La 
negativa del investigador literario a censurar o alabar una obra es incomprensible cuando se trata de la literatura 
contemporánea. ¿Qué función tiene encontrar redes de significación en libros 
técnica y retóricamente deficientes? ¿Por qué el crítico ha de renunciar a su 
trabajo 
de orientar al lector en esa avalancha de novedades, donde, sabemos bien, un 
alto porcentaje es basura, debido a que el interés de las editoriales (muy comprensiblemente) es 
mercantil y no de promoción del arte? El crítico que arriesga su palabra censurando una obra 
no se muestra mezquino con el colega sino generoso con el lector: dedica tiempo, 
reflexión y trabajo para llevarlo a lo que realmente lo enriquecerá 
intelectualmente, y ahorrarle el encuentro con aquello que sólo será una estafa.