lunes, abril 25, 2005

Reseña de El biógrafo de su lector

Pablo Martínez Lozada publicó en la revista Latinoamérica (número 37, 2003/2, pp. 413-416) una reseña de mi libro El biógrafo de su lector.

Geney Beltrán Félix, El biógrafo de su lector. Guía para leer y entender a Macedonio Fernández, México, Conaculta / Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, 2003 (Fondo Editorial Tierra Adentro, 258), 212 pp.

Pablo Martínez Lozada

Al leer libros como éste se agradece que aún existan premios que otorguen al ganador la publicación de un original inédito, pues El biógrafo de su lector es la típica pesadilla de un dictaminador: una obra clara, original, inteligente, realizada con un sentido del humor más que bienvenido, que cumple tanto en el análisis sesudo del tema en cuestión como en la escritura precisa y elegante, pero que comete el gran pecado de estudiar a un escritor del que todos han oído hablar pero que casi nadie lee. ¿Cómo publicar una obra así? Por fortuna, Geney Beltrán Félix recibió por esta Guía… el Premio Nacional de Ensayo Joven José Vasconcelos 2002, así que ya no es necesario plantear esa pregunta.
Aunque El biógrafo de su lector se anuncia como un estudio general sobre la obra de Macedonio Fernández (1874-1952), el grueso del libro es una lectura crítica de Museo de la novela de la Eterna (1967). El resto del corpus macedonio se analiza en términos de esta obra cumbre: así, las paginas dedicadas a No toda es vigilia la de los ojos abiertos (1928) se encargan de analizar las ideas metafísicas de Macedonio como preámbulo al estudio del papel que juegan en Museo…, pues “toda la obra literaria de Macedonio tiene como justificación postular un idealismo absoluto. Y de aquí nace su dificultad mayor. Sólo con el conocimiento de sus ideas metafísicas se ilumina ventajosamente la comprensión de sus ideas estéticas y de su exigente literatura” (p. 14).
Los primeros capítulos, entonces, están dedicados a No toda es vigilia…, los poemas y Papeles de Recienvenido (1929) en función de la obra novelística de Macedonio Fernández. La inquietud de este primer análisis es explicar la metafísica y la estética como claves de su narrativa. Si bien la metafísica macedoniana se expone brevemente en términos de otras filosofías, es en el examen de la teoría estética donde se halla lo más cercano a una discusión académica en todo el libro. Al hablar de la estética del argentino, Geney Beltrán establece una serie de paralelismos entre el autor y los formalistas rusos. Estas páginas pueden despistar al lector: aunque resulta claro que lo que se quiere es resaltar la originalidad y vigencia de los planteamientos de Fernández, lo cierto es que en un primer acercamiento esta parte del libro parece no estar del todo articulada con el resto. Sólo un examen más detallado permite entender el propósito de estos párrafos: situar al autor en la discusión estética de las vanguardias (hecho importante para alguien cuya cronología es engañosa, pues nunca se preocupó por la publicación de su obra) y demostrar el papel central que juegan las inquietudes estéticas de Macedonio en el centro de todos su textos.
Las paginas dedicadas a Papeles de Recienvenido y a la obra poética son mas bien someras, pero cumplen con el cometido de exponer con brevedad la teoría del humorismo conceptual y el idealismo que se muestra en los poemas de Macedonio: se trata de dos pasos intermedios, que preparan para el lector impaciente la entrada a la interpretación de Museo de la Novela de la Eterna.
La tercera y cuarta partes de la obra contienen el meollo de la exposición: la explicación de cómo, a través de las digresiones, los prólogos interminables, los juegos metaliterarios, logra el novelista producir en el lector un efecto estético que lo lleve a concluir “la negación metafísica de la realidad y la afirmación de la inmortalidad del ser” (p.192).
Se dice fácil. Pero tal efecto sólo puede comprenderse cabalmente conociendo las ideas filosóficas de Macedonio: de ahí la virtud y utilidad del libro de Beltrán. No estamos sólo ante un análisis riguroso de personajes y estructuras: El biógrafo de su lector presenta un verdadero mapa de ruta para leer Museo… sin tener que detenerse en interminables notas eruditas. Partiendo de la premisa de que Museo… es, a simple vista, una obra “fallida, mas actual” (p. 210), el análisis de Beltrán es una seductora invitación a la lectura de la obra mayor de Macedonio enfocada, precisamente, en las áreas que hacen esa lectura más engorrosa el lector común: la digresión, la disquisición metafísica, la estructura aparentemente deshilachada de la novela se muestran aquí no como defectos, sino como las piezas esenciales para entender el sentido de lo que se ha visto como un libro reservado para escritores y especialistas.
De ahí surge la pregunta más pertinente: ¿quién es el lector de este libro?
El grueso del público estará formado, sin duda, por profesores y estudiantes interesados en las vanguardias latinoamericanas. Aunque el libro no es académico (salvo, quizá, en la discusión sobre el formalismo apuntada más arriba), tiene la virtud de estar argumentado con todo rigor y –sobre todo– de incorporar los principales estudios que hasta ahora se han escrito sobre Macedonio Fernández. Esta labor por sí sola es valiosa: la síntesis bibliográfica debe ser una de las primeras metas que cumpla cualquier libro que sirva de introducción a la obra de un autor. Existe más de un curso de literatura latinoamericana en el cual se estudia a Macedonio, aunque sea de forma muy somera: se antoja que El biógrafo de su lector pueda convertirse en referencia importante para dichos cursos.
El otro tipo de lector parece menos natural, y es precisamente al que se debe invitar a esta lectura. Al contrario de lo que sucede normalmente con las obras críticas, es recomendable leer El biógrafo… antes de leer a Macedonio, y no después: los lectores se enfrentarán con menor desconcierto a las páginas de Museo... si están preparados para enfrentar sus obstáculos más notables. El presente libro es una magnífica invitación a la lectura de un escritor que se conoce demasiado poco, pero cuya lectura ayudaría, entre otras cosas, a situar mejor en su contexto la narrativa argentina del siglo XX.
Para terminar, unas líneas sobre el título. Beltrán apunta que Museo… dibuja una “biografía del lector” porque éste no está preparado para leer una novela tan original e innovadora. El juego, sin embargo, no termina con Macedonio: Beltrán lo incorpora de manera muy sutil para insertarse, cual los personajes de Ricardo Piglia, en el mundo (¿real? ¿ficticio? ¿importa?) de la novela de Macedonio. En primer lugar, desliza en puntos distintos de su obra apóstrofes al lector de inocencia aparente: “paciente lector”, “lector cuidadoso”, etc. Lejos de establecer una simple relación de complicidad, esto permite al ensayista jugar el juego macedoniano: calificar al lector vale lo mismo que inventarlo; Geney Beltrán es, también, un biógrafo de sus lectores.
En segundo lugar, si el autor comparte su “recorrido personal macedoniano” (p. 17), lo hace como lector de Macedonio, vale decir biografiado de Macedonio. Como el protagonista nabokoviano que, con el pretexto de publicar una biografía de Chernishevsky, presenta al mundo literario de los emigrados rusos un autorretrato deslumbrante, Geney Beltrán nos ha dado un libro que, con el pretexto de introducirnos a la lectura del incomprendido escritor argentino, también nos dice mucho de su lector: un crítico agudo y sensible, un profundo pensador de la literatura, un escritor ameno, preciso e incisivo. Como primer libro, promete sin duda muchísimo.