En la Batalla de las Termópilas, el ejército persa comandado por Jerjes derrotó a los griegos; la derrota terminó con la muerte trágica del líder espartano, Leónidas, cuyo cuerpo fue ultrajado con el beneplácito del rey de los bárbaros. El siguiente episodio, la gloriosa Batalla de Salamina, conoció el triunfo de las naves griegas, lo que propiciaría la retirada de Jerjes a Sardes, sus dominios seguros en Asia Menor. El persa dejó sus tropas a cargo de Mardonio, reiteradamente pintado por el parcial Heródoto como un hombre impío e impulsivo. La debacle final de los invasores habría de tener lugar en tierra, el otoño de ese año 479 a.C., en Platea. El espartano Pausanias, homónimo del muy futuro autor de la Descripción de Grecia, lidera la coalición griega.
El siguiente fragmento —que llega ustedes gracias al patrocinio libresco de mi amigo entrañable Roberto, a quien este blog y su autor rabioso le deben más de una— refiere hechos inmediatos a la caída persa y muerte de Mardonio. El traductor de la Biblioteca Gredos, Carlos Shrader, consigna en sus copiosas y eruditas notas cómo la fuente de este episodio tendría un prejuicio contra Egina, potencia marítima y rival desde siempre de Atenas. Además, buscaría limpiar la imagen del caudillo Pausanias, quien años después abandonaría Grecia para servir a los persas. Por lo demás, la Historia del apasionado Heródoto, no hay que olvidarlo, se hacía partícipe del naciente y complejo orgullo panhelénico. Uno de sus valores, la piedad y el rechazo de la barbarie.
Por cierto que en Platea, en el contingente egineta, se encontraba Lampón, hijo de Píteas, que era uno de los principales personajes de Egina. Este sujeto, abrigando un propósito extremadamente impío, corrió a entrevistarse con Pausanias y, a su llegada, se apresuró a decirle lo siguiente: «Hijo de Cleómbroto, acabas de realizas una gesta de una magnitud y una brillantez colosales, y la divinidad te ha permitido salvar a la Hélade y conseguir, que nosotros sepamos, una gloria muy superior a la de cualquier otro griego. Culmina, por consiguiente, tu hazaña, a fin de te aureole una notoriedad mayor, si cabe, y para que, en lo sucesivo, a la hora de incurrir en actos incalificables contra los griegos, todos los bárbaros se abstengan de tomar la iniciativa. Como quiera que, a la muerte de Leónidas en las Termópilas, Mardonio y Jerjes ordenaron que le cortaran la cabeza y que la clavasen en un palo, si tú, en reciprocidad, haces lo mismo con el primero de ellos, serás elogiado, ante todo, por la totalidad de los espartiatas, pero también lo serás por el resto de los griegos, ya que, si mandas empalar a Mardonio habrás vengado a Leónidas, tu tío paterno». Esto fue lo que dijo Lampón en la creencia de que su sugerencia agradaría a Pausanias, pero éste le respondió en los siguientes términos:
«Extranjero egineta, agradezco tu deferencia y tu preocupación por mi persona, pero la idea que has propuesto no es atinada, De hecho me has encumbrado a gran altura, haciendo lo propio con mi patria y mi hazaña, y luego me has reducido a la nada al aconsejarme que ultraje un cadáver y al pretender que, si así lo hago, mi fama se verá acrecentada: tal proceder es más bien propio de bárbaros que de griegos, y es algo que les censuramos. Desde luego, ojalá que, si de ello depende, no cuente yo con la aprobación de los eginetas y de quienes toleran esos desafueros; a mí me basta con practicar la piedad, de obra y de palabra, con el beneplácito de los espartiatas. Y por lo que se refiere a Leónidas, a cuya venganza me instas, proclamo que ya ha sido sobradamente vengado: lo ha sido, tanto él como los demás que perecieron en las Termópilas, con el homenaje de las innumerables vidas de los aquí caídos. Tú, por tu parte, no vuelvas a darme consejo alguno; es más, debes estarme agradecido por no ser castigado.»
Heródoto, Historia, IX, 78-79