Hace tiempo leí en la convocatoria de un premio nacional de ensayo una restricción que fue puesta, me parece, con gozosa y tierna saña: «Muy importante resaltar que las tesis profesionales no podrán concursar». Y es tan triste el destino de las tesis sobre literatura, que también Casa de América y el Fondo de Cultura Económica, organizadores de un Premio de Ensayo, les han puesto una tácita valla, algo así como un ¡Fuchi!, No Pasarán.
¿A poco no es lamentable que las tesis se hayan ganado la imposición de estas fronteras vergonzantes? Es cierto que nadie se pondría a decir que las tesis son un género literario: lamentablemente, las tesis sobre literatura no son literatura, son bibliografía. Pero lo peor de todo es que la gran mayoría de las tesis ni siquiera en su estatus de bibliografía tienen lectores, y las pocas que sí los tienen, como es de esperarse, son leídas y recicladas sólo dentro del condescendiente medio académico, esto es, raramente salen de ese mundo autófago para defenderse solitas ante la crítica más feroz de la arena intelectual abierta.
Son muy pocas las que están escritas con un criterio que conjunte el rigor y la divulgación. ¿No resulta obsceno dedicar tres o cuatro años a escribir una tesis de doctorado que nadie tendrá interés en leer?