta lo contrario: leemos para ver las palabras volcándose sobre sí mismas, convirtiendo a la literatura en una suerte de matraz que serviría para guardar el lenguaje en estado químicamente puro, donde quedan manifiestas las potencias del lenguaje y otras pirotecnias de laboratorio.
En El sueño no es un refugio sino un arma, Geney Beltrán explica por qué hay críticos que confunden novedad con inercia y aplauden los malabares verbales en el vacío como si se tratara de hallazgos genuinos. En el tercero de los ensayos, titulado “No narrarás”, esta idea aparece expuesta velozmente: en estos días el riesgo técnico es sinónimo de innovación literaria. Parece más meritorio saltarse las trancas y destrozar las reglas de un género literario que lograr productos bien armados a partir de las reglas establecidas. A esta visión, Geney contrapone sólidos argumentos: nos recuerda que al contrario de lo que ocurre con el color y el sonido, el lenguaje no sólo no está en la naturaleza, sino que nos separa de ella. La literatura es esencialmente humana. “La materia de toda narración estrictamente poderosa es lo humano, a secas” escribe. “Nadie escribe y nada se escribe desde el limbo, nadie toma la decisión de obedecer a la urgencia particular de la escritura si no es a partir del drástico descontento ante la experiencia vital. Y si se vive en un entorno de violencia, corrupción, mentira y cinismo, y si este panorama provoca en el escritor una desazón y rabia que rayan en la repugnancia, no hay menoscabo de lo artístico en plantear la literatura como una forma de acción posible, al menos en la forma de una crítica de esa realidad”, afirma. De allí parte para echar por tierra uno de los paradigmas de la literatura actual: que necesariamente más nuevo significa mejor. La novedad no tiene por qué ser un dogma en nuestras letras, aunque hay que agregar que tampoco lo contrario es ley: una novela no será buena sólo porque está escrita con las herramientas literarias que se usaban en el siglo XIX. El error está en tomar como virtudes o como defectos lo que en realidad son características.
Otro ensayo de este libro memorable es “La ciudad sin Racine”, que expone con tono desenfadado y ágil las condiciones de lo que Geney llama “bastardía intelectual”. Se trata de un mal que muchos hemos padecido. El autor relata cómo su hambre de lector tuvo que sortear los problemas de vivir en una ciudad del norte mexicano en donde los libros no son prioridad: “un grave problema radica en el hecho de que los temarios de las escuelas imponen una trasmisión de datos concernientes a la literatura, no las herramientas cognoscitivas que permitan su aprehensión crítica y su disfrute intelectual. Datos, sólo datos: fechas, nombres y títulos…”. Otra vez el dogma. Nos dicen qué es importante, pero omiten decirnos por qué.
Difiero con muchas ideas entre las que Geney propone en su libro. Comenta por ejemplo que hay escribidores capaces de redactar novelas que lo mismo hablen de ferrocarrileros que del Imperio de Maximiliano, sobre un dictador dominicano o un pintor francés; me parece que está confundiendo el tema con la anécdota. Pero tal como las fórmulas científicas suelen incluir su propia comprobación, El sueño no es un refugio sino un arma aboga por el derecho a equivocarse en un ensayo titulado “Derechos y contradicciones del crítico”. Más que un disclaimer, ese ensayo me parece la clave bajo la cual el libro debe ser leído: “No creo que un crítico deba ser irrefutable para tener valía (…) Iluso sería creer que el crítico es esa figura con cuyas ideas habremos de estar de acuerdo en toda ocasión”.
Geney baja a los críticos del pedestal y propone replantear la función de éstos como maestros de lectura. Eso implicaría en primer lugar que la crítica y las reseñas no se escribiesen para los autores –como usualmente ocurre en este país– sino para los lectores, aún cuando éstos existan sólo en el terreno de la hipótesis.
Pienso en las afirmaciones de Walter Benjamin, que en 1934 planteaba la necesidad de que los artistas, en especial los literatos, reflexionaran acerca del papel que juegan los creadores en la sociedad. “Un autor que no enseña nada a los escritores, no enseña a nadie”, escribió Benjamin en El autor como productor. En ese sentido, El sueño no es un refugio sino un arma es un magnífico libro, lleno de reflexiones útiles no sólo para escritores, sino para creadores y lectores en general, pues aunque esencialmente se trata de un volumen literario, en realidad son pocas las esferas de la vida que no pasan por las neuronas de este joven que combina con habilidad las labores del narrador, del ensayista y del editor. (Además de estos ensayos, Geney ha publicado el libro de cuentos Habla de lo que sabes, publicado por Jus, y es fundador de Páramo Ediciones). Hay en este libro muchas resonancias bíblicas además del “No narrarás” que parafrasea el quinto mandamiento católico. Esto no es simple pirotecnia ni rimbombancia hueca. Geney parece recordarnos el papel fundamental de la palabra escrita en la cultura, evocando libros sagrados como El Corán, La Biblia.
Afirmé al inicio de este texto que la literatura de hoy nace en un cruce peligroso, en un momento arduo. La tentación del juicio fácil conjugada con el desuso del debate acerca de la tarea del escritor propicia que olvidemos que la mejor manera responder a la aparición de un libro es enfrascándonos por propia voluntad en las ideas que contiene, discutiendo con éstas, negándolas o dejando que detonen cambios importantes en nuestras vidas. Sirva esta reseña como invitación a que cada quien realice su lectura de este libro, no como el atropellado resumen que nos pedían los maestros en la escuela para comprobar que repasamos la lección.

