Héctor Iván González publica un texto crítico de mi novela Cartas ajenas en la revista Crítica, número 145 (septiembre-octubre).
Aquí un párrafo:
Cartas ajenas es atractiva y arriesgada, incluso, puede ser demasiado arriesgada para ciertos lectores, aquéllos que buscan algo que Daniel Sada llama, la “escritura mema”, porque Geney se va por el nocaut y juega en el último tramo de la novela con sus propias reglas –escribo ‘juega’ en tanto que trampea, engaña y busca concesiones– cuyo resultado es la deliberada descomposición de la realidad. Es decir, a medida que su personaje va tocando el fondo de la experiencia, y a la vez de un estado mental, el lector puede presentir una suerte de desquiciamiento, una corrosión del lenguaje que se amalgama con la oxidación de la trama. Hay en las últimas páginas una descomposición o desvirtuación que se percibe en algunos momentos. Pensaría un poco en logros del Sabato más osado, de un Onetti rodeado de jeringas de mezcalina o de un Dostoievsky desdoblándose y percibiendo el divorcio entre su versión de la realidad y la realidad misma, tal y como debieron sentir Althusser al aflojar la corbata que le arrancó el aliento a Hélène o el restallar del cuerpo de Celan al sentir la brevísima resistencia de las aguas del Sena. Y se me ocurre que la intromisión de Marioralio en las correspondencias ajenas es debido al mismo móvil que mueve al lector contemporáneo a adquirir y leer los epistolarios de sus autores, la cual radica en una profunda soledad y a la terrible acedia que contiene la vida, lo cual se respira en las páginas de esta primera novela de Geney Beltrán Félix. Por lo que solamente diría, como en los depósitos radiactivos: Cartas ajenas es material inflamable: manéjese cuidadosamente.