viernes, abril 28, 2006

Blablablá

Por una de esas cosas raras, me llega mucho mail del medio cultural: cartas abiertas, invitaciones de todo tipo (presentaciones, mesas redondas), noticias generales. Ahora me llegó esta, ¿cómo llamarle?, propuesta de reestructuración del Sistema Nacional de Creadores de Arte.
Me apena estar en desacuerdo con los promotores de este escrito. El SNCA debe desaparecer, el Estado no debe dar becas ni premios, y los artistas deben olvidarse de esa noción acrítica de que el arte es útil para la sociedad y, por lo tanto, de que el Estado debe apoyar a sus creadores. Es deshonroso plantear siquiera la idea, roughly speaking, de que el arte ayuda a la economía. ¡Qué servil el artista que quiere justificarse ante los tecnócratas! «¡Uy!, sí, mis creaciones son tan importantes para la economía como las exportaciones de jitomates!» No, el arte no tiene por qué ayudar en nada a la sociedad, el pueblo, la nación, ni a ninguna de esas monsergas tomadas del discurso de los políticos. El tiempo de los aedas, los juglares, los tlacuilos y los poetas cortesanos, debe quedar atrás. El arte, cuando mucho, puede servirle al individuo, desde una libertad extrema.
Fuera de eso, es saludable que la sociedad expulse a sus críticos (todo artista lo es) de la nónima. Únicamente de esta forma podrá el arte renegar de su ligazón con su época, desde el rechazo, la confrontación y el desconocimiento.



HACIA UNA REESTRUCTURACIÓN

DEL SISTEMA NACIONAL DE CREADORES

1. Tal y como opera en la actualidad, el Sistema Nacional de Creadores de Arte (SNCA) presenta una clara insuficiencia: en términos temporales, sólo cubre una mínima parte de la actividad creativa de quienes lo conforman.

2. Desde un punto de vista estructural e ideológico, para pensar en una reestructuración del SNCA no es inapropiado tomar como referencia al Sistema Nacional de Investigadores (SNI). Es del todo estimable que, en un país con las carencias sociales del nuestro, el Estado impulse la investigación científica. El SNI fue organizado por el Estado mexicano para “premiar” de manera permanente la actividad de investigadores adscritos a universidades y otras instituciones de educación superior, así como a organismos dedicados a la innovación científica y tecnológica. En el caso del SNCA, ese mismo Estado se limita a “apoyar” durante tres años a un conjunto de creadores que se comprometen a realizar determinados proyectos. Cumplido ese lapso, los creadores del caso quedan fuera del sistema y sólo pueden reintegrase a él, parcial y provisionalmente, bajo ciertas condiciones.

  1. Nada justifica que el Estado mexicano actúe en el terreno de la ciencia y la cultura como si se tratara de una comunidad de primera, integrada por quienes producen ciencia y tecnología, y una de segunda, constituida por quienes generan arte y literatura. Se parte de la certeza de que la investigación científica habrá de redituar utilidades de importancia. En cambio, hay instancias que tienen la seguridad arbitraria –y falsa, en los hechos– de que la elaboración de buenos poemas, dramas, pinturas, fotografías y obras artísticas en general, no genera beneficios que justifiquen inversiones que la alienten y protejan. Al medirlo con la vara única de los rendimientos económicos, para las instancias mencionadas todo el mundo del arte es poco menos que inútil, sin tener en cuenta que la cultura es un bien del más elevado interés nacional.
  2. Desde la perspectiva de los amplios sectores que se niegan a reducir sus vidas a los límites de la ciencia, la tecnología y la economía, esta posición es inaceptable. Los bienes culturales son imprescindibles en toda sociedad. Pero, en el caso de las formaciones sociales complejas como la nuestra, lo son en un grado mayor, dado que sus repercusiones favorables alcanzan el plano de la economía y el desarrollo social. Diversos organismos internacionales (la UNESCO y el Banco Interamericano de Desarrollo, entre otros), han auspiciado investigaciones donde se demuestra que una actividad cultural seria es un factor determinante para el desarrollo económico y social, en la medida en que la producción editorial, audiovisual y artística favorece la confianza de los capitales, contribuye a la generación de empleo y fomenta las exportaciones.

Este argumento ya es suficiente para demandar a las instancias del caso una reconsideración de la importancia de la cultura en nuestro país y, en consecuencia, un reconocimiento más decidido a quienes la producen con su ingenio y su esfuerzo cotidiano.