viernes, julio 09, 2010

Habla con la tripulación

Hace poco menos de dos meses sostuve una conversación con Javier Moro y Moon Rider, sobre mi libro Habla de lo que sabes, para el programa Tripulación nocturna, de Radio Efímera. El podcast se puede ahora descargar en esta dirección.

Mijail Lamas: taller de poesía en la ciudad de México

TALLER DE ALQUIMIA POÉTICA
Impartido por: Mijail Lamas
Sábados de 10 a 12 hrs.
Costo: 400
OBJETIVOS:
Este taller busca transmitir a los asistentes las herramientas teóricas para la comprensión y crítica de la poesía, así como el conocimiento y la comprensión de los instrumentos de la preceptiva poética que detonen la escritura de los asistentes.
DESCRIPCIÓN:
Cada sesión del taller desarrolla temas y elementos teóricos que a su vez proponen actividades prácticas de la alquimia de la escritura poética, de tal manera que se articule en cada sesión el conocimiento profundo de la materia. Algunos de los temas a desarrollar son el lenguaje figurado, las vanguardias, la experimentación, así como algunas formas métricas y estróficas de la lírica culta y popular que a su vez deberán practicarse, utilizando ejemplos reconocidos de la tradición poética en lengua española. En la segunda parte de la sesión se realizarán ejercicios de escritura poética y se discutirán los trabajos que los asistentes aporten.
PRIMERA PARTE
-La poesía en la vida diaria
-El lenguaje figurado (elementos de retórica y poética).
a) Figuras de palabra
b) Figuras de pensamiento
-El verso, la rima y el ritmo:
a) El octosílabo y sus formas estróficas
b) El heptasílabo y el alejandrino castellano.
c) El endecasílabo y sus formas estróficas
d) Otras estructuras rítmicas (versificación paralelística y pies métricos)
f) La silva castellana y el verso libre.
SEGUNDA PARTE
-Las vanguardias latinoamericanas
a) Antecedentes, poéticas y manifiestos (Futurismo, Dadaísmo, Surrealismo, etc.)
b) El Estridentismo y el grupo de Contemporáneos
c) La poesía de Paz, Vallejo y Girondo.
d) Concretismo y Neobarroco
-Elementos de poesía experimental
-Poéticas
INFORMES Y REGISTRO en Donceles 66, Centro Histórico, México, D.F., cerca de Metro Allende y Metro Zocalo. Tel. (55) 9150 14 65, ljerkov@jus.com.mx, preguntar por Laura Jerkov.

jueves, julio 08, 2010

Los magisterios

El número de julio de la Revista de la Universidad de México incluye mi texto crítico «Los magisterios», sobre el libro La guerra fue breve, de Gabriel Bernal Granados. Esta edición incluye también el ensayo «Paredón», de Nadia Villafuerte, así como materiales en torno a Carlos Monsiváis, José Saramago, Bolívar Echeverría y Gabriel Vargas.