Verónica Murguía
Cuando voy al salón de belleza hojeo revistas que nunca leería en otras circunstancias: ¡Hola!, Tv notas, Kena y cosas por el estilo. Casi siempre, la bobería de los entrevistados combinada con la prosa brutal de los redactores se confabulan para que lo leído se olvide cinco minutos después de cerrar la revista; pero esta semana el destino me deparó leer varios ejemplares de una publicación donde a la mala escritura y la tontera se suman la arrogancia y el cinismo. Muy irritante. La revista es Caras. En ese catálogo de chabacanería pude constatar que la vulgaridad de ciertos sectores de la burguesía mexicana es algo colosal. Sé que generalizar es abusivo, así que subrayo lo de ciertos sectores.
Hay, por ejemplo, una columna dedicada a la corrección del lenguaje, escrita por un tal doctor Protokol, en la que se denuncian "las barbaries lingüísticas que las catacumbas de las clases populares, medias, nuevas ricas y wannabes expresan en su diario y ordinario comunicar". Como yo soy un ejemplar medio de la clase media, me puse a ver qué digo mal, aunque los renglones citados debían haber bastado para advertirme que el doctor Protokol no sabe redactar ni una lista de súper. Al terminar de leer me di cuenta de que el autor trata de ser simpático, pero sólo logra demostrar que no tiene ni la más vaga idea de cómo poner en orden sujeto, verbo y complemento.
Entonces recordé aquella escena de Annie Hall, la película de Woody Allen, en la que aparece Marshall McLuhan poniéndose como chancla a un pelmazo que peroraba sobre él en la fila del cine. Con la revista abierta sobre las rodillas, el pelo mojado y dividido en secciones, me imaginé a Dámaso Alonso haciendo polvo al doctor Protokol, en —tuve que copiar a Woody Allen, pues no se me ocurrió otro espacio donde estos dos personajes pudieran coincidir— la cola del cine. Pero es imposible. No sólo porque Dámaso Alonso murió en 1990; también porque, si la ignorancia del doctor Protokol es tan perfecta como lo demuestra su columna, no sabría qué hacer en una clase de redacción, ni aunque la dictara Dios.
Pero la ignorancia de esta gente es lo de menos. Leer las declaraciones de una señorita que afirma que es tan sociable que "puedo conocer a varios tipos de gente, desde mi chofer hasta quien quieras", o de una pintora que es además "poeta desde los doce años", puede ser divertido. Sólo que la misma impudicia que descubre la estupidez devela la arrogancia, y eso sí es repelente. A saber: el actor de telenovelas Jaime Camil afirma que "me gustaría ser billonario de un emporio así como el Virgin, ser como Richard Branson, porque luego en México hay el típico gato con tres varos que se cree…" (las cursivas y la pregunta son mías: y él, ¿qué se cree?).
Camil dice que su actor favorito después de él mismo —qué ingenioso— es Jeremy Irons. Me imaginé a Irons caracterizado como su personaje en La misión, regañando a Camil por clasista. Después de todo, Irons es patrocinador de una monja llamada Elaine McInnes, que hace trabajo social en las prisiones de Inglaterra y Filipinas. El actor asegura que su interés por la labor de McInnes se originó en conversaciones que sostuvo con ella durante un curso de meditación. ¿Acerca de qué platicaron? Según el Toronto Star, de la responsabilidad de los ricos con los pobres.
Otra perla: cuando le preguntan dónde compra su ropa, la "reportera" Marion Lanz Duret contesta: "Hecali, Electra, Suburbia (risas); no ya, en serio Soho, Nueva York."
Estas personas parecen ignorar dónde viven, y si lo saben, les vale. Lo digo porque en la sección Backstage aparece el ex presidente Salinas en una comida que le ofrecieron en la Hacienda de los Morales para que "platicara de su experiencia como presidente de México". Como si fuera el Benemérito de las Américas.
Hay una expresión griega que me interesa mucho: hybris. Es el exceso, la arrogancia, el pecado más generalizado en las tragedias clásicas, castigado implacablemente por los dioses. Pecado de héroes y de reyes, compartido en este caso con juniors mediocres y mujeres ociosas, combina muy bien con otra palabra que viene del griego: catástrofe, la puesta del mundo al revés.
Así, la señorita Lanz sería convertida en una empleada que desempeñara un trabajo duro en Hecali. Jaime Camil perdería totalmente el dinero que lo arropa, y tendría la obligación de ganarse el pan con su modestia y sensibilidad. O sea, morirse de hambre.
Publicado en La Jornada Semanal el 9 de abril de 2006.