  1. No es difícil constatar que en México, como en toda América Latina, los agentes implicados en la producción de capitales menosprecian la dimensión cultural de la existencia humana, al punto de ignorar sus potencialidades económicas. En el caso de México, estos sectores ratifican así una especie de histórica irresponsabilidad social. Ya desde el siglo XIX, las ambiciones meramente materiales de los principales actores económicos propiciaron un claro protagonismo del Estado en el desarrollo educativo y cultural del país. Pero la globalización en curso, vinculada a la aplicación de políticas neoliberales, actúa como una corriente que pretende arrastrar, incluso al Estado mexicano, hacia la orilla del desinterés y la falta de compromiso con nuestro pasado y nuestro futuro cultural. La avidez de los sectores que controlan los procesos económicos, estimula la creciente desvinculación del Estado respecto al arte y la cultura, tendencia que se puede calificar de suicida, en tanto que, como se ha dicho, sin un desarrollo cultural consistente ni siquiera funciona bien la economía.
  2. La constitución del SNCA es una de las manifestaciones más significativas del compromiso del Estado con la cultura. Pero algunos de los rasgos que caracterizan a este sistema, así como ciertas iniciativas orientadas a su reordenación, son expresiones de la tendencia opuesta: la propensión al “adelgazamiento” de la presencia cultural del Estado. El escaso reconocimiento que el Estado le otorga a los creadores y, sobre todo, la asimetría respecto al respaldo que le brinda a los investigadores a través del SNI, son una comprobación de lo dicho. Lo son, asimismo, las modificaciones que se han venido introduciendo en el esquema de admisión y permanencia del SNCA, destinadas a hacer rendir al máximo unos recursos empequeñecidos en términos reales.
  3. Por todo lo anterior, es inaplazable la reconversión del SNCA en un sistema coherente. Sin considerar que este organismo deba ser la copia al calco del SNI, apelamos a los principios de analogía y de simetría relativa. Si existen dos comunidades reconocidas, la de los investigadores y la de los creadores, es razonable esperar que las entidades alentadas por el Estado para estimular y proteger su desarrollo sean iguales en lo esencial. Dicho de manera más precisa, también el SNCA debe incluir de manera permanente a los escritores y artistas cuyas obras lo merezcan, de acuerdo al dictamen de las comisiones evaluadoras correspondientes. El SNCA, sin embargo, debe conservar su carácter de sistema abierto. Todos los creadores que cumplan con los requisitos exigidos deben tener derecho a solicitar su ingreso. El cambio de un sistema de integrantes temporales a uno de miembros permanentes se concretaría dando cabida a todos los creadores que hayan pertenecido a él, para lo cual deben presentar los proyectos del caso y someterlos a la evaluación de la instancia responsable. La admisión al SNCA, así como la permanencia en su seno, deben responder a criterios establecidos y aplicados de forma transparente. Tanto la normativa existente en el SNCA como los organismos que hasta ahora funcionan, se tomarían como antecedente de valor innegable, de modo tal que se aproveche lo que tengan de positivo en la nueva situación y se adopten las novedades del caso.
  4. La reconversión estructural del SNCA se reclama como un acto de elemental equidad. No es justo que una comunidad –la de los cradores de arte– reciba, por parte de un mismo poder público, un trato social distinto al que se le dispensa a su equivalente. Por supuesto, la nivelación que aquí se demanda jamás debe darse aplicando a los que están mejor las pautas que afectan a los que están peor. A este criterio de justicia por simple equiparación de comunidades equivalentes, se le suma el de la justicia basada en la valoración de un hecho incontrovertible: que los escritores y artistas que nos esforzamos por crear obras de calidad somos parte de las fuerzas que generan la riqueza nacional. Exigimos un reconocimiento suficiente y respetuoso, en el entendido de que ese trato tendrá como contrapartida una labor que fructifique en obras que sigan enriqueciendo el patrimonio cultural del país.

Por último, a las anteriores apelaciones a la justicia se suma otra que va más allá del ámbito inmediato de los creadores. Es harto conocido el hecho de que los recursos públicos del Estado mexicano ha despertado la codicia de grupos económicos trasnacionales, en detrimento de los sectores más necesitados. Los dineros de por sí exiguos que se destinan a la ciencia, la innovación tecnológica y la cultura, han venido siendo canalizados, en proporciones alarmantemente altas, en beneficio de proyectos ajenos al interés nacional. Esta grave realidad debe subsanarse cuanto antes, de manera que áreas parcial e inadecuadamente atendidas por el Estado, como el de la actividad cultural, cuenten con un mayor apoyo efectivo.

9. Un proceso de reestructuración del SNCA se daría mejor en un contexto de redefinición general de la política cultural del Estado. Sin embargo, sería un grave error supeditarlo a esta condición. El SNCA puede y debe reestructurarse sin necesidad de esperar a que se aprueben nuevas normas que regulen la actividad cultural en el país.

México, DF, febrero de 2006