lunes, mayo 15, 2006

Insistencia

No, no sé mucho de rebeldes. Acaso, que rebelde es hoy el nombre de un grupo musical y una telenovela estupidizante sobre hijos de papi, juniorcitos caprichosos, y Revolución sólo una avenida al sur de la ciudad de México, justo donde se hallan las oficinas del Programa Tierra Adentro. Triste el destino de la palabra rebelión en México, hoy en día.
Sé, sin embargo, que Marcos está diciendo lo que nadie más: desde hace tres años, desde hace cinco años y medio, ha dicho lo que hoy es más claro: la democracia mexicana ha sido traicionada. Ha señalado a la izquierda oficial, la del PRD, como una mafia política venal y veleidosa, prostituida y traicionera. Ha señalado la corrupción del sistema partidista en su conjunto, y ha insistido en las injusticias de la fallida transición democrática. Ha dicho estas cosas sin morderse la lengua, sin pisarse la cola: creo que tiene razón y que es necesario e importante que esto se siga diciendo, aunque de nada sirva ni servirá a fin de cuentas.
¿Hay lugar hoy para la violencia revolucionaria? De regreso de un siglo de mitos y dogmatismos, de revoluciones traicionadas, purgas y manipulaciones de la verdad histórica, no es dable creer en la posibilidad de la violencia revolucionaria. Tú, que conoces la historia de Marioralio, habrás entrevisto en esas páginas el miedo a ese futuro probable. Es miedo y no deseo. Reconocimiento y no esperanza de una posibilidad. Pero realmente, ¿cómo saberlo? Temo, presiento la amenaza de una guerra civil. Las circunstancias están dadas para una rebelión general, pero, y en eso tienes razón (una vez lo dijiste) a final de cuentas nada pasará, nada cambiará. Es ingenuo creer en la gente, ver en el pueblo otra cosa que no sea una muchedumbre oprimida, deseducada, corrompida también, inconstante, aprovechada y estúpida.
Hace doce años la moda era ser neozapatista, creerle todo a Marcos. Lo recuerdo, yo estaba en la Fac de Filosofía, muchos iban a Chiapas en las caravanas zapatistas, hacían colectas, todo eso. Desencantado desde entonces, acusaba yo entonces a Marcos de un iluso, un fanfarrón o un manipulador.
Hoy la moda no es Marcos. Hoy la izquierda arribista, la izquierda del votar-por-el-menos-malo, la izquierda cínica está con el autoritario, mentiroso, voluble, abusivo, cínico, trepador, irrespetuoso, fascista y exiguo de entendederas Andrés Manuel López Obrador, a quien se le perdona todo porque enfrente se halla el chamuco: Salinas, Falderón, Fox, Marta, Diego, Abascal, la ultraderecha, los tecnócratas, los lacayos de los ricos. Hoy la izquierda ingenua está con Patricia Mercado y su partido deforme, esos ejemplares parásitos del sistema de partidos, la minoría que, al no tener que perder sino el registro, toma las banderas del 2% de votantes: la legalización de la mariguana, la despenalización del aborto, la equidad de género, el matrimonio de homosexuales, aun sabiendo que, incluso con 5 diputados en el Congreso, sus propuestas liberales —por lo demás urgentes— no encontrarán el menor eco de nadie, ni de la sociedad ni de los demás partidos, para volverse ley y tal vez realidad; si Patricia Mercado tuviera el 30% de preferencias en las encuestas, ¿defendería esas banderas?
Hoy la moda es defender al Peje López Obrador, escoria en un medio de escorias, de los ataques sucios de la ultraderecha. Y a la ciudad de México ¿quién la defendió del despotismo del Peje, su falta de transparencia, sus amigos corruptos, su arbitrario uso de la justicia, su desprecio por la cultura, su desconocimiento de las necesidades verdaderas de los habitantes de la capital (mejores empleos, mejores opciones de vivienda, mayor seguridad, mejor transporte público)?
De regreso a Marcos. Él entendió que dentro de la democracia (y disculpa que no use comillas ni cursivas, pero esa palabra, hay que aceptarlo, ha sido siempre, desde la era de Pericles, un lobo con piel de oveja, si bien, quizá, el lobo menos malo de todos) la violencia revolucionaria se volvía por entero inefectiva, si es que alguna vez fue lo contrario. ¿Hay lugar para violencia revolucionaria, hoy en este país?, insisto. ¿Hay manera de despertar a las masas jodidas para que subviertan el orden inmoral y corrompido de nuestro tiempo? ¿Hay forma de que la rabia contenida, la humillación sufrida una y otra vez por los de abajo hallen expresión violenta y transformen la historia? No creo. La violencia se dará como en San Salvador Atenco hace dos semanas: estallidos de coraje súbitos, incontrolados, inefectivos, ante los cuales se usará, sin piedad, la fuerza policiaca de un Estado protofascista como el nuestro.
Más que un hecho, el rebelde habrá de volverse un testimonio. Eres muy serio, no te gusta la frivolidad. Eres más moralino que yo, en cuyo blog rabioso faltan la ironía y las fotos, como dijo Groucho. ¿Marcos se reduce a presumir sus piernas, a seducir con gracejadas a los reporteros europeos? ¿Eso es todo el neozapatismo? No peques de parcial. Marcos entendió que la única forma de dignificar la lucha rebelde era perpetuarla en la palabra, volverla cuestionamiento moral y así, entonces, hacer imposible, alejar, no volver prioridad la llegada al poder. A través de la sola palabra jamás derrocará nadie ningún sistema político.
No sé de rebeldes, cierto. ¿Remordimiento de pequeñoburgués? Ajá, pero no es culpa mía. Fue la cigüeña, es todo. Pero el remordimiento, la candidez, la desmemoria vienen no de quien compra baratijas en Liverpool: vienen de la envidia. Es el reconocimiento de la imposibilidad propia para, sin contemplaciones, romper con la sociedad corrompida y acusarla, hostigarla, confrontarla. No, no es una moda: hay el desencanto, hay la furia. Existe en mí esa obsesión de la búsqueda sobre el cómo cambiar el mundo: Darío Aspettani se va a la Sierra Sureña a repartir medicinas, libros, alimentos; Poza reescribe correspondencia para separar el mal del bien; Marioralio sueña con una Guerra. ¿Cómo cambiar la realidad? Buscando, quizá, la verdad. Inútil, terca, fastidiosamente. Significa el rechazo, entraña el disgusto de quien escucha. Así le iba a los incómodos profetas frente a los reyes impíos de Judea. Como el héroe imposible de Ibsen, el enemigo del pueblo —héroe del martirologio futuro— es quien dice la verdad. Y la verdad, acaso, sí existe; decimos que no porque es, cómo negarlo, intolerable.